Con cierto retraso, aunque con
dicha, leo Hombres
felices de Felipe R. Navarro y digo
con dicha porque, aun después de haberlo terminado hace unos cuantos días,
siguen sus relatos persiguiéndome.
Aunque el título presupone que
nos vamos a encontrar con una cierta cantidad de felicidad en el libro, no es
así. Los hombres de estos relatos no son muy felices, que digamos, aunque una
de las citas “Nadie es feliz aquí, pero disimulamos muy bien” escrita por
Manuel Vilas nos aproxima a la realidad.
Hay dieciocho relatos en el
libro. Relatos en los que el autor nos hace partícipes de la vida de sus
protagonistas. Los observamos y seguimos a través de sus palabras, aunque puede
que sea una excusa para que nos observemos a nosotros mismos, a nuestra
soledad, a nuestros fantasmas, a las quimeras que perseguimos, a las distintas
maneras de sobrellevar el fracaso sin dejar de lado el humor irónico como
sucede en Un modelo o Let´s talk about the weather.
Desde el inicio de cada cuento,
unos inicios magníficos, que me producen una envidia absoluta, que he subrayado
por el placer de leerlos de nuevo, de aprender cómo se construye una trama que
nunca sabes dónde va a desembocar, por el manejo de la digresión, por el
lenguaje preciso, por lo que se esconde en cada uno de ellos, desde la soledad,
hasta el Alzheimer, o la amistad, o las ansias de libertad, hasta el final son
una razón para seguir leyéndolos.
Algunos de los relatos son
metaliterarios, como es el caso de La modificación
sustancial de las condiciones de trabajo. En él, en voz de mujer, la
seguimos y nos hacemos eco de sus pensamientos y de sus pasos, como si fuéramos
sobre su hombro.
Me ha gustado mucho Amarillo limón, Tarde de circo, Te diré cómo
lo haremos o Hacia dónde abre una ventana.
He tardado, pero he llegado. Hombres
felices me ha parecido un gran libro, donde la riqueza del lenguaje es lo más
importante, donde he encontrado otra manera de contar, una originalidad propia.
En resumen, una felicidad de lectura.