La calle huele a grito
es un aroma que penetra en los poros,
en la urdimbre de todos los vestidos,
se expande y ocupa todos los rincones
de la ciudad despierta.
No se puede dormir.
Ya no hay silencio para mecer las cunas.
Ya no hay silencio.
El grito se multiplica y crece
fluye por las arterias como sangre
que se derrama y limpia
las manos que se abren,
y se instala
en la terca voluntad de los que buscan
atravesar la tierra con su voz.
De La espera inevitable
es un aroma que penetra en los poros,
en la urdimbre de todos los vestidos,
se expande y ocupa todos los rincones
de la ciudad despierta.
No se puede dormir.
Ya no hay silencio para mecer las cunas.
Ya no hay silencio.
El grito se multiplica y crece
fluye por las arterias como sangre
que se derrama y limpia
las manos que se abren,
y se instala
en la terca voluntad de los que buscan
atravesar la tierra con su voz.
De La espera inevitable