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viernes, 17 de febrero de 2012

Lamentos y quejas de la luminosa rutina.

-Me pasa que, cuando escribo, tengo detrás las ideas, relatos ajenos, visiones propias. Y me voy al carajo. La página se queda en blanco.
Leer, aquí y allá, me da un respiro.-

Eso acabo de comentar, en el blog amigo www.francescbon.blogspot.com. Es algo que pienso mucho y digo poco. Hay una persona que adoro, que piensa que tengo la cabeza sumida en ideas que puedo soltar a manera de buenos párrafos. Bueno, son dos o tres personas, quizá. Y a las dos o tres, aunque de disimulada manera les deje saber que "no estoy dando una" siguen sonriéndome, piensan que bromeo.
Me gusta esa manera de mirarme que tienen. Son positivos y yo no sé bien cómo recompensarlos. Me mantengo maquinando tramas, conjugando verbos, jugando con frases. Lo que se me ocurre por las noches, se vuelve polvo en las mañanas.
No he defraudado a nadie porque nadie conoce la real situación. No he defraudado a nadie porque soy joven y mucho está por llegar.
Remarco la frase por trillada, no por falsa. Yo también manejo mis esperanzas. Me tengo confianza.
Decaigo cuando mis manos no presionan las teclas indicadas.
Tuve mi época donde deboré todos los libros a mi paso. Hoy en casa sólo quedan dos que no he tocado. Ayer o antes de ayer comencé a leer "A sangre fría" de Truman Capote.
Tenía pendiente leer "Fausto", literatura clásica, pero no me encontraba nunca con el ánimo adecuado a pesar de que, en leves rasgos, siento este hastío de hacer todo bien y no encontrar la paz o el gozo que promete la divinidad.
No soy un hombre de fe. En general, tengo un promedio inmenso de faltas contra Dios, las cuales Él o Ella, sí existe, está anotando o despreciando.
No soy católico. Me criaron evangélico. Se llaman a sí mimos Cristianos. Se llaman entre ellos, hermanos. Rechazan al que no es su "hermano" creyéndolo gran pecador. (Estoy despotricando, no? Continuo.)
No me siento parte de estas masas creyentes.
Por supuesto, las respeto. Cada una, se cree más especial que la otra. La lucha eterna por superioridad, por ser únicos.
He procurado encontrarme una personalidad equilibrada, un buen personaje, porque en fin, todos lo somos. Inter actuando en  distintos grupos sociales, cambiamos ciertos detalles del comportamiento, para no agredir o ser agredido.
Cabe recalcar que me mantengo fiel a los pocos principios que aún sostengo. Esta moral expirada que uso todavía porque la sociedad me lo exige para convivir en armonía.
Claro, todo esto es hasta que tengas dinero, vueles lejos y no tengas a quién afectar directamente con tu opinión. Yo sigo sin alas.
Me siento preso de una libertad extraña.
Quisiera equivocarme tanto hasta morder el polvo. Dejar esta zona de seguridad.
Tuve mis tiempos de tristeza. No luché, no contradije a la nostalgia. Me dejé tomar y procuré anotar cada sensación. De allí proviene, creo, esta vocación de escritor.
La depresión es prolífica en el escritor.
Cuando se vive un lapso de existencia sin un sentido verdadero, en busca de algo específico y lejano (Rafa Fernández).
Si el texto se alimenta de nostalgia y lejanía, ganas de reencuentro, sentirse fuera del juego de quienes nos importan (Hernán Casciari).
El deseo mal logrado de haber querido ser y no lograr (tantos...)
La soledad.
Mi continua soledad que no sé depurar. Esta ansiedad por tener silencio.
Tengo alegría, y no escribo. Pero alegría superficial, un pequeño espacio de tranquilidad en el rostro que no afecta a mis células. Estoy desgastado. Me siento mal.
Le tengo asco a la gente. Desprecio su irritante hipocresía. Nuestras vidas sin sentido, sus canciones estúpidas. Sus frases repetitivas, su grotesco positivismo.
Quiero escupir al viento e infectar al mundo con esta intensa crisis existencial.
Sólo en extrema oscuridad, sentimos el miedo y, desesperados, creamos el fuego.
Me estoy haciendo viejo con cada día, repudiando estas horas inertes, soleadas, esta música idiotizada, estos idiotas musicales, esta moda, esta superación personal que los vuelve desertores de sus pasiones internadas, de su humanidad.
Yo tengo ganas de destruir el mundo a mis pasos, tengo esta rabia claustrofóbica.
Mis miedos son todos yo.
Y no sé que hacer. No sé qué escribir, o decir.
No sé escribir. Soy un desahuciado. Soy un reprimido. Soy la vida y muerte de la grandeza. La nostalgia con piernas. Mi dolor perenne tras una mirada de niño. Soy lo que no llora y puja por no existir pero está condenado a ser.
Soy frío. Soy malo. Soy lo que oculto ante los que amo y niego a los que desconozco. Soy yo para mí, y mis actos para el mundo son el reflejo de mis tristes decisiones. Porque, al menos, me quedan unos cuantos principios y sinceridad conmigo mismo.
A mí lo que me importa es el sexo.
Música.
Literatura.
Y luego de todo eso, soy.
Una semana ininterrumpida, de sexo libertario, acompañado de un playlist infinito, con pausas para la lectura. Para que me lean, con voz sexy, una depresiva visión del mundo, la esperanza oculta, la pasión destructora y prolongada.
Sólo quiero sexo y dormir.
Quiero escribir.
Me pierdo en mí.
Y esta es la -quizá- exagerada queja de mi vida eterna, de mi tiempo físico, de mi mente creativa, de mi vida aún incompleta.
Esto es lo que tengo para sacar, para gritar, escupir, desgastar, quebrar.
-Entre tus piernas voy a llorar; feliz y triste voy a estar...-
Voy a escribir mi depresión, mi trágica e inviolable nostalgia. La pena que oculto tras la no-profunda alegría que me provocan las miradas que me contemplan esperanzadas, contentas, orgullosas.
Soy mis miedos, pero no mis mentiras.
Soy esta materia palpitante que busca estallar, morir, esparcirse, calar hondo en ti.

lunes, 30 de enero de 2012

Una pequeña historia esperanzadora

En medio de esa gran crisis, no se veía perros hurgar en la basura. El fiel compañero, el mejor amigo del hombre era cazado y se lo encontraba asado, estofado, en hamburguesa o hecho seco. El seco siempre me pareció mejor, pero mucho mejor era el de gato.
Claro, esta moda nos la impusieron los chinos. Con un chifa en cada esquina de Guayaquil la influencia cultural es obvia. Somos sucursal de un montón de países, pero los asiáticos son especiales: adoran nuestro gusto por el chaulafán. Nos lo ofrecen, lo olemos, lo compramos, nos enfermamos y volvemos la siguiente semana por otra porción pero esta vez con guantán incluido y Coca Cola light.
Pero me desvío del tema.
Las gallinas, pollos, chanchos, vacas... todos los animales aprobados por la sociedad para ser consumidos ya no existían. Bueno, no existían para nosotros, los pobres.
Es como si el terremoto hubiera venido a quitarnos el dinero, sólo eso. Abrió grietas en el suelo y, debajo, había imanes gigantes pero que atraían solo monedas y billetes. De paso nos tumbó un par de casas, hoteles, edificios, etc.
Pongámoslo así: el que tiene 100 dólares es un millonario. Seguro que nadie tiene esa cantidad, ya le habrán robado.
Yo no soy de los que saquea, me incomodan las multitudes. Llego luego a recojer unas cuantas sobras; como estoy solo, (solo, solo) bien me alcanza.
Hay que verle el lado positivo, ya necesitaba perder peso. Claro que perder 20 kilos es una exageración.
Además los escombros de mi casa no están tan mal. El cuarto está intacto. Tengo el televisor y el playstation 3 aunque sin electricidad nada es lo mismo.
Hubo un tiempo en que pensé encontrar la solución para salir de este pozo de desesperación y fango en que se sumergieron nuestros corazones, obligados por el temblor y su escalofriante disfraz de parca, que en lugar de matarnos, nos dejó para sufrirlo todo. (Sí, de vez en cuando me da por la poesía).
Decía... Hubo un tiempo en que creí encontrar la solución al problema monetario. Le señalé a mis compatriotas un camino de progreso, una ideología, mezcla de anarquismo, socialismo, capitalismo. Cosas totalmente incompatibles que quise acomodar para que se vean bien y generen algún tipo de cambio. Me sentía un político que no hacía política.
En fin, apunté hacia el futuro. Fue una mala decisión apuntar con el índice en que usaba el anillo de oro. Cabe decir que ya no cuento más con el índice izquierdo. Viéndole el lado positivo, los ladrones mutiladores me combidaron algo de comida y no me dejaron desangrar.
Sin un dedo, sin almohadas en la cama, sólo porque mi familia murió cuando se vino abajo un edificio céntrico que aplastó el auto en que ellos viajaban. Ayer no comí, hoy creo que tampoco lo haré. Es que cambié mis reservas alimentarias por una casi flamante pistola 9 milímetros. Bonita, levemente oxidada. Siempre fui positivo, supe siempre que esta es la que quería y al fin la conseguí. El único problema es que sólo me dieron 4 balas, tendré que aprovecharlas bien.
Podría matar al tipo que encontró ese cachorrito cocker. Se notan sus ganas de comer, nada más viendo la pasión con que le arranca pedazos de carne y las tira en la parrila.
Pero si le disparo tendré que disparar también a su esposa y la hija que está muy enferma. Y no llego -aún- a esos extremos de crueldad.
Escribo esta carta como método de distracción, matar el tiempo. Nunca antes noté que las 24 horas eran tan largas. Tan largas. Pienso tanto mientras veo a los mismos vagabundos pasar por aquí; mientras cuento las piedras que les tiran los niños a las palomas terreras para, quizás, almorzar un caldo con diminutas partes de pechuga. Algo parecido a una deliciosa comida. Una mínima ración. Un plato por el que los niños más grandes golpearán a los pequeños (cómo los entiendo). Cinco chicos de unos 12 años tendrán la suerte de comer, los otros, más tiernos, se quedaran velando. Otros intentarán matar una paloma más. Es que hay que ser positivo en estos casos.
Hay que ser positivo mientras piensas en que esos pequeños se morirán de acá a dos semanas por inanición. "Menos boca, más me toca" dicen unos. Humor negro, cada vez más negro. Cada palabra es oscura. Bocas de gente muerta. Comida para los -por ahora- vivos.
Mantengo la esperanza cuando pienso en que no tengo un dedo, en que estoy sólo porque un edificio cayó sobre el auto que transportaba a mis familiares más cercanos. Cuando veo mi casa destruida y mi cuarto casi intacto. Cuando tengo hambre, cada día más hambre. Tanta hambre que me comería las letras de este texto que escribo, con esperanza. Esperanza.
Esperanza de que alguien me encuentre, luego de que le saque provecho a una de las 4 balas depositándola en alguna parte vital de mi cuerpo.
Si estás leyendo esto, lo más probable es que mi cadáver esté a tu lado. No me uses como asiento, eh! jaja. No te comas mi piel. Y sí lo haces, llama a esos niños que no han comido, esos que morirán, los que no tienen una 9 milímetros para pegarse un maldito tiro y terminar esta vida de mierda que nos queda luego de que un terremoto parte en dos el mundo y me destruye el alma. El terremoto sucedió en mi alma, soy el epicentro.
No les digas, a los pequeños, que se convertirán en caníbales. No les digas nada. O diles cosas alegres, diles que todo mejorará, que traerán ayuda, que esto es un feo sueño. Mienteles mucho para que se mueran pensando que hay un lindo cielo.
Cierra los ojos de mi cuerpo.
Guarda esta carta.
No olvides mi nombre.
Cociname a fuego lento.
Comparteme.
LLevate el arma.
Úsala sabiamente.
Úsala en ti.
Y con la esperanza, con positivismo, de que estaré mejor muerto, me despido.
Suerte.

Atentamente,

Ronny.