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viernes, febrero 05, 2016

'Carol', bellísima historia de amor

Con Carol se va a cometer una injusticia tremenda. Va a pasar a la posteridad por ser una historia de amor entre dos mujeres, cuando en realidad tendría que hacerlo, simplemente, por ser una historia de amor. Habrá morbo, habrá hasta oposición en este mundo menos abierto a la diversidad de lo que nos gustaría, pero no habrá un juicio incondicional hacia lo que Todd Haynes nos muestra, una bellísima historia de amor. Sin más. La protagonizan dos mujeres, obvio, y eso da un contexto interesantísimo, el que Patricia Highsmith puso como base de su novela de 1952, año en el que está ambientada la historia en sus versiones literaria y cinematográfica. Siendo algo fundamental y rompedor en el momento en que el relato vio la luz, cuando más de medio siglo después asalta la pantalla tendría que ser algo mucho más normal. No lo es, y ahí también hay que alabar la valentía de Haynes para que Hollywood admita una historia de amor lésbico como ya ha admitido otras entre homosexuales.

Pero para hablar de las cualidades cinematográficas de Carol, es necesario hacer ese ejercicio y coger algo distancia. No está en el protagonismo de dos mujeres el mensaje esencial de Carol en nuestros días, o no tendría que estar ahí, cuando Brokeback Mountain ya rompió esa barrera en el año 2005 o incluso cuando lo hizo La vida de Adèle en 2013. Lo que habría que desatacar del filme de Haynes es su delicadeza a la hora de mostrar un amor prohibido y con enormes barreras. Habría que volcarse en el hermosísimo retrato que hace de dos personas que tienen que hacer frente a una situación difícil, a las tentaciones de un amor que saben que les provocará problemas. Haynes rueda con una elegancia admirable, con una intensidad enorme y con una categoría que encuentra un brutal reflejo en el trabajo de sus dos actrices principales, Cate Blanchett y Rooney Mara, dos presencias absolutamente deslumbrantes de principio a fin.

El duelo interpretativo entre ambas es exquisito, y de alguna manera recuerda al que Susan Sarandon y Geena Davis protagonizaron en Thelma y Louise, una película con la que, si nos olvidamos de la cuestión lésbica, comparte alguna que otra característica. Y es un duelo que crece todavía más porque no hay sin ganadora, con lo que se prolonga hasta el infinito, hasta cada pequeño matiz que se quiera analizar. Ambas entienden sus personajes con una elegancia impresionante. Haynes, además, entiende todo lo que ellas le están ofreciendo y termina de redondear la película contándola prácticamente en su totalidad como un flashback que parte de una escena en la que ellas hablan sin que sepamos de qué están hablando. Hay en el último acto de la película algún pequeño bajón, que procede de dar una falsa impresión de final muchos minutos antes de que se acabe la historia, pero quitando ese mínimo defecto es francamente difícil encontrarle alguna flaqueza a la película.

No es fácil entender que la Academia, reconociendo a sus dos actrices principales (la trampa de dejar a Rooney Mara como secundaria es inadmisible, una treta de márketing que ayuda a alejar los Oscars del público, que no es tan idiota como para no ver que su personaje es incluso más protagonista que el de Cate Blanchett) y a su guión adaptado, no haya colocado el filme como uno de los mejores del año. Y la única explicación posible es la injusticia con la que arrancaban estas líneas. Carol no es sólo la historia de amor entre dos mujeres ambientada en los años 50, ni siquiera encuentra su mejor argumento en que haya o no escenas de sexo entre ellas, sino que sobre todo es una película formidable, probablemente la mejor que ha rodado el director de Lejos del cielo, y un bellísimo relato de amor, con un clasicismo estético y formal, una brillantez a todos los niveles y sobre todo dos actrices en estado de gracia que merecen una y mil reverencias por su trabajo.

viernes, octubre 09, 2015

'Pan', polvos de colores

Se hace difícil entender cómo es posible que Hollywood sea capaz de alejarse tanto de los espíritus originales de las obras que presumiblemente quiere honrar expandiendo sus historias hacia el futuro o, como es el caso de Pan, hacia el pasado. La idea del filme de Joe Wright es rendir homenaje a Peter Pan, la inmortal creación de J. M. Barrie contando la llegada del niño que no quería crecer al País de Nunca Jamás y su primer encuentro con James Hook antes de que este fuera el temible Capitán Garfio, siendo aquí el villano de la función un exaltado Barbanegra interpretado por Hugh Jackman. Pues más allá de unas cuantas alusiones no demasiado brillantes al saber popular sobre el universo de Peter Pan, poco hay de la obra original y de su espíritu. Lo que queda son polvos de colores, efectos digitales tridimensionales y una historia tan poco elaborada que no se puede salvar por su más o menos grandilocuente espectáculo de luz y sonido.

Quizá ahora es el momento de echar la vista atrás y recordar el injusto vapuleo que recibió Hook, el filme de Steven Spielberg que hablaba de un Peter Pan que había crecido y que había olvidado quien era. Aquella película tenía una razón de ser, una historia que contar y un encaje formidable en la mitología creada por Barrie, por mucho que se pudieran criticar algunos de sus excesos visuales. Pero Pan está en las antípodas de los logros de aquella. No le importan los temas de Peter Pan, no es inteligente al incorporar los elementos ya conocidos y su único interés parece estar en la recreación de un mundo digital que, además de ser imposible y estar mal explicado (¿por qué hay, por ejemplo, un cocodrilo en una de esas burbujas de agua voladoras que reciben la llegada del barco pirata a Nunca Jamás?), tiene planos que parecen impropios de una superproducción de Hollywood en los que simplemente hay que colocar a los actores conocidos de la película como único reclamo posible.

La entrada en la película, aunque no brillante en exceso, al menos es esperanzadora. Las escenas de Peter está en el orfanato londinense, aunque repetitivas, invitan a pensar que hay algo interesante que contar. Pero no lo hay. La ilusión se desvanece cuando se comprueba que sólo importan los planos en 3D, por aquello de cobrar las entradas más caras, y la extravagancia visual y formal, con diseños de personajes y escenarios sin explicación, ni siquiera dentro de la lógica fantástica de este mundo, y con la pretensión de llamar la atención, hasta el punto de que se pervierten los propósitos de la actualización musical que ofrecía Moulin Rouge para hacer que los corsarios de Barbanegra, Hugh Jackman a la cabeza, y sus esclavos en las minas, entonen una canción de Nirvana. Ahí se acaba el disimulo de que Pan pueda llegar a entretener, como se confirma después con los desdibujados personajes y el inevitablemente previsible desarrollo del filme de principio a fin.

Nada salva el resultado final, porque el clímax no es más que ruido, y para llegar ahí la perplejidad no ha hecho más que aumentar, porque encima la película se salta hasta sus propias reglas. Por ejemplo, no hay que introducir la mano en el agua porque hay cocodrilos, y sin embargo los recuerdos de Peter se avivan sumergiéndose en el agua después de haber salvado la vida frente al cocodrilo. Y eso por no hablar de la profecía que se anuncia en la película, tan de andar por casa y tan mal desarrollada en el final que parece casi una broma. El reparto, además, sabe lo que estaba haciendo, y simplemente se lo quiere pasar bien, sin más consecuencias. No será precisamente esta la película de la que mejor recuerdo guarde Jackman, ni tampoco un insustancial Garrett Hedlund o una aburrida Rooney Mara, ni siquiera Amanda Seyfreid con su escasísima presencia. En realidad, Pan se olvidará con facilidad, aunque sea otro claro paso atrás del hasta ahora interesante Joe Wright, autor de Expiación o Hanna.

viernes, febrero 21, 2014

'Her', bellísima carta de amor

Tengo que confesar que no soy un apasionado del cine de Spike Jonze. Le reconozco el carácter rompedor de sus ideas, la inmensa originalidad de su cine a todos los niveles y su capacidad para encontrar los recovecos del alma humana en las más insospechadas situaciones. Pero normalmente sus películas no llegan a emocionarme del todo. Me pasó con Adaptation. El ladrón de orquídeas, me pasó en Cómo ser John Malkovich y me pasó con Donde viven los monstruos. Originales, atractivas, incluso interesantes, pero lejos de ser inolvidables. Her destroza para siempre esa percepción. La bellísima carta de amor que escribe y dirige es una extraordinaria maravilla de principio a fin, planeada con mimo y ejecutada con cariño, interpretada con maestría y montada con inteligencia. Original en su planteamiento, pero brillante más allá de su sinopsis. Ni un pero se le puede poner a esta película tan preciosa como magnética, irresistiblemente humana dentro de su más que atractivo envoltorio de ciencia ficción.

Empezando por su punto de partida, todo hechiza en Her. Theodore (Joaquim Phoenix) trabaja en una empresa que se dedica a crear cartas manuscritas que otras personas no son capaces de redactar, se está divorciando y es un tipo triste y solitario. Un día instala en su ordenador un nuevo sistema operativo, una personalidad más que real a la que decide dar voz de mujer (Scarlett Johansson) y ella misma se pone el nombre de Samantha. Y poco a poco van enamorándose. Qué fácil parece con una sinopsis así caer en los terrenos de la caricatura o, por qué no decirlo, del ridículo. Pero Her está siempre alejadísima de esos peligros porque todo lo que acontece en la pantalla genera empatía, conmueve y emociona. Todo está formidablemente bien hecho a todos los niveles Spike Jonze, un autor de ideas como poco enrevesadas, encuentra aquí el escenario tan innovador en su envoltorio como clásico en su desarrollo y hace posible lo imposible: recrear una vibrante historia de amor en la que sólo llegamos a ver en la pantalla a uno de los dos integrantes de la pareja. Al otro sólo lo escuchamos.

Lo grandioso de Her es que para crear una carta de amor de toques humanamente imposibles describe con absoluta precisión humana todas las etapas del enamoramiento, y lo hace con una delicadeza sensacional. Es Spike Jonze en estado puro, pero también Spike Jonze llevado a su máxima capacidad. Es reconocible en su brillantez formal, pero en lo que toca el corazón merece el aplauso siempre y no a ráfagas como hasta ahora en su filmografía. Y consigue lo mejor de un reparto brillante encabezado por un hombre (Phoenix) y cuatro mujeres (a la ya mencionada Johansson hay que sumar a una Amy Adams que demuestra una vez más que su portentosa creatividad ni tiene límites ni están supeditados a su aspecto físico, una Rooney Mara brillante en su dureza y una Olivia Wilde que casi siempre da la sensación de ser mejor actriz de lo que se reconoce, y que ella prueba en papeles secundarios de mucho peso). De una forma u otra, Theodore enamora a esas cuatro mujeres. Y, de paso, el espectador sale irremediablemente enamorado de la película.

Her es tierna, bonita, triste y melancólica, se inicia con maestría y se cierra aún mejor. Y en su brillantez, la que hace que se recomiende este filme con entusiasmo a todo tipo de públicos que quieran experimentar emociones ante una pantalla (¿no trata de eso el cine?), Her abre además un debate necesario y fascinante. Teniendo en cuenta que Samantha es un personaje del que sólo escuchamos su voz, ¿quien vea la película doblada habrá disfrutado realmente de Her? ¿Cómo se puede convencer a alguien de que Scarlett Johansson es la coprotagonista del filme si su rostro no llega a verse en la pantalla? Doblada, Her deja de ser una película de Scarlett Johansson y su personaje pertenece por completo a otra actriz. ¿Es eso justo? Probablemente no. Pero no lo es ni con el trabajo interpretativo de la actriz ni tampoco con el propio espectador, que recibe algo diferente de lo que ha creado Spike Jonze (quien, por cierto, completa lo más divertido de la película prestando su propia voz al pequeño alienígena del juego). Una película más que evidencia lo necesaria que es la versión original. Y además, una película grandiosa.

lunes, abril 08, 2013

'Efectos secundarios', Soderbergh mejora pero no tanto

Dentro de la frenética marcha que ha metido Steven Soderbergh a su carrera como director (precisamente cuando más habla de ponerle fin), Efectos secundarios es su mejor película. Mantiene la frialdad de sus últimos trabajos (Magic Mike, Indomable, Contagio), pero encuentra elementos interesantes en un guión que, una vez superados los vaivenes iniciales y la falta de definición sobre la película que quiere ser, coge fuerza y hace crecer a sus personajes. El final no está tan a la altura y se acerca más a lo complaciente de aquel decepcionante cierre de Traffic que a las cimas truculentas a las que apuntaba en la media hora final, pero el resultado esta vez no es malo. A eso contribuye un reparto adecuado y convincente, que hace olvidar algunas trampas de la primera mitad del filme y contribuye a dejar un thriller convincente que, eso sí, pierde gas cuanto más tiempo tiene el espectador para pensar en la película. Tampoco parece como para tirar los cohetes que ha tirado la crítica norteamericana ni un salto enorme, pero sin duda es una mejora en la filmografía reciente de un director, Soderbergh, al que sigo viendo sobrevalorado.

Soderbergh construye una historia de la que no es fácil hablar sin desvelar algunos de sus muchos giros, alguno intrascendente y alguno muy agudo. Basta con saber que la película se construye básicamente en torno a cuatro personajes, la pareja que forman Emily (Rooney Mara) y Martin (Channing Tatum), ella víctima de depresiones por el hecho de que su marido está en la cárcel, y dos psiquiatras, los doctores Jonathan Banks (Jude Law) y Victoria Siebert (Catherine Zeta-Jones), el primero de ellos tratando en esos momentos a Emily y la segunda como su doctora en el pasado. La película arranca pareciendo un drama personal, se desliza después por los derroteros de la crítica social (a la industria farmacéutica, muy presente en determinados momentos de la cinta) y acaba como una especie de thriller psicológico que promete mucho y acaba dando algo menos de lo presumible. Los mejores momentos están en las dos últimas partes, especialmente en la segunda, aunque destacar eso obliga a aceptar las trampas que Soderbergh va tendiendo en el primer tercio.

A diferencia de lo que sucedía con las anteriores películas de Soderbergh, esta sí se disfruta durante la proyección. Hay una historia que resolver, un misterio que desentrañar y un final al que llegar. Todo eso quedaba mucho más difuso en sus anteriores trabajos. Y aunque interesa, la frialdad del director aleja bastante (hay algo de esa metáfora en los planos con los que abre y cierra la película), una distancia que recortan los actores. Con un Chaning Tatum que no da mucho más de sí, ni como actor ni por el personaje que le ha tocado en suerte, Jude Law lleva el peso de la película, primero discretamente y a la sombra de la en ocasiones agradecida excentricidad de Rooney Mara (pero menos magnética de lo que estaba en el todavía único Millennium de David Fincher) y desde la mitad de la película ya con firmeza. Su personaje es el que mejor evoluciona porque es el que más lo hace en cámara, a la vista del público. En él no hay trampas. En el resto del andamiaje de la película, sí. Por eso, Jude Law se erige en lo mejor. La presencia de Catherine Zeta-Jones también es muy agradecida, porque encuentra el punto adecuado a cada una de sus escenas, aunque en la reflexión posterior a la película sea el personaje más criticable en el guión.

No comparto la difusión de spoilers, y eso complica las explicaciones sobre una película interesante a ratos e insulsa en otros. Interesante porque hay mimbres, porque hay escenas que enganchan, hay momentos que sí logran su objetivo. Pero insulsa porque las explicaciones que da Sodebergh con el guión de Scott Z. Burns (con el que ya trabajó en ¡El soplón! y Contagio, además de haber colaborado en El ultimátum de Bourne) son a menudo bastante atropelladas e inverosímiles. Por eso, digerir la película acaba por rebajar su efecto, porque sirve para asumir que hay detalles que no cuadran en el relato de la primera parte o en la explicación de la resolución. Incluso hay personajes que sirven para una cosa y la contraria, sin mediar escena alguna que diga por qué. Se agradece que Soderbergh no intente aquí hacer la película definitiva sobre nada y se embarque en una intriga de lejanas resonancias hitchcockianas que tardan en dejarse ver. Eso y las actuaciones salvan una película que se deja ver con cierto agrado pero cuyo argumento tiene toda la pinta de no resistir un segundo visionado.

viernes, enero 13, 2012

'Los hombres que no amaban a las mujeres' y la genialidad de David Fincher

Pasan los años, pasan las películas y la sensación de que David Fincher es un genio no hace más que crecer. Con su versión de Los hombres que no amaban a las mujeres, primera parte de la afamada trilogía literaria Millennium (que ya ha tenido una anterior adaptación cinematográfica), demuestra una vez más que es un narrador cinematográfico de primer orden, como hay muy pocos en el panorama actual del séptimo arte. Porque domina con maestría lo que sucede en la pantalla a todos los niveles, incluso en los momentos de mayor violencia (sexual sobre todo) y encuentra planos soberbios donde otros sólo sabrían colocar la cámara en cualquier sitio, porque le gusta el riesgo en lo temático y en lo visual pero a la vez tiene un regusto clásico que no puede evitar. Es un genio porque se eleva incluso por encima de los defectos de su obra, porque es capaz de enganchar al espectador desde todos los planos de la experiencia sensorial que tiene que ser el cine, pero también con su forma de abordar historias y géneros que en manos de otros podrían caer en la rutina.

Millennium nunca me había llamado la atención. La maquinaria mediática y publicitaria en que se convirtió la trilogía de Stieg Larsson hace no tanto tiempo me pilló poco receptivo y con la guardia alta. Las novelas siguen como tareas pendientes, las películas suecas pasaron sin despertar mi interés. Y entonces se anunció que David Fincher dirigiría la versión americana, dando al traste con todos mis prejuicios y obligándome a abrazar este título. Con toda la ilusión que supone que la dirija el mismo tipo que reinventó el thriller dos veces, con Seven y con Zodiac, pero con la misma cautela que desprende el asumir una franquicia de éxito popular como la de Millennium. ¿El resultado? Una maravilla visual y sonora, un enriquecimiento de una historia más convencional de lo que parece y una obra artística de enorme magnitud. Superior en todo a su precedente cinematográfico, convenientemente revisado para la ocasión, mucho mejor construido que aquel, a pesar de que dura unos pocos minutos más y sobrepasa las dos horas y media de tensión y fascinación absoluta, en la que cortar algo resulta imposible.

Dado el nivel de popularidad de los libros, la historia será más o menos conocida por casi todos. Un viejo millonario, Henrik Vanger (Christopher Plummer), contrata a Mikael Blomkvist (Daniel Craig), un periodista caído en desgracia tras ser condenado por difamación a un empresario, para que investigue el asesinato de su sobrina Harriet, acontecido hace cuarenta años durante una reunión familiar. Con el paso del tiempo y con el peligro creciendo, encontrará la ayuda de una joven y problemática hacker, Lisbeth Salander (Rooney Mara), la misma que ha elaborado el dossier sobre Blomkvist que ha servido para que Vanger le contratara. Juntos buscarán desentrañar el sórdido y oscuro misterio que rodea a este caso. Sin haber leído el libro, pero conociendo declaraciones al respecto de su guionista, el espléndido Steven Zaillian, y viendo esta película y la original sueca, es obvio que hay detalles modificados con respecto al libro.

Abandonando todo respeto purista a una obra literaria originaria, casi siempre excesivo y casi nunca recomendable a la hora de abordar una adaptación cinematográfica, la película de Fincher acierta en todas sus elecciones. En lo que añade, en lo que mueve de lugar y coloca en otro momento de la película (admirables flashbacks), en las relaciones personales que teje (maravillosa la de Blomkvist con Erika Berger, la directora de la revista Millennium, una siempre maravillosa Robin Whright) y en los personajes que hace evolucionar hasta extremos insospechados. Porque, moldeados por Fincher e interpretados por dos brillantes Daniel Craig y Rooney Mara, Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander son dos personajes inolvidables. Y son ellos los que hacen que Los hombres que no amaban a las mujeres sea mejor película de lo que puede parecer a simple vista. El misterio no lo es tanto, la historia no es tan novedosa a pesar de todo lo que se habló de ella hace poco, pero estos dos personajes son inolvidables gracias a una brutal narración a cargo de Fincher. Craig es cada vez un actor más completo, Mara una gratísima sorpresa que entiende a un personaje difícil y hace suya toda su complejidad emocional, más y mejor que la alabada Noomi Rapace.

Si la original era la película de Lisbeth, Fincher entiende que el filme pertenece a Blomkvist tanto como a Lisbeth, y en esa sinergia el producto crece. El director coloca sus caminos en paralelo, con un montaje sencillamente extraordinario (y que no puede sorprender, después de ver trabajos anteriores de Fincher y sobre todo la maravilla que en ese sentido fue La red social), hasta que hace que se crucen. Saltan chispas en la pantalla. Las imágenes de Fincher son apabullantes, su mundo sórdido, su sonido intenso. Todo destaca. E hipnotiza desde unos créditos iniciales que no es fácil conectar con el resto de la película pero que vendría a demostrarse qué haría el cineasta si algún día dirigiera una película de James Bond. Esos créditos, precisamente, es lo más discutible de la película. No es fácil decidir si son una genialidad o un desvarío incontrolado de quien se sabe un genio. Si Fincher completa la trilogía, saldremos de dudas al ver qué escoge para abrir el segundo y el tercer capítulo. Y seguramente Los hombres que no amaban a las mujeres crecerá aún más con su secuela, encontrando más sentido al anticlimático pero brillante final de la película, que llega muchos minutos después de que la trama principal quede resuelta. Una película impresionante. Pero, claro, ¿qué otra cosa se puede esperar de un genio?