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lunes, 25 de noviembre de 2013

Cinco años

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© Fotografía Juan Mayo, del blog de Miguel Ángel Lama


Han pasado cinco años. Creo que me voy a acordar de ti todos los 25 de noviembre, sin que nadie me lo diga, sin que aparezca ninguna noticia en ningún medio de comunicación. 

He de escribir del vuelo / lo haré desde esa ausencia.

Cuando ya no estabas, yo terminé los textos de Ágora: "Sé que le hubiera gustado leer esto, porque yo le gustaba", escribí. Una vez le regalé un libro tuyo a una persona que, luego lo supe, no se lo merecía. Espero que le haya servido de algo, pero no volverá a ocurrir. Te recuerdo de vez en cuando. Cuando te leo. Cuando veo a tus amigos. Cuando abro un libro de Gamoneda. Cuando pienso que no sé escribir y te vuelvo a escuchar, como hace quince o dieciséis años, diciéndome que te habían asombrado mis textos. Te debo cierta parte de seguridad cuando encadeno una palabra con otra sin saber a dónde van a llevarme.

Y cuando visito Portugal. Cuando visito Portugal, también te veo.

jueves, 5 de agosto de 2010

Espacio/Espaço Escrito

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Esto lo escribí hace mucho tiempo, pero, como tantas otras cosas, descansaba en mi archivo. Lo rescato ahora, en que varios de sus amigos (Miguel Ángel Lama, Elías Moro, Álvaro Valverde) se quejan de que no se le ha otorgado, este año tampoco, la Medalla de Extremadura a título póstumo. Yo en esto cito a don Miguel Delibes que, supongo que con toda la ironía de que fue capaz, cuando le dieron la Medalla de Castilla y León tarde y mal (porque se la dieron tarde, perdonen), sonrió y dijo: Demasiado metal para mí. Será que a mí no me importan las medallas).

En la portada, un trozo de piel que se adivina y muchos libros. En la contraportada, él. Luis Sáez, que dirige la Editora Regional de Extremadura (cosa que nunca agradeceré lo suficiente), me acaba de mandar los dos últimos volúmenes de Espacio/Espaço Escrito. Sólo un nombre: Ángel Campos Pámpano. Un número extraordinario, en noviembre: un año se cumplía. El 25 de noviembre ya no es sólo un cumpleaños: también es una ausencia. Y muchos versos. Los de los amigos: Antonio Gamoneda, José Luis Puerto, Elías Moro, Antonio Gómez, Santiago Castelo, Juan Carlos Mestre, Ada Salas… He tenido la suerte de hablar con ellos en varias ocasiones. Con Gamoneda sólo una, que le debo a Ángel y que ya conté. Con uno de quienes cito me voy a tomar cervezas de vez en cuando y me regala libros y me enseña un cuaderno de notas con fotografías y textos). Quizá por eso son los primeros nombres que busco.


El suyo sigue en mi lista de conectados del correo de Gmail: lo veo todas las mañanas y algunas veces releo los correos: los míos comienzan siempre igual: “Angelito…”. Sigo pasando las páginas: Miguel Ángel Lama, Luis Landero, José Saramago, Luis Arroyo, Gonzalo Hidalgo Bayal. Veo su letra, que ya conocía, puntiaguda, en negro, y no consigo recordar cuándo la vi por primera vez: quizá en mi cuaderno, cuando le entrevisté por vez primera con motivo de una lectura del Aula Díez Canedo; o en aquella cena en San Vicente en la que nos sentamos juntos y durante la que me escribió su teléfono portugués y se comió dos boles de natillas.

Ya me lo había dicho Antonio Sáez, que preparar el número había sido un proceso muy doloroso, de búsqueda de archivos en el ordenador personal de Ángel, de detenerse en muchos textos, de intentar averiguar cómo le hubiera gustado la revista, de pedirle al resto de los amigos algunas palabras de recuerdo y de homenaje. Yo lo tengo al lado. Releo: cómo se gestó La vida de otro modo; cómo Gamoneda se quedó con una bufanda suya; cómo uno nunca sabe qué hacer con la muerte ni en qué exacto lugar colocar los recuerdos para poder convivir con la tristeza; cómo el cielo dispone su paisaje de signos; cómo había unos ojos siempre trazando impulsos. Y recuerdo el paisaje de Jola antes del incendio que viví y recuerdo a Jola quemada a través de sus palabras.

En mi casa hoy hace frío. Pero no nieva.

La foto es de Laura Covarsí.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Ángel Campos Pámpano

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25 de noviembre de 2008


Era el tiempo en que, gracias a Sonia, yo había aprendido a dejar de desconfiar en las grabadoras para registrar la voz y me fiaba sólo de mi memoria y mis apuntes. Así que allí estaba yo, con una libreta de cuadros y un boli Bic, tomando notas, los dos en los sillones de cuero de una de las salas vacías del diario Hoy, hablando de libros y de autores. Yo, medio asustada, como siempre que tengo que mantener una charla con alguien de este tema: una intenta que no se le noten las lagunas, que más que lagunas son torrentes, pero me lo pasé bien. Escribí, página par y tampoco mucho espacio, porque la literatura no va a ocupar nunca la número 3 de un periódico. La cultura, ya lo saben: siempre al final. Bastante hay con que a veces salga en portada.

Unos días más tarde me presentaba, con la misma zozobra, en un instituto de Badajoz. Allí estaba Benjamín Prado, pelos largos, chaqueta de cuero negra, cuñado de Christina Rosenvinge y diez años más joven de lo que ambos somos ahora. Él hablaba con unos y con otros, con sus colegas profesores, de la marcha del Aula Enrique Díez Canedo y la necesidad de apoyos y yo, que me sentía completamente estúpida y fuera de lugar, rompí el hielo diciéndole a Benjamín Prado que en uno de sus poemas había una referencia a mis versos favoritos de Bukowski: oigo incluso / cómo ríen las montañas / arriba y abajo de sus azules laderas / y toda el agua / son sus lágrimas, le recité. Más tarde, escribí de lo que me interesaba: de cómo se pierde el pudor a publicar.

Días después, me lo encontré por la calle. Iba a llamarme o a pasarse por el periódico porque le había gustado mucho lo que había escrito: "Tú lees, ¿no?", me preguntó, pero no era una pregunta. A mí me entró un calorcito por el cuerpo, esa mezcla de vergüenza y orgullo y suficiencia e incredulidad, todo a la vez, que me entra siempre que alguien me elogia.

Antes de eso, yo ya sabía quién era él: años antes, mi hermano Nacho se habia pasado el curso entero hablándome del mejor profesor que ha tenido de literatura que ha tenido jamás y de cómo se lo llevaba en los descansos a hablar de cine y libros, porque los maestros no se limitan sólo a los 50 minutos de aula.

Después se fue a Lisboa. Habían pasado dos o tres años de aquellas charlas, pero Sonia le habló de mí y él se acordaba. Que resultaba extraño que alguien tan joven tuviera tanto horizonte, le dijo.

Fue la primera vez que comencé a creérmelo, aunque nunca me lo haya creído mucho del todo: "Si Ángel Campos Pámpano dice que escribo bien, es que escribo bien". Pasó más tiempo aún y nos vimos en San Vicente de Alcántara, su pueblo, y nos fuimos a cenar y despotricamos.

Yo a Ángel siempre me lo he encontrado en estas cosas: para hablar de libros y entre escritores. Siempre ha pasado mucho tiempo entre un encuentro y otro y lo que me sigue asombrando de eso es que se acordara en todo momento de quién era yo a pesar de los años. La siguiente fue en los Premios Extremadura a la Creación: otro abrazo, Nélida Piñón, Félix Grande, Rosa Regàs. Me dijo que estaba preparando un libro. Le llamé y me lo contó para un programa de cultura que hoy he echado de menos más que nunca.

La última vez que le vi fue en una lectura de Antonio Gamoneda en la Escuela de Arte: "Vengo a entrevistarle, a ver si se deja, porque creo que los medios no le gustan mucho". "Antonio, aquí hay una periodista espectacular -eso dijo de mí- que quiere hablar contigo un rato. Atiéndela, porque es magnífica".

No nos vimos más. Nos escribimos. Su nombre sigue en la primera fila de mis contactos de chat de Gmail. Había descubierto mi blog por un amigo: "Leyendo al Lama, me encontré con una excusa inteligente. Ya ves".

La noticia nos la ha dado Efe. He llamado a Sonia, le he mandado un correo y un mensaje a Miguel Ángel Lama y otro a mi hermano Nacho, que me ha llamado enseguida. He comido sin ganas. Emborrono páginas que colgaré tarde, que es mi mejor manera de llorar. Hemos brindado por él por la noche, con vino de la tierra. Mi hermano ha vuelto a telefonearme, porque estaba triste como todos.

He escrito, también, un texto para finalizar las crónicas que estoy redactando para Ágora. "Sólo sé que le hubiera gustado leer esto, porque yo le gustaba".

No me sale hablar de su poesía, ni del Instituto Español, ni de sus traducciones, ni del reconocimiento internacional, ni de su labor como maestro. Cuento las historias desde mí: lo que me pasó con él, la manera de abrazarme, la forma de hacer que yo creyera. Eso le debo. Se lo debía antes, se lo sigo debiendo ahora que no lo encontraré para hablar de libros, de periodismo, de cultura.


Viene a ser verdad el aire herido
de este doble silencio
que ya no necesita responderse.


Los amigos, y la gente que le quería, han escrito de él: Miguel Ángel Lama, José Manuel Díez, Hilario Jiménez, Javier Figueiredo, Santos Domínguez, Álvaro Valverde, Jordi Doce, Álex Chico, Antonio Rivero, Fernando Valls, Marcos Cantelli, y Sonia y À Toa. Sirva esto, también, como abrazo a todos ellos.


Imagen de Laura Covarsí publicada por el diario Hoy.