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Escena de la película La lengua de las mariposas (1999) |
Uno de los indicios más palpables
del profundo cambio social y cultural que ha vivido España en las últimas
cuatro décadas es el creciente desprestigio de dos tradicionales profesiones antaño muy
valoradas: la de cura y la de maestro. Ambas figuras, que no hace tanto
constituían la piedra angular de nuestras comunidades, especialmente en el
medio rural, no gozan hoy, ni de lejos, del mismo predicamento.
En la pérdida de caché de ambas ocupaciones ha influido un factor común. Hace no demasiados decenios, el sacerdote y el maestro de escuela eran los más cultos del pueblo, situación que se ha invertido drásticamente en nuestros tiempos, puesto que no solo se ha disparado el porcentaje de titulados universitarios, sino que encima los estudios conducentes a la docencia y al sacerdocio no se caracterizan precisamente por su nivel de exigencia. Hoy casi cualquiera posee más cultura general que un párroco o que un profe de Primaria.
Pero luego hay causas específicas que todos conocemos bien.
Por desgracia, la Iglesia ya no pinta nada en nuestro país y los curas han pasado, más repentinamente de lo que parece, de ser el referente moral en las vidas cotidianas de los españoles a casi tener que pedir permiso para existir y no digamos para opinar. Tras el virulento proceso de secularización que hemos padecido, la labor del clero ya no es valorada por el conjunto de la sociedad, e incluso se percibe con desconfianza o rechazo, aunque lo más frecuente, seamos sinceros, es que produzca una total indiferencia. Ni siquiera la acción social y asistencial de los religiosos es evaluada de forma especialmente positiva, dado el sinfín de oenegés laicas que, en teoría, hacen lo mismo.
En cuanto a los maestros, y ya lo hemos hablado alguna vez, ha influido mucho en su descrédito el cambio radical de perfil de los centros educativos. Antes los críos iban a la escuela unas pocas horas al día a que un sabio los ilustrarse, pero hoy los colegios se han convertido en establecimientos de guarda y custodia donde aparcar a los niños la mitad de la jornada, mientras los papis producen. En este nuevo contexto es indudable que los profesores desempeñan tareas mucho más amplias (y peor valoradas) que la de educar. Los padres identifican cada vez más el rol de maestro con el de cuidador y se consideran a sí mismos como clientes receptores de un servicio asistencial en vez de como partícipes, junto con los docentes, del proyecto educativo de sus hijos.
Otro día hablaremos de otras profesiones que también han perdido reconocimiento social en los últimos años (ingenieros, arquitectos, abogados) y de otras que lo han conservado intacto e incluso lo han visto acrecentado (médicos, informáticos).
En la pérdida de caché de ambas ocupaciones ha influido un factor común. Hace no demasiados decenios, el sacerdote y el maestro de escuela eran los más cultos del pueblo, situación que se ha invertido drásticamente en nuestros tiempos, puesto que no solo se ha disparado el porcentaje de titulados universitarios, sino que encima los estudios conducentes a la docencia y al sacerdocio no se caracterizan precisamente por su nivel de exigencia. Hoy casi cualquiera posee más cultura general que un párroco o que un profe de Primaria.
Pero luego hay causas específicas que todos conocemos bien.
Por desgracia, la Iglesia ya no pinta nada en nuestro país y los curas han pasado, más repentinamente de lo que parece, de ser el referente moral en las vidas cotidianas de los españoles a casi tener que pedir permiso para existir y no digamos para opinar. Tras el virulento proceso de secularización que hemos padecido, la labor del clero ya no es valorada por el conjunto de la sociedad, e incluso se percibe con desconfianza o rechazo, aunque lo más frecuente, seamos sinceros, es que produzca una total indiferencia. Ni siquiera la acción social y asistencial de los religiosos es evaluada de forma especialmente positiva, dado el sinfín de oenegés laicas que, en teoría, hacen lo mismo.
En cuanto a los maestros, y ya lo hemos hablado alguna vez, ha influido mucho en su descrédito el cambio radical de perfil de los centros educativos. Antes los críos iban a la escuela unas pocas horas al día a que un sabio los ilustrarse, pero hoy los colegios se han convertido en establecimientos de guarda y custodia donde aparcar a los niños la mitad de la jornada, mientras los papis producen. En este nuevo contexto es indudable que los profesores desempeñan tareas mucho más amplias (y peor valoradas) que la de educar. Los padres identifican cada vez más el rol de maestro con el de cuidador y se consideran a sí mismos como clientes receptores de un servicio asistencial en vez de como partícipes, junto con los docentes, del proyecto educativo de sus hijos.
Otro día hablaremos de otras profesiones que también han perdido reconocimiento social en los últimos años (ingenieros, arquitectos, abogados) y de otras que lo han conservado intacto e incluso lo han visto acrecentado (médicos, informáticos).