Se hace difícil entender cómo es posible que Hollywood sea capaz de alejarse tanto de los espíritus originales de las obras que presumiblemente quiere honrar expandiendo sus historias hacia el futuro o, como es el caso de Pan, hacia el pasado. La idea del filme de Joe Wright es rendir homenaje a Peter Pan, la inmortal creación de J. M. Barrie contando la llegada del niño que no quería crecer al País de Nunca Jamás y su primer encuentro con James Hook antes de que este fuera el temible Capitán Garfio, siendo aquí el villano de la función un exaltado Barbanegra interpretado por Hugh Jackman. Pues más allá de unas cuantas alusiones no demasiado brillantes al saber popular sobre el universo de Peter Pan, poco hay de la obra original y de su espíritu. Lo que queda son polvos de colores, efectos digitales tridimensionales y una historia tan poco elaborada que no se puede salvar por su más o menos grandilocuente espectáculo de luz y sonido.
Quizá ahora es el momento de echar la vista atrás y recordar el injusto vapuleo que recibió Hook, el filme de Steven Spielberg que hablaba de un Peter Pan que había crecido y que había olvidado quien era. Aquella película tenía una razón de ser, una historia que contar y un encaje formidable en la mitología creada por Barrie, por mucho que se pudieran criticar algunos de sus excesos visuales. Pero Pan está en las antípodas de los logros de aquella. No le importan los temas de Peter Pan, no es inteligente al incorporar los elementos ya conocidos y su único interés parece estar en la recreación de un mundo digital que, además de ser imposible y estar mal explicado (¿por qué hay, por ejemplo, un cocodrilo en una de esas burbujas de agua voladoras que reciben la llegada del barco pirata a Nunca Jamás?), tiene planos que parecen impropios de una superproducción de Hollywood en los que simplemente hay que colocar a los actores conocidos de la película como único reclamo posible.
La entrada en la película, aunque no brillante en exceso, al menos es esperanzadora. Las escenas de Peter está en el orfanato londinense, aunque repetitivas, invitan a pensar que hay algo interesante que contar. Pero no lo hay. La ilusión se desvanece cuando se comprueba que sólo importan los planos en 3D, por aquello de cobrar las entradas más caras, y la extravagancia visual y formal, con diseños de personajes y escenarios sin explicación, ni siquiera dentro de la lógica fantástica de este mundo, y con la pretensión de llamar la atención, hasta el punto de que se pervierten los propósitos de la actualización musical que ofrecía Moulin Rouge para hacer que los corsarios de Barbanegra, Hugh Jackman a la cabeza, y sus esclavos en las minas, entonen una canción de Nirvana. Ahí se acaba el disimulo de que Pan pueda llegar a entretener, como se confirma después con los desdibujados personajes y el inevitablemente previsible desarrollo del filme de principio a fin.
Nada salva el resultado final, porque el clímax no es más que ruido, y para llegar ahí la perplejidad no ha hecho más que aumentar, porque encima la película se salta hasta sus propias reglas. Por ejemplo, no hay que introducir la mano en el agua porque hay cocodrilos, y sin embargo los recuerdos de Peter se avivan sumergiéndose en el agua después de haber salvado la vida frente al cocodrilo. Y eso por no hablar de la profecía que se anuncia en la película, tan de andar por casa y tan mal desarrollada en el final que parece casi una broma. El reparto, además, sabe lo que estaba haciendo, y simplemente se lo quiere pasar bien, sin más consecuencias. No será precisamente esta la película de la que mejor recuerdo guarde Jackman, ni tampoco un insustancial Garrett Hedlund o una aburrida Rooney Mara, ni siquiera Amanda Seyfreid con su escasísima presencia. En realidad, Pan se olvidará con facilidad, aunque sea otro claro paso atrás del hasta ahora interesante Joe Wright, autor de Expiación o Hanna.