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viernes, agosto 26, 2016

'Café Society', el conformismo, carcelero de la libertad


Por Sonia Rodríguez Fernández.

Con Café Society, Woody Allen vuelve a su amada Nueva York después de rodar lejos de él en sus últimas películas, Irrational ManBlue Yasmine o Magia a la luz de la luna. Escogiendo cómo telón de fondo los años 30, años dorados del cine hollywoodiense, Allen nos muestra el conformismo como carcelero de la libertad, el glamour y la elegancia en la que se envolvían, pero también el cinismo, hipocresía y apariencias a las que se veían envueltos los participantes de este entorno tan superficial y lo atractivo que resulta para los aspirantes a ese sueño americano que ofrecen las películas. Comparando en multitud de momentos los dos lugares emblemáticos por excelencia de Estados Unidos, Hollywood y Nueva York, mostrando la luminosidad e hipnotismo que produce una, contra la sordidez y el misterio de la otra.

En este caso se nos presenta un joven neoyorquino llamado Bobby, que no ha salido de su barrio para nada, interpretado por un Jesse Eisenberg muy cómodo en el papel, que se presenta en un ostentoso Hollywood con la esperanza de cumplir ese sueño americano de casa y piscina, y para ello pide ayuda a un magnate de la industria cinematográfica, su tío Phil (Steve Carell), que le echa una mano, eso sí, sin mucho entusiasmo. Para ello se sirve de su joven secretaria Vonnie (Kristen Stewart), que se encargará de mostrar a Bobby los recovecos más terrenales dentro de esa burbuja de glamour en la que viven, enamorando por sus ideales sin remedio al joven, que tendrá que luchar e insistir con tesón, pues Vonnie mantiene una relación con un hombre mayor.

Lo mejor de la película son la fotografía de la mano de Vittorio Storaro, tan variopinta y con la tan distinta luminosidad que se hace de las dos ciudades, así como esa música de jazz característica de las películas de Woody Allen, que consigue transportarte a otra época. Destaca también el papel, aunque breve, de Blake Lively, preciosa como siempre y atrapando con su increíble sonrisa. Sorpresa también Kristen Stewart, mejorando notablemente su actuación respecto a sus últimos papeles y que nos deja entrever la actriz que puede llegar a ser. Respecto al argumento, sobresale una elegante y divertida manera de tratar la pomposidad de la época, la impunidad hasta llegar al descaro de los grupos mafiosos y el mencionado conformismo, ese que no deja vivir de verdad al que se instala en él.

En definitiva, una amable y cómica propuesta, con muchos chascarrillos sobre las peculiaridades de los judíos, que aunque no hace reír a carcajadas, sí muestra a un Woody Allen en estado puro: criticando lo que le da de comer, tratando temas realmente trascendentes, sin importarle las consecuencias, hablando de unos sentimientos y unos temas muy complejos como son la superficialidad de la sociedad, de antes y de ahora pues el paralelismo es evidente, de la religión incluso, de manera magistral y muy elegante. Todo ello con una guinda final en la que Allen parece haberse instalado: un final amargo, que conmueve en lo esencial, y que deja al espectador con una sensación de ¿y ahora qué? Queda demostrado, que si la salud lo permite, queda Woody Allen para rato.

viernes, septiembre 11, 2015

'American Ultra', un exceso sin historia

Que nadie espere en America Ultra una historia. No la hay y no la quiere. Lo único que necesita es una excusa que permita aceptar que el pusilánime Mike Howell interpretado por Jesse Eisenberg (uno de esos actores que después de una genialidad, en su caso La red social, se ha dedicado más a interpretarse a sí mismo que a crear personajes y que necesita ya cambiar de tercio), se convierte en una máquina de matar. Y se acepta, pero con muchas reservas, porque American Ultra es una película que se pierde en el detalle exagerado y violento porque entiende que sus bazas están ahí. Quiere también jugar la baza de las sorpresas, pero la ausencia de historia, de la que es plenamente consciente el filme, hace que no haya mucho margen para aceptarlas, e incluso alguna se antoja inverosímil incluso en el marco de esta descomunal ida de olla, que gustará a quien entre en su humor y seguramente no despertará mucho interés en el resto.

En realidad, no hay nada en American Ultra que no hayamos visto mil una y veces, y aunque haya un cierto paralelismo fácil con la saga de Bourne, el referente más claro es Wanted, por tono, por estilo y por violencia desbocada. La diferencia está en que en Wanted había una historia, una que tergiversaba y olvidaba elementos esenciales del cómic en el que se basa, pero una historia al fin y al cabo. En American Ultra no. Todo se basa en aceptar lo que hacen los personajes, Mike y su novia Phoebe (Kristen Stewart), los enfrentados agentes de la CIA Adrian Yates y Victoria Lasseter (Topher Grace y Connie Britton) y hasta algunos secundarios que van desde lo estrambótico a lo directamente irrelevante (John Leguizamo en el primer caso, Bill Pullman en el segundo). Si se acepta, igual se entiende la broma. Pero si no... Si no se acepta, esta no será más que otra película a olvidar.

Y la verdad es que se acerca mucho más a ese segundo terreno que al primero, precisamente porque no hay demasiado carisma en el reparto, ni tampoco una química demasiado interesante. En la película van pasando cosas, muchas, explotan sitios, se suceden peleas, hay sangre y golpes. ¿Pero adónde va todo esto? A un final más que previsible al que se llega después de unas cuantas escenas de ultraviolencia sazonada de comicidad que, a estas alturas, ya no aporta nada nuevo. Así que sólo queda la posibilidad de disfrutar del viaje de una forma confortable, algo que más que el envoltorio lo podrían proporcionar los actores. El único al que de verdad se ve metido en su tarea, con algún detallito de esta Kristen Stewart empeñada en mostrar algo diferente a Crepúsculo (y se agradece), es Topher Grace. No es que su personaje sea brillante o su actuación espectacular, pero sí destaca sobre el resto.

Cuando uno ve el cartel de American Ultra y descubre que la frase con la que se quiere vender es "todos colgados", sólo queda darle la razón. Todos colgados, desde su director, Nima Nourizadeh (es su segundo filme tras Project X) a su guionista, Max Landis (que saltó a la fama con Chronicle) pasando por muchos de sus actores. Todos colgados, sobre todo porque quieren estarlo. Y sin posibilidad de rendención en los 100 minutos que dura American Ultra, exactamente la película que quería ser sin ningún género de dudas (tan alucinógena como la secuencia de animación que sirve para los créditos finales) y prolongación inevitable de una interpretación del cine de acción que ha venido calando en los últimos años y que apuesta por la violencia por encima de la historia. Probablemente no sirva para mucho más que un rato de asombro y caiga rápidamente en el olvido, pero quién sabe.Quizá el pública la alabe y tengamos un American Ultra 2.

viernes, enero 16, 2015

'Siempre Alice', una magistral Julianne Moore por encima de todo

Cuando se apuesta por un tema complejo y se crea una película en torno a un intérprete, el riesgo calculado es que ese intérprete asuma todos los elogios de la película. Siempre Alice es Julianne Moore, porque la actriz, acostumbrada a mostrar en pantalla lo más imposible de la forma más sutil y hermosa, firma una interpretación magistral que está por encima de todo lo que pueda ofrecer la película. Es más que evidente que el Alzheimer es un tema complejo, delicado y normalmente evitado por el cine, por lo que cuando se trata de una forma tan central en un filme el más beneficiado por esa decisión es su protagonista. Moore aprovecha el caramelo y eclipsa todo lo demás. Siempre Alice es, en ese sentido, una de esas películas necesarias para que la realidad de estos enfermos y sus familias cobre una visibilidad que normalmente se les niega, no ya en el arte sin la sociedad actual. Ese mismo discurso, el de la película de puertas hacia fuera, forma parte de la propia historia del filme, y ese es un acierto ineludible, por mucho que quede algo oculto.

En realidad, la película se queda en esas dos consideraciones. Es necesaria, es sincera y es emocional, pero el filme que dirigen Richard Glatzer y Wash Westmoreland, se queda en un ambiente de telefilme, en un retrato de un espacio de la sociedad moderna poco transitado por el cine, con más ambición de darle presencia pública que de firmar una película diferente. Cumple con lo que propone, pero no hay que esperar mucho más. De hecho, Alice aparece en prácticamente todas las escenas de la película, apostando por el camino más sencillo dentro de este tipo de cine, el de dejar que sea el protagonista principal el que absorba todo el peso de la historia, haciendo que sus aciertos como intérprete parezcan los de la propia película. Eso quizá resta algo de efecto a algunos de los detalles que apenas se pueden ver insinuados en el filme (cómo afecta el Alzheimer a su relación de pareja, cómo lo encaran sus hijos o qué efectos tiene realmente en su vida social). Se menciona pero no se profundiza porque busca ser un retrato personal más que uno social.

Por eso, contar con Julianne Moore es, en ese sentido, el refuerzo más contundente que puede recibir Siempre Alice. Moore lleva ya tantos años elevando el nivel de casi cada película en la que participa que cualquier elogio que se le pueda dedicar está ya entre lo previsible y casi lo rutinario. La enorme cantidad de matices que hay en su interpretación en esta cinta merecen todos y cada de los parabienes que se puedan imaginar sobre ella. Sostiene la película en solitario y hace que todo lo que hay a su alrededor tenga una cohesión que seguramente no procede de la forma en que está finalizada la cinta. Y eso que hay nombres conocidos en el reparto, como Alec Baldwin, Kristen Stewart o Kate Bosworth, pero todo palidece al lado de una Moore soberbia. Como la interpretación de Moore no es egoísta ni exagerada, ni apuesta por los caminos más fáciles y previsibles, todo parece mejor de lo que es realmente, incluso sus compañeros de reparto.

A pesar de tener un pilar tan poderoso como su interpretación principal, a veces es difícil catalogar películas como Siempre Alice con una simple alusión a su calidad como película. Probablemente, con ese baremo, dentro de esas puntuaciones que todos solemos dar a cada filme, no merecería gran cosa que pasara del aprobado. Y no es que sea mala, pero tampoco es brutal. Es sincera, emociona cuando ha de hacerlo, pero al final sorprenden las ausencias, que el clímax emocional de la cinta (el discurso en el que Moore habla de la enfermedad, una escena sinceramente intensa dentro de su sencillez) esté tan lejos del final de la historia y que, en realidad, adolezca de un final. Da la impresión de que muchas cosas se quedan a mitad de camino, inexplicadas o inexploradas, pero no por Moore, que despliega tal cantidad de mecanismos que sólo queda rendirse a su trabajo como una pieza formidable de interpretación que se eleva muy por encima del resultado del continente en que se muestra. Eso suele ser una razón más que suficiente para ver una película, por mucho que el tema sea duro o que la apuesta cinematográfica sea algo más simple.

domingo, abril 21, 2013

'On the Road', himno beat con alma menor

Siendo On the Road la adaptación de la novela de Jack Kerouac que narraba las aventuras de un grupo de amigos que cruzaron Estados Unidos en coche para vivir aventuras y su particular forma de entender la vida, no podía ser otra cosa que un himno beat. Y lo es con todas las consecuencias. Sexo, drogas y alcohol sazonan el viaje vital que Walter Salles lleva a la gran pantalla. Pero se le olvida el alma, que se queda en algo menor. Y el caso es que se intuyen cosas, se atisban momentos que podrían haber sido grandes, las interpretaciones son más que correctas y es obligado subir el nivel de los elogios al hablar de Garrett Hedlund, pero hay cierta sensación de vacío en el conjunto final, una acusada ausencia de implicación entre el espectador y los personajes y un ritmo tan lento que en ocasiones cede al aburrimiento. Y es una pena porque, insisto, mimbres hay. Salles rueda con inteligencia, pero no es capaz de dar al conjunto final la fuerza necesaria y, sobre todo, el alma que dio la aureola de mítico al libro original.

Es bastante probable que sea necesaria una cierta sintonía con los beats, o al menos un conocimiento básico de lo que representan, para asimilar y disfrutar lo que cuenta On the Road, sea el libro o la película. De lo contrario, existe el riesgo de considerarlo simplemente como la aventura alucinógena de dos amigos y la gente que les rodea en sus juergas sexuales, alcohólicas y de marihuana, y no prestarle así mucha más atención a partir de la segunda escena de excesos. Salvadas esas consideraciones y recordando que los personajes están basados en personas reales (el propio Kerouac entre ellos), On the Road, la película de Salles, se acerca mucho a un quiero y no puedo. Quiere, porque hay momentos logrados, un vértigo muy conseguido en las escenas festivas y un sosiego como contraste en las más familiares, además de un buen trabajo de dirección de actores.

Ahí, en el reparto, está lo mejor de On the Road. Y eso que es difícil quitarse de encima la impresión de que muchos actores han aceptado sus papeles en busca de un prestigio que sólo parece conseguirse en un cine de corte independiente. El que sale más triunfante en ese objetivo es Garrett Hedlund, que pasa de héroe de acción en Tron Legacy a clavar el retrato de Dean Moriarty, basado en Neal Cassady. Él es el motor de la película en todos los sentidos, narrativa, ideológica e incluso visualmente. Kirsten Stewart está lejos de quitarse la etiqueta de la chica de Crepúsculo, pero no desentona en el conjunto. Entre ambos, un Sam Riley, trasunto del propio Kerouac bajo el nombre de Sal Paradise, que convence por momentos y deja frío en otros, quizá porque su voz en off narrando el libro que está escribiendo no siempre termina de encajar bien en el conjunto final. Y los papeles de Kirsten Dunst, Viggo Mortensen, Steve Buscemi y, sobre todo, Amy Adams, son tan escasos que contribuyen a la sensación de desconcierto final que deja la película.

On the Road sufre con algunas incoherencias y con el abuso de las elipsis temporales, que dejan demasiados detalles en el tintero y obliga a una reconstrucción continua del cuadro por parte del espectador. Sufre con una historia errática, en la que no termina de quedar clara la importancia de cada uno de los personajes que desfila por la pantalla o si hay más objetivo que la descripción de un modo de ser, de unos años locos y de unos personajes sin más ambiciones que vivir la vida al límite. Es esa indefinición lo que termina por dejar On the Road como un filme más difuso y menos profundo de lo que le gustaría, de lento desarrollo y escenas que pueden parecer superfluas o reiterativas en demasiados casos, y que no termina de arrancar hasta sus momentos finales. Entonces sí se atisba lo que sí podría haber llegado a dar de sí la historia, pero es demasiado tarde como para que este himno beat ofrezca sólo un alma menor. Queda al menos el trabajo de Hedlund.

lunes, junio 04, 2012

'Blancanieves y la leyenda del cazador', otro cuento fallido

No anda muy fino Hollywood a la hora de plantear revisiones de cuentos clásicos. Blancanieves ha tenido dos adaptaciones y las dos han sido fallidas. Esta segunda, Blancanieves y la leyenda del cazador, es bastante mejor que Blancanieves (Mirror, Mirror), pero está tan llena de inconsistencias e incoherencias que es bastante complicado terminar la película y creerse que se ha pasado por una experiencia gratificante. Es igualmente complejo entender el empeño en colocar un título de un cuento clásico a una historia que, en realidad, quiere distanciarse tanto del original (adaptar Blancanieves no es colocar una manzana, una reina, una princesa y siete enanitos a lo largo del relato, como parece que creen los autores de ambos filmes), por loable que sea el intento de ofrecer una versión tétrica y oscura de esa historia. Y es que da la sensación, y es una sensación que ofrecen docenas de adaptaciones contemporáneas de relatos clásicos, de que hay un guión que guarda ciertas similitudes con algo ya conocido y se le pone el título intentando que alguna ley del márketing que conocerán los entendidos atraiga al público a las salas de cine.

Blancanieves y la leyenda del cazador parte de un error conceptual en el que se ha venido insistiendo desde que se conoce el reparto de la película, desde que se vieron las primeras fotos, y que la película corrobora por completo: Charlize Theron es una mujer mucho más guapa, atractiva y carismática que Kristen Stewart. Ya le puede poner la protagonista de Crepúsculo todo el empeño que quiera, que su rival femenina gana por goleada a lo largo de toda la película. Se nota en cada fotograma en que aparecen las dos, juntas o por separado. Y eso, cuando el peso de la historia se pone precisamente en la belleza, es una cojera irresoluble para la película ya desde su planteamiento. En todo caso, es una cuestión más de carisma que de atractivo físico. Quizá por eso el márketing, de nuevo el márketing, ha hecho hincapié en las imágenes de una Blancanieves guerrera (que sólo aparece en los últimos veinte minutos) y no en la hermosa princesa que todos recordamos del cuento. Charlize Theron, de hecho, es lo más destacado del filme, lo más sincero, lo más concordante con los objetivos de fábula oscura que asume el director, el debutante Rupert Sanders.

No se puede negar que esa deseada atmósfera se consigue, al menos parcialmente y a pesar de escenas tan extrañas como la de ese bosque mágico tan difícil de encajar en la película. Y es de agradecer esa aproximación oscura a un cuento para niños, que en el fondo siempre esconde elementos aterradores. Pero se derrumba por la mencionada inconsistencia del filme. Hay tantas escenas, tantas situaciones y tantas soluciones que provocan perplejidad o que obligan a formular preguntas absurdas que, tomadas en serio, arruinan por completo el visionado del filme. Desde las ingentes habilidades de supervivencia (¡y combate!) que tiene una Blancanieves que se ha pasado años encerrada en una celda de mínmo espacio a los absolutamente inverosímiles sentimientos de amor que inundan la película, pasando por el papel intrascendente y anecdótico que juegan aquí los enanos, de nuevo ninguneados en la historia como ya pasó en Mirror, Mirror. Analizar escena por escena, insisto, destroza todo lo que plantea el filme, incluyendo el clímax de la película, y es una pena porque visualmente sí hay bastantes logros notables.

Blancanieves y la leyenda del cazador es una película de ritmo mucho más lento de lo que requería, a la que le sobran algunos minutos y que no termina de aprovechar los aciertos que tiene para nivelar la balanza a su favor. Quizá es que no termina de tener claro si quiere ser un relato épico, que no lo es tanto, o uno fantástico, que tampoco termina de serlo en algunos momentos. Y así transcurren dos horas que no es que sean abiertamente malas (sí lo eran en el caso de Mirror, Mirror) pero que incurren en numerosos errores y no saben aprovechar las bazas que podría haber jugado la película. Poco importa la Blancanieves de Kristen Stewart y casi menos el cazador de un Chris Hemsworth todavía muy encasillado en su papel de héroe extraído de Thor. No es una película romántica, no es un relato fantástico, no es un cuento épico. ¿Y entonces qué es? No termino de tenerlo claro. O al menos no termin de ver qué quiere ser. Pero uno ve a Charlize Theron y se le olvidan todos los problemas durante un instante... Sólo un instante, eso sí, porque lo que queda al final es otra adaptación fallida de un cuento clásico. ¿Será que sólo Disney sabe acometer esta tarea sin caer en problemas tan evidentes?