lunes, 9 de diciembre de 2013

La maldición y el mal-decir*

Nosotros maldecimos y execramos a Baruch de Spinoza (…) que sea maldito en el día, que sea maldito en la noche, que sea maldito cuando duerme y cuando esté despierto(...). Quiera el Eterno jamás perdonarlo (…), que su nombre sea borrado de este mundo para siempre.
Sus jueces

            Maldecir,  imprecar, desear el mal. Pronunciar un nombre en el mal. Es un deseo intenso de producir daño.   Se desarrolla  en los antiguos mitos, hay una caída por alguna razón misteriosa y una consiguiente maldición. Maldito sea el suelo por tu causa (…) espinas y abrojos te producirá. No podemos dejar de pensar en las maldiciones de los profetas, de parte de Dios, como emisarios de Dios Padre, el Sin Nombre, el Yo Soy el que Soy. En Kierkegaard, maldecido por su padre, llevado a un lugar  especial para ser maldecido.  En Edipo que, en vez de preguntar como el salmista Dios mío, por qué me has abandonado, a los dioses o al Hado,  maldice a su hijo y es figura de esa maldición transmitida desde el origen.
La maldición parece unida al padre (¿Dios Padre?). Es el que bendice cada día  (la bendición es transferencia de fuerza,  santificación, hacer santo por la palabra, lo más elevado de la energía cósmica, por tanto maldecir es quitar fuerzas, demonizar) y

el que tiene el poder de maldecir  en nombre de la Ley o como representante de la Ley, como Ley encarnada. 
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Las ideas de Freud son ya demasiado conocidas: la matanza y el canibalismo de un padre mítico han producido la suprema maldición: esa culpa que siente todo hombre en el origen. Ese padre mítico tal vez hubiera maldecido a su estirpe. Con el objeto de vivir en paz  los hermanos victoriosos renunciaron a las mujeres por las que habían asesinado al padre y decidieron la exogamia.

El Redentor tal vez hubiera sido el caudillo y por ello el sacrificio expiatorio. En la comunión se reproduce el banquete totémico. Para Freud el “vosotros habéis asesinado a Dios” como maldición a los judíos, debe entenderse como “Vosotros no queréis admitir  que habéis asesinado a Dios”.

*De "La maldición de la literatura". 
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