Se trataba de llorar con todas sus lágrimas y Marlon Brando
estaba muy hermoso en aquella película
como una rosa colgada boca abajo a la que maquillan el desprendimiento.
Nada de nombres
le decía él a ella en un colchón sin norte ni sur;
con las esquinas de la carne como el único lugar al que volver.
Sin citas previas, sin comida en el frigorífico, sin sillas ni mesas;
recordar que había una escalera de mano abierta por la que los amantes transitaban
tristes o desnudos.
Se trataba de hacer llorar a Marlon Brando con todas sus lágrimas en aquella película:
Marlon el viudo salvaje,
follador ceniciento
que tenía una mujer y un hijo en cada isla;
que en su pecho se abría una cortina que daba paso a las nubes y al exilio de los pájaros.
Este hombre dice entonces que no puede llorar,
que no tiene lágrimas en aquella película
y cierra las tapas rojas de su alma sin cinco ni acción.
En el centro Bertolucci que astuto lo acaricia,
lo prepara como al niño que tomará un jarabe demasiado amargo:
Marlon, cuéntame ese sueño de hace un año en el que
asistías al funeral de todos tus hijos
y un presagio de retratos fríos naufragaba en la respiración.
y un presagio de retratos fríos naufragaba en la respiración.