XCII
En el Evangelio de Juan (capítulo 20, versículo 24) aparece el episodio de Tomás y su necesidad de pruebas tangibles para creer en la resurrección del nazareno. Tomás no cree si no ve, si no palpa, si no tiene experiencia directa y sin intermediarios de lo que le pasó a Jesús.
Si traemos este suceso a la actualidad tenemos que la gente no aprende en cabeza ajena; aprende por sus propias experiencias. Me refiero, claro está, a la actualidad política que vivimos actualmente. El ciudadano no aprende ni por fe, ni por miedo, ni tampoco por las pataletas ridículas de los perdedores. Estamos, eso creo, ante el evento educativo y de aprendizaje social que nos iba haciendo falta.
Por eso, hay que meter el puño en el costado, retorcerlo, hasta quedar saciados de conocimiento de primera mano. Y luego de meter el puño, que se meta el cuerpo entero y pueda verse por uno mismo lo que hay y lo que no hay dentro. Si es cierto lo que dijeron o es una nueva sarta de mentiras. Que cada uno lo compruebe por sí mismo. Así que a por ello, con saña y denuedo, a meter y a meter, hasta que quedemos exhaustos.
Cambiar la fe por los viejos a la fe por los nuevos es una estupidez gigantesca. También significa que no hemos aprendido nada después de todo lo que llevamos pasado. La credulidad de hoy en día no tendría que depender de la fe sino de los hechos.
Para que nadie pueda decir que no tuvieron la oportunidad, para que nadie diga que no les dejaron, para que nadie diga que se les impidió hacer y deshacer a su antojo. Y, sobre todo, de una vez por todas, nos hacemos responsables de nuestros actos, aguantarse con lo que salga, que somos mayores de edad y no hormigas necesitadas de salvación constante.
Lo dicho, hay que meter en el dedo en la llaga. Y no solo hay que meterlo, una vez dentro hay que retorcerlo y retorcerlo hasta que nos quedemos bien satisfechos.
Tenemos que hacernos mayores de edad y dejar de lado estas estupideces infantiles, esta pose de tragedia constate que no nos ayuda en nada. Nuestra sociedad muestra la extraña combinación de dos distorsiones. La primera es el mesianismo: la constante necesidad de que nos salven de otros. La historia sociopolítica del último siglo es mesianismo puro, en el que un país de menores de edad han clamado al cielo (y últimamente en las redes sociales) para que un Mesías llegue para salvarnos de las garras del malvado de turno. El último es Pablo Iglesias y su partido PODEMOS.
Junto a éste encontramos al milenarismo: el mundo se está acabando, la destrucción se nos viene encima si seguimos así. Vivimos al borde del Apocalipsis constante. La nueva catástrofe la está promoviendo el PP ante los resultados electorales que han acontecido.
Vivimos en la distorsión constante. Y más que un problema de inacción, dejadez o pasotismo de la ciudadanía lo que yo veo es histrionismo social un tanto patético y lastimoso. La tremenda exageración de unos y otros, una hiperbólica necesidad de agigantar nuestras diferencias, de acrecentar los males –mientras se ningunean las semejanzas-, en un frentismo sin misericordia ni reconciliación.
Es alucinante ver lo que pasó ayer sábado 13. Exageración de los que celebraron las investiduras como si hubiera caído el Muro de Berlín o hubieran ganado un Mundial. Exageración de los que no la celebraron como si se hubiera abierto las puertas del Averno y una legión de animas ponzoñosas vinieran a por nosotros para convertirnos en zombies (más o menos lo que le pasó a Jon Snow en el capítulo 8 de la temporada 5).
No estoy a favor del PP. No estoy a favor de PODEMOS. No voto ni a unos ni a otros. Estoy en contra del frentismo, del antagonismo guerracivilista de esta sociedad histriónica que hemos construido. Estoy en contra de que sólo puedan existir dos bandos y haya que afiliarse a uno de ellos por cojones. Me molesta la minoría de edad de muchos conciudadanos que esperan que un Mesías con coleta le salve de las garras de un tío con bigote. Me molesta la minoría de edad de muchos conciudadanos que tienen el miedo en el cuerpo por el supuesto Armagedon que llega con el cambio político. ¿Cómo saber, a priori, que PODEMOS, va destrozar el país? Nadie sabe el futuro. Esto dura 4 años. Si dentro de 4 años resulta que son unos mataos o que no son el grupo de monjes budistas que dicen ser, que se corrompen en su pureza y son tan chungos como los de antes, la gente podrá volver a votar lo que quiera; y se irán por donde vinieron. Pero tiene que ser a posteriori, con los hechos por delante, con el dedo metido en llaga.
¡Por favor! qué trabajo nos cuesta la mesura y el equilibrio. Hay que hacerse mayor, de una vez
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