Fue un acontecimiento, tal y como se preveía. Jamás había estado tan absolutamente ensardinado como en el concierto del viernes. La sala Sidecar de Barcelona (tan amplia como el salón de mi casa, para entendernos) y en el minúsculo escenario, los New York Dolls. El mundo sobrevive por paradojas como esta: 200 personas, ni un alfiler de más cabía, viendo a los Dolls.
Pero me porté como un jabato, eh. Allí aguanté, gritando, cantando Looking for a kiss, Pills, Personality crisis, tocando (con educación, claro) a David Johansen, recibiendo una púa de Sylvain, en fin, esforzándome y trabajándome el concierto... a mi edad.
Era una marabunta de gente en esa catacumba, todos conscientes de ese milagro de ver a un grupo mítico en unas condiciones inmejorables. Aunque se sudara, mis gafas se entelaran varias veces, mi voz se rompiera, y recibiera empujones por todos los lados, esa es una manera perfecta de ver un concierto. Sala ínfima, el grupo que no puede ni moverse por el escenario, la música a flor de piel.
David Johansen sonreía, Sylain se lo pasó en grande, aunque a veces pareciera que la marabunta íbamos a terminar por invadir el escenario. Maravilloso. Feliz de estar vivo y esas cosas.
PD: Fué una fantástica noche de concierto (tot i que em vaig fixar, no et vaig veure, Elena), por los Dolls y por la gente que me acompañó, capitaneados por un elegante y delgado fan de Dogs d´Amour, gente que valora las buenas cosas de la vida: la cerveza y la música.