Inmersos
en el que tradicionalmente se ha considerado el fin de semana más taurino del
año, que marca también el inicio de una segunda parte de la temporada con
ferias muy relevantes (Málaga, Bilbao, Cuenca, Albacete, Logroño, Zaragoza,…),
conviene hacer un pequeño alto en el camino y tratar de ordenar algunas
reflexiones sobre las múltiples cuestiones que nos preocupan a los apasionados
de la tauromaquia.
Hasta
ahora, el año ha estado marcado sin duda por la muerte de Iván Fandiño. Menos
de un año después de la de Víctor Barrio. Dos tragedias que nos recuerdan la terrible
dureza del toreo, su imponente verdad. La que nos interroga y la que refleja la
más profunda libertad de los héroes: poner su vida al servicio de un sueño.
A
pesar de la tragedia, o quizá por ella, la vida taurina sigue su ritmo, y los
festejos y las ferias se suceden con su habitual frecuencia. Y cuando uno
repasa lo que está sucediendo en las plazas lo primero que observa es que, en
general, está yendo más gente a las plazas. No a todas ni en todos los sitios
igual, pero da la impresión de que hay mejores entradas. Las razones pueden ser
variadas, pero uno tiende a pensar que es cierto que existe una cierta mejoría
económica y que la asistencia a los toros, como actividad lúdica que es,
correlaciona de forma bastante directa con los ingresos de los ciudadanos.
La
asistencia a las plazas resulta incluso llamativa en algunos lugares. El fin de
semana pasado, sin ir más lejos, resultaba realmente curiosa la buena entrada que
había en las localidades de sol en la plaza de Huelva. Con el calor que hacía,
a quienes se sentaban en aquellos tendidos habría que pagarles, y no cobrarles
entradas no precisamente baratas. Sé que para algunos las plazas no deben
perder un ápice de su incomodidad porque de ello depende la pureza del rito.
Pero debo reconocer que yo soy de los que opino que el rito está en el ruedo y
que en todo lo demás hay que adaptar las plazas a los estándares de comodidad
de cualquier actividad cultural de alto nivel del siglo XXI, que es lo que es
la tauromaquia.
Esta
reflexión nos llevaría a hablar de Madrid y de sus obras. Pero el asunto tiene
tantas derivadas que bien merece una reflexión independiente. Basten solo
algunas afirmaciones tan personales como contundentes: Las Ventas debe ser una
plaza de toros, pero también un espacio en el que se desarrollen otras
actividades sociales, culturales y artísticas, siempre que con ello no se
perjudique su finalidad taurina principal. Eso no es una profanación de un templo
ni nada parecido; es una consecuencia básica de la necesidad de utilizar de
forma eficiente y obtener rentabilidad de cualquier inmueble público (y si se
hace con inteligencia, es una manera de promocionar la tauromaquia). A la vez,
este carácter público de la plaza de Las Ventas nos recuerda la fragilidad de
depender de cosos de titularidad pública. Y obliga además a la Administración a
analizar con cuidado los pliegos de los concursos que convoca (incluir en el
pliego la posibilidad de realizar actividades para las cuales la Plaza no cumple
los requisitos legales es, cuando menos, poco inteligente). Por otro lado,
sería bueno que la empresa demostrara ante esta situación la misma locuacidad
que en los momentos inmediatamente posteriores a la concesión de la plaza y en
el inicio de la temporada: la transparencia debe ser un compromiso real y
constante, no un discurso oportunista cuando mejor convenga.
Lo
sucedido en las Ventas, en San Isidro, con el anuncio del “cierre” por obras y
con la programación veraniega, lleva a otra reflexión fundamental: la realidad
no es lo que se publica en twitter y la plaza se llena por gente cuya vida no
gira en torno a la tauromaquia (lo cual, por otro lado, es una bendición y una
demostración de sentido común). Generalizando: la fiesta la sostiene el público
y no los aficionados (sea quien fuere quien reparta los carnets de aficionado).
Algunos creen que no existen aficionados porque las empresas se han empeñado en
aniquilarlos, ya que son mucho más críticos que el público ocasional (también
más fieles a la taquilla, habría que apuntar). Probablemente las empresas
habrán agradecido que haya menos aficionados, pero ni siquiera han tenido que
hacer el esfuerzo de acabar con ellos porque la falta de difusión de la
tauromaquia en los medios generalistas hace que seguir la evolución de cada
torero, aprender sobre la diversidad de encastes o sobre el momento de los
distintos hierros sea imposible fuera de los círculos de iniciados.
Aquí
surge, una vez más, el principal desafío de la tauromaquia en los próximos
años: la normalización social y la consecución de un espacio público acorde con
su importancia real en los hábitos culturales y de ocio de los españoles. Me
consta que este es, junto con la defensa jurídica frente a los ataques que
recibe la tauromaquia, el principal objetivo de la Fundación del Toro Lidia.
¡Ah,
la Fundación! Lo han explicado miles de veces, pero parece que algunos no
quieren entenderlo. La Fundación surge y pretende liderar el debate “nosotros”
(defensores de la tauromaquia) frente a “ellos” (los que quieren
invisibilizarla o prohibirla). Por tanto, la Fundación no va a entrar en el
debate sobre el trapío de los toros en una plaza, ni en la diversidad de
encastes, ni en la actuación de ciertos empresarios,… Uno puede creer que lo
único importante para defender la tauromaquia es que las figuras se acartelen
con todos los encastes y que haya toreros a los que se den más oportunidades. O
que en las Ventas no se den conciertos de rock and roll. Sea eso cierto o no,
la función de la Fundación no es esa. Lo que está haciendo es imprescindible. Y
haber conseguido unir para ello a los variopintos sectores de los taurinos es
un gran logro. Su labor, además, no excluye otras acciones (conjuntas, o por
parte de aquellos que quieran librarlas). Pero tratar de atacarla o criticarla
por no dar otras batallas internas es no haber entendido la importancia del
debate actual con los enemigos de la fiesta.
En el
debate por tener una cierta repercusión social las empresas han empezado a
tomar conciencia de que tienen que hacer cosas nuevas. Es quizá lo único de lo
que hayan tomado conciencia; a lo demás: hacer carteles atractivos, facilitar
la compra de entradas, el acceso a la plaza, mejorar la comodidad, etc. parece
que la mayoría ha renunciado. Pero en lo de intentar tener visibilidad todos
han tratado de hacer algo. Empresas torpes y rancias como la de Sevilla han
abierto la plaza y han convocado para torear de salón en la Puerta de Jerez. Y
otras modernas y activas como Lances de Futuro dinamizan la ciudad de las
plazas que regentan con múltiples actividades taurinas y consiguen con
iniciativas novedosas (toreo de salón de Garrido en la playa de Vistahermosa)
tener cierto protagonismo en informativos generalistas.
Pero
todo lo anterior tiene después que verse refrendado cuando suena el clarín.
Desafortunadamente, hoy para defender la tauromaquia no basta con lo que sucede
entre toro y torero. Pero, a la vez, sin que emocione e ilusione lo que pasa en
el ruedo ninguna defensa será suficiente. El peligro está siempre presente
(como lo demuestran las cornadas mortales a Víctor Barrio e Iván Fandiño) pero
el tipo de embestida de muchos toros y el exceso de técnica de muchos toreros
hace que, en demasiadas ocasiones, falte el punto de emoción imprescindible. En
demasiadas ocasiones sale un toro descastado y noblón. Un toro con el que sólo
la genialidad (Morante) o el compromiso extremo (José Tomás) consiguen poner en
pie a la gente del tendido. Hay grandísimos toreros en el escalafón. Algunos
con muchos años de alternativa y no pocos con gran interés de las últimas
hornadas. Pero su toreo sólo brilla con un toro encastado, un toro que sale por
chiqueros con menos frecuencia que la deseada.
La
temporada también nos ha traído (¡qué le vamos a hacer!) debates jurídicos
sobre la prohibición de la tauromaquia y sobre los reglamentos. Lo de la
prohibición en Palma es algo que, por chusco, no debería merecer el más mínimo
comentario: como querían prohibir los toros y el constitucional dijo que las
comunidades autónomas no podías hacerlo, lo regulan para hacerlo inviable.
Esperemos que el constitucional entre al fin en el fondo del debate en el que
no quiso entrar en la sentencia sobre la prohibición catalana y refrende la
imposibilidad de que ninguna comunidad autónoma establezca regulaciones
contrarias al desarrollo normal de la lidia.
Pero
el problema de fondo es que se ha reconocido a las comunidades autónomas la
posibilidad de regular el desarrollo del festejo (algunos pensamos que el
problema es que el festejo esté regulado, pero eso sería un debate más
complejo). Y las comunidades son muy suyas ejercitando sus competencias.
Andalucía anuncia ahora un nuevo reglamento limitando el número de estocadas o
descabellos. Y la gente se alarma y pide un reglamento único. Y así debería ser
(un único reglamento o ninguno, pero desde luego no diecisiete). El problema es
que en un país donde el calendario de vacunaciones o el temario escolar varía
entre comunidades autónomas, donde hay padres que tienen que defender en los
tribunales el derecho de sus hijos a aprender en español, donde cada comunidad
autónoma tiene un sistema informático distinto para la administración de
justicia, sin comunicación posible entre unas comunidades y otras,… reivindicar
la unidad del reglamente taurino resulta hilarante.
Bien
dijo el maestro Ortega y Gasset que la tauromaquia es un espejo que refleja
fielmente el estado de nuestra sociedad. Pues eso.