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viernes, 13 de julio de 2007

Watchmen, capítulo II: Absent friends

And I'm up while the dawn is breaking
Even though my heart is aching
I should be drinking a toast to absent friends
Instead of these comedians.

Estos son los versos con los que acaba el segundo capítulo de la serie Watchmen: Absent friends. Estos versos pertenecen a una canción, The comedians, que Elvis Costello compuso para su disco que publicó en 1984: Goodbye cruel world. Estaréis de acuerdo conmigo si digo que, dado el título del capítulo y las palabras con las que estan escritos estos versos, son adecuadísimos para darle cierre.

Ocurre que en ocasiones hacemos cosas que van contra nuestro corazón. Y que nos vemos en situaciones y en estaciones de la vida en las que nunca hubiéramos querido estar; o, al menos, que nunca hubiéramos planificado para nosotros. Pero es que la vida se conduce por caminos muy raros. Y estos caminos se bifurcan muy a menudo, y nos dicen: escoge; y no siempre sabemos escoger la continuación adecuada al camino por el que veníamos; por el camino que nos construía. Y entonces, al continuar por ese camino mal escogido, nos perdemos y acabamos en parajes en los que nada se dibuja como esperábamos. Me he equivocado, pensamos entonces. Pero, ay, la vida no revierte su sentido, ni hay dobles oportunidades. El tiempo es intocable, y la bifurcación, pasada está; y el momento en el que escogimos mal, se asienta como parte de nuestra historia, para siempre. Es desde ese lugar incómodo es desde donde debemos partir, sin descanso, para continuar andando nuestro camino. Para continuar con nuestra vida.

Sí, en ocasiones nos vemos en situaciones y en estaciones de la vida en las que nunca hubiéramos querido estar. Pero ahí es donde nos encontramos; aunque desazonados, descorazonados, tristes y sin remedio alguno que sea capaz de curar esa tristeza, ahí es donde nos encontramos. Y, a sabiendas de que no hay remedio, crece en nosotros una necesidad, compleja, de adaptarse a lo que tenemos, aunque sea a la contra de lo que siente nuestro corazón. Y nos decimos: he de vivir; he de vivir como sea; he de vivir a toda costa. Y aunque nos encontremos alejadísimos del centro de nuestros corazones, y nuestra alma se sienta, en lo habitual, como en un país extraño y en el bullicio de las risas, sola, brindamos y reímos. Y lo hacemos como todos los demás, a sabiendas de que también viven el mismo desamparo que nosotros; y que, como nosotros, lo viven en silencio.

Pero, aun brindando, no podemos dejar de llorar sin lágrimas por todo aquello que hubiéramos querido ser y no somos; por todo aquello que hubiéramos querido vivir y no hemos vivido; por las oportunidades perdidas e irrecuperables. No podemos dejar de llorar por, en definitiva, no estar donde hubiéramos querido estar: en el centro de nuestros corazónes.

miércoles, 11 de julio de 2007

El dilema de Rafael Argullol

Dice Rafael Argullol en su libro El fin del mundo como obra de arte: “En la atmósfera que rodea a Prometeo hay menos esperanza que en los cantos de los profetas crepusculares, pero hay más piedad y, por ello, más sabiduría.” Esto que dice, es meditable ¿eh? Me refiero a esto de asociar la piedad con la sabiduría. O, lo que es lo mismo, la crueldad con la estupidez.

Yo no sé distinguir, de sus palabras, si lo que está considerando es una equivalencia entre los dos conceptos o si, más bien, supone que uno es consecuencia del otro. Es decir: ¿considera Argullol que la piedad y la sabiduría son la misma cosa pero miradas desde un punto de vista diferente? ¿O considera, más bien, que la sabiduría deriva de la piedad? ¿O, simetricamente a lo anterior, que la piedad deriva de la sabiduría?

Es seguro que la respuesta que la mayoría de nosostros daríamos a este dilema planteado en tres preguntas es: lo que Argullol quiere decir es que la piedad se deriva de la sabiduría; es decir, que a más sabiduría, más piedad. Y es seguro lo mismo que pensaríamos: normal, pues los sabios consideran matices y perspectivas en el mundo que están ocultas a los normales, y son esos matices y esas perspectivas las que, precisamente, les hacen ser más capaces de piedad hacia los otros y hacia ellos mismos; pues, afirmaríamos, por ellas son capaces de relativizar las disonancias que las personas particulares pueden entonar durante el devenir de su vida.

Pero, ¿qué pasa si lo que afirma Argullol es que la piedad y la sabiduría son la misma cosa? ¿O, más agreste todavía, que la sabiduría deriva de la piedad? ¿A qué se estaría refiriendo entonces el filósofo? Si Argullol estuviera considerando estos dos casos, tanto si igualara la sabiduría a la piedad como si hiciera derivar a la primera de la segunda, entonces lo que estaría afirmando es que sin piedad no hay sabiduría; que no hay sabio no piadoso. Es decir que, al fin y al cabo, no hay conocimiento sin humanidad.

Conjeturo que esta sería una afirmación áspera para muchos. Pues afirmaría que el hombre es un ser ético antes que estético (y al decir estética me estoy refiriendo a la parte intelectual que hay en el Hombre); un ser bondad antes que un ser intelecto. Un ser que, en definitiva, se definiría más por lo que aseguró Cristo que había de ser el Hombre que por lo que, a lo largo de los siglos de la historia, han asegurado los que han considerado al Hombre como un ser definido por su excluyente capacidad de razón.

martes, 10 de julio de 2007

Los sonidos de las palabras

Leyendo el prólogo que Jorge Luís Borges escribió para el libro de María Esther Vázquez titulado Los nombres de la muerte se me ha ocurrido, sin venir demasiado a cuento, que una cosa es llamar a una calavera con su nombre español, es decir llamar “calavera” a una calavera, y otra muy distinta es llamarla con el nombre inglés: “skull.” En apariencia, no es que el objeto al que se refieren las dos palabras sean dos objetos distintos: una calavera es, aparentemente o en el fondo, el mismo objeto físico, tanto para un español como para un inglés. Aparentemente o en el fondo. Pero al pronunciar lenta y sopesadamente las dos palabras, y observando la diferencia entre las curvaturas de sus dos entonaciones, he sospechado que la apariencia de igualdad entre el objeto al que hace referencia la palabra española y el objeto al que hace referencia la palabra inglesa, es, quizás un tanto falaz.

Pensaréis que estoy experimentando con el delirio. Pero nada más lejos de mi intención. Permitid que os explique. Opino que las palabras construyen necesariamente, por su sonoridad, por su longitud y por su entonación, sensaciones y actitudes mentales en torno al objeto al que hacen referencia; hacen crecer imágenes, por así decirlo, en torno al objeto al que definen. Así, la imagen que percibimos por la vista al mirar hacia un objeto se modifica y se enriquece por la experiencia sonora de la palabra que le define. Entonces, se me ocurre que una “calavera” no puede ser el mismo objeto para el español que una “skull” para el inglés. El objeto físico al que hacen referencia las dos palabras quizás sea el mismo. Pero la imagen mental que se forman uno y otro, el español y el inglés, es distinta.

Lío: pensando en la última frase que he escrito se me ocurre que entonces la penúltima no tiene demasiado sentido. Si la imagen del objeto depende del que lo nombra y, además, del idioma del que lo nombra, entonces: ¿qué significa decir que “el objeto es el mismo”? Es más, ¿qué significa decir que el objeto “es”? Yo diría, y corríjanme los filósofos que me estén leyendo si hace falta, que un objeto “es” si tiene una existencia independiente al que lo ve. Es decir, si, para empezar, el objeto es el mismo para un español, para un inglés, para un chino, para un marciano y para un pingüino. Pero, ¿es esto cierto? ¿Podemos afirmar todos a la una que la calavera es de color blanco? ¿O que tiene forma ovalada? Ay, yo no sé, pero se me ocurre que el color blanco para un habitante de Berlín y para, digamos, un esquimal no ha de ser percibido de la misma manera. Para un habitante de Berlín quizás el blanco de la calavera sea la luz. Pero para un esquimal el color de ese blanco quizás sea el de la suciedad misma.

Pensando en esto se me ocurre que es raro que, nosotros los humanos, podamos comunicarnos, ¿no? Y se me ocurre lo mismo que esas diferencias en el lenguaje, que hacen crecer ideas dispares en el pensamiento de las personas que habitan culturas diferentes, y que, de hecho, construyen culturas diferentes, quizás sean unas de las razones por las que hay guerra, dolor e incomprensión entre los hombres. Y que, y lo digo considerando las palabras en su sentido más hondamente literal, seamos incapaces de comprendernos. Entonces: ¿nos comunicamos sin comprendernos?

Ah, la vida, qué asunto tan solitario.

lunes, 9 de julio de 2007

Watchmen, capítulo I: At midnight, all the agents...

Desde hoy, y durante una temporada de la que aún no conozco el fin, voy a ir copiando y comentando las citas que cierran el final de cada uno de los capítulos de la serie de cómics Watchmen. Entre estas citas no existe patrón aparente: aparecen entre ellas versos de canciones de Elvis Costello y de John Cale, lo mismo que extractos de La Biblia y citas de Nietzsche y de Einstein. Eso sí cada una de ellas guarda relación, estrecha u oblicua, con el capítulo al que dan cerrojo, enriqueciéndolo de significados laterales; y son además, e independientemente del capítulo, hondas y meditables por sí mismas. Como lo son los versos de los poetas rey en la historia de la poesía.

El primer capítulo se titula At midnight, all the agents… La cita que lo acaba es, en este caso, una serie de cuatro versos extraídos de una canción de Bob Dylan titulada Desolation Row. Estos versos, que empiezan precisamente con las palabras que dan título al capítulo, dicen así:

At midnight all the agents
And the superhuman crew
Come out and round up everyone
That knows more than they do.

(En la edición traducida al castellano, y publicada por Norma Editorial, estos versos dicen:
A medianoche todos los agentes
Y seres sobrenaturales
Salen y ajustan cuentas con quienes
Saben más que ellos.)

Es interesante, o al menos a mí así me lo parece, pensar en dos imágenes que rara vez se utilizan de manera yuxtapuesta, y que en estos versos así se utilizan: la primera a la que me refiero es la provocada por la expresión “agents and the superhuman crew”, y la segunda es la provocada por “everyone that knoes more than they do.” Digo que rara vez se utilizan de esta manera porque lo común es que esos agentes y seres sobrenaturales de los que habla la primera expresión, y que crecen oscuros y terribles en nuestra imaginación cuando leemos estas palabras, han de ser superiores, en fuerza y en intelecto, a los comunes (o sea, nosotros) con los que han de compartir el mundo; y que no les ha de hacer falta ajustar cuentas con estos comunes pues su superioridad hace innecesaria la contienda con ellos. No puede haber contienda y, por lo tanto, no puede haber revancha ni ajuste de cuentas que saldar. Sin embargo, de estos versos no se supone que estos sobrenaturales han de ser necesariamente superiores a todos los hombres; ni que están libres de dolor. Al contrario, se les supone temerosos de aquellos que, aun siendo hombres, pueden quebrarlos.

¿Temía el monstruo alienígena que aparece en Alien a alguno de los tripulantes de la nave Nostromo? ¿Temía el férrico Superman al calvo Lex Luthor? ¿Temía el Conde D. a los londinenses con los que quería hacer festín? Decir que tememos aquello que conocemos temible, es decir una tautología recta y meridiana; y, en apariencia, es no afirmar nada. Pero si pensamos en cuando éramos pequeños de cuerpo y de recuerdos, pero anchos, anchísimos, en imaginación, nos daremos cuenta de que el libro en el que estaba escrito todo lo que temíamos tenía muchas menos páginas de las que tiene ahora ese mismo libro. El conocimiento del mundo, que necesariamente ampliamos al acumular años a nuestro calendario personal, ensanchece los temores que, razonables o no, oscurecen nuestra vida. Acumula páginas en el libro en el que están escritos nuestros temores.

Si pienso en lo que os he escrito más arriba se me ocurre una pregunta: ¿son los agentes y los seres de los que habla la canción de Bob Dylan los que un día se creyeron los amos de los hombres pero que, al andar el tiempo y, por lo tanto, al hacerse mayores, se han dado cuenta de que al hombre también hay que temerlo? Es decir, ¿ha crecido en los héroes, en los villanos, en los seres del mal que antaño deambulaban a sus anchas, miedos a los que novedosamente temer, siendo el peor y más grande de estos miedos el mismísimo hombre? Es decir, de nuevo: ¿se han dado cuenta estos seres de que el hombre, siendo un lobo para sí mismo (tal y como afirmaba el filósofo inglés Thomas Hobbes en su tratado sobre el hombre, la sociedad y el gobierno, titulado Leviathan y publicado en 1651), se ha convertido también en un lobo para ellos mismos?

Si los sobrenaturales han decidido que hay que temer al hombre, entonces quizas eso signifique que se han hecho mayores; que han añadido páginas al libro en que se cifran sus miedos. O, peor, significa que al Hombre le ha crecido la oscuridad en el alma; una oscuridad a la que los mismísmos seres que habitan en el margen temen.

“Homo homini lupus.” Ah, quizás sí, quizás sí.

domingo, 8 de julio de 2007

Matsuo Bashoo, haijin

Antes que nada, una advertencia fonética: en el idioma japonés no existe un sonido como el de la “j” española. Así, la grafía “j” japonesa debe pronunciarse como se pronuncia la “y” española. Por otra parte, la pronunciación de la “h” japonesa requiere de un sonido similar al que requiere la pronunciación de la “h” inglesa. En lo que sigue, además de lo dicho, únicamente hará falta tener en cuenta que la fonética japonesa y la española es la misma.

El haiku es un tipo de composición poética típica de Japón. Nació en el siglo XVI y tuvo como fuente original a los haikais, poemas que podían tener 36, 50 o 100 versos y que se componían con la participación de varios poetas. El poeta que iniciaba el haikai escribía tres versos de medidas 5-7-5 (el primer verso constaba de 5 sílabas, el segundo de 7 y el tercero de 5) y a partir de aquí los demás poetas lo continuaban, añadiendo dos versos de 7 sílabas cada uno. A los 3 primeros versos del haikai se les llamó hokku, y fueron la semilla de lo que, con el paso del tiempo, dio lugar al haiku.

Así pues, los haikus constan de tres versos de medida 5-7-5 (es decir, tienen una métrica de 17 sílabas, repartidas en 3 versos). Los temas de los que hablan están muy relacionados con el devenir diario y con la naturaleza; y, al menos desde la aparición del poeta Matsuo Bashoo, que fue el autor a partir del cual los haikus tomaron sus caracteres definitorios, tuvieron, y tienen, una tendencia claramente relacionada con el budismo zen, que es el sistema de creencias y ritos más extendido en Japón.

Al compositor de haikus se le llama haijin.

Copio a continuación un haiku de Matsuo Bashoo. Este poeta, que nació en 1644 y murió en 1694, pasó los últimos años de su vida viajando, en pleno contacto con la naturaleza.

Yuku haru ya
Tori naki no no
Me wa namida

(Que, en su traducción castellana sería:
¡Se va la primavera!
Gime el pájaro
y el pez llora.)

Ocurre que al poeta le entristece el final de la primavera. Lo mismo que a los demás, o al menos a los que estamos tocados por la melancolía y la nostalgia, nos entristece el final de las cosas que durante un tiempo nos han sucedido. Aunque el sol abrase el cielo y la tierra con más fuerza de la que sería capaz el aliento de Smaug (apodado "el dorado") hoy es, para mí, un día triste.

sábado, 7 de julio de 2007

Superman y los otros III: Sansón, Aquiles y Sigfrido

La película Unbreakable (traducida al español como El protegido), dirigida por Night Shyamalan y estrenada en el 2000, postula la teoría de que aquello que atañe a lo profundo y a lo simbólico en el hombre no ha cambiado desde las viejas edades. En el principio los poetas de los tiempos antiguos crearon mitos con los que simbolizaron la lucha más profunda y más primaria: la lucha entre Bien y el Mal. Hoy esa contienda continúa. Y lo mismo que los poetas de los tiempos antiguos, hoy los poetas de los tiempos nuevos continúan simbolizándola. Porque en lo hondo, en lo más primordial, el corazón del hombre continúa siendo el mismo.

¿Qué hay en un héroe que lo hace cercano a los hombres? ¿Qué hay en él que lo convierte en un referente al que imitar? A los dioses se les adora, se les teme, se les honra mediante el sacrificio para que la sonrisa que dirigen hacia nosotros no se torne en ira y plagas. Pero la grandeza fría e irascible de los dioses los aleja del corazón del hombre, y tornándolos pálidos y borrosos a su visión. El hombre no es capaz de amar lo lejano: ama a quien puede tocar y a quien es como él; y ama, también, a quien puede considerar como un referente al que intentar imitar. Un dios, por lejano y por inimitable, no podrá ser nunca amado. Lo mismo que tampoco podrá ser el referente de ningún hombre. Pero, ¿qué pasa con los héroes?

Si Superman no se acabara ante la presencia de kriptonita, entonces sería indestructible. Dejaría de ser vulnerable y eso le convertiría en un dios. Y al hacerlo, se alejaría de nosotros: los niños no se disfrazarían como él, las mujeres no caerían rendidas de amor a sus pies. Pues, ¿qué niño quiere disfrazarse como Zeus? O ¿qué mujer querría tener como amante a Poseidón? O ¿quién, en definitiva, quiere ser, o tener al lado, como amante, a un dios? Pero no es un dios: Superman es vulnerable. Entonces, ¿es esta vulnerabilidad la cualidad que ha de poseer un héroe para acercarse a los hombres?

En el libro de los Jueces, del Antiguo Testamento, se habla de la historia de Sansón. Nacido en Zora durante el siglo XI a.C., un ángel se le apareció a su madre, la estéril mujer de Manoa, de la tribu de Dan, estando embarazada y le proclamó que no debía beber bebidas alcohólicas ni comer comidas impuras pues de su seno nacería el que había de liberar a los israelitas de los opresores filisteos. Sansón, después de nacer, se consagró enteramente a Dios. Y como símbolo y recuerdo de esa consagración, que le haría invulnerable y, por lo tanto, el salvador del pueblo de Israel, había de renunciar a cortarse el pelo. Pero andó el tiempo y resultó que Sansón se enamoró de Dalila y que esta, a cambio de plata filistea, vendió a su enamorado desvelando el secreto de su fuerza. Así, sus enemigos le cortaron el pelo, por lo que Dios entendió que se había roto el pacto y entonces le borró la fuerza. Los filisteos, no le mataron pero le vaciaron las cuencas de los ojos y le hicieron esclavo y moledor de grano. Sansón, héroe, fue vulnerable.

En La Aquileida, poema escrito por Estacio en el siglo I e inspirado por las antiguas leyendas griegas en torno al heroico Aquiles, se dice que Tetis, su madre ninfa, le bañó en el río Estigia, que delimitaba la frontera del mundo de los vivos con el mundo de los muertos, para hacerle inmortal. Pero ocurrió que Tetis olvidó sumergir en el río el talón por el que sujetaba a su hijo cuando hacía lo propio con el resto del cuerpo. Por ese lugar Aquiles recibió a la muerte. Aquiles, héroe, fue vulnerable.

El Cantar de los Nibelungos, basada en una obra anterior titulada La Saga Volsunga o Saga de los Volsungos, es un poema medieval anónimo escrito en el siglo XIII que narra las gestas de Sigfrido (llamado Sigurd en La Saga Volsunga). Sigfrido, después de matar al custodio del tesoro de los Nibelungos, el horroroso dragón Fafner, se bañó con su sangre pues era fama que eso podía convertir en invulnerable a quien lo hiciera. Pero la mala fortuna hizo que mientras se bañaba una hoja de tilo se le pegara en la espalda a la altura del corazón. Y que, por lo tanto, ese lugar no fuera bañado por la sangre del dragón. Por ese lugar Sansón recibió a la muerte. Sigfrido, héroe, fue vulnerable.

Sansón, Aquiles, Sigfrido, Supermán… y hasta, en cierto modo, Jesucristo. Fueron héroes en el tiempo de los hombres antiguos, y lo son todavía en nuestro tiempo. Todos ellos tienen un denominador común: su vulnerabilidad a las artimañas del enemigo y de lo malo. Y es por esta vulnerabilidad que todos ellos son modelos a los que mirar. Por su valentía, por su hombría, por su honradez, por su energía. Por mirar de frente al horror. Por ser, en definitiva, lo que todos quisiéramos ser.

¿Os acordáis cuando en Unbreakable Joseph Dunn (Spencer Treat Clark), el hijo de David Dunn (Bruce Willis), mira alucinadísimo a su padre cuando este empieza a añadir pesos y más pesos en la barra de halterofilia con la que se entrena para demostrar a su hijo y a él mismo que su fuerza es colosal y que realmente es un superhéroe? A mí me da que en ese momento lo que el niño piensa, vencido por la admiración, la reverencia y el amor de hijo, debe ser algo parecido a: mi padre, al que el tiempo envejece y que un día morirá, es un superhéroe; yo quiero ser como él. ¿No?

viernes, 6 de julio de 2007

Todos somos Truman

Ya no somos los títeres de Dios.

Ayer por la mañana, cuando iba hacia el trabajo, me acordé de una película que, aunque se estrenó en 1998, vi hace cinco o seis años: The Truman Show. Dirigida por Peter Weir (el director de Gallipoli (1981), Witness (1985), Dead Poets Society (1989) y Master and Comander: The Far Side of the World (2003), entre otras películas), narra la vida aparente de un feliz, Truman Burbank, en una comunidad aséptica y poco menos que idílica, en la que nunca pasa nada. Pero resulta que la vida que vive Truman no es de verdad, y que esa presunta felicidad -de mujer e hijos siempre sonrientes y felices, y de cielos siempre de un azul impecable- es una felicidad falsa. Porque en el mundo de Truman lo único que es de verdad es él mismo. Todo lo demás es mentira.

Y cuando en Truman crece la sospecha de que quizás en su mundo no todo es idilio, y de que quizás en él cabe la mentira; cuando Truman empieza a ver sus hilos de marioneta, es entonces cuando aparece una voz omnipresente que, desde los cielos, desde cualquier rincón de su mundo, desde arriba, le habla. Para Truman esa voz es la voz de Dios. De la misma manera que, para nosotros, lo fue la voz de quien habló a Abraham dictándole lo que había de ser ley para el Hombre. Esa voz que habla a Truman tranquila y profunda, le busca respuestas. Pero la sospecha ha calado hondo en su alma y las respuestas que esa voz da a las preguntas que le plantea ya no valen. La sospecha de que también esa voz representa la de un dios de falso, hueco, obsoleto y mudo a sus preguntas. Truman fue feliz viviendo en el país de la ignorancia. Pero, al haber conocido, ya no puede serlo.

¿Es Truman Burbank el resumen metafórico del Adán y la Eva de La Bíblia? Fijaos en lo que nos cuenta el Génesis 3, 23-24 (en la traducción que encargó el rey James, I de Inglaterra y VI de Escocia, y que fue publicada por primera vez en 1611: The King James Version):

“23. Therefore the Lord God sent him forth from the garden of Eden, to till the ground from whence he was taken.
24. So he drove out the man; and he placed at the east of the garden of Eden Cherubins, and a flaming sword which turned every way, to keep the way of the tree of life.”

(Que en su traducción española dice: “23. Entonces expulsó al hombre del jardín de Edén, para que trabajara la tierra de la que había sido sacado. 24. Y después de expulsar al hombre, puso al oriente del jardín de Edén a los querubines y la llama de la espada zigzagueante, para custodiar el acceso al árbol de la vida.”)

A todos nosotros, creo, nos pasa como a Truman. Desamparados y sin una voz que guíe nuestros pasos por esta vida, damos tumbos. Ojala no hubiéramos visto nunca los hilos que movían nuestro destino. Porque al verlos los cortamos pensando: por fin seremos libres. Qué error, qué error. Ojala continuáramos como en lo antiguo siendo igual que títeres; siendo igual de ignorantes y crédulos que los hombres marioneta del pasado. Ojala retomara Dios los hilos que un día nosotros mismos cortamos, y olvidáramos que los ha retomado, y fuéramos capaces de, sumergidos en este olvido, continuar confiando en él. Porque entonces, quizás, seríamos felices.


Figura 1: fotograma de la película The Truman Show (1998), de Peter Weir.

miércoles, 4 de julio de 2007

El azar, Diderot, el caballero De Jaucourt y yo

Un miedo: perder de un soplo el trabajo de toda una vida.

Imaginad que, ahora que estamos en la Edad del Chip, tenéis guardado en el disco duro de vuestro ordenador una carpeta con todas las fotografías de todos los viajes que habéis hecho con vuestra familia o con vuestros amigos desde que tenéis una cámara para hacer fotografías digitales. E imaginad también que sois los únicos que tenéis fotografías de esos viajes y que, además, no habéis hecho fotografías con ninguna otra cámara. Y que esas fotografías no existen en ningún otro lugar; es decir, que no tenéis ninguna copia de ellas. O, dejad que le saque un poco de punta al argumento, imaginad que tenéis guardadas en una carpeta las fotos de uno de los mayores, en edad, de vuestra familia. De vuestro padre o madre, o de vuestro abuelo o abuela, o de vuestro bisabuelo o bisabuela, o de, qué sé yo, vuestro tío o tía; pero, eso sí, de uno de los mayores de vuestra familia. Y que, por las causas que sean, esas son las únicas fotografías que existen de esa persona desde que tenía una cierta edad. Porque además, y como decía más arriba, no tenéis ninguna copia de ellas. Son las únicas. Ya no hay más. Cero. Toda la familia ha confiado en vosotros la memoria gráfica de esa persona, y ha confiado lo mismo en que un día se había de cumplir aquello que se siempre se dice al final del verano, o de un convite, o de un viaje: “ya me las pasarás, ¿eh?” Pero, como siempre ocurre, no se las habéis pasado a nadie y sólo las tenéis vosotros. Esto, bien podría pasar, ¿no? Por ejemplo (radical e imaginario): yo, que soy nieto único, soy el único que guarda las únicas fotografías que existen de mi abuelo, que es hermano único y padre de un sólo hijo, desde que, pongamos, tenía sesenta y cinco años. Bueno.

Imaginad ahora que, mierda, mierda, esas fotos, por el motivo que sea, desaparecen del disco duro de vuestro ordenador. Mierda, mierda, a que sí. Imaginad que desaparecen de repente y sin avisar y que un día, cuando queríais recuperar la fotografía de vuestro abuelo, resulta que ya no están las fotos, ni la carpeta, ni nada. Esto no sería nada divertido, ¿no? E imaginad, ya que estamos y para fatigar más el tema, que vuestro abuelo ya está muerto y que la fotografía que buscabais la ibais a utilizar para hacerle un regalo a vuestra abuela. Eso, más que no ser nada divertido, sería la tristeza, ¿eh?

Esta mañana he leído en una revista que el médico y caballero francés Louis de Jaucourt (1704-1779), que además de médico fue filósofo y escritor, trabajó durante veinte años en una vasta obra médica compuesta por seis volúmenes, a la que tituló Lexicon medicum universalis. Y que en 1751, una vez la obra estuvo acabada, quiso enviarla a Ámsterdam para que la imprimieran libre de la censura que por aquellos tiempos agobiaba a Francia. He leído que entonces a De Jaucourt le sobrevino la desgracia y la pena, pues el barco que transportaba el único manuscrito de la obra hacia Ámsterdam se hundió. Y con él, claro, la obra. Ah, qué trágico que hubo de ser aquello para el caballero De Jaucourt, ¿no? La obra que ha plagado toda una vida con sudores intelectuales, aprovechada sólo por los peces y las algas que transitan el fondo del mar. Para él no pudo ser menos que el horror, seguro. Por supuesto, no fue capaz de acometer de nuevo, desde cero, la obra. Así que tras este desastre ofreció sus servicios a Denis Diderot para colaborar con él en la magna obra que por aquellos tiempos estaba preparando: L’Encyclopédie. El caballero De Jaucourt, obsesivo e infatigable, acabó escribiendo 17266 de los 71818 artículos que tiene L’Encyclopédie, por lo que está claro que sin él la obra de Diderot, que es además la obra fundamental de la Ilustración francesa, hubiera quedado incompleta (además, los escritos de De Jaucourt liberaron a Diderot de muchísimo trabajo, lo que le permitió a este centrarse en las obras teatrales y novelescas que, más tarde y junto con L’Encyclopédie, le hicieron famoso).

Qué azarosa es la vida en ocasiones, ¿no? Si De Jaucort no hubiera perdido su obra seguramente no hubiera trabajado en L’Encyclopédie que estaba preparando Diderot. Y, seguramente también, no hubiera llegado a fama alguna. Pero el hundimiento de su obra provocó que, andando el tiempo, se convirtiera en uno de los franceses luz de su época. Y, como consecuencia de ello, que Diderot también se convirtiera, lo mismo que él, en otro de los franceses luz de su época.

Ocurre que en ocasiones el azar mejora el mundo. Y ocurre que en otras ocasiones lo empeora. Y cuando escribo “mundo” me refiero al mundo global del Hombre y al mundo pequeñito de cada uno de nosotros, de cada uno de los hombres. Desde el domingo pasado el azar ha jugado mal con mi alegría y ha entristecido mi mundo pequeñito y particular: se ha perdido, sin que de momento nadie sepa por qué, la cuenta de correo electrónico que, desde hacía ya unos nueve años, tenía con Yahoo! Adiós a las direcciones de algunos amigos a los que ya no veo pero con los que a veces me escribía. Adiós a algunos mensajes antiguos que guardaba y que a veces releía con cariño. Adiós a un trocito de mi vida. Adiós.

martes, 3 de julio de 2007

A Pablo le gusta Walt Whitman

Pues sí, a mi amigo Pablo le gusta mucho el poeta norteamericano Whalt Witman (1819-1892). Tanto es así que durante una de sus últimas estancias en Estados Unidos (mi amigo Pablo, a causa de ese tipo de circunstancias que la fortuna maneja y que le ajetrean a uno la vida, se ha convertido en un turista infatigable del Nuevo Mundo), concretamente durante su estancia en Ithaca (Nueva York), población ubicada en la región de los Finger Lakes, decidió enviarme una postal en forma de díptico en la aparece, en la cara de delante, una foto del poeta y, en la de atrás, los versos que ahora mismo os voy a copiar (estos versos, que forman parte de un poema titulado Song of Myself, aparecieron en un libro que fue publicado en 1855 y que llevó por título: Leaves of Grass). Dicen así:

I have said that the soul is not more than the body,
And I have said that the body is not more than the soul,
And nothing, not God, is greater to one than one's self is,
And whoever walks a furlong without sympathy walks to his own
funeral drest in his shroud,
And I or you pocketless of a dime may purchase the pick of the
earth,
And to glance with an eye or show a bean in its pod confounds the
learning of all times,
And there is no trade or employment but the young man following it
may become a hero,
And there is no object so soft but it makes a hub for the wheel'd
universe,
And I say to any man or woman, Let your soul stand cool and composed
before a million universes.

Si buscáis en las bibliotecas (o en Internet que ya es casi la biblioteca de las bibliotecas) información sobre la vida y la obra de Walt Whitman encontraréis muchísimos apuntes sobre su biografía, lo mismo que muchísimos ensayos que estudian su obra y su pensamiento de manera lenta, sesuda y fidelísima. Pero hoy ignoraré todo ese pasto espeso, y de digestión pesada, del que se alimentan las viejas vacas académicas. Hoy prefiero copiaros, sin su permiso, algunas de las frases que Pablo escribió en la postal que me envió desde Ithaca. Más frescas, más desde dentro, más sinceras que muchas de las opiniones que muchos de los críticos publican, estas frases son, por su dulzura, miel para el pensamiento y motor de lectura.

Dice Pablo, casi al principio de su escrito, que me envía una postal: “[…] del mítico y admiradísimo por mí: el abuelo Walt Whitman, el gran poeta americano.” Ah: bomba para el espíritu. Porque llamar a Whitman en una misma frase “el abuelo” y “el gran poeta americano” no me negaréis que es la mar de evocador, ¿eh? Como si uno de los apelativos enriqueciera al otro y el otro al uno, y así sucesivamente. Porque se puede ser un gran poeta, pero si además se es abuelo (y, siguiendo a Pablo, cuando me refiero al término “abuelo” y a su significación, no me estoy refieriendo únicamente a su sentido literal), entonces además de poeta eres sabiduría; y, claro, la veneración de los demás. Y, de la misma manera, se puede ser un buen abuelo, pero si además de bueno se es poeta entonces este abuelo se convierte por arte de verso en la imaginación y la fantasía de quien le rodea. ¿No? La verdad es que yo todo esto sólo lo había pensado de Tolkien, pero nunca se me había ocurrido pensarlo de Withman. Ah, insisto: bomba para el espíritu. Además, fijaos en la foto, fijaos: si no se le llamara abuelo bien se le podría ocurrir a alguien que este Whitman fue un simple pordiosero o, qué sé yo, uno de los muchos pioneros que buscó fortuna en el Oeste americano.

Y dice luego: “El poema que acompaña a la postal es de un positivismo realmente grande.” Ah: segunda bomba. Porque, ¿qué me decís de esta afirmación, qué me decís? Lo que yo os digo es que a mí me da que Pablo, con sus frases, modifica el pensamiento de quien le lee. O, al menos, modifica el mío, os lo aseguro. Yo había leído el poema antes de leer su frase; y lo había leído de otra manera. Me habían crecido en el pensamiento ideas muy diferentes a las que, después de leer su frase, he acabado pensando. Pablo ha escrito esta frase y, ¡pum!, el poema, para mí, se ha desdoblado y ha cambiado por completo. Y ha cambiado para mí, claro, el trocito de mundo al que afecta el poema. Oh: "positivismo realmente grande."

Hay escritores y poetas que abundan en expresiones, o en frases, o en versos que enriquecen el mundo y la vida de quien los lee. Es fama que Jorge Luís Borges era uno de ellos. Y que también lo era Henry James. Pero ante estos ya estamos precavidos. Y así, sus obras las leemos lentos y bien agarrados a la mesa, o a la silla, o al libro; para no perder contacto con la realidad; para que el mundo no se ausente demasiado. Pero a veces ocurre que, de manera imprevista, una de estas expresiones, frases o versos se cuela sin avisar por las rendijas que la conciencia, al suponer que no hay peligro, deja sin tapar. Y entonces: ¡pum!, el mundo cambia y todo es nuevo.

Por lo que él escribe y por el poema que en ella hay escrito, Pablo y su bonita postal han alterado, ¡y enriquecido!, la percepción que, de la porción del mundo a la que afecta el poema, yo tenía. Pablo ha sido, al menos par mí, al menos durante esta tarde, poeta.

Walt Withman pasó largas temporadas en la región de los Finger Lakes.

martes, 26 de junio de 2007

Las estatuas II

Pensando en lo que ayer os comentaba acerca de estatuas y de ángeles, he recordado una fotografía que le hice a una estatua que había encima de una lápida del cementerio romano en el que están enterrados los poetas románticos ingleses John Keats (nacido en 1795 y muerto en 1821) y Percy Bysshe Shelley (nacido en 1792 y muerto en 1822). Es muy evocadora y la verdad es que, vista desde cerca, impresiona.



lunes, 25 de junio de 2007

Las estatuas

Opino que hay algo en las estatuas que no deja indiferente a quien las mira. Que hay algo en ellas que hace que impresionen mucho más que otros objetos producidos por los artistas que exploran el arte. Yo no sé qué es pero me aventuro a decir que quizás, sea lo que sea, tenga que ver con su aspecto impertérrito y quieto. Y que, por esto mismo, por este aspecto reposado con el que habitan el mundo, que quizás ese algo del que hablo tenga que ver con la eternidad misma.

La primera vez que me di cuenta de ello no fue mirando una estatua sino que fue mirando un cuadro titulado: Pillars of the Kings. Este cuadro, pintado por los hermanos Hildebrant en 1978 para un calendario dedicado a J.R.R. Tolkien, representa a los Argonath, un monumento formado por dos estatuas colosales construidas en el año 1250 de la Tercera Edad de la Tierra Media y utilizado para marcar el límite norte del Reino de Gondor. Cada una descansa a un lado de río Anduin, y están talladas en dos enormes pilares que representan a los hermanos Isildur y Anárion, los primeros reyes de Gondor. Pues bien, el dibujo de estas estatuas impresiona. Porque en ellas el poso de lo eterno y de lo inmutable aparece y te mira muy directo y muy hacia adentro. Los antiguos reyes de Gondor, aunque muertos hace ya mucho tiempo, parece que reposen en el interior de estas estatuas y que, desde lo antiguo del tiempo, permanezcan vigilantes de lo que ocurre en lo que un día fue su mundo.

A partir de entonces fue cuando me di cuenta de que las esculturas -y en particular hablo de las estatuas que representan figuras de hombres y mujeres- hablan, en lo hondo, de lo eterno. A partir de entonces fue cuando leí de un modo diferente aquel pasaje del Génesis 19 en el que Dios, después de invitar a Lot, a su mujer y a sus dos hijas, a que huyan de la ciudad de Sodoma advirtiéndoles de que: “look not behind thee, neither stay thou in all the plain; escape to the mountain, lest thou be consumed”*, y después de que la mujer de Lot mire hacia atrás, la convierte en una estatua de sal. Porque la mujer de Lot, vencida por la tentación de la curiosidad, mira hacia atrás y Dios lo había prohibido. “But his wife looked back from behind him, and she became a pillar of salt.”* Ay, sí, la mujer de Lot mira hacia atrás y, entonces, por la voluntad de Dios, se convierte en una triste estatua de sal. Quieta para siempre, como estatua, y manteniendo en su rostro la expresión de pánico al ver como Dios destruye, mediante el fuego y el azufre, la ciudad de Sodoma. Al leer este pasaje del Génesis me parece como si Dios nos dijera: obedecedme, pues aquel que no lo haga, aquel que no obedezca mis mandatos, vivirá en el infierno durante toda la eternidad. El infierno eterno simbolizado, en este caso, por la inmovilidad eterna a la que se ve sometida la mujer de Lot. Además: ¿no habéis pensado nunca que quizás Dios, al convertirla en estatua de sal, le mantiene, en cambio, intactas las facultades del pensamiento? Yo sí. En La Biblia no lo dice, pero cuando leía es pasaje del Génesis pensaba: por no obedecer, va a sufrir, en su cuerpo y en su espíritu, la crueldad y el horror más absoluto: el horror de tener que permanecer quieta para siempre y manteniendo en su recuerdo las imágenes del fuego y del azufre con los que Dios azota al pueblo de Sodoma, los sodomitas. Siendo la conversión a estatua un castigo por su desobediencia, esto que os digo tiene cierto sentido, ¿no?

Ah, ¿y no os parece que una estatua quebrada es la imagen más melancólica del mundo? Porque, si asumimos que las estatuas juegan con la idea de lo eterno, y con la eternidad; si pensamos que las estatuas, impertérritas, se burlan silenciosamente del tiempo, entonces ver una estatua quebrada supone un revés que el tiempo mismo da a esa eternidad para la que han sido definidas. Como si el hecho de quebrarse la estatua por el paso del tiempo hiciera crujir a la eternidad misma. Como si hasta lo que presuntamente había de ser eterno, desde dentro mismo de su ser nos dijera: mirad, no puedo ser eterno, me vence el tiempo. Por eso, es raro pasear por un cementerio y ver estatuas caídas o quebradas o rotas: hay una crueldad extraña que ataca al centro de la esperanza misma de quien cree en la vida eterna que le ha de esperar en la otra vida. Y, ¿no os parece que es aún más raro ver la estatua de un ángel caída, quebrada o rota? Pues si antes, al ver una estatua derruída de este modo hacía que te creciera una fatiga honda en el espíritu, ahora, al ver del mismo modo la de un ángel, la fatiga que te crece es doble: por ser una estatua y estar esta quebrada; y por ser una estatua que, además, es la representación de un ángel (pues: ¿cómo puede, un ser que ha sido enviado por Dios mismo, caer y quebrarse?, ¿no estaba eso reservado, únicamente, para el malo del mundo?)

Hablaba de las estatuas rotas. Y de la melancolía que produce el mirarlas. Pero no son estas estatuas las únicas capaces de hacer crecer la melancólia en quien las mira. Lo son también aquellas estatuas que representan a personas que ya han muerto pero que un día, cuando estuvieron vivas, fueron grandes. Aquellas estatuas que representan a personas que un día fueron héroes, tanto en lo intelectual como en lo físico. Aquellas estatuas que prolongan, desde el pasado hasta el presente, la presencia de la persona a la que representan pero que hacen evidente, precisamente por la ausencia de esta persona que un día fue grande, la finitud del tiempo que nos ha tocado vivir: pues si aquellos que fueron grandes vieron como se agotó su tiempo y de ellos no queda más que el recuerdo, hecho presente para nosotros por la presencia de una estatua, ¿no va a agotar el destino, y aun con más motivo pues somos tan sólo unos pobres mediocres, el nuestro? Me acuerdo de la emoción intensísima que sentí cuando, en Roma, me senté en el pedestal de la estatua que la ciudad había erigido en honor de Giordano Bruno; y me acuerdo lo mismo de cuando, pensando en lo descomunal del intelecto del insigne filósofo al que la estatua representa, y pensando lo mismo en el tiempo que había huído desde que sus huesos se habían confundido con el polvo de la tierra, estremecido, lloré.




Figura 1: Pillars of Kings (1978), pintura acrílica sobre tabla, de los hermanos Hildebrandt.
Figura 2: estatua dedicada a Giordano Bruno situada en la plaza Campo dei Fiori de Roma.
* citas de La Biblia extraídas de la traducción al inglés para el Rey James, The King James Version.

domingo, 24 de junio de 2007

Superhéroes VI: Superman, el Héroe

Román Gubern (1934), catedrático de Comunicación Audiovisual en la Universidad Autónoma de Barcelona, afirma que Superman es una figura simétrica a la de Cristo. Dice de Superman que:

a) Igual que Cristo, tiene orígenes extraterrestres.
b) Llega a su destino huyendo de un cataclismo (la destrucción de su planeta: Kripton), lo mismo que huye la familia de Cristo de la matanza de Herodes.
c) Tiene una doble personalidad: una, como hijo del padre extraterrestre; y otra, como hijo del padre terrestre.
d) Se hace hombre al amparo del hogar de un matrimonio modesto, cuidadoso en su comportamiento y de valores intachables. Un matrimonio que, además, carece de hijos.
e) Como hijo del padre extraterrestre, efectúa prodigios que maravillan tanto a sus padres terretres como a los habitantes del pueblo en el que habita.
f) Antes de iniciar su vida pública, abandona su hogar y se retira a meditar, al amparo de la soledad, a un paraje deshabitado y hostil.
g) Ayuda a los necesitados y defiende a los oprimidos, sin pedir nunca nada a cambio.
h) Es inalterable a las tentaciones mundanas, manteniéndose célibe y casto (al menos si hablamos del personaje original).
i) Debido a su identificación con el padre extraterrestre, efectúa prodigios contrarios a la física y a la naturaleza.

Nosotros, que no sólo somos herederos de la tradición judeocristianas encarnadas en Cristo sino que también la vivimos por ser el substrato de nuestro comportamiento social y hasta de nuestros valores, no podemos mantenernos al margen de un símbolo como el que representa este superhéroe. Superman es el superhéroe que más se enraíza hondo del subsuelo de nuestra cultura.. Nos puede gustar o no el estilo aventurero de este superhéroe, nos pueden gustar o no sus aventuras, pero no podemos ignorarlo ni dejar de asumirlo como uno de los iconos de nuestra cultura, en el que, como pasa con Cristo, se resume la lucha arquetípica entre el Bien y el Mal (así, en mayúsculas).

La lucha entre el Bien y el Mal es uno de los temas que abordan las historias de superhéroes. Pero en la mayoría de estas historias, esta lucha no es central, mientras sí lo es en el de Superman. Me refiero a que, por ejemplo, parte de las preocupaciones de Batman y de Spiderman conciernen al Bien y al Mal, pero estas nos son las únicas preocupaciones con las que se atormentan. Ni son tampoco, de hecho, las más importantes. Porque en Batman y en Spiderman lo central es la batalla que han de mantener cada día con su propia psique. A diferencia de los creadores de Superman (creado en 1932 por el dibujante Joe Shuster y el guionista Jerry Siegel), los de Batman (creado en 1939 por el dibujante Bob Kane y el guionista Bill Finger) y los de Spiderman (creado en 1962 por el dibujante Steve Ditko y el guionista Stan Lee) estuvieron más centrados en las características poliédricas de la psique del Hombre (y en los problemas que de esta capacidad se derivan) que en la lucha arquetípica entre el Bien y el Mal. Y estas características son las que resumieron en sus creaciones. En cambio, en Superman el tema central, y casi único, es la lucha entre el Bien y el Mal. Porque, en lo básico, Superman carece de la profundidad psicológica que sí tienen Batman y Spiderman. En parte porque en ninguna de las dos personalidades de Superman (la de Clark Kent y la de Superman mismo) hay duda sobre cuál es la condición de su existencia (de hecho Clark Kent es un mero disfraz del verdadero personaje: Superman; así que, en el fondo, hay únicamente una sola personalidad). Y en parte porque, claro, Superman no ha escogido esta condición vital: él es como es. En cambio, tanto Batman como Spiderman tienen la posibilidad de no hacer lo que hacen, de ignorar ese yo superheroico que han asumido como suyo, y de vivir como hombres normales.

Sea como sea, Superman es, por su profunda capacidad simbólica y por los temas arquetípicos de los que habla, un superhéroe sin parangón.

viernes, 22 de junio de 2007

Superhéroes V: a propósito de Watchmen

Acabo de releer el primer capítulo de la serie Watchmen. Escrita por Alan Moore, dibujada por Dave Gibbons y coloreada por John Higgins, los doce capítulos de los que consta la serie fueron publicados durante 1986 y 1987. Al poco tiempo de ser publicada se convirtió en una obra mito. Premiada y prestigiada por todo tipo de publicaciones se la consideró, de manera casi unánime, una obra maestra más allá del medio de expresión en el que había sido creada: el cómic. Y es una obra, además, muy meditable y en la que se plantea de manera trágica, y hasta melancólica, el papel y el sentido del Héroe y de lo heroico en la sociedad moderna.

Pues bien, como decía antes, he releído el primer capítulo de Watchmen.

En este capítulo hay diálogos y pensamientos memorables. Uno de esos pensamientos a los que me refiero es el que, a propósito de la muerte de un antiguo amigo (y socio en la defensa de la justicia y del Bien), nos regala el Dr. Manhattan. Dice este Héroe, pensando en la vida y en la muerte: “Un cuerpo vivo y un cuerpo muerto tiene el mismo número de partículas. Estructuralmente, no hay diferencia. La vida y la muerte son abstracciones. ¿Por qué debería estar apenado?”

La diferencia entre la vida y la muerte. Tema meditable por antonomasia, ¿no?

Estas frases del Dr. Manhattan me han hecho pensar en estos dos conceptos de los que hablan. ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Desde cuándo el Hombre se preocupa por la vida y la muerte? ¿Desde lo más antiguo de lo antiguo? ¿O, más bien, desde que en el corazón del Hombre surgió el hecho de lo religioso? Yo no sé decidir una respuesta clara y meridiana que dé respuesta a estas preguntas pero la verdad es que pensando en ellas, y pensando lo mismo en otras que giran alrededor del mismo tema (el tema de la vida y de la muerte), he releído algún capítulo de algún libro que habla de la historia de los más antiguos y que tenia sometido al polvo y al aburrimiento en alguna de las estanterías que tengo en casa. Resumo lo que he leído.

Resulta que hay evidencias físicas que aseguran que los hombres de Neandertal ya enterraban a sus muertos: en La Ferrassie (Francia) y en Shanidar (Irak), por ejemplo, se han encontrado tumbas en las que familias enteras están ubicadas en posiciones nada azarosas junto a lo que fueron, aseguran los estudiosos, sus más valiosos bienes. Estas evidencias físicas aseguran que aquellos hombres, que vivieron hace 30000 o 40000 años, ya supieron distinguir entre lo que era la vida y lo que era la muerte. Y, a raíz de estas mismas evidencias, los estudiosos derivan también que los hombres de Neandertal ya tenían un concepto ancho de lo que era el alma, y que, además, tenían un sistema organizado de bienestar social, de cuidado y respeto por los ancianos, y de organización política (de gobierno) y filosófica. No obstante, debe decirse que estos lugares de entierro han sido cuestionados por otros estudiosos en la materia, por considerarlos fraudulentos; o por considerarlos, simplemente, casuales.

Pero si consideramos estos lugares de entierro como verídicos y no como lugares en los que casualmente se han acumulado esqueletos y utensilios antiguos (es decir, si consideramos que los hombres de Neandertal efectivamente enterraban a sus muertos), y aunque no supongamos todo lo que los arqueólogos concluyen a partir de esta suposición (y que antes enumeraba), podemos meditar en dos consideraciones: en la del entierro como hecho físico, y en la de entierro como hecho ritual. En cuanto a lo físico, e independientemente de cualquier otro aspecto añadido, el simple hecho de enterrar a los muertos había de ser útil por dos motivos: para disuadir a los animales carroñeros y para enmascarar el olor pútrido de los cadáveres en proceso de descomposición. En cuanto a lo ritual, en cambio, el hecho de entierrar a los muertos se dibuja más complejo para el entendimiento, pues se derivan de este hecho la existencia de dos ideas llave para entender el desarrollo histórico del Hombre: la idea de la vida y la idea de la muerte; pues lo ritual hubo de servir, y sirve, para definir una frontera que ellos ya empezaron a ver: la frontera que hay entre el vivo y el muerto.

Aquellas primeras celebraciones rituales de la muerte santificaron la vida. Y constituyeron la primera evidencia de que el hombre se empezó a plantear algo que, conceptualmente, alcanzaba más que la simple valoración instintiva de la vida; de que empezó a formarse lentamente, desde la bruma de los tiempos en los que la historia del Hombre casi no estaba dibujada, una convicción que decía que la vida es digna de reverencia.

Ah, momento trascendente como pocos en la historia del Hombre, ¿no? Pues aquella reverencia a la vida que el Hombre ha practicado desde entonces es lo que ha permanecido como la base moral de toda acción humana desde entonces.


Figura 1: entierro en La Ferrassie.

miércoles, 20 de junio de 2007

Superhéroes III: de Héroes y Hombres

Al amparo del Cristo y del Cristianismo no hacían falta Héroes. Pero hubo un día en el que el Cristo se borró de la imaginación del Hombre y que el Cristianismo se diluyó en el mundo de las ideas y de los conceptos y de la luz. Y entonces el Hombre se sintió desamparado y solo.

Y entonces apareció Hegel y creó al Superhombre.

Georg Hegel (1770-1831), alemán, pensó que la mayoría de las personas eran incapaces de conseguir éxitos vitales dignos. Y, también, que fuerzas vastas, impersonales, de las que no podemos escapar, controlan nuestras vidas. Pero, pensó Hegel, ocurre que en ocasiones aparecen individuos que tienen una extraordinaria sabiduría, o que tienen una extraordinaria capacidad para hacer proezas, y que resumen en ellos el espíritu de su tiempo y fuerzan el curso de la Historia. Estos individuos, los Héroes de Hegel, fueron déspotas sedientos de sangre, y desplazaron a los Santos y a los Piadosos en el corazón del Hombre.

Friedrich Nietzsche (1844-1900), alemán como Hegel, abundó en el concepto de Superhéroe, y lo extremó. “El hundimiento anárquico de nuestra civilización fue un pequeño precio a pagar por un Genio como Napoleón.” “Las desgracias de la gente insignificante, de la gente de poca importancia, no cuentan para nada excepto en los sentimientos de los hombres de poder.” Pensaba Nietzsche que el artista-tirano era el tipo más noble de hombre, y que la “crueldad espiritualizada e intensificada” era la forma más alta de cultura.

Pero no solo Alemania modeló al Superhombre. Thomas Carlyle (1795-1881), que fue escocés, pensó que la Historia era poco más que el registro de los logros de los Grandes Hombres que la habían vivido. Carlyle abogaba por el culto al Héroe por ser, según él, una especie de religión laica mediante la que se podía conseguir la auto-mejora. Dijo: “la Historia de lo que el Hombre ha conseguido en este mundo es, en lo hondo, la Historia de los grandes hombres que han trabajado aquí.” “El culto a un Héroe es, significa, la admiración trascendental a un Gran Hombre… no hay, al cabo, nada más admirable… la Sociedad está fundamentada en el culto al Héroe” y en la “admiración sumisa por lo realmente grande.” Pensaba Carlyle que no es la Historia quien fabrica a los Héroes, sino que son los Héroes quienes fabrican la Historia.

Por esto último se creyó, entonces, que eran los Grandes Hombres, los Héroes, quienes podían salvar a la Sociedad de su decaimiento y de su perdición. Sí, en verdad fue esto lo que se creyó. Pero es cuando nos fijamos en el período histórico en el que surgió esta creencia, el siglo XIX, que entonces esta idea se nos hace rara. Pues el siglo XIX fue una época en la que las democracias europeas florecieron por doquier, y se hace raro el pensar que estas mismas democracias fueron las que confiaron cada vez más y más poder a sus líderes, a los que otorgaron el papel de auténticos Héroes, y fueron lo mismo las que se rindieron a sus modos demagógicos y a su carácter dictatorial. Pensemos en como, durante el siglo XX, desembocaron en el horror algunas de las democracias europeas.

Y este horror en el que desembocaron alguna de las democracias europeas hizo que, andando el tiempo, desconfiáramos de los Grandes Hombres, los Héroes del presente (aunque la imaginación y la fantasía mantengan, no obstante, una cierta veneración por los Héroes del pasado). Y que, perdido el Cristo y perdidos, lo mismo, los Grandes Hombres a los que rendir culto, el Hombre se volvió a sentir desamparado y solo.

Y entonces, al ver al Hombre desamparado y solo, aparecieron de lo oscuro los Otros Héroes. Los Héroes que, aunque siempre habían estado aquí, por fin pudieron estar solos. Entonces vinieron el Poder, y la Riqueza, y el Éxito, y el Dinero. Los Héroes del presente.

Cuando pienso en los Héroes del presente muchas me acuerdo del final de una película de David Fincher titulada The Fight Club (1999). Me refiero a cuando el narrador, interpretado por Edward Norton, le dice a Marla Singer, interpretada por Helena Bonham Carter: “I'm sorry... you met me at a very strange time in my life.” (que, traducida al castellano, dice: "Me has conocido en un momento extraño de mi vida.")

Y entonces, la destrucción.

martes, 19 de junio de 2007

Superhéroes

Durante el siglo XIX se vivió la obsesión por los héroes. Los estudiantes ingleses se educaron siguiendo el modelo del duque de Wellington. Bismarck se convirtió en el modelo de comportamiento para los alemanes. El nombre de Napoleón Bonaparte inspiró reverencia. Y Abraham Lincoln no fue menos que un héroe para los habitantes estadounidenses.

Durante el siglo XIX se creyó que la sociedad podía ser moldeada por las acciones de unos pocos individuos excepcionales. Esta idea tuvo su eco, ya en el siglo XX, en los cómics y en las películas en los que aparecían superhéroes. Me refiero a personajes como Superman, Batman, Spiderman, los componentes de la Patrulla X o los de los 4 Fantásticos.

domingo, 17 de junio de 2007

No somos inmutables

Hablemos de deformaciones corporales.

A mí me espeluzna el saber que no somos templo, que no somos inmutables y que existe en nosotros la posibilidad de la modificación física. Me espeluzna el saber que nuestras proporciones o características corporales pueden ser alteradas si son sometidas a la voluntad de la imaginación, de la fuerza física o del tiempo.

Por ejemplo, si imagináis a una persona gritando con la boca muy abierta a la manera de las heroínas de las películas de miedo, es seguro que no sentiréis una impresión especialmente honda. Pero, en cambio, si imagináis de nuevo a una persona gritando, pero ahora con la boca muy, muy abierta de manera que la cavidad bucal duplique el tamaño de la cavidad bucal de alguien que al gritar abre la boca a la manera de las heroínas de las que antes hablaba, es seguro que sentiréis una sensación de extrañeza, y hasta de incomodidad, por la discordancia que hay entre esta imagen y la realidad. Este sería un caso de modificación física por la voluntad de la imaginación.

O, por ejemplo, si rememoráis el final de un cuento de Edgar Allan Poe titulado Berenice, es seguro que sentiréis un escalofrío al imaginar de nuevo el momento en el que uno de los sirvientes de la casa en la que habitan Berenice y su primo Egaeus habla a Egaeus, entre susurros, de una tumba violada (la de Berenice), y de un cadáver desfigurado y que aún respira (el de Berenice). Recordad: Egaeus, poseído por la locura monomaniática en la que se sumerge por la visión de los dientes de Berenice, extrae las piezas dentales de Berenice estando ésta aún viva pero enterrada. Este sería un caso de modificación física por la voluntad de fuerza física.

O, por ejemplo, y ya para acabar, si pensáis en las modificaciones con las que, en vosotros mismos, se ha cebado el paso del tiempo. Coged una foto vuestra de hace muchísimos años y comparadla con el reflejo que aparece enfrente vuestro cuando os miráis a un espejo. La piel de grieta puebla los lugares en los que antes había piel de melocotón; la nariz ha cambiado, las orejas han cambiado y hasta la circunferencia que define el contorno de la cabeza ha cambiado; tendemos, a lo largo de nuestra vida, del nenúfar a la momia. Este sería un caso de modificación física por la voluntad del tiempo. La más invisible (pues al ser la modificación a la que estamos más habituados en lo común de los días, ni la sopesamos) pero no por ello la menos terrible.

Al pensar en todo esto que os acabo de escribir, me he acordado de un pasaje de La Biblia que dice: “What? Know ye not that your body is the temple of the Holy Ghost which is in you, which ye have of God, and ye are not your own?” (Corinthians, 6: 19, en según The King James Version de La Biblia). Pensar en este pasaje y pensar lo mismo en todo lo que os he escrito antes es la risa, ¿no creéis?

sábado, 16 de junio de 2007

Vincent Price vs. Peter Cushing

Ah, Roger Corman. ¡Qué grande, qué grande! Las películas de Corman sí que eran películas que de verdad reambientaban en la pantalla del cine los cuentos de Poe en los que se inspiraban, ¿no? ¿Y Vincent Price? ¿Qué me decís de los papeles que interpretaba Vicent Price en aquellas películas? ¿Os acordáis de su acento educado en exceso y de la sonrisa afectada que dibujaban sus labios mientras su mirada perdida delataba el horror que se paseaba por sus pensamientos? Corman no podía haber escogido a nadie mejor que él para interpretar al bizarro Roderick Usher. ¿Os acordáis de la bata roja que Vincent Price viste, como Roderick Usher, en The fall of the House of Usher? Manierismo visual a tope. ¡Qué colores, qué colores! Como los colores que aparecen en las películas de la productora Hammer, pero mejorados.

Por cierto, y ya que hablo de las películas de la productora Hammer, mirad lo que os digo: las mejores películas de la Hammer son las películas en las que aparecen Peter Cushing y Christopher Lee. Peter Cushing es un actor mito. Como también lo es, por supuesto, Vincent Price. Pero para la mayoría de espectadores quizás Peter Cushing sea un mito mayor que Vincent Prince. No es que Vincent Price sea peor actor que Peter Cushing. No, no, no, ni muchísimo menos. Pero lo cierto es que Peter Cushing enriquece a sus personajes con un comportamiento y una presencia que son, además de totalmente ajenas a las maneras interpretativas y a los modos físicos de Vincent Price, digamos que más populares; son más tópicas, por decirlo de alguna manera; son más como lo que la mayoría de espectadores espera ver en el héroe de una película de terror. Pues aunque a Peter Cushing le falte la voz y la presencia física de las que rebosa Vincent Price, sus interpretaciones desbordan elasticidad y exceso físico; capacidades, por otra parte, de las que carece absolutamente Vincent Price, que es la quietud y el hieratismo. Y es esta vitalidad física lo que hace que sus personajes sean más terrenales y que, por lo tanto, gusten más. Y lo mismo podemos decir de los terrores a los que se enfrenta, pues al estar abordados por un héroe que no se deja llevar por el pensamiento sino por la acción son más creíbles. Y, claro, al ser más creíbles entonces gustan más. Porque en este mundo lo que más gusta es lo evidente y lo que puede ser real, más que lo que vive únicamente en lo fantástico. Lo que, en definitiva, puede tocarse directamente con la mano o, a lo sumo, está a la vuelta de la esquina para poder ser tocado.

Vincent Price es el resumen de lo que de íntimo hay en el horror; es el resumen del horror que surge del intelecto, del cerebro y de la teoría. Peter Cushing lo es, en cambio, de lo que de físico hay en el horror; es el resumen del horror que surge de la acción, del músculo y de la práctica. Y la práctica, ya sabéis, en este mundo gusta más que la teoría.


Figura 1 (iquierda): Peter Cushing en una imagen de la película de la productora Hammer, The curse of Frankenstein (1957).
Figura 2 (derecha): Vincent Price en una imagen de la película de la productora Liberty Pictures, The Bat (1959).

jueves, 14 de junio de 2007

Y última vez y nunca más y olvido

Siempre que pienso en despedidas me acuerdo de un poema de Borges que me emociona en extremo. Se titula Límites, y lo escribió en 1960. Dejad que os copie las tres primeras estrofas:

De estas calles que ahondan el poniente,
una habrá (no sé cual) que he recorrido
ya por última vez, indiferente
y sin adivinarlo, sometido

a Quien prefija omnipotentes normas
y una secreta y rígida medida
a las sombras, los sueños y las formas
que destejen y tejen esta vida.

Si para todo hay término y hay tasa
y última vez y nunca más y olvido
¿quién nos dirá de quién, en esta casa,
sin saberlo, nos hemos despedido?

Adiós y que tengáis suerte en la vida

Ay, yo no sé por qué, pero esto de las despedidas no va conmigo. No me refiero a las despedidas que se cierran con un “hasta la próxima” o con un “nos vemos mañana”. Me refiero a las que sabes que son definitivas y que te van a separar para siempre de la persona de la que te despides. Es un momento cruel para el corazón, o al menos lo es para el mío, cuando a alguien con quien has compartido momentos importantes, y a sabiendas de que esos momentos ya no se van a poder vivir de nuevo, toca decirle: “adiós, que te vaya muy bien todo, y que tengas mucha suerte en la vida”.

Hoy he tenido que repetir frases parecidas en unas cuantas ocasiones. Porque hoy, después de acabar el último examen de la selectividad, seguramente he visto por última vez a algunos de los alumnos de bachillerato con los que he compartido uno o dos años de, casi literalmente, sangre, sudor, lágrimas y números. Mecachis, qué tristeza dejar de verles. Pero supongo que así es la vida, que es lo que toca, y que no puede ser de otra manera.

Así que supongo que, con el corazón encogido, no me queda más por decir que: “¡adiós, amigas y amigos, que os vaya muy bien todo, y que tengáis mucha suerte en la vida!”

miércoles, 13 de junio de 2007

Cuando me despierto de madrugada y las luces están apagadas

Uno de los momentos en los que me crece en el alma un miedo más hondo es cuando me levanto de madrugada para escribir o para leer frente a mi escritorio mientras sé que mi novia aun está durmiendo. Me explico. Resulta que el escritorio lo tengo encarado hacia una ventana que asoma a un patio interior típico del barrio de l’Eixample de Barcelona. De modo que cuando estoy sentado en él y además es de día, puedo gozar de una magnifica vista en la que se incluyen: los dos patios de un colegio; el ábside gigante, la planta y los dos campanarios de la basílica dedicada a Sant Josep Oriol; la ruta de los aviones que, bordeando la costa se dirigen, viniendo desde el norte o viniendo desde el mar, hacia el aeropuerto de el Prat; las antenas de televisión que hay en el tejado de la mayoría de las casas (me gusta fijarme en ellas porque estas antenas anclan mi imaginación en un mundo más de mecanismos antiguos y menos de chips y de computadoras), la colada que los vecinos de los edificios que hay frente al mío extienden en sus terrazas y en sus balcones (también me gusta fijarme en las coladas de los vecinos porque hacen que el mundo parezca más humano y más vivo); las, extrañamente, abundantes gaviotas que sobrevuelan en círculos los dos patios del colegio y el ábside y la planta de la basílica dedicada a Sant Josep Oriol. Y resulta lo mismo que la cama la tenemos detrás del escritorio, de manera que si me siento a escribir o a leer esta queda situada a mi espalda. Entre el escritorio y la cama, a modo de separación, hay una cortina espesa.

Si es de día no pasa nada, pues de día la luz, la vida y la alegría van de la mano y no hay nada que temer. Ni nadie a quien debamos vigilar. Pero si es de noche o de madrugada - que es cuando, como antes decía, me levanto para escribir o para leer - entonces, ah, entonces sí que pasa: porque es a esa hora cuando, por lo oscuro, la imaginación y el horror van de la mano. Pues es por lo oscuro de la noche que las torres que veo desde mi ventana se transforman en unas torres ominosas y horrorosas. Pues es por lo oscuro de la noche que los dos patios vacíos del colegio parece que están habitados por las almas desangeladas de niños espectro. Pues, y lo peor, es por lo oscuro, y por la cualidad que esta oscuridad otorga tanto a las torres y a los patios, transformando el efecto que ejercen en mi imaginación, como al hecho de que mi novia esté durmiendo a mi espalda, que me vienen del recuerdo las imágenes de algunas películas en las que aparecen mujeres pálidas y con las cuencas de los ojos vacías de ojos. Mujeres que intentan gritar con la boca muy abierta pero que al hacerlo no consiguen emitir sonido alguno. Mujeres que señalan con el dedo, que miran con la mirada perdida y sin poder ver lo que miran. Ay, y es entonces cuando me viene el miedo del que os hablaba al principio. Porque al recordar esas imágenes en las que aparecen mujeres espectrales y desalmadas pienso en mi novia y la imagino como si fuera una de ellas. E imagino que se levanta, y que mientras lo hace no soy capaz de oírla. Y que desplaza la cortina espesa que separa el escritorio de la cama y que, de nuevo, tampoco soy capaz de oírla. Y que posa una mano en mi hombro y que al girarme la veo con la boca abierta y con las cuencas de los ojos huecas de ojos. Y que mira hacia la ventana asomada a la oscuridad de la noche mientras, señalando con el dedo y con la boca muy abierta, grita en silencio. Uf. Sé que alguno pensará: pues vaya tontería tan grande es esta de tener miedo de su propia novia y, además, imaginarla como si fuera un espectro de ultratumba. Pero yo esto ya lo sé. Ya sé que es una tontería muy, muy grande imaginar a mi novia de esta manera horrorosa. Y sé lo mismo que, además, imaginar esto no tiene ningún sentido, pues mi novia es la luz, la alegría y la felicidad. Pero la verdad es que no puedo evitar que en mi imaginación, qué sé yo por qué motivo, crezcan estas imágenes.

Por otra parte, he de decir que imaginar cosas como las que os he explicado, hacer crecer dentro la realidad mundana este tipo de espejismos, no está del todo mal. Es decir: no está del todo mal enriquecer la realidad más pragmática con situaciones, o pensamientos, o imágenes que viven en la fantasía más absoluta. Yo, involuntariamente, lo he hecho desde que tengo uso de memoria y de razón, pues he de confesar que ya desde que era muy pequeño tenía la tendencia a confundir los sueños con la realidad. O, mejor: a mezclar los sueños y la realidad. Los mezclaba y hacía, de estos dos mundos separados, un solo mundo. Por ejemplo, durante una temporada creí que era del todo cierto que una noche había visto caminar en fila, uno tras otro y por el pasillo de mi casa, a una hilera de nosferatus; de nosferatus como el que aparece en la película Nosferatu de Murnau. O también, durante otra temporada, creí que era del todo cierto que desde la ventana del cuarto en el que jugaba con mi hermano había visto una hilera (otra vez una hilera) de objetos voladores raros, con forma de noria de feria, de disco luminoso o de camión, que volaban a lo lejos y muy lentamente, como exhibiéndose impudorosos ante todo aquel que los quisiera observar. Y hasta hubo una temporada durante la que creí que era cierto que había matado a una persona, no recuerdo a quien no por qué motivo, y que la había enterrado, plegado sobre sí mismo en mil dobleces, debajo de una baldosa del colegio en el que estudiaba (sí, sí, como lo oís, debajo de una baldosa al uso y enterrado en bajo el embaldosado del colegio; y los niños, mis amigos y todos los demás, correteando por encima de aquí para allá: bizarro, bizarro); y que temía que el director la descubriera y que me castigara con la pena de la cárcel o con penas aun mayores.

Obviamente, todo estas cosas de las que os he hablado no son más que irrealidades. Y que tanto los sueños del pasado como los horrores del presente son, en lo hondo, cualidades que el mundo no posee. Pero son cualidades que, al parecer muy reales en la imaginación, enriquecen el mundo con una característica que, aunque en realidad no tiene, en verdad lo hace más vivible. Me refiero a esa característica que posee el mundo para los niños. Y que lo convierte, para ellos, en fuente de alegría y de felicidad. Me refiero, claro, a la fantasía.