Coloco el DVD en el reproductor. Es el
último taquillazo, una película que le he comprado a un chino en la Alamedilla.
Las últimas pelis piratas que he visto no se escuchan bien, pero no tengo
tiempo de ir al cine. El protagonista, un policía negro de Nueva Orleans,
conduce a toda velocidad un coche blanco por la parte vieja de Salamanca. No
sabía que Hollywood había rodado una película aquí. En la zona peatonal, a la
altura de La Rúa, gira a la derecha y se dirige hacia La Plaza Mayor. Varios
minutos más tarde, el vehículo dobla hacia mi barrio y pasa junto al chino al
que le compro los DVD. El protagonista prosigue su marcha, se baja del coche en
mi calle y se dirige a mi portal. Llama al telefonillo del 2ºB y suena el
timbre de mi casa. Permito que acceda al portal. Me asomo a la mirilla y me
saluda con la mano. Le abro la puerta. Se le ve algo borroso. “Hola”, me dice
con una voz de lata que no encaja con los movimientos de la boca. “¿Puedo
entrar? Te lo puedo explicar”. Señala el sofá con el dedo y nos sentamos. En mi
salón se escuchan multitud de toses que no sé de dónde proceden. Miro la
televisión y veo que ambos estamos en el
plasma. Desenfocados y a rayas. Me rasco la cabeza para comprobar que no es una
imagen grabada, me toco la nariz, carraspeo, e incluso palpo la pantalla. El
protagonista de la película saca el DVD del reproductor y me dice: “Pon esto,
por favor”. Cuando le doy al play
aparezco conduciendo un coche negro a toda velocidad por la parte vieja de
Nueva Orleans.
(Texto publicado en el especial de la revista Quimera de julio y agosto)