sábado, 1 de febrero de 2025
Todo es taaaan raro, tan.... desquiciado...
Una chispa de vida
Por Daniel Link para Perfil
Suena la alarma de las 19:30. Ordenás los papeles en los que trabajabas, apagás la computadora y te servís el whisky que parte en dos el día y la vida. Te entregás a la melancolía, en una silla que da al poniente entre los árboles.
Has estado pensando en cómo tu mundo se achica con los años. Cada vez quedan menos referencias fijas pero, sobre todo, menos testimonios de tu paso por la vida. En los últimos meses, se te fueron queridísimas amigas y amigos respecto de quienes se definía tu lugar. Eso es obvio y ni siquiera te atrevés a repetir el rosario de nombres (Josefina, Sylvia, Sergio, Edgardo, Violeta, Eduardo, Beatriz, Alfredito). Pero también personas que no fueron tus amigas pero formaban parte de tu mundo (Marcelo, Milita, Ilse, Juan José), como mojones de una intersección de caminos, personas con las que trabajaste (Noé) o personas que fundaron espacios que habitaste (Jorge).
Siempre te pareció que era una claudicación decir “en mi época”, como si ésta no fuera la tuya. Pero ahora entendés que la relación con el presente no es sólo una intensidad personal, una voluntad, sino que requiere de una red que, con cada muerte, se desdibuja. Tu época y tu mundo eran esos nombres que te permitían sostener una relación con el presente porque fueron testigos de tu vida o de parte de tu vida. Ahora son un rumor que se va apagando lentamente y algo de vos y de tu mundo muere con ellos. Mientras el sol se hunde bajo su propio peso, pensás en tus amigas jóvenes, el rescoldo que guarda para vos una chispa de futuro.
viernes, 31 de enero de 2025
Después de Nosferatu, la remake más esperada!!!!!
lunes, 27 de enero de 2025
Los recortes del día....
Los recortes del día
Petrópolis
Carta abierta de Gustavo Petro a Donald Trump
Trump, a mí no me gusta mucho viajar a los EEUU, es un poco aburridor, pero confieso que hay cosas meritorias, me gusta ir a los barrios negros de Washington, allí vi una lucha entera en la capital de los EEUU entre negros y latinos con barricadas, que me pareció una pendejada, porque deberían unirse.
Confieso que me gustan Walt Withman y Paul Simon y Noam Chomsky y Miller. Confieso que Sacco y Vanzetti, que tienen mi sangre, en la historia de los EEUU, son memorables y les sigo. Los asesinaron por lideres obreros con la silla eléctrica, los fascistas qué están dentro de EEUU como dentro de mi país
No me gusta, su petróleo, Trump, va a acabar con la especie humana por la codicia. Quizás algún día, junto a un trago de Whisky que acepto, a pesar de mi gastritis, podamos hablar francamente de esto, pero es difícil porque usted me considera una raza inferior y no lo soy, ni ningún colombiano.
Así que si conoce alguien terco, ese soy yo, punto. Puede con su fuerza económica y su soberbia intentar dar un golpe de Estado como hicieron con Allende. Pero yo muero en mi ley, resistí la tortura y lo resisto a usted. No quiero esclavistas al lado de Colombia, ya tuvimos muchos y nos liberamos. Lo que quiero al lado de Colombia, son amantes de la libertad. Si usted no puede acompañarme, yo voy a otros lados. Colombía es el corazón del mundo y usted no lo entendió. Esta es la tierra de las mariposas amarillas, de la belleza de Remedios, pero también de los coroneles Aurelianos Buendía, de los cuales soy uno de ellos, quizás el último.
Me matarás, pero sobreviviré en mi pueblo que es antes del tuyo, en las Américas. Somos pueblos de los vientos, las montañas, del mar Caribe y de la libertad.
A usted no le gusta nuestra libertad, vale. Yo no estrecho mi mano con esclavistas blancos. Estrecho las manos de los blancos libertarios herederos de Lincoln y de los muchachos campesinos negros y blancos de los EEUU, ante cuyas tumbas lloré y recé en un campo de batalla, al que llegué, después de caminar montañas de la toscana italiana y después de salvarme del covid. Ellos son EEUU y ante ellos me arrodillo, ante más nadie.
Túmbeme presidente, y le responderán las Américas y la humanidad.
Colombia ahora deja de mirar el norte, mira al mundo, nuestra sangre viene de la sangre del califato de Córdoba, la civilización en ese entonces, de los latinos romanos del mediterráneo, la civilización de ese entonces, que fundaron la república, la democracia en Atenas; nuestra sangre tiene los resistentes negros convertidos en esclavos por ustedes. En Colombia está el primer territorio libre de América, antes de Washington, de toda la América, allí me cobijo en sus cantos africanos.
Mi tierra es de orfebrería existente en época de los faraones egipcios, y de los primeros artistas del mundo en Chiribiquete.
No nos dominarás nunca. Se opone el guerrero que cabalgaba nuestras tierras, gritando libertad y que se llama Bolívar.
Nuestros pueblos son algo temerosos, algo tímidos, son ingenuos y amables, amantes, pero sabrán ganar el canal de Panamá, que ustedes nos quitaron con violencia. Doscientos héroes de toda Latinoamérica yacen en Bocas del Toro, actual Panamá, antes Colombia, que ustedes asesinaron.
Yo levanto una bandera, y como dijera Gaitán, así quede solo, seguirá enarbolada con la dignidad latinoamericana, que es la dignidad de América, que su bisabuelo no conoció, y el mío sí, señor presidente inmigrante en los EEUU.
Su bloqueo no me asusta, porque Colombia, además de ser el país de la belleza, es el corazón del mundo. Sé que ama la belleza como yo, no la irrespete y le brindará su dulzura.
COLOMBIA, A PARTiR DE HOY , SE ABRE A TODO EL MUNDO, CON LOS BRAZOS ABIERTOS, SOMOS CONSTRUCTORES DE LIBERTAD, VIDA Y HUMANIDAD.
Me informan que usted pone a nuestro fruto del trabajo humano 50% de arancel para entrar a EEUU, yo hago lo mismo.
Que nuestra gente siembre maíz que se descubrió en Colombia y alimente al mundo.
sábado, 25 de enero de 2025
Lo que se llama pop
por Daniel Link para Perfil
Tan temprano te despertaste para ir a hacerte un análisis de sangre que no tuviste tiempo para revisar los diarios. Una amiga te mandó, ya cerca del mediodía, el video de Donald Trump con Village People. No pudiste salir de tu perplejidad, hasta bien entrada la tarde. “¿Qué nos pasó?”, te preguntás.
Participás de una generación que todavía recuerda los grandes momentos de la década del sesenta del siglo pasado. Cuba, desde ya, el nacimiento del pop (como arte, como cultura), “una nueva relación entre la cultura alta y la popular que irrumpió en Estados Unidos a comienzos de los años sesenta, en consciente rivalidad con la canonización del alto modernismo durante las décadas: precedentes” (Andreas Huyssen).
Si bien los análisis de tu amigo Andreas te parecen todavía demasiado europeos, también retenés ese momento en que la alta cultura modernista ingresa a la Casa Blanca de la mano de los Kennedy (incluida Jackie, figura emblemática de aquellos tiempos) como un equivalente de la irrupción de Mercedes Sosa en el folklore argentino.
Robert Frost, Pablo Casals, Malraux y Stravinsky son algunos de los nombres que marcaron el ingreso de la altérrima cultura no sólo a la Casa Blanca, sino a la representación política. Más allá de lamuseificación de las vanguardias (cumplida ya en los cincuenta) y de su incorporación a la cultura industrial a través de la reproducción masiva, el modernismo y las vanguardias venían ahora a jugar un papel en la política exterior de los Estados Unidos (que, no hace falta subrayarlo, alcanzó niveles altísimos de violencia). La clase de arte cuyo propósito explícito había sido siempre resistir la institucionalización se asociaba ahora con las instituciones más imperialistas.
¿Qué quedaba por hacer? Obviamente, reinventar el ethos alternativo, el ethos resistente que reaparecería en los happenings, en el pop, en el arte psicodélico, en el rock pesado y el teatro alternativo de las calles. Mientras Malraux garantizaba un préstamo extraordinario de La Gioconda al presidente de los Estados Unidos (en la Galería Nacional la vieron más de 700.000 personas), la vanguardia pop retuvo su filo y su negatividad en proximidad con la cultura de confrontación de los sesenta que, lo quieras o no, te constituyen.
Más de sesenta años después, el nuevo presidente de los Estados Unidos baila como un muñeco desarticulado mientras los restos vivientes de Village People intentan reproducir una coreografía que todo el mundo sabe y repetir una letra que todo el mundo entiende como lo que es, salvo el único sobreviviente cisetero de la formación original, que amenaza con mandar a juicio a cualquier que se refiriera a “YMCA como un himno gay”.
Podrías detenerte en la paradoja de que un gobierno de oligarcas homofóbicos se rodee de estereotipos del deseo homosexual vestidos con chaps, pero te parece que esa batalla ya no te corresponde darla.
Eso sí, quisieras pensar en la distancia entre Stravinsky y Village People como participantes del poder absoluto (Virgilio, más allá de su innegable talento, tuvo el patrocinio del primer protofascista, Octavio Augusto, a quien los sedicentes emperadores del presente intentan replicar).
En un texto que este año cumple cien años, Ortega y Gasset había advertido que el modernismo produce dos especies diferenciadas de seres humanos, como quien dijera Cromagnon vs. Neandertal. Los primeros tuvieron arte; los segundos, no. Los primeros se comieron a los segundos y sobrevivieron, pensás.
Lo que la patética fiesta de Trump ofrecía como evidencia es el ascenso al poder de una especie humana diferente de la tuya, cuya única razón es la fuerza y que no pudiendo comprender ni el arte ni las humanidades, pretende destruir esas esferas para siempre deshumanizando la vida, reemplazando el arte (en cualquiera de sus variantes) por una pacotilla industrial reciclada hasta el vómito.
Esa ignorancia llevada al registro de la jactancia tal vez sea el signo de la actual coyuntura. Sea.
Pero es de una gravedad insoslayable que todo conduzca a la celebración de la ignorancia, a la falsificación de la historia, y la imposición de un ideario deshumanizante. Si en los sesenta la propuesta de un nuevo arte fue, en consecuencia, un ataque a las instituciones sociales hegemónicas, seguirás sosteniendo ese ethos y sólo repetirás la coreografía de Village People dentro del armario al que te condenan.
jueves, 23 de enero de 2025
Abrimos con orgullo la temporada de premios
Des-preciado
Odiar a Audiard
por Daniel Link para Revista Ñ
El intelectual burgués (porque nació en Burgos, España) escribe desde la sede parisina donde se ha instalado un brulote contra Emilia Pérez fundado en las peores escolásticas: la escolástica identitaria y la escolástica realista-representacional. El tonito de Preciado en “Emilia Pérez contra Jacques Audiard” (publicado primero en Libé y luego en Babelia (afortunadamente, el texto está disponible a través de atajos que burlan la suscripción) es simpático por su violencia discursiva. Lamentablemente, los fundamentos teóricos en los que reposa su lectura son tan anticuados, que ha arrastrado a sus fieles (entre las que me cuento: retengan el las, que es el plural inclusivo que yo uso) a la pregunta: “¿Qué le pasó?”.
El propósito declarado del intelectual burgués es “quemar los Oscar y a salvar a Emilia, a todas las Emilias de México, de la violencia de la industria cinematográfica”. ¿En qué radica la violencia de Emilia Pérez? “Audiard instrumentaliza una representación fóbica de los hombres mexicanos y de las mujeres trans, haciendo de los primeros brutales asesinos, y de las segundas, impostoras que buscan deshacerse de la culpa de sus crímenes convirtiéndose en mujeres y pagando (en el doble sentido de pagar por las operaciones y de ser asesinadas) por ello. Y pongamos música a todo esto y bailemos, porque el Sur y las travestis están ahí para la fiesta: para asegurar que el norte y los hombres binarios obtienen con ellas un excedente de placer barato”.
La descripción es excesiva y torcida. Audiard cuenta la historia de un personaje excepcional (fuera de norma) y es arbitrario deducir que esa vida tipifica todas las vidas. Preciado (que en su momento superpuso su propia vida al Orlando de Virginia Woof para imaginar el documental Orlando, ma biographie politique, muy tibiamente recibido por la prensa especializada pero también por la comunidad trans) piensa la película en la estela del realismo. En su momento, Lukács se cuidó muy bien de identificar las narraciones que se apartan de lo típico con el realismo (lo típico es universalizable y permite construir lo social como totalidad). Pero es imposible considerar a Emilia Pérez una película realista o un artefacto que "represente" lo mexicano (como tampoco lo hacen el Chavo del 8, o Frida Kahlo). No sólo porque el film es un musical, sino porque elige deliberadamente el esquematismo formal (incluso: la caricatura) y los escenarios abstractos como índice de que nada de lo que se dice y se canta funciona necesariamente como un juicio de realidad. En diálogo con Audiard el director Guillermo del Toro señaló que él, como mexicano, adora el melodrama y la telenovela y elogió la visión de México propuesta por Audiard, "hipnótica y hermosa tonalmente".
Preciado, que no ha crecido bajo el influjo del “¡Maldita lisiada!” (que nadie sostendría como un veredicto social) sólo es capaz de registrar una “Amalgama polisémica cargada de racismo y transfobia, exotismo antilatino y binarismo melodramático” para concluir que Emilia Pérez “refuerza de este modo la narrativa colonial y patologizante no sólo de la transición de género, sino también de la cultura mexicana” (de paso, la “polisemia” quedó sepultada por tantos predicados monológicos).
Ese juicio supone, primero, que las imágenes cinematográficas “representan” a la realidad (en un mundo en que ya ni siquiera hay partidos que “representen” a sus votantes) y no que son, como se sabe desde hace décadas, simulacros (Baudrillard) o “sólo imágenes” (Godard).
Segunda escolástica, y ésta es tal vez más grave, el postulado identitario, revelado por un juicio como “Con Emilia Pérez, Audiard se aventura en un género, un cuerpo y un territorio político con los que no está familiarizado”. Desde la perspectiva parisina de Preciado, sólo se puede hablar de aquello de lo cual (como Narciso) nos enamoramos: nuestra propia imagen.
¿No tiene derecho cualquiera de nosotras a explorar un territorio desconocido, lo que se llama “experimentar”, sobre todo para violentar el propio pensamiento?
Preciado es inconmovible (hay en el film canciones muy conmovedoras) y le cuesta regalar los elogios que su propia película no recibió. Tiene derecho a arrastrar una película por cualquier lodazal, pero no a formular juicios sobre las espectadoras que no comparten su punto de vista. Si al ver Emilia Pérez “nos hundimos en un parque temático kitsch transmexicano diseñado para confortar al espectador blanco y binario”, ¿no está formulando un juicio estético anacrónico (el kitsch es malo) y sosteniendo un prejuicio ético (si te gusta Emilia Pérez, sos blanco y binario)?
Podemos entender que se lea Emilia Pérez como una afirmación política con la cual se puede acordar o no, pero no que se le conteste con una afirmación retrógada, fundada en un rancio trascendentalismo. Una cosa es el lenguaje revolucionario, otra cosa es un tweet largo.
El veredicto de que sólo una persona trans tiene derecho a sostener un discurso sobre lo trans vulnera la condición de la conversación social. El principio de que un personaje y una historia son el emblema de todas las personas y todas las historias es metafísico.
Chau, querida
Milita Molina (1951-2025)
Los recortes del día: ¿por qué no lo habrán llamado Skynet?
martes, 21 de enero de 2025
El amo saluda a su perro antes de salir a cazar y le dice "good boy" cuando ve cómo mueve la cola...
lunes, 20 de enero de 2025
Pronto en los mejores armarios de libros...
sábado, 18 de enero de 2025
Milei es el pasado
por Fernando Rosso para Perfil
Milei es el pasado. Puro arcaísmo disfrazado de último grito. La afirmación muy extendida que asegura que el proyecto libertariano y los movimientos de extrema derecha, en general, se apropiaron de una idea de futuro y la hicieron creíble es esencialmente falsa.
El historiador italiano Enzo Traverso considera que el gran problema del mundo contemporáneo es la ausencia de futuridad porque el presentismo es el verdadero régimen de historicidad del siglo XXI. Una especie de tiempo sin tiempo, despojado de futuro, comprimido en la jaula asfixiante del presente.
Es una dificultad de todos, también de la derecha radical que es incapaz de elaborar cualquier proyección utópica hacia el porvenir. Utópica no en el sentido de irrealizable, sino como un sueño dirigido. En este aspecto –como en tantos otros– la derecha radical es menos que el fascismo clásico que tenía una idea de futuro con sus mitos de hombre nuevo, la creación de una civilización, de una lengua y de una nueva nación. Un conjunto de leyendas que eran su manera de pensar el futuro.
Las derechas actuales, por el contrario, son extremadamente conservadoras. Se paran de espaldas al futuro. Es más, le tienen miedo porque lo consideran una amenaza que los intimida. Por esa razón hay que retornar a los valores tradicionales, a la defensa de la familia, restaurar las identidades perdidas, las antiguas jerarquías y reponer un viejo orden que nunca existió.
Los eslóganes que agitan las extremas derechas ponen en evidencia esta característica central de su ecléctica ideología: la vuelta a los tiempos de la Reconquista que proclama la formación Vox en España, aquel período (¡711-1492!) en el que los reinos cristianos del norte de la Península Ibérica lucharon por recuperar el control del territorio que estaba bajo el dominio del “moro invasor”. El Make America great again de Donald Trump (reescribiendo aquel rancio lema que patentó Ronald Reagan en la campaña electoral de 1980) o el Let’s take back control que la ultraderecha británica publicitó para su militancia a favor del Brexit.
El pasado representa su perfecto ideal: en el “inicio de los tiempos” habitaba el verdadero ser histórico, tanto en el sentido moral (la época de los valores “genuinos”), como también ontológico: el ser auténtico hay que rastrearlo en el pasado y depurarlo de la “degeneración” impuesta por una temporalidad que lo degradó al extremo hasta hacerlo irreconocible.
Para Javier Milei los años dorados del pasado argentino se ubican en el país oligárquico de fines del siglo XIX y principios del siglo XX (sobre todo, previo a 1916): el paraíso terrateniente. “Para principios del siglo XX –afirmó en uno de sus discursos– éramos el faro de luz de Occidente. Lamentablemente, nuestra dirigencia decidió abandonar el modelo que nos había hecho ricos y abrazaron las ideas empobrecedoras del colectivismo”.
El período reivindicado por el presidente argentino fue la época en la que, según afirmó Juan Bautista Alberdi en sus Escritos económicos, no había sultanes en Sudamérica porque sobraban “demócratas más despóticos que ellos”.
Además de una economía primarizada (¿puede haber algo más reaccionario y retrasado que eso?) postula la expulsión de las masas de una mínima ciudadanía social o económica. Exclusión que viene teniendo lugar desde hace tiempo, digamos todo, pero que Milei quiere elevar a una fase superior.
En la “batalla cultural” promueve el retorno a un orden patriarcal, tradicionalista, jerárquico, represivo, segregacionista, xenófobo y discriminador. Un museo de antiguas novedades con todo el pasado por delante.
A personajes como Nicolás Márquez o el “Gordo” Dan –rabiosos portavoces mediáticos del proyecto libertariano en la jungla digital– les cabe un parafraseo de aquel potente cross a la mandíbula que el “Flaco” Menotti le aplicó alguna vez a José Luis Chilavert: habría que pasearlos por todas las escuelas para que los niños y las niñas puedan ver en vivo y en directo cómo era el hombre hace 400 millones de años.
La alianza de las derechas radicales con los grandes monopolios tecnológicos (Big Tech) que tienen el control del algoritmo puede dar la idea de que miran hacia el futuro. Sin embargo, hay un núcleo de verdad en las controversiales tesis que postulan que ese laberíntico universo digital tiene una lógica “tecno-feudal” o que esas empresas no escapan a la dinámica de un capitalismo en decadencia. Además, sabemos desde hace un tiempo largo que así como “no hay documento de cultura que no sea al mismo tiempo un documento de barbarie”; no hay tecnología avanzada que a la vez no pueda transformarse en un factor de formidable atraso.
El discurso que amalgama el último grito de un mundo hípertecnologizado con el retorno a un pasado “glorioso” pudo haber cautivado a ciertas franjas juveniles hartas de una crisis eterna y un presente insoportable.
En sus memorias recientemente publicadas (Antes que nada, Random House, 2023), Martín Caparrós compara a las juventudes de los años 60 y 70 del siglo pasado y sus aspiraciones emancipatorias con las actuales y sentencia que aquellas querían “construir todo lo contrario de lo de sus mayores”, mientras que hoy pretenden “recuperar lo que sus mayores arruinaron”; antes se buscaba “inventar un orden nuevo”, ahora “se quiere rescatar uno antiguo, ilusorio”. Pero esta ilusión (el adjetivo de Caparrós es preciso) no es sinónimo de un proyecto real, posible o deseable. Cuando las nuevas generaciones comiencen a construir verdaderamente un futuro tendrán al libertarianismo en la vereda de enfrente o lo dejarán arrumbarse tras sus espaldas en el basurero de la historia.
Podemos reformular el famoso adagio de Frederic Jameson y afirmar que hoy es más fácil imaginar el fin del mundo, que a la derecha radical diseñando un proyecto de futuro.
Dormir al sol
Por Daniel Link para Perfil
Te despertás una mañana y ya es 15 de enero. Medio mes de un año nuevo ha pasado y todavía no has experimentado ninguno de los cambios que planeabas, salvo un leve dolor en la rodilla que seguramente será el tema del próximo quinquenio (en los genes rotos de tu familia corren ríos de artritis). Siempre criticaste el modo en que el calendario gregoriano escandía el año solar. Te parecía absurdo que, en Europa, el comienzo de cada año cayera en pleno invierno y las vacaciones, que parten el año en dos, en la mitad del calendario. Los años escolares y académicos, en el Norte, se designan con dos cifras (por ejemplo: 2024-2025). Pero esa complicación nominal en verdad permite un mayor compromiso con lo que vendrá o lo que queremos que venga. Entre nosotras, los años empiezan con las vacaciones, que son o deberían ser el período del nada hacer, del libre caminar sin destino prefijado, del existir apenas, dulcemente. ¿Cómo habrías de planificar tu año en ese contexto ya no de incertidumbre sino de deliberadas suspensiones del juicio?
Los del Norte empiezan el año a todo trapo, encerrados en sus gabinetes de trabajo porque el frío exterior quiebra los huesos, te mandan resoluciones, te llaman para que organices workshops, te reclaman respuestas. Y vos les contestás: por ahora no podemos hacer nada, nadie hay en ninguna oficina. Y es cierto.
Te desperezás, regás las plantas. Acompañás el ritmo solar tratando de que lo que vive no se muera, apenas eso, que no es poco. Vos también esperás respuestas que no llegan. Porque nadie hay en ninguna oficina y tu propio gabinete hierve como una burbuja de lava. “No se puede”, pensás, “desplegar propósitos nuevos en esta época”. Mejor esperar a marzo, cuando el vértigo del año ya se haya condensado en nueve meses. En marzo parirás tu nuevo año o, tal vez, dejes para más adelante los grandes proyectos porque la urgencia de la hora te obliga a cumplir con las tareas diarias que se acumularon entre enero y marzo. Después de todo, ¿qué importancia tiene el calendario? ¿No sería mejor esperar a cumplir años? Te sentás a planear el momento adecuado. Después de todo, no se pueden forzar las situaciones y las decisiones. Todo te llegará en su momento.
sábado, 11 de enero de 2025
Fumata bianca
Por Daniel Link para Perfil
¿Viste que hay preguntas que te erizan los pelos de la nuca, no importa quién te las formule? Una de ellas es: “¿Viste tal película?” Uno ya sabe lo que viene: la película es genial y quedamos en el umbral de la boludez total por no haberla visto todavía. Peor todavía es cuando viene con el agregado “¿Viste tal película? ¡Te va a encantar!” porque presupone que una no la vio y, además, quien se atribuye tal saber sobre los gustos propios inmediatamente nos predispone mal para ver ese hipotético encantamiento cinematográfico.
Antes discutía o me rebelaba ante la conminación: “No, no voy a ver esa película nunca, viola una de mis reglas cinematográficas”. Ahora prefiero el contra-ataque. Veo una película secretamente. Cuando alguien me pregunta sobre otra, pongo la mía ante sus narices atónitas.
Hace unos días, sobre el final del año, un reputado crítico académico de cine me escribió: “Ayer vi Queer de Guadagnino. La vieron? Me encantó”. No podía decirle que no iba a ver la película, porque Daniel Craig es objeto de una regla cinematográfica dorada: veo todas las películas en las que actua, al menos desde 1998, cuando se desnudaba para un Francis Bacon encarnado por Derek Jacobi en Love Is the Devil.
Así que le escribí “NO” (con mayúsculas de irritación) y de inmediato contra-ataqué: “Oime, sabelotoda. ¿Viste Emilia Pérez?”. Me contestó: “No, ¿vale la pena?” (tenía prejuicios contra la película, como casi todas las personas que me rodean). Le dije: “Sin palabras. Es un más allá del cine conocido”. El cierre me sublevó: “La voy a ver y después te digo”. ¡Como si su opinión calificada avalada por un título de Doctor pudiera modificar mi propio juicio!
Yo no te voy a recomendar que veas Emilia Pérez para no caer en contradicción y además porque de eso se encarga Hollywood (acaba de ganar varios Golden Globes). Sólo diré que tiene varias canciones muy, pero muy, conmovedoras.
Eso sí, tratá de tener siempre a mano una respuesta contundente para no quedar como una persona que da la espalda a las carteleras. ¿Viste Wicked? La encontré estúpida e indignante. ¿Viste la de los Papas? Está bien, pero no es para tanto. Además, no tuvieron en cuenta la rosca de Francisco, que ya dejó la sucesión lista.
jueves, 9 de enero de 2025
Los recortes del día
Disparates de una cátedra situada en París publicados para que lean sólo suscriptores blancos, europeos y que asienten desde sus terrazas, con una cerveza en la mano.