hoy me llamo ana. cuento que limpio la cocina. que todo el
tiempo estoy limpiando la cocina porque nunca termino de hacerlo.
al igual que que yo, ana no pone cortinas en su casa porque a
pesar de tener la necesidad desesperada de echar raíces en algún lugar, siempre
está queriendo irse.
colocar cortinas no es elegir una tela que combine, ni tomar
las medidas para mandar a confeccionarlas. implica sentir que finalmente vamos a quedarnos: que el lugar es acá. nos da miedo sentir un acá.
ana vuelve a la cocina y limpia las paredes hasta donde le
da la altura. nunca va a poder verla impecable entonces,
descansa. lee un poema de García Casado que dice “mi vida
sin ti es un asco”.
ana parafrasea “mi casa sin ti es un asco”, y extranjeriza
su lenguaje únicamente para traducir su cotidianeidad: ayer dejé las bragas
húmedas en el fregadero. la lámpara de la sala se ha caído aunque no del todo:
se balancea con el viento y está sostenida sólo por la cinta adhesiva que ha
colocado el encargado meses atrás. aún no logro desempacar la maleta y mi mesa
de noche está repleta de tazas vacías con restos de café con leche: mi casa es
un asco sin ti.
las dos miramos a la gata que está recostada sobre una bolsa
que apareció en el suelo del living. desde acá podemos ver su herida. ella vive
su herida sin tener expectativas del desenlace: en estos días un veterinario la
diagnosticará y luego dictaminará el tratamiento indicado. en un mes a más
tardar, la veremos sobre lo que encuentre tirado en el piso
curada.
ana me pregunta si yo sé cuál es nuestra herida y no, la verdad que no.
ana se echa en el sillón a llorar desconsolada.
yo no me acerco. no sabría qué decirle y hace demasiado
calor como para calmarnos.
la dejo
me voy a la cama. veo que la mesa de luz está llena de tazas
con restos de café con leche que acumulé a lo largo de la semana. mi casa está hecha
un verdadero asco.
agarro el libro de García Casado. leo: estar en las afueras/
también es estar dentro.