-Me pasa que, cuando escribo, tengo detrás las ideas, relatos ajenos, visiones propias. Y me voy al carajo. La página se queda en blanco.
Leer, aquí y allá, me da un respiro.-
Eso acabo de comentar, en el blog amigo www.francescbon.blogspot.com. Es algo que pienso mucho y digo poco. Hay una persona que adoro, que piensa que tengo la cabeza sumida en ideas que puedo soltar a manera de buenos párrafos. Bueno, son dos o tres personas, quizá. Y a las dos o tres, aunque de disimulada manera les deje saber que "no estoy dando una" siguen sonriéndome, piensan que bromeo.
Me gusta esa manera de mirarme que tienen. Son positivos y yo no sé bien cómo recompensarlos. Me mantengo maquinando tramas, conjugando verbos, jugando con frases. Lo que se me ocurre por las noches, se vuelve polvo en las mañanas.
No he defraudado a nadie porque nadie conoce la real situación. No he defraudado a nadie porque soy joven y mucho está por llegar.
Remarco la frase por trillada, no por falsa. Yo también manejo mis esperanzas. Me tengo confianza.
Decaigo cuando mis manos no presionan las teclas indicadas.
Tuve mi época donde deboré todos los libros a mi paso. Hoy en casa sólo quedan dos que no he tocado. Ayer o antes de ayer comencé a leer "A sangre fría" de Truman Capote.
Tenía pendiente leer "Fausto", literatura clásica, pero no me encontraba nunca con el ánimo adecuado a pesar de que, en leves rasgos, siento este hastío de hacer todo bien y no encontrar la paz o el gozo que promete la divinidad.
No soy un hombre de fe. En general, tengo un promedio inmenso de faltas contra Dios, las cuales Él o Ella, sí existe, está anotando o despreciando.
No soy católico. Me criaron evangélico. Se llaman a sí mimos Cristianos. Se llaman entre ellos, hermanos. Rechazan al que no es su "hermano" creyéndolo gran pecador. (Estoy despotricando, no? Continuo.)
No me siento parte de estas masas creyentes.
Por supuesto, las respeto. Cada una, se cree más especial que la otra. La lucha eterna por superioridad, por ser únicos.
He procurado encontrarme una personalidad equilibrada, un buen personaje, porque en fin, todos lo somos. Inter actuando en distintos grupos sociales, cambiamos ciertos detalles del comportamiento, para no agredir o ser agredido.
Cabe recalcar que me mantengo fiel a los pocos principios que aún sostengo. Esta moral expirada que uso todavía porque la sociedad me lo exige para convivir en armonía.
Claro, todo esto es hasta que tengas dinero, vueles lejos y no tengas a quién afectar directamente con tu opinión. Yo sigo sin alas.
Me siento preso de una libertad extraña.
Quisiera equivocarme tanto hasta morder el polvo. Dejar esta zona de seguridad.
Tuve mis tiempos de tristeza. No luché, no contradije a la nostalgia. Me dejé tomar y procuré anotar cada sensación. De allí proviene, creo, esta vocación de escritor.
La depresión es prolífica en el escritor.
Cuando se vive un lapso de existencia sin un sentido verdadero, en busca de algo específico y lejano (Rafa Fernández).
Si el texto se alimenta de nostalgia y lejanía, ganas de reencuentro, sentirse fuera del juego de quienes nos importan (Hernán Casciari).
El deseo mal logrado de haber querido ser y no lograr (tantos...)
La soledad.
Mi continua soledad que no sé depurar. Esta ansiedad por tener silencio.
Tengo alegría, y no escribo. Pero alegría superficial, un pequeño espacio de tranquilidad en el rostro que no afecta a mis células. Estoy desgastado. Me siento mal.
Le tengo asco a la gente. Desprecio su irritante hipocresía. Nuestras vidas sin sentido, sus canciones estúpidas. Sus frases repetitivas, su grotesco positivismo.
Quiero escupir al viento e infectar al mundo con esta intensa crisis existencial.
Sólo en extrema oscuridad, sentimos el miedo y, desesperados, creamos el fuego.
Me estoy haciendo viejo con cada día, repudiando estas horas inertes, soleadas, esta música idiotizada, estos idiotas musicales, esta moda, esta superación personal que los vuelve desertores de sus pasiones internadas, de su humanidad.
Yo tengo ganas de destruir el mundo a mis pasos, tengo esta rabia claustrofóbica.
Mis miedos son todos yo.
Y no sé que hacer. No sé qué escribir, o decir.
No sé escribir. Soy un desahuciado. Soy un reprimido. Soy la vida y muerte de la grandeza. La nostalgia con piernas. Mi dolor perenne tras una mirada de niño. Soy lo que no llora y puja por no existir pero está condenado a ser.
Soy frío. Soy malo. Soy lo que oculto ante los que amo y niego a los que desconozco. Soy yo para mí, y mis actos para el mundo son el reflejo de mis tristes decisiones. Porque, al menos, me quedan unos cuantos principios y sinceridad conmigo mismo.
A mí lo que me importa es el sexo.
Música.
Literatura.
Y luego de todo eso, soy.
Una semana ininterrumpida, de sexo libertario, acompañado de un playlist infinito, con pausas para la lectura. Para que me lean, con voz sexy, una depresiva visión del mundo, la esperanza oculta, la pasión destructora y prolongada.
Sólo quiero sexo y dormir.
Quiero escribir.
Me pierdo en mí.
Y esta es la -quizá- exagerada queja de mi vida eterna, de mi tiempo físico, de mi mente creativa, de mi vida aún incompleta.
Esto es lo que tengo para sacar, para gritar, escupir, desgastar, quebrar.
-Entre tus piernas voy a llorar; feliz y triste voy a estar...-
Voy a escribir mi depresión, mi trágica e inviolable nostalgia. La pena que oculto tras la no-profunda alegría que me provocan las miradas que me contemplan esperanzadas, contentas, orgullosas.
Soy mis miedos, pero no mis mentiras.
Soy esta materia palpitante que busca estallar, morir, esparcirse, calar hondo en ti.