Ella y él, bien podrían haber estado en casa jugando o bien encontrarse en la escuela. Ella y él eran unos niños del montón: de esos seres que sonríen a todos y por todo, seres cuya mayor y única preocupación es haberse portado mal y que por navidad no les traigan más que carbón, seres dulces e inocentes. Ella y él tenían un padre, una madre, un hermano mayor quizás... Ella y él dejaron de ser inocentes cuando un policía vino a buscarlos a casa. Ella y él tenían motivos para temer, pero no lo hicieron, no lo sabían. Pensaban que sus padres les salvarían, como los superhéroes en lo que ambos creían. Ella y él se extrañaron cuando el policía se arrodilló a su lado con ojos vidriosos. Ella y él se extrañaron aún más cuando el policía les puso una mano en el hombro a cada uno y se aclaró la garganta. Ella y él sintieron como les faltaba la respiración cuando el policía lo dijo: "Sus padres han fallecido"
Porque la historia se resume a eso: en dos niños inocentes, carentes de culpa alguna, huérfanos. A una viuda teniendo que aguantar en pie a pesar de que le han arrancado su corazón. A unos padres impotentes con el cuerpo sin vida de sus hijos entre sus manos.
Se resume a dolor. A impotencia. A llanto. A pérdida.
Hoy hace 12 años del atentado de las torres gemelas. Hoy esos niños huérfanos se acuerdan y lloran en silencio por sus padres. Aquella viuda le lleva flores a la tumba de su marido y se sienta por horas allí, intentando fingir que él no se ha ido. Y los padres impotentes miran a los niños pasar por la calle y les piden a Dios que nunca los separes de sus familias.
Hoy desde aquí, se pide que no vuelva a ocurrir. Que no haya más violencia. Más muertes. Que todos abramos la mente. Hoy pedimos por las víctimas que hubo y por sus familias.
Con la piel de gallina me has dejado. Yo desde aquí también doy mis respetos a las víctimas.
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