Atravesaba las nubes con sus alas
extendidas, el gris de sus plumas superiores se confundía con el turbio color
del cielo. Su pico bañado en rojo rozaba la banderola del mástil central, que
por su insignia denotaba que se trataba de un navío español. Cuando cayó el
primer rayo y la lluvia comenzó a brotar con fuerza aquella gaviota asustada
bajó el vuelo zigzagueando entre los mástiles como si de un juego se tratase.
Con su vista posada sobre la cubierta viajaba de la proa a la popa observando
el gran algarabío de los marineros. Gritos y ordenes, hombres corriendo de un
lado a otro, botas encharcadas y manos agrietadas. Batalla continua con las
amarras que intentaban controlar unas agitadas velas que parecían bailar al son
del ritmo del viento. Carreras infinitas de barriles cargados de pólvora
acompañadas de algún que otro resbalón propiciados por unos pies más bien
torpes y una madera resbaladiza. Un aura de nerviosismo invadía el ambiente
ante la tormenta que se avecinaba sobre aquella tripulación. El ave esquivó al
capitán que agarraba el timón con fuerza y siguió descendiendo por el costado
de estribor hasta posarse sobre uno de los ventanucos laterales, el que daba al
almacén de aquel galeón. Desvió su ojo derecho hacia el interior y miró con
atención a los cuatro jóvenes que allí había. Al contrario que el resto ellos
parecían despreocupados en sus labores.
El más alto y desgarbado fregaba el
suelo, absorto en sus pensamientos, recordando todas las historias de aventuras
en la mar que su padre le relataba por las noches, historias que Joaquín
ansiaba vivir al igual que su padre hizo antes que él, aunque por ahora
únicamente podía conformarse con hacer brillar los suelos de maderos astillados
del dichoso almacén. Su cuerpo delgado, con esos brazos donde cualquier camisa
es holgada le apartaba de la acción y las armas relegándole a las bodegas para faenas de limpieza, pues aun
a pesar de su valentía, que no era poca, ningún oficial confiaba en que aquel
muchacho fuera capaz de sostener una espada o un mosquete en un enfrentamiento
real. Aun así, Joaquín… de pelo castaño ondulado, ojos brillantes como la miel,
rostro áspero por una barba incipiente, con su camisa ancha, sus botas altas y
su cinturón bien apretado nunca perdía la esperanza de algún día demostrar su
valía en batalla. No era de extrañar pues que cuando su fregona chocó por
casualidad con la del compañero a su derecha fuera la excusa perfecta para que
diese comienzo su juego favorito.
-¿Osáis atacarme por la espalda
viejo bribón? –pronunció con sonrisa ladeada y mirada de pillo.
-Cómo os tengo que decir que yo no
soy viejo, que es la calvicie que me hace más recio –respondió un hombre de
amplio pecho y espalda, fuertes brazos y cabezón redondo y pelado.
-No os creo, no hay joven en este
mundo con tan poco pelo.
-Y dale otra vez, si no alcanzo ni
los treinta, y bien lo sabéis, pero es esta herencia que me ha tocado, y no
quiero ni una burla más de vuestras mercedes, y eso va para todos. –refunfuñó
mirando en circulo a los demás que ya comenzaban a reír.
-Callad de una vez y preparaos para
el combate –le dijo Joaquín haciendo chocar de nuevo sus fregonas a modo de
sables afilados -,¡demostradme de que estáis hecho! ¿o es que tenéis miedo?
-¿Miedo de ti lagartija? –ya
comenzaba a seguirle el juego –más tendríais que comer para a mi asustarme, no
sabéis con quien estáis hablando.
-Decidme vuestro nombre y lo sabré,
pero primero deberíais tener más precaución, pues ese a quien llamáis lagartija
no es otro que el gran Joaquín De Tomás, ilustre comandante de toda la armada
española –y no lo decía por decir, pues para Joaquín no había mayor sueño que
alcanzar un rango como ese–. Decidme viejo pirata ¿Con quién me enfrento?
-¿Por qué yo siempre tengo que ser
el pirata? –replicaba el grandullón.
-Vamos no pares, ¿qué importa eso
ahora?
-Está bien, está bien… -y poniendo
una voz grave prosiguió -Yo soy aquel al que más temen en toda la costa
mediterránea, Rafael Argüijo, el pirata más bravo, a la vez que guapo… y joven
–ninguno pudo contenerse la risa -, que armado solo con su sable ha hundido a
más de un centenar de naves.
Y se abalanzó sobre su adversario,
que con un movimiento ágil se escurría entre sus enormes brazos para colocarse
detrás de él y arrearle un puntapié en el trasero
–Te voy a borrar esa sonrisa
–declaró Rafael volviendo a acometer.
Uno, dos y tres choches de fregona.
Joaquín se subió a unos viejos barriles de un brinco intentando alejarse. Puede
que Rafael no fuera demasiado habilidoso, pero soportar tres de sus fuertes
golpes no era tarea fácil.
Tras de ellos, otros dos mozos se divertían viendo
el espectáculo. El primero con mirada burlona y una ceja más alta que la otra
– ¡Arréale bien Rafael! a ver si se
deja de tontás de una vez por todas
–Exclamó mientras acicalaba su larga melena azabache. Era un joven esbelto, con
buen mentón y fino bigote puntiagudo cuyos gestos de las manos al pronunciar
palabra le descubrían como un mozo de buena familia.
A su derecha aposentándose con su
enorme panza sobre un barril le propinaba sutiles codazos el último de los
jóvenes que había en aquel andrajoso almacén
-Eso, eso Rafael, dale en el melón
a ese borinot.
-¿Pero cómo, es que nadie apoya a
este comandante español?- Preguntaba Joaquín saltando de una caja a otra.
-Estamos cansados de comandantes y
almirantes –respondía el barrigudo -. Preferimos a los piratas, que aunque
están igual de mangoneados por sus capitanes, al menos pueden beber ron –y
volvía a propinarle golpecitos al hombre del fino bigote que miraba hacia otro
lado poniendo los ojos en blanco.
-¿Pero qué clase de soldados son
estos, que cuando su misión es proteger este navío de los temibles piratas
otomanos ellos piensan en alabar al enemigo? –ahora era Joaquín el que atacaba
con soltura haciendo golpear su “sable” contra los nudillos de Rafael, quién
soltó la fregona agitando sus dedos al aire por el dolor –Vamos temible pirata,
podéis hacerlo mejor.
-Limpiar día tras día este maldito
barco, esa es nuestra misión valiente soldado, no os equivoquéis –bromeaba el
del bigotillo -. Nadie confía en nosotros para proteger nada y eso no va a
cambiar por mucho que juegues con un palo. Si estamos en este barco y no en
otro debe ser porque nada importante nos rodea.
-Todo navío mercante es importante para
su patria y vos más que nadie Antonio Margheriti, descendiente de importantes
mercaderes italianos deberíais saberlo.
-¡Os tengo dicho que mi nombre es
Toni! ¿Cuántas veces os lo tengo que repetir?
Rafael aprovechaba que su
contrincante, confiado de tenerle desarmado, parloteaba distraído para
espetarle un empujón y después recuperar su armamento mientras Joaquín se
precipitaba contra el suelo a la vez que el tripudo reía a carcajada limpia.
-Cortad vuestra risa señor, pues no
os veo hacerlo mejor –le increpaba el joven De Tomás desde el suelo.
-Os puedo asegurar que como que me
llamo Miguel Esternón, el Curvaó pa los
del poble, que este calvorotas a mi no me pilla desprevenido de tan
ridícula forma.
Ni un segundo tardó el italiano en
recriminarle aquel comentario –Pero si de los cuatro tú eres el más distraído
–a lo que se unieron los demás sin dudarlo –Además del más bajito –recibía por
parte de Joaquín que volvía a ponerse en pie -¡Y el más gordo! –exclamó Rafael.
-Pero el que mejor canta –sonreía
Miguel obviando a sus compañeros y golpeteando su bota contra la madera.
El ritmo era conocido por todos,
pues no era la primera vez que cantaban lo que el señor Esternón proponía. Los
otros tres, en pie, se unían a la melodía y bailoteando seguían lo que Miguel
decía:
Y seguid conmigo esta
canción de altamar
Remad, valientes, remad
Sed raudos y fuertes que hay
mucho por navegar
Cantemos, bailemos y la
patria salvemos
Remad, valientes, remad
A toda vela crucemos las
aguas
nuestro destino nos esperará
Remad, valientes, remad
Y si una bandera pirata ves
ondear
jamás dudéis en luchar
Remad, valientes, remad
Miguel levantó su enorme culo dando
pie a una retahíla de solos que él mismo comenzaría:
Cuando lleguemos nos
zamparemos
el más grande faisán
Remad, valientes, remad
Toni tomaba la palabra con una
sonrisa. Estaba disfrutando:
A vuestras hijas tened bien
guardadas
Que las vamos a visitar
Remad, valientes, remad
Era el turno de Joaquín, que se
subía a una caja para cantar su estrofa en alto:
Queremos aventuras y acción
y más y más tierras que
conquistar
Remad, valientes, remad
Ya solo quedaba Rafael y su potente
voz se apoderó del almacén:
E aquí tres soldados
los cuales son mis hermanos
Remad, valientes, remad
Joaquín movía su “espada” de un
lado a otro ensartando enemigos imaginarios. Rafael le cantaba al viento asomando
su cabezón por la ventana y espantando así a la curiosa gaviota. Toni se
acicalaba la camisa mientras seducía a una muchacha interpretada por una de las
columnas de madera y Miguel por otro lado, más ágil de lo que su barriga hacía
parecer bailaba agitando sus brazos. Cada uno se deleitaba en solitario jugando
como un niño aunque sus voces seguían juntas para volver a entonar ese
estribillo que tanto conocían.
Sed raudos y fuertes que hay
mucho por navegar
Cantemos, bailemos y la
patria salvemos
Remad, valientes, remad
A toda vela crucemos las
aguas
nuestro destino nos esperará
Remad, valientes, remad
Y si una bandera pirata ves
ondear
jamás dudéis en luchar
A la vez que todos seguían con la
canción a Rafael le cambiaba el semblante mientras repetía esa última frase
ahora en voz baja «y si una bandera pirata ves ondear…» sus ojos se arrugaron
para enfocar con más detenimiento aquello que creía estar viendo. Un viejo
barco con bandera negra se acercaba veloz hacia ellos. Rafael Argüijo ya no
tenía ninguna duda, iban a ser abordados por los piratas.