No,
mi vida no apesta, he vivido momentos llenos de felicidad.
Si,
felicidad he dicho, sé decir felicidad, la he sentido es mas,
pasó
desapercibida pero ahí estuvo, siempre sacándome la lengua con sus pulgares en
las sienes,
cuando
jugaba rayuela, con esos lindos zapatitos azules que papá me regaló
y
ése vestido rosado con muñequitas que mamá hizo con sus propias manos.
Y
sí lo fui, con esas curiosas conversaciones y carcajadas interminables con mis
hermanas
en
nuestra habitación al caer la noche y antes de dormir,
sólo
un grito de papá nos callaba, por minutos.
Si,
fui bendecida con una niñez maravillosa y sí feliz,
lo
fui, lo admito y lo repito, feliz.
Lo
fui a lo largo de mi vida, pero era como admitir que vi a Dios,
dañaría
mi reputación.
Lo
fui el día que ví la carita peluda más maravillosa del universo,
cabía
en mi mano el revoltoso.
Lo
fui también el dia que decidió irse por dejar de vernos sufrir,
y
dejarnos la lección más maravillosa del mundo: “no necesito nada para ser
feliz,
lo
soy con sólo hacerte feliz a tí y haberte regalado miles de momentos,
yo
sólo muevo mi colita, tu encárgate de coleccionarlos, es mi legado”
hallé
ésto en su testamento, debo agregar, me dejó también su almohadita de burrito y
Pooh.
Fui
inmensamente feliz, con sentirme querida por ese sueño, el que bajó un dia
hasta mí,
aunque
sólo un momento y se fue desvaneciendo luego en la realidad.
Ahora
entiendo, la felicidad son momentos, y para ellos no importa ni el tiempo ni el
dinero,
es
un regalo invaluable, es hacer de un recuerdo un bien perdurable e imborrable,
es
justamente aquel que te arranca una sonrisa o una lágrima de felicidad
en
el momento en el que creías caer.
Créetelo,
eres feliz y nadie lo impedirá, acepta a quienes sólo quieren regalarte un
momento,
colecciónalos
y atesóralos en el lugar más seguro de tu memoria y de tu corazón,
pues
puede ser justo ESE momento el que te rescate de una caída sin final.