Sin duda, dos de las noticias más relevantes de este agosto taurino han sido las declaraciones del alcalde de San Sebastián manifestando que no volverá a convocar un concurso público para la celebración de espectáculos taurinos y la constatación de que el próximo día 5 de septiembre volverá a haber toros en TVE. Ambas cuestiones merecen un cierto análisis.
Lo de San Sebastián ha dado lugar a declaraciones, comportamientos y comparaciones con la prohibición catalana que reconozco no entender. Probablemente por mi condición de jurista creo que hay una distancia sideral entre que una ley prohíba el libre ejercicio de una manifestación empresarial y cultural (que es lo que ha sucedido en Cataluña) y que un Ayuntamiento decida que no quiere promover una cierta actividad económica y cultural (que es lo que ha sucedido en San Sebastián). Es cierto que las motivaciones pueden ser las mismas en ambos casos, o más indecentes aun en el caso de Bildu, pero eso no debe alterar la objetividad del análisis. En un escenario donde un porcentaje enorme de la población muestra simpatías y vota a quienes son o están cercanos a terroristas, lo de que se den toros o no es un problema de ínfima envergadura ante tamaña inmoralidad social.
Lo que, a mi juicio, demuestra lo de San Sebastián es, como ya hemos apuntado en otras ocasiones, la asombrosa fragilidad de la estructura organizativa de la Fiesta. El hecho de que la mayoría de los cosos sean de titularidad pública hace que el hecho de que se celebren festejos taurinos o no, cuántos y de qué tipo dependa de una voluntad política, reflejada en los Pliegos de Condiciones de los concursos para la explotación de las plazas de toros. Por tanto, si los Ayuntamientos, las Diputaciones o las Comunidades Autónomas decidieran no sacar a concurso los cosos (que es lo que parece que quiere hacer el alcalde de San Sebastián), España prácticamente se quedaría sin festejos taurinos. Y no sacar a concurso los cosos puede deberse a factores ruines como los del alcalde de San Sebastián o de un contenido mucho más pragmático y respetable (considerar que un Ayuntamiento no está para organizar, promover o amparar ninguna manifestación cultural o festiva). En un escenario de crisis como el actual, una de las actuaciones más coherentes que podrían tener todas las Administraciones sería centrarse exclusivamente en lo que es absolutamente esencial para la convivencia en paz de los ciudadanos (seguridad interior y exterior, justicia, educación, sanidad e infraestructuras), eliminando cualquier intervención en otros ámbitos sociales. En este escenario, la Fiesta sufriría un golpe casi mortal.
Resulta imprescindible, en consecuencia, que los diversos estamento de la Fiesta se planteen si es razonable dejar su subsistencia a lo que quiera promover la Administración, o si, por el contrario, debe crearse una estructura menos frágil en la que la organización de espectáculos taurinos no dependa en modo alguno de la intervención pública. Eso conduce a construir cosos diferentes de los actuales, con diversidad de usos posibles, ingresos recurrentes, etc. Algo que es casi imposible acometer en un escenario económico como el actual, pero que debería empezar a planificarse por si alguna vez saliéramos de esta crisis.
En cuanto a la retransmisión de festejos por TVE es algo en lo que lo asombroso no es la noticia de que van a darse, sino el hecho de que hayamos vivido tantos años sin ellos. En todo caso, a mí, lo que más me ha llamado la atención es lo que he leído no recuerdo muy bien dónde, en donde se afirmaba que la retransmisión se ha hecho posible, entre otros factores, porque los toreros han decidido no cobrar sus derechos de imagen y convertirlos en minutos de información taurina en espacios de información general.
Nada que objetar a la actuación de los diestros, pero he de reconocer que me causa sonrojo que para que haya información taurina en los telediarios, los matadores tengan que renunciar a parte de su remuneración. TVE podrá decidir por razones económicas que no televisa corridas de toros si los matadores piden derechos de imagen, o si el coste de estos es muy alto. Pero aun en este caso, si informara con rigor y objetividad, debería dar cabida en sus informativos a la divulgación e información del segundo espectáculo de masas en España y nuestra manifestación cultural más peculiar y honda. No hacerlo, o hacerlo sólo si los matadores renuncian a sus derechos de imagen, demuestra una visión de lo que es noticia más que cuestionable. ¿Se imagina alguien que se hiciera lo mismo con el fútbol o el cine?
No hay noticia taurina que no demuestre la absoluta falta de organización del sector y su falta de visión a largo plazo. Afortunadamente, cuando vamos a la plaza y una faena nos pone los pelos de punta nos olvidamos de todo lo demás. ¡Que sea por mucho tiempo…!
domingo, 26 de agosto de 2012
viernes, 24 de agosto de 2012
Reflexiones de agosto (III)
Dejaba anotado al final de mi anterior entrada la referencia a Vargas Llosa. Creo que muchos de los aficionados que leyeron el diario El País el domingo 12 de agosto debieron llevarse las manos a la cabeza. Mario Vargas Llosa publicaba en las páginas de opinión un artículo, “La ‘barbarie’ taurina” en el que replicaba a Rafael Sánchez Ferlosio que, unos días antes, había publicado en las mismas páginas “Patrimonio de la humanidad”, un ataque a la consideración de la tauromaquia como cultura, descalificando de forma poco elegante a muchos de intelectuales que, a lo largo de la historia, han defendido la Fiesta (desde Ortega y Benlliure hasta Savater y Gómez Pin).
Ataques como estos probablemente haya que dejarlos pasar por la falta de clase de quien escribe de forma tan intencionadamente agresiva, careciendo, además, de una mínima base intelectual para hacerlo. Hay que recordar que a Sánchez Ferlosio no se le recuerda obra alguna de interés después de Alfanhuí, de 1951, o El Jarama, de 1955, lo cual da prueba de su fertilidad intelectual en los últimos sesenta años. Y si bien a los ancianos hay que respetarlos, es evidente que ello no exige reverenciar una inteligencia que tan escasamente se ha prodigado en tiempos recientes.
Pero Don Mario sí entró al trapo y replicó. Haciéndolo probablemente de un modo que consiguió (hete ahí la paradoja) disgustar tanto a los antitaurinos, para quienes se ha convertido en poco más que un apestado, como a muchos aficionados, que probablemente veían en él al intelectual comprometido con la Fiesta de más prestigio internacional. Vargas Llosa tiene no pocas páginas dedicadas a la tauromaquia. Y, afortunadamente, no todas a su defensa, sino que muchas de ellas son las incluidas en sus libros insertando el fenómeno taurino, la asistencia a los toros, como un elemento de normalidad en la vida de sus personajes (recientemente he leído “La tía Julia y el escribidor” y son varios los pasajes en los que esto sucede).
Vargas Llosa ha defendido la Fiesta sin complejos y acude a los toros de vez en cuando, como también lo hacía su primero amigo y luego, al parecer, bstante menos, García Márquez, a quien Joselito brindó en Las Ventas un toro en aquella gloriosa temporada para el de la Guindalera del año 96. Desde luego no es un aficionado de esos que ven cincuenta o sesenta corridas al año, pero es que probablemente eso no sea lo razonable en alguien equilibrado en sus gustos y aficiones culturales. Y lo dice uno que sí ve ese número de festejos al año. Tengo para mí que Vargas Llosa va a los toros porque le apetece, cuando le cuadra, y a divertirse.
Y eso es lo que debió pasarle la tarde de Marbella con Paquirri, el Cordobés y el Fandi. Una tarde que seguro que no hará historia en las revistas taurinas, ni en las crónicas de los periódicos que aun mantienen la sección de toros, ni en los programas taurinos de las televisiones,… No fue en una plaza de renombre, ni con toros de encastes minoritarios, ni con toreros que son una eterna promesa que no acaba nunca de consolidarse, ni perseguidos por el infortunio,… No. Eran los toreros mediáticos. Los proscritos por los aficionados. Los mayores enemigos de las sesudas peñas y tertulias de aquí y de acullá.
Pero vaya usted a saber por qué, Don Mario, que recientemente ha escrito en su agudo ensayo “La civilización del espectáculo” una crítica acerada a la frivolidad y la banalización de la cultura actual, pone como ejemplo de una gran tarde de toros un festejo en Marbella con toros de Salvador Domecq para Paquirri, el Cordobés y el Fandi. ¿No es eso precisamente lo que él critica en su ensayo, en cuya solapa puede leerse que “Este pequeño ensayo no aspira a abultar el elevado número de interpretaciones sobre la cultura contemporánea, sólo a dejar constancia de la metamorfosis que ha experimentado lo que se entendía aún por cultura cuando mi generación entró a la escuela o a la universidad y la abigarrada materia que la ha sustituido, una impostura que parece haberse realizado con facilidad, en la aquiescencia general.”? ¿No es eso mismo lo que un festejo como ese supone respecto a la verdadera tauromaquia?
Pues probablemente no. Al menos, no para este Nobel de Literatura que es capaz de apreciar la belleza, la hondura y el rito en tardes de toros como ésta. Que le sirven incluso de inspiración para la defensa intelectual de la Fiesta frente a un viejo novelista. Se ha repetido mucho que el mejor aficionado es aquel a quienes más toreros le caben en la cabeza. Parece que sólo los más inteligentes son capaces de practicarlo de verdad. Los otros, los de las revistas, los programas y los blogs taurinos, excluyen a algunos de la verdadera tauromaquia.
Un motivo más de reflexión.
Ataques como estos probablemente haya que dejarlos pasar por la falta de clase de quien escribe de forma tan intencionadamente agresiva, careciendo, además, de una mínima base intelectual para hacerlo. Hay que recordar que a Sánchez Ferlosio no se le recuerda obra alguna de interés después de Alfanhuí, de 1951, o El Jarama, de 1955, lo cual da prueba de su fertilidad intelectual en los últimos sesenta años. Y si bien a los ancianos hay que respetarlos, es evidente que ello no exige reverenciar una inteligencia que tan escasamente se ha prodigado en tiempos recientes.
Pero Don Mario sí entró al trapo y replicó. Haciéndolo probablemente de un modo que consiguió (hete ahí la paradoja) disgustar tanto a los antitaurinos, para quienes se ha convertido en poco más que un apestado, como a muchos aficionados, que probablemente veían en él al intelectual comprometido con la Fiesta de más prestigio internacional. Vargas Llosa tiene no pocas páginas dedicadas a la tauromaquia. Y, afortunadamente, no todas a su defensa, sino que muchas de ellas son las incluidas en sus libros insertando el fenómeno taurino, la asistencia a los toros, como un elemento de normalidad en la vida de sus personajes (recientemente he leído “La tía Julia y el escribidor” y son varios los pasajes en los que esto sucede).
Vargas Llosa ha defendido la Fiesta sin complejos y acude a los toros de vez en cuando, como también lo hacía su primero amigo y luego, al parecer, bstante menos, García Márquez, a quien Joselito brindó en Las Ventas un toro en aquella gloriosa temporada para el de la Guindalera del año 96. Desde luego no es un aficionado de esos que ven cincuenta o sesenta corridas al año, pero es que probablemente eso no sea lo razonable en alguien equilibrado en sus gustos y aficiones culturales. Y lo dice uno que sí ve ese número de festejos al año. Tengo para mí que Vargas Llosa va a los toros porque le apetece, cuando le cuadra, y a divertirse.
Y eso es lo que debió pasarle la tarde de Marbella con Paquirri, el Cordobés y el Fandi. Una tarde que seguro que no hará historia en las revistas taurinas, ni en las crónicas de los periódicos que aun mantienen la sección de toros, ni en los programas taurinos de las televisiones,… No fue en una plaza de renombre, ni con toros de encastes minoritarios, ni con toreros que son una eterna promesa que no acaba nunca de consolidarse, ni perseguidos por el infortunio,… No. Eran los toreros mediáticos. Los proscritos por los aficionados. Los mayores enemigos de las sesudas peñas y tertulias de aquí y de acullá.
Pero vaya usted a saber por qué, Don Mario, que recientemente ha escrito en su agudo ensayo “La civilización del espectáculo” una crítica acerada a la frivolidad y la banalización de la cultura actual, pone como ejemplo de una gran tarde de toros un festejo en Marbella con toros de Salvador Domecq para Paquirri, el Cordobés y el Fandi. ¿No es eso precisamente lo que él critica en su ensayo, en cuya solapa puede leerse que “Este pequeño ensayo no aspira a abultar el elevado número de interpretaciones sobre la cultura contemporánea, sólo a dejar constancia de la metamorfosis que ha experimentado lo que se entendía aún por cultura cuando mi generación entró a la escuela o a la universidad y la abigarrada materia que la ha sustituido, una impostura que parece haberse realizado con facilidad, en la aquiescencia general.”? ¿No es eso mismo lo que un festejo como ese supone respecto a la verdadera tauromaquia?
Pues probablemente no. Al menos, no para este Nobel de Literatura que es capaz de apreciar la belleza, la hondura y el rito en tardes de toros como ésta. Que le sirven incluso de inspiración para la defensa intelectual de la Fiesta frente a un viejo novelista. Se ha repetido mucho que el mejor aficionado es aquel a quienes más toreros le caben en la cabeza. Parece que sólo los más inteligentes son capaces de practicarlo de verdad. Los otros, los de las revistas, los programas y los blogs taurinos, excluyen a algunos de la verdadera tauromaquia.
Un motivo más de reflexión.
miércoles, 22 de agosto de 2012
Reflexiones de agosto (II)
Comentaba en la anterior entrada que el intenso fin de semana de primeros de agosto había resultado rotundo como aficionado, ya fuera en Sevilla, en Huelva o en el Puerto de Santa María. Y que ello se debía a la motivación de los diestros y a la predisposición del público.
Como bien anotaba José María en su comentario, quizá lo más sorprendente, aunque no lo más cantado, fue lo de Sevilla. Ver el primer jueves de agosto la Maestranza casi llena para ver una novillada sin picadores es algo que causa una satisfacción única. Pero comprobar que una gran parte del público es de gente joven, de pandillas que van juntas a divertirse en la plaza, es algo que aumenta aún más la satisfacción. El futuro de la tauromaquia pasa por que las tardes (o noches) de toros sean un elemento más de las alternativas de ocio de la gente. Como siempre ha sido. Algo muy lejano de las extrañas conspiraciones y elucubraciones de los aficionados por inexplicables debates sobre los encastes, el trapío y no sé qué extrañas cuestiones, que si tienen que venir, vendrán. Pero que si hay emoción, por la acometividad del toro y la decisión y el arte del torero, sólo serán relevantes en un circuito muy reducido.
Por lo que me comentaban, los factores que habían propiciado esa gran afluencia de público a la plaza de toros de Sevilla eran muchos. Primero y esencial, unos precios moderados, algo que resulta imprescindible si queremos que los más jóvenes se acerquen al toreo. También es relevante que los festejos se programaran a las diez de la noche, un horario adecuado a la meteorología de esta época en Sevilla, pero que tiene también ventajas añadidas: es el horario propio del ocio de los más jóvenes y no hay entradas de “sol” (una cosa es soportar la dureza de la piedra y otra tener que aguantar que el sol te dé en la testuz). Además, y pese a algunos comportamientos poco edificantes en algunas de las puertas quitando los tapones y cosas por el estilo, se ha favorecido que la gente lleve un pequeño aperitivo y tome algo mientras, sentado en la piedra, ve el espectáculo (y pueda disfrutarlo al precio del supermercado de cerca de su casa, y no a precio de Beach Club, como suele suceder en las plazas de toros, por unas consumiciones bastante alejadas en calidad y comodidad a la que uno disfruta en estos establecimientos). Por último, un novillero, Lama de Góngora, había creado una importante ilusión a los aficionados y el boca a boca había funcionado a la perfección, demostrando que hay mucha más afición que la que nos quieren hacer creer y que la gente va a la plaza si se generan las condiciones convenientes.
Parece que un ejemplo así debería hacer reflexionar a los empresarios de muchas ciudades para plantearse que es posible programar espectáculos donde se cree afición, donde la plaza se llene y donde los toreros más jóvenes puedan ir ganando experiencia. Un elemento básico (tanto por los aficionados como por estos novilleros) para el futuro de la fiesta. Además, podrían incluso ganar dinero (¡supongo que con una entrada superior a la de la mayoría de los festejos de la Feria de Abril, aunque el precio de las entradas sea sensiblemente inferior, la empresa habrá ganado dinero, porque si no hay que replantearse la propia supervivencia de la Fiesta!).
Curiosamente, también en Lisboa el festejo que se celebra cada jueves es nocturno. Y también en esa plaza, el jueves siguiente al de La Maestranza (nunca antes había visto toros en Portugal) el ambiente era festivo, alegre, propio de quien va a una celebración de ocio y no a examinar a los que intervienen o a sentirse parte de los engañados por no sé qué actuaciones de unos y otros. Lo de Lisboa, taurinamente, es muy diferente por razones obvias a los de cualquier plaza de España (ausencia del tercio de varas y de la suerte suprema en el toreo a pie, o el hecho de que los pitones estén enfundados en cuero para el toreo a caballo, de modo que al finalizar la lidia del rejoneador puedan intervenir los forçados). Pero me alegró ver el gran ambiente de la plaza y cómo, desde antes de comenzar el festejo, eran muchos aficionados los que se congregaban en los restaurantes de alrededor, que también intercambiaban su parecer en la amplia zona de los bares interiores en el pequeño descanso de quince minutos en mitad del festejo.
Es evidente que estos dos festejos no son el paradigma de una nueva tauromaquia. Pero creo que sí dan una idea de que la atracción del público (que luego será o no aficionado) pasa por una reinvención de muchos de los estereotipos relativos a la organización taurina: fechas, horarios, comodidad de acceso y aparcamiento, posibilidad de tomar algo a un precio razonable durante el festejo, predisposición favorable hacia los intervinientes en la lidia,…
Todo esto, ya lo decía en la anterior entrada, tiene que ir acompañado por el compromiso de los toreros, por una selección de un toro con más movilidad que el que habitualmente sale por chiqueros y por la seriedad y rigor del festejo en función de lo que tradicionalmente ha sido cada plaza (para lo cual es imprescindible olvidarse de en qué se han convertido en los últimos cuarenta años).
En definitiva, que tal vez haya que olvidarse un tanto de lo que reivindican los aficionados más agrestes y acercarse a los que quieren divertirse en una plaza de toros. Como Vargas Llosa que, para indignación de tanto purista, puso como ejemplo en su reciente defensa de la tauromaquia en el diario El País un festejo al que asistió en Marbella con Paquirri, Fandi y el Cordobés. El típico al que acudirían los de cualquier peña taurina de Madrid o del Norte, vamos. Pero eso, como diría el clásico, es parte de otra historia…
Como bien anotaba José María en su comentario, quizá lo más sorprendente, aunque no lo más cantado, fue lo de Sevilla. Ver el primer jueves de agosto la Maestranza casi llena para ver una novillada sin picadores es algo que causa una satisfacción única. Pero comprobar que una gran parte del público es de gente joven, de pandillas que van juntas a divertirse en la plaza, es algo que aumenta aún más la satisfacción. El futuro de la tauromaquia pasa por que las tardes (o noches) de toros sean un elemento más de las alternativas de ocio de la gente. Como siempre ha sido. Algo muy lejano de las extrañas conspiraciones y elucubraciones de los aficionados por inexplicables debates sobre los encastes, el trapío y no sé qué extrañas cuestiones, que si tienen que venir, vendrán. Pero que si hay emoción, por la acometividad del toro y la decisión y el arte del torero, sólo serán relevantes en un circuito muy reducido.
Por lo que me comentaban, los factores que habían propiciado esa gran afluencia de público a la plaza de toros de Sevilla eran muchos. Primero y esencial, unos precios moderados, algo que resulta imprescindible si queremos que los más jóvenes se acerquen al toreo. También es relevante que los festejos se programaran a las diez de la noche, un horario adecuado a la meteorología de esta época en Sevilla, pero que tiene también ventajas añadidas: es el horario propio del ocio de los más jóvenes y no hay entradas de “sol” (una cosa es soportar la dureza de la piedra y otra tener que aguantar que el sol te dé en la testuz). Además, y pese a algunos comportamientos poco edificantes en algunas de las puertas quitando los tapones y cosas por el estilo, se ha favorecido que la gente lleve un pequeño aperitivo y tome algo mientras, sentado en la piedra, ve el espectáculo (y pueda disfrutarlo al precio del supermercado de cerca de su casa, y no a precio de Beach Club, como suele suceder en las plazas de toros, por unas consumiciones bastante alejadas en calidad y comodidad a la que uno disfruta en estos establecimientos). Por último, un novillero, Lama de Góngora, había creado una importante ilusión a los aficionados y el boca a boca había funcionado a la perfección, demostrando que hay mucha más afición que la que nos quieren hacer creer y que la gente va a la plaza si se generan las condiciones convenientes.
Parece que un ejemplo así debería hacer reflexionar a los empresarios de muchas ciudades para plantearse que es posible programar espectáculos donde se cree afición, donde la plaza se llene y donde los toreros más jóvenes puedan ir ganando experiencia. Un elemento básico (tanto por los aficionados como por estos novilleros) para el futuro de la fiesta. Además, podrían incluso ganar dinero (¡supongo que con una entrada superior a la de la mayoría de los festejos de la Feria de Abril, aunque el precio de las entradas sea sensiblemente inferior, la empresa habrá ganado dinero, porque si no hay que replantearse la propia supervivencia de la Fiesta!).
Curiosamente, también en Lisboa el festejo que se celebra cada jueves es nocturno. Y también en esa plaza, el jueves siguiente al de La Maestranza (nunca antes había visto toros en Portugal) el ambiente era festivo, alegre, propio de quien va a una celebración de ocio y no a examinar a los que intervienen o a sentirse parte de los engañados por no sé qué actuaciones de unos y otros. Lo de Lisboa, taurinamente, es muy diferente por razones obvias a los de cualquier plaza de España (ausencia del tercio de varas y de la suerte suprema en el toreo a pie, o el hecho de que los pitones estén enfundados en cuero para el toreo a caballo, de modo que al finalizar la lidia del rejoneador puedan intervenir los forçados). Pero me alegró ver el gran ambiente de la plaza y cómo, desde antes de comenzar el festejo, eran muchos aficionados los que se congregaban en los restaurantes de alrededor, que también intercambiaban su parecer en la amplia zona de los bares interiores en el pequeño descanso de quince minutos en mitad del festejo.
Es evidente que estos dos festejos no son el paradigma de una nueva tauromaquia. Pero creo que sí dan una idea de que la atracción del público (que luego será o no aficionado) pasa por una reinvención de muchos de los estereotipos relativos a la organización taurina: fechas, horarios, comodidad de acceso y aparcamiento, posibilidad de tomar algo a un precio razonable durante el festejo, predisposición favorable hacia los intervinientes en la lidia,…
Todo esto, ya lo decía en la anterior entrada, tiene que ir acompañado por el compromiso de los toreros, por una selección de un toro con más movilidad que el que habitualmente sale por chiqueros y por la seriedad y rigor del festejo en función de lo que tradicionalmente ha sido cada plaza (para lo cual es imprescindible olvidarse de en qué se han convertido en los últimos cuarenta años).
En definitiva, que tal vez haya que olvidarse un tanto de lo que reivindican los aficionados más agrestes y acercarse a los que quieren divertirse en una plaza de toros. Como Vargas Llosa que, para indignación de tanto purista, puso como ejemplo en su reciente defensa de la tauromaquia en el diario El País un festejo al que asistió en Marbella con Paquirri, Fandi y el Cordobés. El típico al que acudirían los de cualquier peña taurina de Madrid o del Norte, vamos. Pero eso, como diría el clásico, es parte de otra historia…
martes, 14 de agosto de 2012
Reflexiones de agosto (I)
En
los últimos diez días todas las revistas, portales y blogs taurinos han
reseñado de forma prolija lo acontecido en Huelva los días 2 al 5 de agosto, en
una feria que muchos recordarán largo tiempo y que a otros (me consta) les ha supuesto
el nacimiento a la afición. Viví dos de esos días, los mano a mano de José
Tomás-Morante y Juli-Talavante. El día anterior estuve en La Maestranza en la
final de las novilladas de promoción y el domingo en El Puerto viendo a Finito,
Morante y Perera. El jueves siguiente acudí por primera vez a los toros en
Portugal, a la corrida mixta de Lisboa (Campo Pequeño) con Paulo Caetano y Joao
Moura Caetano a caballo y Víctor Mendes y Manuel Dias a pie. Cinco festejo en
cuatro plazas distintas, con una misma pasión y formas muy variadas de
disfrutarla. Más allá de lo acontecido en el ruedo cada tarde, de lo que hay
suficiente información, quiero compartir algunas reflexiones que me ha sugerido
este periplo.
Una
primera evidencia es que los aficionados hablan (hablamos) con insistencia de
que la Fiesta se está acabando, parecemos regodearnos en los males que la
acechan, y a la vez los festejos taurinos siguen siendo un elemento básico de
distracción y entretenimiento de muchos. He visto todas estas tardes caras de
felicidad y comentarios exultantes de cientos de espectadores que acudían ese
día por primera vez en el año a una plaza de toros, que desconocían el nombre
de la ganadería, los componentes de la cuadrilla de cada torero, el número de
festejos en los que había intervenido cada matador y los triunfos que había
tenido o desaprovechado. Gente, en fin, que sólo iba a pasarlo bien. Y que, con
esa predisposición, disfrutó de la tarde.
Cada
vez tengo más dudas de cuál es el adecuado equilibrio entre la exigencia del
aficionado por la pureza y el ritual y la festiva despreocupación del
espectador ocasional. Días antes, en Valencia, en el mano a mano entre Ponce y
Morante, salí de la plaza con la sensación de haber visto sólo algunos
chispazos de arte de Morante y de la inteligencia, capacidad y técnica de
Ponce, pero sin la sensación de haber disfrutado de una gran tarde de toros.
Algo muy distinto a lo que sentían la mayoría de los asistentes al festejo.
Probablemente quien ha visto muchos toros en directo y en vídeo, quien ha leído
en abundancia sobre la Fiesta, tiene la pretensión de vivir en cada corrida
hechos memorables, dignos de ser recordados en libros y vídeos. El listón está
cada vez más alto y la realidad difícilmente puede alcanzar la excelencia cada tarde.
Por
eso, creo que los aficionados haríamos bien en tratar de liberarnos de muchos
de los prejuicios acumulados y acudir a la plaza a disfrutar. Como todos esos
que acuden por primera vez, que no leen las crónicas de los portales ni de las
revistas especializadas, que no saben qué es el Cossío ni pueden responder a la
pregunta de qué es un encaste. Tal vez de este modo pudiéramos engarzar nuestra
forma actual de ver los toros con el origen de nuestra afición.
Sin
embargo, esta “limpieza de corazón” de los aficionados sólo tiene sentido si se
ve correspondida con algo que ha estado presente todas estas tardes de agosto:
un compromiso y una motivación extraordinaria de los toreros. No comparto la
visión de muchos aficionados de que los toreros siempre están tratando de “engañar” al público, de “hacer trampas”, y que por eso hay que
ser tremendamente rigurosos y exigentes. Pero de lo que no cabe duda es que el
compromiso y la motivación de los toreros varían sustancialmente de una tarde a
otra. Por eso, la presencia de José Tomás es, en este momento, absolutamente
insustituible. Porque cada tarde que actúa, más allá de su propia verdad, de su
compromiso y de su toreo, supone un reto para el resto del escalafón, que en
esa misma tarde en esa plaza, en otras tardes en la misma feria o en fechas
cercanas en otras plazas quieren hacer la faena de su vida que les iguale o
sobrepase al mito.
Vengo
defendiendo desde hace tiempo que el futuro de la tauromaquia pasa por una
reducción del número de festejos compensada por una mayor certidumbre de que el
mismo tendrá interés, ya sea por el éxito artístico de los toreros, por la
bravura y nobleza de los toros, o por sentir que los diestros se han dejado en
la lidia hasta el último pedazo de su orgullo y su tesón. Algo tremendamente
alejado del aburrimiento y la nadería generalizada tantas tarde. San Isidro en
Madrid, sin ir más lejos.
Comentaba
a la salida del sábado en Huelva con un compañero de avatares gastronómicos y
taurinos de ese fin de semana que él, que acudía por primera vez esos días en
esta temporada a los toros, en tres tardes (final de las novilladas en Sevilla,
José Tomás-Morante y Juli-Talavante) había visto más toreo que el sucedido,
agregadamente, en las Fallas, Feria de Abril y San Isidro de este año. Si hay
exageración, no es mucha. Y la conclusión es apabullante: o las grandes ferias
se reinventan o dejan de tener el más mínimo sentido. Desde luego, no crean
afición. Y es más que probable que sólo colaboren a destruirla…
(Continuará)
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