Robert McKee, el profesor de guión que está sentando cátedra (y afianzando vocaciones, creando polémica, enseñando, divirtiendo, sobretodo motivando) en un seminario intensivo en Málaga, nos comentaba hoy con una ironía que echaremos de menos cuando acaben sus clases, que la ley -la policía-, cuando trabaja bien, consigue eliminar el crimen en las calles y confinarlo a... las casas de la gente. Ponía como ejemplo el caso de Amstetten, en Austria. Austria debe ser una sociedad avanzada, con las calles tranquilas y limpias, pero la mierda, la buena mierda, está en dentro de las casas, donde la policía no entra, esas casitas tan monas con jardín y enanitos de colores en la entrada.
Cada día salen a la luz más aberraciones de este tipo, Josef Fritzl, y es solo el principio. Su obra de arte no ha hecho más que empezar, es como un gran lienzo que el mundo está desenrollando sin que sepamos cuando lo tendremos extendido del todo ante nuestros ojos. Leí en una columna de La Vanguardia que Fritzl no es un enfermo mental, ni posiblemente tenga diagnosticada una complicada retahila de complejos y traumas que le hayan podido conducir a comportarse de esa forma, simplemente es un hombre malo, diabólico, y que deberíamos acostumbrarnos a pensar que hay gente que hace el mal porque sí, a sabiendas de ello, friámente, disfrutando cada segundo, sin traumas infantiles ni raras enfermedades que le encubran y suavicen su falta de humanidad. McKee también lo dice (es un gurú, por eso le cito, you know?): dejémonos de buscarle causas al crimen, y cacemos al hijo de puta que ha matado a tu vecino.