-¡Alba, la cena está
en la mesa! - grito su madre desde la cocina.
Cenaron comentando las
noticias que desgranaba la presentadora del telediario, la situación no era
halagüeña, el paro alcanzaba cifras alarmantes y estaba sin trabajo, contaba
con la pensión que le pasaba Pablo mensualmente, habían firmado un convenio
regulador ante notario y solo faltaba ratificarlo en el Juzgado, ninguno de los
dos había tenido prisa en divorciarse judicialmente, no tenían hijos por lo que
una vez hecho el reparto de bienes pocos flecos quedaban por resolver, sin
embargo le inquietaba ser la mujer de Pablo, conseguir que accediese a dar formalidad legal a su situación le había
costado cuatro largos años de amargura que le habían conducido a una absoluta
devastación anímica y física.
¿Por qué no cogió el toro
por los cuernos desde el principio? Se pregunto una vez más, era raro el día
que no se lo reprochaba a sí misma y la
falta de respuesta también se repetía, no entendía la causa de su bloqueo,
finalmente para que Pablo transigiese había firmado un mal convenio en el que
él se quedaba prácticamente con todo, el piso, los muebles ¡qué importaba ya!
quizás fuese mejor iniciar un nuevo camino ligera de equipaje sin embargo este
argumento aún no la reconfortaba, seguía pesándole la perdida, a fin de cuentas
había montado el piso con mucho esmero y esfuerzo, primero el logro de
encontrar un inmueble tan singular, después hubo que batallar con albañiles y
oficios hasta que todo fue quedando a su gusto ¡se había tomado tanto trabajo..!
- Estás siendo obsesiva- se
dijo al tiempo que sentía la punzada de la ansiedad en forma de dolor en la
boca del estomago que le impidió seguir con el filete que dejó sin terminar.
Una vez en su habitación
cogió la agenda y vio la anotación que había hecho para el día siguiente, a las
diez tenía que acudir a la notaría, estaba citada para la lectura del
testamento de Pedro Miralles.
Pedro formaba parte de la
familia, gran amigo de sus padres, se podía decir que le habían adoptado desde
que se instaló en Valencia y había participado de todos y cada uno de los acontecimientos
importantes, marino de profesión un buen día vendió su pequeña flota y echó raíces
junto al mar, compró una casa en La Malvarrosa, en primera línea de playa, se
trataba de una construcción de principios de siglo, tenía un amplio porche-terraza
en la parte delantera, perteneció a una familia adinerada de Madrid que la
vendió a un precio muy razonable cuando quebró la empresa que regentaban.
Alba conocía aquella casa casi mejor que la suya propia, había crecido entre sus muros, su imagen le vino de inmediato a la memoria, la planta baja constaba de
un amplio salón que se prolongaba hacía la terraza porcheada con vista al mar,
a la derecha una salita que formaba esquina con ventanales a modo de mirador
formando pared de cristal con el pasillo lateral que comunicaba con el jardín de
la parte trasera, a la derecha del salón un amplio pasillo comunicaba la casa
con una torre que se erguía galana y que coronaba en un tejadillo a cuatro
aguas en teja esmaltada en color azul añil tan característico de los pueblos
costeros levantinos.
La torre había sido el lugar
preferido de Pedro que instaló allí su dormitorio y la biblioteca, gran aficionado a la lectura, esta
estaba dotada de excelentes ejemplares en los que predominaban los de temas
marineros, cartas de navegación, atlas, novelas de aventuras con el mar como
protagonista, se podía decir que aquellas viejas estanterías de madera rezumaban
salitre, no faltaban bitácoras, cofres,
catalejos y toda serie de objetos navieros decorando la estancia, Pedro conservaba sus
viejos archivos y todo estaba metódicamente ordenado por secciones, para llegar
a los estantes superiores se había dispuesto una escalera que discurría por
unos rieles a la que Alba le gustaba subir cuando era pequeña mientras Pedro
empujaba la escalera paseándola a modo de araña prendida en la pared, entre
aquellas paredes y de frente a la chimenea Alba había pasado muchos y muy
buenos ratos y allí preparó los exámenes de la carrera.
Se despertó temprano, apenas se filtraba la luz por las rendijas de la persiana, la subió despacio cuidando de no hacer ruido, la mañana era típica de invierno, brumosa y fría, saltó de la cama sin pereza, el frío le gustaba, se sentía activa con ganas de hacer cosas, nada con ver con los días de calima en los que se sentía caer en un pozo de languidez.
Se metió en la ducha pensando en las tareas del día, cuando salió, ya vestida, el aroma de café recién hecho la condujo a la cocina donde su madre se afanaba preparando el desayuno, su padre se levantaba más tarde y ambas agradecían el momento de intimidad que, este hecho, les permitía, tomaban el café y las tostadas frente a frente sin prisa saboreando la mutua compañía.
Mientras embadurnaba la tostada con una buena ración de mantequilla y mermelada, Alba, observó como su madre la sometía a un examen donde las preguntas no tenían lugar, entendía bien su lenguaje corporal y le bastaba ver como movía el azúcar con la cucharilla para saber si había dormido bien o si tenía o no ganas de conversar.
Le habló buscando su mirada y Alba la enfrentó a pesar de que era consciente de que por ahí no podía engañarla.
-¿Has dormido bien?
- Si, respondió Alba sincera. ¿Qué piensas que me habrá dejado Pedro en el testamento?, Me hubiese parecido más normal que os citase a vosotros y no a mi ¿no te parece?
- No creas que me sorprende, respondió su madre a través de las volutas del humo del café que bebía a pequeños sorbos con miedo a quemarse, -Eras su preferida, de eso no hay duda, nosotros tenemos la vida solucionada, en cambio tú estás en una situación vulnerable, no te haces una idea de lo que Pedro ha sufrido estos años con tus problemas maritales, no en balde viajó a verte con frecuencia y regresaba pesaroso porque veía que no tenía solución, sin tu saberlo hablo con tu marido varias veces en privado y no fue capaz de sacar nada en claro, Pablo no fue capaz de hablar con sinceridad ni una sola vez, contemporizaba y farfullaba excusas sin sentido desviando la explicación de su proceder hacía derroteros que nada tenían que ver, según él, tú eras la única culpable y de ahí no salía, se cerraba en banda y no admitía ninguna responsabilidad en su proceder, desde luego tu marido carecía del menor sentido de auto crítica, se consideraba perfecto y adoraba el papel de víctima juzgándote con gran dureza, a Pedro le horrorizaba su actitud, no lo reconocía, era una persona distinta y le asqueaba tener que regresar dejándote con él en aquella casa tan grande , si por él hubiese sido te habría traído de regreso mucho antes porque era consciente de que aquello no se iba a arreglar, no le contábamos nada a tu padre porque desde el infarto preferíamos darle una versión edulcorada para evitarle disgustos, cuando cayó enfermo le preocupaba dejarte sola en aquél trance, los médicos le dijeron que el cáncer estaba muy avanzado y sabía que aquello era el final. Alba, hoy es un día importante para ti, tengo el palpito de que algo bueno va a pasar en esa notaria, me va a costar un gran esfuerzo contener la impaciencia, hoy comes con Daniel así que no llegarás a casa hasta bien entrada la tarde, llama cuando salgas de la notaría y me adelantas alguna noticia.
-Por supuesto mamá- dijo Alba pensativa mientras se limpiaba los labios con la servilleta dando por finalizado el desayuno, también yo estoy nerviosa por conocer la voluntad de Pedro, no me dijo nada sobre su intención de mencionarme en su testamento, estoy enfadada, preferiría que estuviese aquí con nosotros, le echo de menos.
Alba se levantó y recogió las tazas y los platillos del desayuno, así lo solían hacer, su madre lo preparaba y ella recogía el servicio, se trataba de uno de los muchos pactos no escritos que permitían el buen funcionamiento de la rutina doméstica que no había variado a pesar de los años en que había residido fuera.