Cuando se nacionalizaron las bibliotecas conventuales durante la segunda mitad del XIX se pensó en utilizar sus acervos para enriquecer la Biblioteca Nacional, el propósito se vio frustrado, solamente algunos (curiosamente los menos valiosos ) llegaron a su destino.
La mayoría pasó a manos de libreros que los pusieron de inmediato a la venta, ofreciendo libros que difícilmente se volverían a ver en librerías. Precisamente durante esta época dorada, algunas personas actuaron de manera no muy lógica pero si bastante entendible, entre ellos el acaudalado Luis del Razo ocupa un lugar muy especial.
Fernando Benítez nos narra lo siguiente:
Su biblioteca no se hallaba agrupada amorosamente en el mejor aposento de su casa, sino dispersa en la mansión que fundara el filántropo conde Romero de Terreros, consuelo de pobres y alivio de arrancados; ya que don Luis del Razo para comprar nuevas obras, empeñaba grandes lotes de libros con grande pena de su parte. En compensación llevaba un gran número de papeletas de empeño, cuidadosamente clasificadas. Cuando alguien le preguntaba por determinado libro. después de entendida la pregunta -cosa que acontencía a la tercera o cuarta vez de formulada, pues era sordo como una tapia- se apresuraba a contestar: - Por supuesto que lo tengo- y mostrando una papeleta agregaba: Aquí tiene usted a Veytia, y aquí están las Disertaciones de Alamán, aunque bastante reducidas.
Era el único hombre que podía alardear de llevar consigo siempre su numerosa biblioteca.2
La mayoría pasó a manos de libreros que los pusieron de inmediato a la venta, ofreciendo libros que difícilmente se volverían a ver en librerías. Precisamente durante esta época dorada, algunas personas actuaron de manera no muy lógica pero si bastante entendible, entre ellos el acaudalado Luis del Razo ocupa un lugar muy especial.
Fernando Benítez nos narra lo siguiente:
Su biblioteca no se hallaba agrupada amorosamente en el mejor aposento de su casa, sino dispersa en la mansión que fundara el filántropo conde Romero de Terreros, consuelo de pobres y alivio de arrancados; ya que don Luis del Razo para comprar nuevas obras, empeñaba grandes lotes de libros con grande pena de su parte. En compensación llevaba un gran número de papeletas de empeño, cuidadosamente clasificadas. Cuando alguien le preguntaba por determinado libro. después de entendida la pregunta -cosa que acontencía a la tercera o cuarta vez de formulada, pues era sordo como una tapia- se apresuraba a contestar: - Por supuesto que lo tengo- y mostrando una papeleta agregaba: Aquí tiene usted a Veytia, y aquí están las Disertaciones de Alamán, aunque bastante reducidas.
Era el único hombre que podía alardear de llevar consigo siempre su numerosa biblioteca.2
1. Nacional Monte de Piedad.
2. Benítez Fernando. Cuatro bibliómanos del siglo XIX. México. Revista de Revistas, 2 de septiembre de 1934.