CON LA IGLESIA HEMOS TOPADO
Conocí una vez a una francesa que me confesaba, un tanto avergonzada,
que en el país vecino la gente se manifiesta por cualquier cosa. Hacía
referencia al cambio de las placas de matrícula, que hizo que las calles
de Marsella se llenasen de gentes descontentas con el diseño de las
chapas. Eran los tiempos del 15 M y yo estaba un tanto venida arriba.
Pero no lo suficiente como para dejar de
decirle a madame que lo de España había sido un tanto inexplicable.
Porque en este país lo más normal es que, caiga lo que caiga, no se
movilice ni Dios.
Y hablando de Dios: tuve durante esa época
ocasión de convivir con la comunidad protestante de la comarca
marsellesa; gentes cultas e inquietas que no se preocupan en absoluto de
si sus pastores y pastoras (y esto no es un giro bisexista de esos que
tanto les gustan a los políticos) están casados, tienen hijos o le dan
al sado. Es más, en el transcurso de un a fiesta pude asistir a un
oficio en que una de las niñas del predicador se acercaba hasta el lugar
en donde él pronunciaba su discurso y le tiraba de la chaqueta. Cosa
que en España es impensable. Lo mismo que que los peques que están de
catequesis correteen por el interior de un templo como les ví hacerlo
por entre las columnas de la imponente catedral de Marsella.
Pero a lo que iba. En el transcurso de la jornada, el oficiante de la
ceremonia quiso conocerme. Me dijeron que quería hablarme y me hicieron
una recomendación: la de no mentir. Me acerqué hasta él, que estaba
sentado sobre el césped, y a su pregunta acerca de mis creencias
religiosas le respondí que no las tengo. Me preguntó por qué y le
contesté que yo había llegado al ateísmo del mismo modo que él al
ejercicio de la teología; esto es, a través de la reflexión. Y ahí se
acabó la historia. No se escandalizó ni quiso convencerme ni amonestó a
mi pareja de entonces (un pastor de la iglesia protestante), ni nadie me
abroncó o me retiró el saludo.
Como debe ser.
La
última vez que me dejé caer por esas latitudes los currantes de dos
cadenas comerciales (Leroy Merlin una y la otra creo que Ikea ) estaban
montando la del pulpo en París con el tema de las aperturas en festivos y
esa famosa teoría con que los insolidarios se lavan la conciencia de
“no os quejéis que seguro que genera puestos de trabajo”. Reclamaban la
regulación de las mismas y se quejaban de la precariedad. Y lo hacían
como se debe hacer; echándose a la calle y colapsando el centro de la
capital. Que los ciudadanos no tienen la culpa, por supuesto, pero
cuando el empresario aprieta y se niega a negociar y el gobierno mira
hacia otro lado pues algo habrá que hacer. Vamos, digo yo.
Saqué de aquellos años una conclusión. Y es el daño que el catolicismo
le ha hecho a España. No la religión en sí, sino su empleo al servicio
del poder. Me di cuenta de que iglesia y evolución no pueden ir unidas.
De que las creencias lastran los avances, y de que solo desde la
libertad se puede llegar a la igualdad y la justicia. Y de que si en
España e Italia estamos como estamos igual la religión tiene que ver.
Con eso y con nuestra manía de quejarnos y de criticar sin hacer nada.
Los cánticos protestantes proceden de marchas revolucionarias; son
ritmos alegres y dinámicos que la gente corea con ganas, mientras que
nuestras canciones de misa son letanías tristes en las que se habla de
muerte, de luto y de pecado. Pecado. Siempre pecado. Todo es malo y
todos somos malos. Ya nacemos malos, sin opción. Y así mal va la cosa.
Poca esperanza queda.
Los protestantes con quienes conviví
(como lo hacen el resto de los integrantes de cada religión, puesto que
en el país vecino el gobierno no financia a las iglesias) mantienen
económicamente sus parroquias. Los pastores que las gestionan tienen sus
trabajos. Las gentes que integran la comunidad se casan o no; y se
divorcian y son homosexuales y tienen parejas a las que pasan una
porrada de años. Y cuentan chistes verdes y se ponen de Ricard hasta las
cejas.
Hace una semana publiqué dos textos: uno hablaba de la
muerte del niño de Almería y otro de las movilizaciones de los
jubilados en defensa de sus pensiones. También compartí un vídeo sobre
pederastia. Rien de rien. Algún comentario, alguna difusión pero nada
reseñable. Pero anteayer toqué la religión y ardió Troya. Cuatro
seguidores menos y una larga cadena de comentarios en los que la gente
no se insulta pero casi. Y todo por mentar ese lucrativo negocio del que
la iglesia católica lleva viviendo más de viente siglos a costa de
vender algo que quizás ni exista. Un negocio que ha costado sangre y
represión. Y que no nos ha llevado a parte alguna. Una imposición que
trata de hacernos creer que el hombre en sí no tiene gran valía, y que
solo es Dios quien da sentido a la vida y a las cosas. Un lastre que
entorpece la libertad de pensamiento y a través del cual, e
independientemente del dios que las gobierne, las diferentes religiones
han sometido, en muchas ocasiones por la fuerza, a una buena parte de
los pueblos del planeta.
Así que yo me aparto. Dimito. Me hago a
un lado. Paso de definirme y ahí os dejo, queridísimos míos, con
vuestras ancestrales tradiciones y mirando el mundo a través de
los diminutos agujeritos del capirote de vuestro disfraz de nazareno.
Feliz Semana Santa.
#SafeCreative Mina Cb