FORMAR PARTE
La miras y da un poco de vértigo. De yuyu
incluso. No sé. De que se pueda desencadenar una megacatástrofe y allí
no quede ni el fotógrafo. Un imprevisto y zas. A la mierda todo en un
instante.
Pero también me hace pensar en la importancia de la
insoportable levedad del ser. Y en cuántos somos. Y en lo que puede
pasar si nos unimos. Como en ese puzzle montado desde el cielo. Si
marchamos a una, tomados de la mano. Y se me enciende una lucecita de
esperanza y pienso que seguimos siendo
muchos. Los buenos digo. Los que queremos vivir con sencillez.
Alegremente y sin dañar a nadie. Sin robar ni matar. Sin imponer y sin
que nadie nos imponga.
Esta imagen es un retrato congelado. Sé que
todos lo son. Congelados digo. Los retratos. Pero este lo es más aún si
cabe. Porque recoge un acontecimiento de corta duración en el que la
alegría es algo visual y hasta tangible. Todos a una. En un mismo lugar y
con igual propósito. Con ropas parecidas que no marcan distancias entre
ricos y pobres. En blanco y rojo y de trapillo. Y con una sonrisa en la
que caben todos los anhelos de la humanidad.
Y nos sentimos parte.
Parte de algo importante a lo que todos estamos invitados y que
convierte la cuidad en una fiesta. Que no sería lo mismo sin nosotros.
Estarían las vacas, la tómbola, los puestos ambulantes y la música. Pero
faltaría lo esencial: Nosotros con nuestro blanco y rojo. Con nuestras
risas y con nuestros gritos. Con nuestros bailes y con nuestros cantos.
Nosotros abrazándonos, viviendo y disfrutando en paz y en armonía.
Porque lo merecemos. Porque en el fondo somos buena gente. Y es por eso
que cada año nos congregamos en ese espacio para formar parte de ese
breve instante en que el tiempo se detiene y la felicidad se convierte
en una obligación.