LA
VÍSPERA
Cerró y
dejó la maleta al lado de la puerta. Se sentó en el sofá y sacó la cámara de
fotos. No tenía ninguna prisa por deshacer el equipaje. Este año no. Pulsó la
opción de presentación automática y fue viendo desfilar las imágenes, una tras
otra: calles populosas, bellos edificios, colosales estatuas… Y cuadros, muchos
cuadros. Porque a ella le encantaba el arte y se había dado el gustazo de pasar
mañanas, días enteros deambulando por galerías y museos sin que nadie le tocase
las narices. Claro que esas fotos, pensó, podía haberlas tomado cualquiera
porque lo que es aparecer, ella no aparecía más que en dos. Y porque se las
había hecho uno de los camareros del hotel, al que, pobre, pareció darle pena
verla tan sola.
El
teléfono sonó: era una de sus amigas que la llamaba para ver si podía recogerla
al día siguiente camino del trabajo; el coche se le había estropeado a la
vuelta… algo de la caja de cambios les dijo el mecánico… En fin, que menos mal
que la aseguradora les había enviado un taxi porque si no ya se veían todas
durmiendo a saber dónde… y eso que ella se adaptaba a cualquier cosa, pero en
fin, a las otras ya las conoces, le dijo, que menudo viajecito me han dado,
no sabes cómo te he echado de menos… Y luego te puedes imaginar, como todos los
años, de la cama a la arena, de la arena al chiringuito y del chiringuito a la
playa, que traía la piel como un pergamino egipcio, el pelo achicharrado y el
hígado como un alfiletero, que le pinchaba por todas partes… Que ya no tenían
veinte años y el cuerpo no estaba para tanta fiesta, pero qué quieres hija, con
el presupuesto que tú te has gastado en una semana en Centroeuropa nos hemos
pegado nosotras un mesecito en la playa como reinas… Que no se puede tener
todo, terminó.
“Vale,
te recojo mañana a las ocho”, le dijo. Y depositó el teléfono sobre la mesita
del salón al tiempo que se sacaba los zapatos y se dejaba caer lánguidamente
sobre el sofá, los ojos cerrados, deambulando aún por esas galerías repletas de
cuadros, de historia, de cultura. Feliz consigo misma y desprovista, por
primera vez en su vida, de esa desagradable sensación de haber perdido el
tiempo miserablemente que la asaltaba cada año al volver de vacaciones.