Mostrando entradas con la etiqueta Familia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Familia. Mostrar todas las entradas

jueves, 2 de octubre de 2008

Lisboa

23 comentaron


De Lisboa me traigo ceniceros, un salvamantel con un tranvía, la barriga llena y una dieta intermitente y mil balbuceos en portugués. He visto corales fluorescentes, pingüinos y una nutria juguetona, peces de mil colores maravillosos, un grupo de hombres con la cruz y la espada buscando los caminos del mar, las olas del Atlántico... y he sentido esa brisa que se te mete en los huesos y te lega una luz blanca cegadora... He vuelto a caminar por una ciudad que desconozco y que siempre es nueva. Era el primer viaje con mi madre, que nunca había estado en Lisboa y que riñe a quienes molestan a los peces con las cámaras de fotos a pesar de que ellos hablen inglés y no la entiendan. La misma que prueba el carpaccio para descubrir que la carne cruda no le gusta y la misma que se da cuenta de dónde hay momias aunque yo sólo vea una biblioteca. Nos hemos reído mucho, tenemos agujetas y me he tomado el lunes con calma. En la retina, mil imágenes: grupos de folclore, un camarero cariñoso que te tocaba en el hombro casi rozándote, las escaleras interminables, las calles que siempre son cuesta arriba, azulejos, estatuas, jóvenes encima de un monopatín, besos en la Estación de Oriente, una charla política con un taxista que va a Benidorm por los niños, la ternura.

Lisboa y el Tejo, un cuaderno con Pessoa, un gallo, mucha calma y dos días y medio que parecen años.


Imagen de rabataller.

martes, 17 de junio de 2008

Te joden vivo

16 comentaron

Te joden vivo (They fuck you up). Así se llama un libro de Oliver James. Le tengo ganas desde que lo vi: creo que es el único ejemplar que me ha atraído únicamente por el título. No creo que diga nada nuevo, ya sabemos que vamos andando nuestra vida con las sombras de nuestra infancia y que lo que ocurre los seis primeros años de vida es definitivo y conforma el carácter, pero he estado hablando de hijos con dos padres últimamente y de historias familiares y de educación y de separaciones matrimoniales y terapias y al final siempre tengo la impresión de que el resto piensa que lo que digo es crudo, o muy crudo, cuando yo en realidad lo que quería era dar ánimos. Decir que se sobrevive. Y que al final se comprende.


A la primera de los hijos que han tenido y van a tener mis amigos, que nació hace ya siete u ocho años, le escribí una carta, para cuando fuera mayor. Le conté lo que su padre era: el tipo que me salvó la vida en la carrera; el único al que llamaba cuando estaba hecha una mierda para que me dejara más hecha polvo todavía; el que me llevaba al campo y me abrazaba; el hombre valiente hasta lo indecible; el que se planteaba su existencia de raíz a cada paso. Y terminé pensando que yo le conoceré mejor, porque para ella es su padre, pero es mi amigo. Vivimos con alguien toda la vida y no sabemos quién es, a no ser que nos lo cuenten los demás. Quienes han caminado con ellos mucho tiempo. Se mantienen las imágenes a toda costa, ya saben. Hablar se convierte en un interrogatorio, porque uno pregunta y los otros han de contestar, pero el padre no cuenta sus preocupaciones, ni sus desvelos laborales, y pocas veces es capaz de transmitir el miedo que tiene y lo perdido que se siente porque no se lo puede permitir.

Hay historias que ya no cuento porque no me da la gana, porque no tengo necesidad, porque ya las saben quienes las tienen que saber y porque se prestan a unos análisis tan facilones que terminarían divirtiéndome si no fuera porque en ese preciso momento me estarían psicoanalizando a mí y ése es un trabajo que se puede permitir muy poca gente sin que yo me cierre y me vuelva desconfiada y silenciosa.

Lo que sí cuento es lo que aprendí. Que a los hijos se les traumatiza siempre y que el que piense lo contrario miente o se engaña. Que existen armas para defenderse de ello (la lectura, la escritura, los amigos -por este orden y por ninguno otro-). Que los hijos pocas veces se plantean que sus padres son algo más que sus padres, quizá mucho más que sus padres. Que podrás intentarlo, cuando los tengas, o cuando vayan cumpliendo años, pero ellos no te conocerán nunca porque nunca habrá una relación de igual a igual. Y que al final comprendes que todo el mundo se equivoca, tus padres también, y que el hecho de estar es una cuestión de ida y vuelta. Que tampoco es tan malo, por malo que sea. Que tú no eres tu historia.

Al final la meta es ésa: saber que tú no eres tu historia. Y suspirar de alivio cuando lo descubres.


La imagen es de la serie Family Guy.

sábado, 15 de septiembre de 2007

"Como si se lo contaras a tu abuela"

33 comentaron

"Cuéntalo como si se lo contaras a tu abuela". Ésa es la primera consigna. Que no haya que coger el diccionario, que uses un lenguaje ramplón, muy llano, muy analfabeto. La eterna lucha entre la nivelación por arriba y por abajo. Que soy muy literaria, que ahora es un insulto; que hablo de películas como Ordet y de canciones como Hallelujah y que todas mis piezas van con música clásica.

"Como si se lo contaras a tu abuela", me repetían. La tercera vez, alcé los ojos. Y conté, yo. Que a mi abuela no la dejaron estudiar Derecho y tuvo que ser maestra, que era más acorde con eso de ser mujer. Que fue la número uno de su promoción. Que dirigió, en la sombra, alguna que otra institución educativa (el famoso fue su marido, por supuesto). Y que era roja como la sangre roja y parió nueve hijos sin instinto maternal alguno y fue invisible para todos, pero tenía una mente privilegiada que fagocitaron su femineidad y su época. Por este orden.

Y que, desde que comencé a trabajar, eso es lo que hago y no otra cosa. Contarlo como si se lo contara a mi abuela.

Imagen de Héctor_LP.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

¿El último que ha escrito?

21 comentaron


Imagen de Julio Cortázar de aquí.

I
Mi madre, en El Corte Inglés:
-Perdone: ¿Rayuela, de Julio Cortázar?
-No me suena... ¿De quién?
-Julio Cortázar.
-No sé... No es muy famoso, ¿no? Si me puede decir lo último que ha escrito...
-Se murió en 1984.- Lo dijo ladrando, lo sé.

Media hora después, en casa, contándolo: "Y encima se acerca una tía rubia con un abrigo de visón -y yo preguntándome de dónde me vienen a mí ciertas fobias- y le dice: "¿Alguna de Danielle Steel?" y ésas sí que las conocía. Que digo yo que si van a trabajar en la sección de libros, por lo menos que les den un barniz".

Antes se hubiera escandalizado. Será la edad, pero ahora con estas cosas se pone triste.



II


Imagen de Mario Benedetti de Rodolfo Fucile.



Yo, en la Librería Pizarro, de Almería:
-Perdone, ¿los Cuentos completos de Mario Benedetti?
-No sé. ¿Has mirado en Infantil?


Este mensaje es una respuesta.

martes, 28 de agosto de 2007

Coursodon

6 comentaron

Es como un niño pequeño, que lo quiere todo y lo quiere ya. Cuando era poco menos que un adolescente, se gastó el dinero de la comida de cuatro días en películas y se hizo bocadillos de lo que encontraba por casa. Llegó al cine por un libro que robó de la biblioteca y que aún está en su estantería, desde hace casi veinte años: Capone, se titula y, por su causa, a mí me gustan las historias de gángsteres. Después se aprendió de memoria Los Intocables, de Brian de Palma, porque estuvo levantándose temprano para verla durante un mes. Sería feliz si pudiera ver una película al día y necesita leer también a diario. Por eso va a París y compra libros en un idioma que no domina sólo porque aquí no están editados y son imprescindibles. Es la misma razón por la que descarga películas en alemán o en japonés sin subtitular.
Cuando tenía 16 años, un tío mío le preguntó a Alejandro Pachón si uno de sus sobrinos podía asistir a un seminario de cine que impartía él en la Universidad y, cuando acabó su primera clase, Pachón le preguntó que de dónde había sacado a ese niño. Ángel Campos le dio clases de Literatura en el instituto y se lo llevaba en los recreos para hablar de cine y de poesía.
Diez años antes, yo le había enseñado a leer. Leímos juntos en su cama La Historia Interminable y ese recuerdo permanece tan vivo en nuestras mentes como si las jornadas que pasamos con Atreyu y compañía hubieran sucedido ayer. Me aficionó a Spiderman, La Patrulla X, Los Vengadores, Watchmen y Alan Moore. En aquel tiempo jugaba conmigo a los espadachines, a indios y vaqueros, a los Masters del Universo y a piratas (y yo sigo preguntándome hoy, con estos mimbres, qué es la femineidad). Ahora los juegos consisten en libros, películas y cenas raras. Se lleva bien con mis amigas; me llevo bien con sus amigos, que son como sus hermanos, y por eso me río cuando me dicen que los hombres no saben expresarse. Desde hace año y pico está enamorado hasta los tuétanos de una mujer que se siente en Londres como en su casa, que ha visto medio mundo y que se ríe todo el tiempo. Agradece que ambos tengan pasiones individuales y la misma manera de ver las cosas, porque sabe que una percepción idéntica de la realidad es algo que salva vidas y te ofrece un buen asidero al que agarrarse.
Es capaz de darle un beso en la boca a un transexual sólo para que no se sienta incómodo, porque él no es nadie, dice, para hacer sentir mal a otra persona. En las reuniones familiares, le emborrachamos para que cante, porque canta como Dios, porque jamás he oído una voz como la suya y porque se prodiga poco. Da clases de Primaria y le gustan los niños casi tanto como a ellos les gusta él, desde siempre. Es profundamente observador, profundamente empático y casi nunca se equivoca en los juicios. Me encantaría poseer un ápice siquiera de su diplomacia, pero a mí me puede este carácter primario e irritable que tengo. Si paso dos días con él, me saca de mis casillas porque también es maniático y obsesivo hasta la extenuación y le da mil vueltas a todo lo que le descoloca. Pero es mi hermano y es mi amigo y nos buscamos y le echo terriblemente de menos cuando no está. Cuando no estoy.
En los foros de cine firma Coursodon. Y yo le quiero todavía más cuando entorna los ojos y sonríe y dice mi nombre en diminutivo.
Imagen de Londres de binarystatic.

Y la inspiración se la debo a este post de Suntzu.

sábado, 25 de agosto de 2007

París

4 comentaron

Ha estado en París y por fin ha comprado el Dictionnaire du Cinema de Lourcelles y un montón de libros en francés: a este paso, la pasión por el cine le hará aprender todos los idiomas. Porque de literatura sólo ha traído uno: Rimbaud, quién si no. Y se ha puesto a hablarme de Godard, de Coutard y de Daney. Y de que la Torre Eiffel de noche parece de oro, de que los puentes, por debajo, son hermosísimos, de impresionistas varios, del ambiente cultural de París, las librerías, los pintores, la decepción de la Gioconda (que, por otra parte, nunca le gustó).

También ha estado en Disneyland y ha disfrutado como un niño.

Imagen de gherm

martes, 14 de agosto de 2007

Espadas

11 comentaron

Después de preguntar a los expertos y de mirar mil páginas de internet, descubro que soy de ideas fijas. Se han ido los dos a Toledo, supongo que a Marto, para hacer realidad un sueño de niña (el otro es más difícil: una habitación entera y grandísima con una maqueta de tren) y ya tengo mi espada. No la Andúril de Aragorn, hijo de Arathorn, no es oro todo lo que reluce ni toda la gente errante anda perdida, ni la de Elendil, forjarán otra vez la espada rota; sino la de montaraz, de cuando Aragorn era Strider, o Trancos, y vivía en los bosques, y esperaba a Arwen y se metía de rondón en una taberna para abordar a Frodo porque sabía de su anillo, un anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas. Crecí admirando a Meriadoc Brandigamo, a Strider y a Gandalf y, aunque Aragorn, para muchos, tenga la cara de Viggo Mortensen, para mí es un personaje de cómic, de uno de los cómics de mi niñez, con la armadura, la capa verde, el pelo corto y negro, cuarenta años y mil más a las espaldas.

Hace unos días hablaba con un profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres para hacerle la misma pregunta que les hago a todos: "y tus niños, ¿te leen o no te leen?" y para escuchar la misma respuesta que les oigo a todos, que sólo leen las lecturas obligadas (que me parece el camino más corto para que alguien aborrezca los libros: allí yo, con 20 años, intentando meterme Esperando a Godot mientras aparcaba un puñado de cartas de Kafka, a James Joyce y a Pessoa: pobre Beckett: qué mal le traté). Y que alguno lee cosas como Harry Potter o El Señor de los Anillos. "Oye, que El Señor de los Anillos está bien". Y me miró, creo, como si yo no hubiera leído un libro en mi vida. Pero a qué voy a explicarle yo. Y aunque fuera el peor libro del mundo, qué coño, con El Señor de los Anillos no se mete nadie, salvo mi hermano Antonio, que puede arremeter con lo que le dé la gana, porque es mi hermano, es muy culto y me ha comprado una espada montaraz.
Se han ido los dos, decía, el escocés que toca la gaita en el casco antiguo de Cáceres y que escribe relatos y poesía, el enamorado de los duelos verbales, que lo mismo te habla de Aristóteles que de artes marciales japonesas, y Claridad, la niña que obra milagros, la que siempre gana al Trivial, la que pone mil caras con su cara expresiva y lleva una bruja, o una meiga, colgada del cuello. Se han ido a Toledo, para llamarme, qué espada quieres, y no quiero una falcata, ni una daga, ni la Tizona del Cid, ni a Andúril, ni a Narsil, que es más fina, está más decorada y tiene un soporte historiadísimo. La mía es otra, la de los bosques, la del rey sin nada que reinar, la de aventuras. Y allí la pondré, cuando tenga un espacio mío: al lado de los libros de Tolkien, Louise Cooper, Ursula K. Le Guin, Stevenson, Dumas, sir Thomas Malory, la Baronesa de Orcy. Al lado de todos los que me hicieron amar una buena historia de piratas, de venganzas y de espadachines.

Imagen: Cómic de Luis Bermejo. Aragorn, Strider, es el de la primera viñeta, al lado del hobbit rubio, que no es otro que Sam.

viernes, 10 de agosto de 2007

Familia no hay más que una II

6 comentaron

En el principio era el Verbo, y esa frase nos sirvió para un cuarto de hora de charla: el verbo, la palabra, el logos, la filosofía japonesa, El Evangelio según Jesucristo y El Paraíso perdido, Saramago, Milton, Shakespeare siempre, un Trivial, Lope de Vega, Alejandro Casona.

En el principio era el Verbo y en mi casa siempre se comienza, y se termina, hablando de Literatura...

Creo que nunca lo agradeceré bastante. Crecí esperando un constipado porque eso significaba cómics de los Vengadores, la Patrulla X, Spiderman. Con estanterías llenas de libros en los que aprendía a deletrear nombres: Somerset Maugham, Steinbeck, Rilke, Papini, Williams, Conrad, Zweig, Twain, Stevenson, Kipling, du Maurier, Goethe, Mann. Con señoras gordas haciendo gorgoritos y Alfredo Kraus a todas horas. Desde entonces, cuando llego a una casa extraña, me detengo en las estanterías: junto con la manera de escribir de alguien, es lo que me da una idea más fiel sobre quién es. Si no hay libros, o si hay pocos, me sube un sabor de bilis a la garganta.

Ahora me esperan muchos, pero sólo me dedico a ver teatro. Y a sufrirlo.

domingo, 17 de junio de 2007

Paul Potts y Connie

12 comentaron

No me gustaban los vídeos. Pretendía no colgar vídeos en el blog, pero es que no me puedo resistir... Esta mañana le contaba a mi hermano que había un tipo, en el Factor X inglés que se había presentado al casting para cantar el Nessun Dorma del Turandot de Puccini. Paul Potts se llama y canta así:




Hermano mayor, que según mi tío Juan (que habla tan gráficamente como sigue) "comienza a cantar en do mayor como quien se rasca la punta de la polla", se ha pasado toda la mañana regalándome el Nessun Dorma y Los cuentos de Hoffmann, que es mi ópera favorita y, cuando hemos llegado a casa de mi padre, les he puesto el vídeo, todos con la piel de gallina, mi padre cantando el Nessun Dorma también y lección de música sobre cómo canta los bajos una cría de seis años que se llama Connie y cuyo Over the rainbow les dejo aquí abajo...



Y en España, el más famoso, el Ponte el cinturón. Si ej que...

martes, 29 de mayo de 2007

Lealtad. O fe.

2 comentaron


-A ver si hacéis la carta ya.
Desde hacía años, sólo me regalaba libros de Antonio Gala, que escribe muy bien y del que me encantan sus artículos, pero bastante menos sus novelas. Así que puse, bien grande: NADA de Antonio Gala. Y, debajo, algunos autores más: Elias Canetti, Hanna Arendt, Alejandra Pizarnik.
El día de Reyes, después de abrir los regalos, me mira muy serio, cae en la cuenta, comienza a ponerse colorado (señal de que se está cabreando). Y me pregunta:
-¿De quién es Nada?
-¿Qué?
-Que de quién es Nada, que quién escribió Nada...
-Carmen Laforet, ¿por?
-¿Y tú por qué me dices que es de Antonio Gala?
-Yo no te he podido decir jamás que Nada lo haya escrito Antonio Gala.
-¿Cómo que no? ¡Me lo pusiste en la lista! ¡Nada de Antonio Gala!
-Coño, papá... ¡Que no me compraras nada de Antonio Gala!- le miro: "Dios", pienso:- ¿Tú no habrás ido por ahí...?
-Pues claro, he dado vueltas por todo Badajoz buscando Nada, de Antonio Gala... Y así me decían: "Pero, ¿está usted seguro?"-se ríe-. Y yo: "Sí: me lo ha dicho mi hija, y mi hija entiende mucho de literatura y, si dice que Nada es de Antonio Gala, Nada es de Antonio Gala".
Le agradezco la fe.

domingo, 27 de mayo de 2007

El ciego de la plaza

2 comentaron

Hace frío y olor a yerbabuena.

La gente apenas para ya en la plaza para escuchar los cuentos del ciego que, entre temblores, busca bajo las galerías un abrigo.

La tabla laminada, que antaño era acosada por los ojos de los niños, ahora permanece tranquila, sumida en su niebla, quizá inventando nuevos cuentos.

El agua de la fuente está congelada, incluso detuvo su caída en ese borde quebrado, formando una lágrima de cristal.

Un ruido bajo las galerías.

El ciego intenta hacerse un ovillo para evitar la pérdida de calor y esconde su barba desarraigada bajo el cuello, como si fuera una bufanda, tal vez.

Calienta sus manos, oscuras y callosas con el vaho (siempre me ha parecido humo), que escapa de su pecho.
Me recuerda por un momento a mi abuelo.
De alguna forma, todos los viejos me recuerdan a mi abuelo.

Me veo en el salón de su casa, sentado en el suelo muy cerca de la chimenea ("échate atrás, que te vas a quemar") y el aroma del tabaco de pipa y la copa de vino sostenida por uno de los brazos del sillón, donde tras mirarnos a todos sus nietos, comenzaba a hablar.
Yo me daba la vuelta, con la cara enrojecida por el calor y miraba su rostro sonriente (enrojecido por el vino), y me disponía a devorar ávidamente ese cuento que estaba por comenzar.

Un ruido.
El ciego levanta su cabeza, estira el cuello como si fuera un perro de presa.
Sale de su refugio y se encamina hacia su tablón.
Veo las golondrinas piando donde hubiera haber crios.
Quizá el anciano también se esté quedando sordo y no distinga el silbido de los pájaros de las risas de los niños.
Deja su escudilla en el suelo, sin ninguna moneda y comienza a resonar su voz profunda, perfectamente modulada, hipnótica a los oídos.
(El Cid hace jurar a su rey).
Incluso los pájaros se callan y miran con curiosidad a ese hombre harapiento que gesticula tan rápido, que a veces brama y otras susurra.
Pero al segundo golpe del bastón, apuntando con total precisión sobre uno de los dibujos, los pájaros escapan, temerosos de que el tercer golpe se dirija contra ellos.
(El Cid parte al destierro)
Ciego y sordo, ni siquiera sabe que ni los animales le atienden.

Vuelvo a mi cabaña de campo, la voz de mi abuelo, (los moros abren un cofre y descubren que tan sólo hay piedras), el olor a pan tostado, Chico tendido sobre la alfombra, con sus grandes orejas, lamiéndole la mano.

(No son gigantes, señor, sino molinos de viento.)
¿Gigantes?, ¿cuánto tiempo he perdido sumido en mis pensamientos?
El ciego permanece solo, en medio de la plaza, en medio de la niebla.
(El Quijote derrota al caballero de Los Espejos).
En mis recuerdos, otro caballero rescata a la princesa Rapunzel, trepando por su larga melena dorada.
En la plaza, Sancho mira abatido la derrota de su señor a manos del caballero de La Blanca Luna.

El ciego tiembla, tiembla demasiado, comienzo a preocuparme y me dirijo hacia donde se encuentra.
A mi abuelo le tiembla la voz, y entre tosidos construye en nuestras mentes una casa de chocolate y caramelo.
Se desploma en medio de la plaza, corro a ayudarle, intento tomarle el pulso, pero tiene demasiada ropa sucia y desgarrada, aflojo sus botones, un olor acre asciende de su cuerpo, toco el cuello del ciego (su barba es cálida), está muerto.

Vuelvo a mi cabaña, acabo de despertarme y me dirijo al salón, a saludar a mi abuelo (él se levanta pronto), una tía llora en la puerta, ("no dejéis que entren los niños")
(Don Quijote muere en su cama)

Los cuentos también se mueren, han quedado esclavizados en paredes de papel, ya no vuelan con la voz de mi abuelo, con la voz de los ciegos, ahora los niños se asustan de esa cárcel encerrada entre dos gruesas pastas.
Y lloro mientras sujeto el cuerpo del ciego, de la forma en que me impidieron llorarle a mi abuelo. Y le imploro que siga narrando esas historias a los niños...
E insisto en que no pronuncie la palabra...
FIN

(Siempre se me anuda la garganta cuando leo este cuento. Quizá porque lo escribió mi hermano. Quizá porque habla de mi abuelo).

Color de cera

Tus huesos abrazan la piel
que tiene el color de la cera,
y se pierde y se pierde el aliento,
y te entierra, te entierra la arena.

Se hunden los pechos henchidos,
las lágrimas parece que pesan,
sobre un lecho de blancas flores
se marchita, marchita la arena.

Un nieto, de los veintiuno,
que dijo querer ser poeta,
no encuentra palabras sentidas
que escarben, que escarben la arena.

El marido por quien deshojaste
aquellas ciegas horas muertas,
dejó su perfume en el nicho
que llenan, que llenan de tierra.

(Siempre se me anuda la garganta cuando leo este poema. Quizá porque lo escribió mi hermano. Quizá porque lo compuso en el entierro de mi abuela).

domingo, 29 de abril de 2007

Familia no hay más que una

6 comentaron

Mamá: Miguel Hernández es un pena.

Yo: Pero mamá, si tú no lees poesía...
Hermano menor: Que no, que no es un pena.
Hermano mayor: A mí me parece un pena.
Mamá: A ver, dónde están los libros de Miguel Hernández.
Yo: Ahora voy. Toma -a hermano menor-: busca el poema de La Boca, que es una maravilla. Ese poema me lo regalaron hace años, me lo regaló Neno, junto con mil más. Yo le tengo cariño a Miguel Hernández, no sólo porque me guste, sino porque el abuelo de Carmelo era íntimo amigo suyo y la abuela de Carmelo le llevaba comida a la cárcel a los dos.
Hermano menor hojea y se ríe y hace un descubrimiento: Joer, este tío es un pena.
Mamá: ¿Ves como era un pena?
Yo, cojo el libro, leo La Higuera: Qué coño un pena, este tío es pornográfico.
Hermano mayor, que tira pa lo suyo y a él Miguel Hernández se la refanfinfla: ¿Tú no tenías un libro en edición bilingüe de los poemas de Shakespeare? Y se pone a recitar a Shakespeare, en inglés, párrafos enteros de obras de teatro, que se las sabe de memoria.
Yo: Sí, ahora voy.
Novia de hermano mayor lee a Shakespeare en inglés.
Hermano mayor: Si es que las traducciones se cargan los poemas. Mira, mira: mira la musicalidad.
Yo: Pues sí, pero si traduciendo es la única manera que tengo de leer a Ana Akhmatova, qué quieres que te diga. Porque yo le regalé a tu hermano una edición bilingüe de Schiller, alemán-español, y oye, dudo mucho que se la haya leído en alemán.
Mamá: Bueno, id poniendo la mesa.
(Transcripción de una charla el 5 de abril en mi casa).

viernes, 9 de febrero de 2007

Con olor a madera

2 comentaron

Tiene más de setenta años y tres infartos a cuestas, pero jamás hará caso de los médicos que le prohibieron el vino. Cuando cocina es capaz, todavía, de beberse medio litro, pero lo rebaja con casera, creyendo que con eso desafía a la muerte. Y mientras, emperejila, encebolla, macera... y prepara una salsa de cangrejos de río cuyo olor sigo recordando como si hubiera sido ayer cuando la probé por última vez y hace ya más de tres lustros. Su paella es la única que puedo comer: quizá porque fue la primera que llegó a mi boca y, desde entonces, todas las demás me parecen insulsas.

Le han retirado el carnet miles de veces, pero los policías del pueblo le conocen y, cuando le ven conduciendo su coche destartalado, para ir a pescar al pantano de Orellana o donde se le ponga en las narices, porque es terco como una mula, sólo mueven la cabeza y le recuerdan que algún día tendrá un susto, porque casi ni ve, aunque conozca las carreteras y los caminos de campo como nadie. Un día se cayó al canal, con su mujer, y desde entonces ella le tiene pánico al agua. Como en su época no existía el divorcio, la mortifica en cuanto puede llevándola por las orillas.


Guarda, además, miles de cuentos de los que valían a reales, algunas de cuyas historias podría contar ahora mismo sin saltarme un solo párrafo, porque él me descubrió el placer de los cómics con sus colecciones antiguas de Flash Gordon y El Hombre Enmascarado. Sus nietos le han pillado sin fuerzas ya, pero saben que deben aprovechar el tiempo que le quede, porque no hay mejor compañero de juegos ni nadie que disfrute más que él con las películas de dibujos animados y de monstruos extraños o con los relatos de amores imposibles.


Ganó dinero a espuertas, pero nunca le dio importancia y se lo robaron todo, menos su cabeza, que ahora flojea en ocasiones y no se acuerda de las citas importantes. Cuando éramos pequeños, mis hermanos y yo, pensábamos que se trataba de un simple carpintero, hasta que mi madre nos hizo notar que las carpinterías molientes no huelen a mádera de sándalo, a ébano de Egipto, ni a cedro del Líbano. Pero nunca dijo que se dedicaba a exportar y que confió en malos administradores, porque siempre le vimos construyendo puertas, mesas y armarios con paciencia infinita, y llevando serrín a los bares para limpiar los suelos en época de lluvias. Ya no hay bares con serrín y él se cortó cuatro falanges con una sierra grandísima y redonda, pero cuando fue al hospital y le vendaron la mano y le dieron cientos de puntos, comenzó a fraguar la leyenda de que las puntas de sus dedos habían desaparecido cuando luchaba con un león en las sabanas de África.

Aquel hombre afable que todos los domingos nos llevaba a buscar el Cangrejo de las Pinzas de Oro por los ríos de Extremadura, nos enseñó también a decir tacos como hostia puta, joío y la madre que te parió a la tierna edad de seis años y nos hablaba de política un bienio más tarde, cuando no entendíamos nada y seguimos sin entenderlo. Pero jamás encontró interlocutores más atentos, porque no todos los días se tiene la oportunidad de que te explique el mundo quien robó ámbar de ballena a los piratas de los Sargazos y quien descubrió los tesoros de todas las islas.


Ha tenido fieles compañeros, pero ninguno como una perra pastor alemán, llamada Pizquita, cuyo nombre han heredado todos los canes que le han seguido cuando murió de vieja y de lealtad. Me enteré un sábado, recién sucedido, y como nunca he tenido demasiadas lágrimas, pasé horas llorando a mi manera, sola en una ventana mientras mis amigos jugaban a los bucaneros, pensando en el mejor homenaje a ese animal hermoso que todos los años nos regalaba una camada de cachorros de los que jamás nos quedamos ninguno. Entonces prometí escribirle una historia, pero ahora sólo guardo su imagen frente a la puerta verde de la carpintería, a la que no sabría llegar porque hace demasiado tiempo que no la piso y a veces la memoria juega a su antojo con los recuerdos.

Pasamos meses enteros planeando un viaje a la Luna, cuando estuviera redonda y colorida, con una nave que pensamos real. Él sería el piloto, por supuesto, porque sólo él conocía el camino y podía sortear agujeros negros, meteoritos y galaxias. Mi hermano Nacho, el mayor, consiguió el título de primero de a bordo; yo me ocuparía del cuaderno de vuelo, para que te pases el día escribiendo, niña; y a mi hermano Antonio, que siempre fue su preferido porque era el más pequeño, le asignó el más ansiado: el de grumete.

Para comer, bastaban pastillas energéticas que luego se transformarían en lo que nuestros sueños ordenaran. Los trajes espaciales se los había encargado ya a una modista americana llamada NASA, que jamás vendría a probárnoslos porque la materia de la que estaban construidos los hacía ajustables a peso y altura. Sólo había un requisito: que, cuando volviéramos, más sabios y mejores porque habíamos salido del mundo, jamás le contáramos a nadie dónde habíamos estado, que hay lugares que sólo deben ser visitados por cierta gente. Leímos a Julio Verne para prepararnos y, cuando lo teníamos todo a punto, decidimos que queríamos comenzar por cinco semanas en globo o veinte mil leguas de viaje submarino.


Cuando crecimos y la imaginación se nos llenó de cine y de pantallas, nos dimos cuenta de que jamás había hablado de la guerra que vivió. Se construyó un mundo a su medida, y a la nuestra, mucho menos duro, con perros de porcelana en el poyete de la chimenea y un dálmata grande que no ladraba al que abrazar. Pasamos en su casa miles de horas activas, inventando juegos, levantando historias y dando rienda a los deseos. Los fines de semana le estaban dedicados, completamente, porque nadie como él para cuidar de la niñez y hacernos madurar a nuestro ritmo.

Ahora el relevo lo ha tomado su hija Lupe, igual de mal hablada que él, que parió un hijo con parálisis cerebral y que lo arregla todo a base de bofetadas de autoestima. Alejandro nació casi sordo y con la misma cara de gitano que su abuelo, como si el padre no hubiera tenido nada que ver en el asunto. Anda a trompicones, pero sonríe todo el rato y reacciona a los sonidos lentamente. Lupe aceptó lo que le vino en cuanto se lo pusieron en brazos y fue a psicólogos, logopedas y maestros mientras el alma se le hacía añicos e intentaba reconstruírsela de nuevo. Cuando necesita descansar, deja al niño en las mejores manos y se marcha tranquila, por unas horas. Mientras su madre se escandaliza y da voces en el salón, su padre obliga a Alejandro a ponerse de pie y le aplaude los progresos con cientos de besos cariñosos. Si Lupe abre la puerta, la recibe contándole historias exageradas, porque él ha visto a su nieto volar.

Cuando acabe su labor, tengo pendiente con él un viaje a la Luna...

A Antonio Peris