- Los poetas también - añadió Ricardo Murga - saben transformar las cosas. Posan sus ojos en el mundo y lo absorben como un brebaje. Cuando empiezan a hablar, ya nada es igual. Es una forma de encantamiento. Yo intento ver cada día el mundo con esos ojos. Es lo que me salva.
Paolo, semidormido, murmuró:
- Yo también sé leer...
- Te dejaré libros - le prometió Ricardo.
A través de sus pesados párpados, Paolo atisbaba los volúmenes apilados en la biblioteca. ¡Había tantos! ¿Bastaría una vida entera para descifrar esos millones de palabras? No podía creer que aquel hombre tan viejo los hubiera leído todos, a no ser que fuera un mago de verdad, lo cual era perfectamente posible.
***
Sigo leyendo Las lágrimas del asesino.
Y ustedes, conmigo.
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14 junio 2013
10 junio 2013
Extraño y relajante
Mientras el pollo comenzaba a tostarse en el asador y su aroma se expandía por la casa, Luis se puso a leer. Ángel fue a colocarse delante de la ventana con las manos en los bolsillos, escuchando el crepitar de las palabras al tiempo que lo hacían el fuego y la grasa del animal, que goteaba sobre las brasas. La historia hablaba de navegantes de tiempos remotos arrojados a tierra como haces de algas, ebrios por haber visto morir a tantos hombre en medio de las tempestades. También hablaba de la naturaleza y del corazón, con sencillez y valor. Y viendo golpear la lluvia contra los cristales, Ángel se dejaba mecer por las palabras de los poemas, sorprendido de comprenderlas sin esfuerzo. Estas palabras se abrían paso en su estrecho cerebro; eran como un agua poderosa que regaba su cuerpo, empujando poco a poco las piedrecitas y los pedazos de tierra, como cuando regaba el huerto. Era extraño y relajante.
Desde aquel día, el niño y los dos hombres vivieron juntos en la casa. Todas las tardes, Luis abría el libro y leía en voz alta entre los vapores de la sopa. Todas las noches, Ángel se colocaba ante la ventana para que los otros dos no vieran sus lágrimas, las lágrimas que humedecían sus ojos de asesino.
***
Las lágrimas del asesino, de Anne-Laure Bondoux.
[Si es que cuando tanta gente tan de fiar habla tan bien de un libro...]
Desde aquel día, el niño y los dos hombres vivieron juntos en la casa. Todas las tardes, Luis abría el libro y leía en voz alta entre los vapores de la sopa. Todas las noches, Ángel se colocaba ante la ventana para que los otros dos no vieran sus lágrimas, las lágrimas que humedecían sus ojos de asesino.
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Las lágrimas del asesino, de Anne-Laure Bondoux.
[Si es que cuando tanta gente tan de fiar habla tan bien de un libro...]
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