LOS MUERTOS
No son de ángel ni se han congelado en las esfinges.
Son de un diseñador onírico
en una pasarela de tinieblas y claveles.
Caudales de dientes y relojes.
Fosas de cráneos con el meñique de la bala y entre
metatarsos,
el indulto.
Demasiadas
alas de tierra barnizada; alas nadadoras por la calle central de la muerte
y el pelo apolillado
en los posos.
Vuelo
con siluetas que me siguen
por el cabo de la médula y tiran de mis pies
los enterrados no enterados
de los índices de la noche
y sus crónicas.
Pedradas de extraterrestres me avergüenzan
y respiropor debajo
de una tierra
genealógica.
Lo que sigue
es un círculo en el despertador
reservado a la recuperación de datos:
no avanzamos vivos
sin solucionar a los muertos.