(Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 2016, 240 páginas)
Este libro de inusual calidad impresiona en primer lugar
por su lujosa edición. Luego está el brillante y erudito prólogo de Juan
Sasturain que afirma que “es una maravilla
(…) y que “lo habíamos soñado”. Esta exaltación preliminar no es
gratuita, sino la celebración del rescate de un período del humor gráfico
argentino realmente innovador, y totalmente olvidado.
La vanguardia perdida se refiere a tres publicaciones: 4
Patas, Gregorio y La Hipotenusa, que en su esencia eran
más bien revistas literarias con abundante contenido de humor gráfico. Lo
afirma el mismo Sasturain: “Lo suyo era en líneas generales, la escritura a
secas. La ficción, la poesía”.
Aguirre hace una inteligente y valiosa selección de
material gráfico y de textos de las revistas citadas, y ofrece un análisis nutrido
de abundante información sobre el nacimiento y el final de cada una de ellas.
4 Patas apareció en abril de 1960, con la dirección de Carlos del Peral, como
desprendimiento de Tía Vicenta, de
Landrú, de la que aquél había sido jefe de redacción. Del Peral justificó su
alejamiento alegando que Landrú no había protegido a un integrante de su staff
detenido por la policía. Claro, eran los célebres sesenta, que se
caracterizaron principalmente por la proscripción del peronismo, el golpe de
Onganía y las primeras señales de rebelión popular (con el Cordobazo a la
cabeza). Pero también había una ebullición artística y literaria que anhelaba
cambiar todos los parámetros estéticos –como, por ejemplo, la cinefilia y la Nouvelle vague, el Instituto Di Tella y La Menesunda de Marta Minujín–, en la que se celebraba todo lo
original y distinto. El autor de esta meritoria investigación opina: “Pero el
nuevo humor no se abastece solamente de las referencias del género. Lo que lo
distingue son sus cruces con la literatura, el arte y el ámbito cultural en
sentido amplio, y también con la política.”
Ante todo debe señalarse que las tres publicaciones ejercían
un humor inteligente y en cierto sentido experimental, no sólo en los textos
(inclusive los puramente literarios como cuentos y crónicas) sino también en el
grafismo. Recurrían al absurdo, el disparate, la ocurrencia lunática, la
paradoja, los juegos de palabras y la estilización de las imágenes, que no eran
simpáticas como las que se exhibían en la revista Patoruzú. En resumen, era una vanguardia no carente de su dosis de esnobismo,
que por supuesto no atrajo al público y al cuarto número 4 Patas debió cerrar por sus bajas ventas. Colaboraron en ella
(entre muchos otros) figuras de la talla de Miguel Brascó, Copi, Daniel
Giribaldi, Alberto Vanasco, Noé Jitrik, Aldo Camarotta, Jordán de la Cazuela,
César Bruto, Beatriz Guido, y también Quino, Oski, Kalondi, Catú, Siulnas y
Siné.
Gregorio, dirigida por Miguel Brascó, surgió en febrero de 1963 como un
suplemento de la revista literaria Leoplán.
En ella hay obras –además de las de algunos de los colaboradores de 4 Patas – pertenecientes a Rodolfo
Walsh, César Fernández Moreno, James Thurber, Henri Michaux, Ambrose Bierce,
Macedonio Fernández, Carlos Marcucci, Ezra Pound, Chejov, Carlos Drummond de
Andrade, Arthur C. Clark, y dibujos de Juan Fresán y de Napoleón. Asimismo,
hubo una sección «Humor extranjero» que publicó trabajos de Loriot, Ronald
Searle, Manzi, Sempé, Gerard Hoffnung y Mikklos Knezy. Allí apareció por
primera vez Mafalda., pues su
creación deriva de una publicidad para una empresa de electrodomésticos. Brascó
aclaró que “Gregorio no es un suplemento
cómico sino un suplemento de humor, su intención no es hacer reír, sino hacer
reflexionar con una sonrisa en los labios“. Leoplán
cerró en septiembre de 1965, pero Gregorio pudo continuar como suplemento
de La Hipotenusa a partir de abril de
1967, fecha en que nació esta nueva publicación
–bajo la dirección de Luis Alberto Murray y con Daniel Giribaldi y Juan
Fresán, como jefes de redacción y de arte, respectivamente–, la cual sólo llegó
a publicar catorce números.
A varios integrantes de 4 Patas
y Gregorio, se añadieron dibujantes
como Garaycochea, Faruk, Lorenzo Amengual, Bróccoli, Páez, Sanzol, Grondona
White, Vilar. Y escritores de la talla de Javier Villafañe, Horacio Verbitsky,
Arturo Jauretche, César Tiempo, José María Rosa, José Gobello, Enrique
Wernicke, Roberto Santoro, Osvaldo Lamborghini y cuentos no reeditados de Bioy
Casares.
Acerca del número final de La Hipotenusa, Aguirre sentencia: “Y con ella se cerró una etapa
donde el humor gráfico argentino experimentó nuevas formas y se extendió a
temas antes inexplorados, en un contexto de represión y censura”.
Pero tanto en las batallas como en las revoluciones las
vanguardias son las primeras en caer para ser rápidamente olvidadas, y sin
embargo muchas victorias se deben a su valentía. Lo mismo ocurre con las
vanguardias artísticas: pierden vigencia, envejecen, y no se las recuerda. No
obstante, subrepticiamente, a partir de su ocaso las estéticas se vivifican y
adquieren nuevos rumbos enriquecedores.
Germán
Cáceres