De repente apareció una carpeta llena de fotografías.
Ahí estaba yo riendo, en poses, feliz.
Y también estaba ella. En situaciones similares, riendo, en poses, feliz.
Podría decirse que ambos confluíamos en esas mismas situaciones, esos mismos sentimientos. Un pedazo del tiempo de mi vida estaba atrapado en fotografías digitales dentro de una computadora. El tiempo vivido ahora materializado en bits, en ceros, en unos, de un aparato electrónico.
Permanecí largo tiempo mirando una de las fotografías. En ella ambos reíamos. Despreocupados, enamorados, felices. Imaginé una burbuja y allí, dentro de ella, ese momento del tiempo. Sin embargo en la pantalla de la computadora parecían píxeles muertos. Carentes de todo vestigio de vida. Sin tiempo.
Acerqué la imagen, la amplié aún más. Los labios de ella esbozando una bonita sonrisa ocuparon casi toda la pantalla. Aquellos labios que supe besar y saborear ahora eran un dibujo pixelado, sobredimensionado, esbozado, que nada tenían de aquellos que yo recordaba. Ni siquiera esforzándome y hurgando en los trastos de recuerdos de mi memoria podía volver a construir lo que mis labios o papilas gustativas captaban tras sus besos. Ahora todo estaba encerrado en fotografías, en imágenes del tiempo. Ese mismo tiempo al que ahora sentía atrapado como burbujas de oxígeno en los hielos eternos.
Me pregunté si parte de mí había quedado atrapado en aquellas burbujas. Si algo de mi sonrisa, de mi interior, de mis pensamientos, de mis sentimientos, estarían también habitando dentro de aquellos píxeles inertes. Tal vez sí, me respondí. A medida que uno transita vivencias en la vida impregna objetos y vidas con parte de su ser. Entonces pensé que esas fotografías tal vez no estuvieran muertas, que lo píxeles de algún modo podrían llegar a sobrevivir, a resucitar, y tan solo necesitaban un poco de mí. Una conexión única y directa con mi interior, con las memorias de la mente o el corazón. Fue entonces que apoyé mi mano sobre los labios sobredimensionados de la fotografía en pantalla y cerré los ojos. Una invisible electricidad me recorrió todo el cuerpo y pude ver aquellos momentos vividos. Ahora todos se agolpaban en mi cabeza. Deseaban mostrarse. Mis sentidos los palpaban, volvían a revivirlos. Entonces fue que una lágrima atravesó por mi mejilla, para finalmente estrellarse contra el teclado.
(Imagen: Reeegz http://www.flickr.com/photos/39940916@N02/3672945313/ )