A Robin Williams, in memoriam
Qué pena morirse de tristeza,morirse poco a poco, por etapas, por capítulos
sentir como una a una las decepciones
te van marcando la senda de la muerte,
y notarte muerto en vida,
lenta o rápidamente.
No. No hablo de suicidios,
no hablo de matarse.
Ni siquiera sé
si hablo de depresiones,
yo hablo de la tristeza
de cuando tú eres la parte
y ella se vuelve todo.
Qué pena morir(se) de triste(za)
sabiendo o ignorándolo
planeando matarse
o morir sin darse cuenta.
Qué pena verse solo, rodeado de personas
o saberse incomprendido,
o anhelarse en otro sitio
que no es ninguno siempre
porque nunca estás a gusto.
Qué pena estar tan triste,
y que muchos no lo noten,
o que todos te pregunten,
o que nadie te haga caso.
Qué triste estar tan triste, pena
de los tristes desangelados.
Y que te tengan lástima,
que ignoren qué te pasa,
(cómo
se vienen encima las paredes del alma)
saberse sin consuelo
tengas o no razones
como si eso importara.
Y saberse uno anclado a la sombría
sombra de la pena amarga.
Esa que todo cubre,
la que la muerte calva
engalana con su huesuda guadaña de
experiencia millonaria.
Y hallar o no el consuelo
una noche o un día,
-una de tantas-
hasta que uno se muere,
o lo matan o se mata,
como si eso importara,
el caso es que a veces,
y de verdad esto
aunque pueda no parecerlo
de veras sí que importa
la pena pierde el juego,
quien muere es el que gana.