Con Carol se va a cometer una injusticia tremenda. Va a pasar a la posteridad por ser una historia de amor entre dos mujeres, cuando en realidad tendría que hacerlo, simplemente, por ser una historia de amor. Habrá morbo, habrá hasta oposición en este mundo menos abierto a la diversidad de lo que nos gustaría, pero no habrá un juicio incondicional hacia lo que Todd Haynes nos muestra, una bellísima historia de amor. Sin más. La protagonizan dos mujeres, obvio, y eso da un contexto interesantísimo, el que Patricia Highsmith puso como base de su novela de 1952, año en el que está ambientada la historia en sus versiones literaria y cinematográfica. Siendo algo fundamental y rompedor en el momento en que el relato vio la luz, cuando más de medio siglo después asalta la pantalla tendría que ser algo mucho más normal. No lo es, y ahí también hay que alabar la valentía de Haynes para que Hollywood admita una historia de amor lésbico como ya ha admitido otras entre homosexuales.
Pero para hablar de las cualidades cinematográficas de Carol, es necesario hacer ese ejercicio y coger algo distancia. No está en el protagonismo de dos mujeres el mensaje esencial de Carol en nuestros días, o no tendría que estar ahí, cuando Brokeback Mountain ya rompió esa barrera en el año 2005 o incluso cuando lo hizo La vida de Adèle en 2013. Lo que habría que desatacar del filme de Haynes es su delicadeza a la hora de mostrar un amor prohibido y con enormes barreras. Habría que volcarse en el hermosísimo retrato que hace de dos personas que tienen que hacer frente a una situación difícil, a las tentaciones de un amor que saben que les provocará problemas. Haynes rueda con una elegancia admirable, con una intensidad enorme y con una categoría que encuentra un brutal reflejo en el trabajo de sus dos actrices principales, Cate Blanchett y Rooney Mara, dos presencias absolutamente deslumbrantes de principio a fin.
El duelo interpretativo entre ambas es exquisito, y de alguna manera recuerda al que Susan Sarandon y Geena Davis protagonizaron en Thelma y Louise, una película con la que, si nos olvidamos de la cuestión lésbica, comparte alguna que otra característica. Y es un duelo que crece todavía más porque no hay sin ganadora, con lo que se prolonga hasta el infinito, hasta cada pequeño matiz que se quiera analizar. Ambas entienden sus personajes con una elegancia impresionante. Haynes, además, entiende todo lo que ellas le están ofreciendo y termina de redondear la película contándola prácticamente en su totalidad como un flashback que parte de una escena en la que ellas hablan sin que sepamos de qué están hablando. Hay en el último acto de la película algún pequeño bajón, que procede de dar una falsa impresión de final muchos minutos antes de que se acabe la historia, pero quitando ese mínimo defecto es francamente difícil encontrarle alguna flaqueza a la película.
No es fácil entender que la Academia, reconociendo a sus dos actrices principales (la trampa de dejar a Rooney Mara como secundaria es inadmisible, una treta de márketing que ayuda a alejar los Oscars del público, que no es tan idiota como para no ver que su personaje es incluso más protagonista que el de Cate Blanchett) y a su guión adaptado, no haya colocado el filme como uno de los mejores del año. Y la única explicación posible es la injusticia con la que arrancaban estas líneas. Carol no es sólo la historia de amor entre dos mujeres ambientada en los años 50, ni siquiera encuentra su mejor argumento en que haya o no escenas de sexo entre ellas, sino que sobre todo es una película formidable, probablemente la mejor que ha rodado el director de Lejos del cielo, y un bellísimo relato de amor, con un clasicismo estético y formal, una brillantez a todos los niveles y sobre todo dos actrices en estado de gracia que merecen una y mil reverencias por su trabajo.