sábado, 30 de junio de 2007

Venderse


Sabes que todos nacemos con una gran oquedad en medio del pecho. Una hendidura profunda y perpetua que, como una boca siempre hambrienta, debe nutrirse de afectos y ya desde el origen, desde el primer llanto, reclama con voracidad su alimento.

Se dice que su nutriente más preciado es el Amor, ese afecto de los afectos que rebaja y debilita cualquier otra forma del cariño, poderoso motor que, según viejas leyendas, rebasaría incluso las fronteras de la muerte. No me negarás que algo de razón hay en ello. En él se proyecta la garantía del alimento diario exigido por la brecha que nos parte, la presunta seguridad de la satisfacción de sus demandas en alma y en cuerpo, el abrazo al corazón entrevisto a través de la oquedad y también los besos a la piel de sus bordes prohibidos para otros afectos.

Sin embargo, no se te escapa que su búsqueda puede convertir esos labios en fauces dentadas que acaben devorándote a ti mismo. La fuerza del Amor lo torna el más peligroso de los sustentos. Pues allí donde más vivamente sientes que algo te colma, con mayor contundencia brota el miedo a perderlo. Por su causa, la antigua carencia familiar y domesticada, la falta sobre la que te alzabas con calma contenida antes de su venida, llegará a parecerte la muerte misma. Se trata de estar atento al rugido de león hambriento que resuena al fondo de tu propia voz: si permites que se apodere de ella, cada jirón de carne que engulla estará tragando un pedazo de ti mismo.

Hoy oigo en ti al león y me muestras las heridas sangrantes de sus mordiscos, los lugares de tu anatomía que has desgarrado y entregado para el cumplimiento de un deseo ajeno incierto y tantas veces inventado.
Siempre perteneciste a los carentes, los más desastidos frente a las embestidas del Amor, dada el hambre ancestral que bulle en tu hendidura tras una infancia sombría y repleta de faltas agudas. Me cuentas de tu falseamiento, de tu decir de ti lo que no es y tu plegarte a lo que no quieres, sólo para retener aquello que te alimenta. De la dicha fugaz transformada en pura angustia, en cálculo y estrategia. Del comercio al que sometes cada fibra de tu ser, en venta por unas pocas caricias. Revolviéndote contra ti mismo preguntas que quién no se vende, quién no está ya vendido de antemano. Pero ambos somos conscientes de que, siendo inevitable venderse para sobrevivir, cabe excluir la autodestrucción de la economía del Amor. Sólo hay que quererlo y estar dispuesto al combate.

Dentro de la espiral, doblegado por el mecanismo, has creído ver la luz en la suplantación de ese Amor que te ahora te destruye por otro que te reviva, en la sustitución de un veneno por otro. Ahora compruebas lo provisorio y dañino de ese camino, que únicamente conduce a agudizar la sensación de falta, el hambre y un cruel recorte en los plazos de su satisfacción.

Barajamos sin convicción la posibilidad de la negación, del destierro del Amor, de la convivencia dolorosa pero tranquila con la renuncia asumida. Porque reconoces la castración que supone, el férreo y agotador ejercicio de displina y rechazo contrarios a la riqueza.

Los dos sabemos de una tercera vía. La más difícil, pero quizás la más sabia: la del equilibrista, que se arriesga a subir con todo su peso a las alturas y sólo por ello le es dado contemplar los más hermosos paisajes. Que se atreve a caminar por la cuerda floja haciendo reposar su carne y su brecha sobre él mismo. Que acepta la inseguridad y confía en otra malla de afectos que amortigüe el golpe en la caída o simplemente en la dureza de su piel curtida. Que tiene la certeza de que la carencia nunca dejará de ser un espacio habitable y avanza por ello con la libertad de la ausencia del miedo a perder. Afianzándose en cada paso hacia adelante, deteniéndose si sopla el viento, balanceándose suavemente para preservar su propio equilibrio.

¿Apostaremos por ella?

miércoles, 27 de junio de 2007

Pienso luego bloggeo


Del "pienso luego existo" cartesiano al "pienso luego bloggeo" que da título a este post media la distancia no sólo de unos cuantos siglos, sino de un mundo ciberespacial que el señor Descartes nunca hubiera podido intuir ni mucho menos anticipar. O tal vez sí. Porque si fue capaz de postular un genio maligno que hizo necesaria la consabida sentencia para librarnos de la disolución en la pura nada, quién sabe si no soñaría también, en sus sueños más estrambóticos, con conexiones virtuales, pantallas luminosas y pensamientos cifrados en grafías exactas.

Poco después llegaría quien afirmara que somos mónadas sin ventanas. Y tal vez por eso hubieron de inventarse estas otras ventanas, en un intento por llevar la contraria a esa afirmación tajante de solipsismo que, aunque tal vez cierta, no deja de sumirnos en la angustia.

Disculpadme la digresión, tantos días sin conexión debían tener sus consecuencias, y trataré de ir al grano.

Me llega de manos de NoSurrender algo así como un premio que a su vez implica deberes y obligaciones. Como todos los premios, obviamente, y en el caso de la blogosfera la obligación y el compromiso siempre se traducen en forma de meme. El premio, cuyo símbolo adorna el comienzo de este post, se concede al parecer a aquellos "blogs que hacen pensar" y exige a su destinatario dar testimonio de cinco blogs que, a su juicio, cumplan con esa misma condición.

Me pregunto si hay algún blog que no haga pensar a quien lo lea. Por más que los pensamientos que evoque se disfracen de lubricidad o risas, de lascivia o frivolidad, de crítica o incluso de puro rechazo. Buena pregunta para el señor Descartes si cabe leer sin pensar. Por mi parte dudo que sea posible. Como también dudo que sea posible leer y pensar sin el corazón.

Y como nuevamente me pierdo y no es mi intención suscitar un debate sobre problemas de indiscutible calado, me centraré -a ver si lo consigo ya de una vez- en lo que se me demanda y os contaré algo acerca de los blogs que a mí particularmente me hacen pensar. Como apuntaba k, no hace falta decir, pese a que lo diré igualmente, que suscribiría plenamente muchos de los premios ya concedidos, contando, por supuesto, con el otorgado al blog cuyo autor ha tenido a bien mencionarme. Pero no es cuestión de entrar en un círculo de repeticiones y recurrencias, y dado que el número de blogs a señalar es limitado, premiaré, con este poder que se me brinda, a algunos de los blogs que leo que aún no han recibido la etiqueta del Thinking Blogger Award. Huelga decir asimismo que aquí serán todos los que están pero no estarán todos los que son, de manera que, quien no se vea premiado en este post, atienda a lo que acabo de apuntar acerca del inevitable entrelazamiento entre lectura y pensamiento y saque, en buena lógica, sus conclusiones. Y ahora sí, vamos a ello:

Si yo fuera tu gel de ducha: Más allá del cariño que pueda sentir por este blog, el que me descubrió la existencia de la blogosfera y me incitó a formar parte de ella, creo que su valía reside en su capacidad para fundir experiencias muy íntimas y personales con momentos de reflexión grave, presentación de canciones y grupos musicales poco conocidos pero siempre interesantes con experimentos literarios, biografía erótica con erotismo imaginado. Hay muchos blogs de sexo pero en éste no hay peligro de vulgaridad, pues todo lo relativo a ello se escribe desde el respeto y una honestidad inusual por estos espacios.

Takolandia: Un blog ecléctico, escrito a dos voces, que juega con la cercanía y la distancia, con la narración en clave de acontecimientos que se intuyen personales y la fantasía más surrealista. No faltan en él el sentido del humor y la crítica ni tampoco el gusto por la investigación sobre asuntos a primera vista triviales pero en el fondo enjundiosos. Tako y Sir Villet forman una pareja literaria de estilos diferentes y bien definidos, pero siempre, como en toda pareja que pretenda mantenerse en el tiempo, bien avenidos.

Déjà vie: Este blog colorista y estéticamente muy cuidado destaca porque la concisión de sus escritos, buscada y lograda con acierto, nos abre a un mundo donde la realidad y la ficción se entremezclan con sensibilidad, sentido lúdico y un amor por la belleza palpable en todos sus rincones. Las estupendas fotografías de su autora revelan una mirada atenta, observadora y tienden a reafirmar aquello de que una imagen vale más que mil palabras. También, por supuesto, a la hora de motivar el pensamiento.

AnA dentro de su gAtA: Como su propio nombre indica, la casa de Ana tiene un aire felino y cuando uno entra oye un suave ronroneo. Creo que no me equivocaré si digo que se trata de una casa acogedora edificada sobre interrogantes. Interrogantes acerca del amor y el deseo, de la ética y la política, del desconcierto que habitamos y el acto mismo del preguntar. Una casa cuya propietaria se muestra con valentía y nos invita a pensar y a dialogar sobre temas que a nadie dejan indiferente con una seriedad a veces gótica pero nunca frívola. Tú ya sabes a qué me refiero, Ana ;)

En los árboles: Pasearse por este bosque tan personal es toda una experiencia de luces y sombras, de calidez y de frescor, de cantos de pájaros y murmullos de hojas caídas. Hasta las tormentas cobran un halo especial gracias al estilo inconfundible y endividiable de su autora, tan directo, tan visceral, y al tiempo tan literario. Con él transforma la cotidianidad vivida en un cuadro impresionista en ocasiones tan crudo como la vida misma, pero por ello mismo tremendamente atractivo. Es un blog de carácter, fuerte y recio como los árboles más curtidos por la vida a la intemperie.

Repasemos. Veo que me he pasado por el Arco de Triunfo lo que NoSurrender llamaba la cuota genital. Poco me importa e incluso me sugiere ciertas reflexiones que mejor me ahorro para no herir susceptibilidades testosterónicas. De todos modos, con el fin de compensar me tomaré la licencia de hacer una mención honorífica a un blog inexistente, cuyo no-autor nos da mucho que pensar a todos aquellos a quienes nos comenta. JJ, va por ti. A ver si de una puñetera vez te incorporas a la blogosfera y nos regalas, además de comentarios jugosos, algo más de tu escritura ;)

Un placer compartir con los mencionados este premio, que hago extensible, también en sus obligaciones, a todos los que me leéis. Hala, ya tenéis faena :)


lunes, 18 de junio de 2007

Punto y aparte


Nunca pude anticipar la fecha de nacimiento de este blog, que surgió de un impulso una noche cualquiera. Pero sí pensé entonces poder anticipar su fecha de cierre. Esa fecha sería exactamente hoy, o el día que hace un par de horas ha concluido.

Dentro de unas horas vuelvo a casa -o a lo más semejante a ello que tengo- después de más de un año de exilio voluntario en una ciudad que he llegado a sentir como mía, y concluyo así definitivamente una etapa de mi vida que necesariamente debe dar paso a otras cosas. Una etapa que ha sido todo un privilegio disfrutar, incluso en ocasiones sufrir, y de la que ya ahora empiezo a sentir nostalgia. Pero la etapa ha terminado y hay que mirar hacia adelante.


A esa etapa pertenece este blog, que empezó sin presentación alguna, sin declaración de intenciones y sin una idea muy clara de lo que quería ser. Envuelto, además, en numerosas contradicciones de las que algunos fuisteis testigos tal y como aparecieron. Las contradicciones siempre han estado ahí, aunque a partir de determinado punto dejara de expresarlas, y de alguna manera siguen estando. Pero mi forma de acallarlas cada vez que hacían acto de presencia fue precisamente el haber sentenciado de antemano cuándo acabaría este blog, así como su pretendida circunscripción a esta etapa de mi vida que hoy termina.

Sin embargo, llegado este momento, me siento incapaz de decir que todo vaya a terminar aquí. Porque pese a las contradicciones, son tantas las cosas que este blog me ha aportado que la idea de renunciar a ellas me llena de tristeza. Para mí ha representado, ante todo, un espacio donde recuperar una manera de escribir que hacía mil años que no practicaba. Pero creo que lo más importante de todas esas cosas habéis sido vosotros: la gente a la que leo y a través de la cual se me han ido abriendo nuevos mundos; los que me leéis y habéis buscado, a través de los comentarios, entrar en comunicación conmigo de esta manera un tanto peculiar; y también los que me leéis en silencio y hacéis que la existencia de este blog tenga sentido.

Han sido muchas las sonrisas que me habéis hecho esbozar con vuestros comentarios, incluso las risas frente a la pantalla del ordenador, las reflexiones, así como la compañía que vuestras voces me han proporcionado en esta etapa en que tal vez más lo he necesitado. A todos tengo mucho que agradeceros. A los que estuvísteis ahí desde el principio y habéis aguantado estóicamente mis rollos -cada vez más rolleros, lo reconozco-, a los que os habéis pasado por aquí de cuando en cuando, a los que habéis ido llegando poco a poco, con el transcurrir del tiempo y habéis optado por quedaros...

Así que me temo que, si no voy a ser capaz de renunciar a vuestra compañía, este blog no puede acabar aquí. No puedo saber de antemano cómo continuará. Mi vida se transformará significativamente a partir de ahora y es posible que eso implique un cambio en lo que desee o pueda escribir en este espacio. Pero de lo que esta noche estoy segura es de que continuará.

No obstante, ahora se impone necesariamente una pausa. Porque son muchos los cambios a los que debo enfrentarme en las próximas semanas, que me absorberán de manera notable, y por la sencilla razón de que en casa no tengo ADSL. Aunque os podéis imaginar qué es lo primero que voy a hacer una vez consiga hacer aterrizar sin problemas la nave espacial... :)

Como sé que os voy a echar mucho de menos, intentaré seguir leyéndoos de la manera que pueda, pese a que no sé si podré dejar comentarios mientras no solucione las cuestiones técnicas. Pero en cualquier caso, y pase lo que pase, que quede claro que esto no es una despedida, sino simplemente un hasta pronto.

Cuidáos mucho mientras tanto, que os quiero sanos y salvos a mi regreso:)

¡Un beso enorme para todos y gracias de nuevo!


viernes, 15 de junio de 2007

Mudar la piel


Mudar de piel no es un acontecimiento que tenga lugar de un día para otro. El proceso comienza siempre con cierta antelación de duración variable en función de la envergadura de la muda. La piel debe primero ir ahuecándose poco a poco, desprendiéndose lentamente de los tejidos que la fijan, hasta que en un momento dado comienza a deslizarse por la punta de los dedos de los pies y en unas horas nos abandona definitivamente.

Las mudas pueden ser forzosas, voluntarias, o en ocasiones ambas cosas a la vez. No todas se viven con dolor
. Hay pieles a las que nunca pudimos adaptarnos del todo, dentro de las cuales jamás logramos arquear la espalda sin notar cierta tirantez, que nunca se ajustaron como debían a nuestro contorno o que incluso llegaron a ser una verdadera tortura de molestias e incomodidad. En estos casos la muda será celebrada con alegría y es probable que la piel vieja acabe rápidamente en el estante más inaccesible del armario trastero. Otra cosa ocurre, sin embargo, cuando se trata de una piel que sí consiguió ceñirse a nuestro cuerpo definiendo nuestra silueta del modo preciso, con la que sentimos que todo movimiento era posible, en la que no había holguras o estrecheces desagradables. Entonces no cabe el desprendimiento de esa piel sin cierto desgarro, así como el correspondiente sufrimiento que éste genera, y el proceso será necesariamente más complicado y problemático.

No puede negarse que en este tiempo previo a la muda la perspectiva de la piel renovada también será fuente de sonrisas e ilusiones. Pero el sentimiento que primará será la tristeza, la añoranza anticipada de aquello que, aun estando todavía presente, sabemos indefectiblemente abocado a perderse. Serán días en que podremos pasar horas contemplando las huellas, las señales y tatuajes que, mientras nos envolvió, fueron dibujándose sobre esa piel. Como quien luchara tenazmente por salvar del inminente naufragio sus objetos de valor cuando se percata de que el barco empieza a hundirse, nos esforzaremos por retener en el recuerdo su tacto, su textura, su imagen interior y exterior. En esos días tenderemos a olvidar fácilmente que ya sufrimos otras mudas y que la memoria de esas pieles antiguas ha ido emborronándose poco a poco sin que realmente nos importe. Daremos la espalda a lo venidero y sólo miraremos hacia atrás, ya víctimas de cierta idealización, para evocar los sucesos que vivimos con ella, las distancias recorridas, a quienes la rozaron o a los que tal vez llegaron a acariciarla. Se nos impondrá más que nunca el conocimiento, fruto de la experiencia, de que la nueva piel será acogida al principio con extrañeza, incluso con temor, y pretenderemos aferrarnos a la que ha de caer incluso si la muda fue una cuestión decidida porque la piel que nos enfundaba mostraba ya signos de deterioro y desgaste. Pero también es cierto que conforme se vaya acercando la fecha señalada nos embargará fundamentalmente un estado de confusión e incluso de malestar. Y es que la nueva piel, ya prácticamente formada, pugnará desde dentro por emerger y la antigua se cuarteará sin remedio, ofreciendo un aspecto cada vez más deslucido. Tanto que, pese a la tristeza y el dolor, podremos incluso desear con impaciencia la llegada de ese momento cuya perspectiva sigue haciendo aflorar nuestras lágrimas.

Se trata, como es sabido, de un proceso natural que no reviste mayores misterios. Dicen además los expertos que las lágrimas derramadas facilitan y suavizan el desprendimiento de la antigua piel, y es por eso por lo que son tan necesarias como inevitables cuando mudamos una piel por la que sentimos un gran apego.

Como suele decir Coco, ¿alguien me deja un kleenex?

lunes, 11 de junio de 2007

Dominios


Soy yo, pobre mortal, quien determina el curso de tu existencia. A ti sólo te cabe reaccionar ante mí. Nada más. Incluso el momento de tu concepción me pertenece, como me pertenecerá el instante de tu muerte. Es mi mano la que todo lo gobierna, más allá de causas y efectos que no te conciernen. Y allí donde parece que no estuviera, sigo siendo yo quien desde la sombra permite y otorga. Pues hasta el disparo del más diestro tirador acierta en la diana sólo si así yo lo concedo y no interpongo en su camino el rayo que parta la flecha antes de alcanzar su objetivo. Por todas partes me hallo, en cada ráfaga de viento, en el levantar el vuelo de cada pájaro, y nunca sabrás la medida de lo que en tus actos, en tu vida, se torna posible gracias a mí.

Mi naturaleza os es desconocida. ¿Acaso hay oscuros mecanismos, extrañas legalidades que me guíen? Nunca os daré una respuesta. Ni tan siquiera el capricho me es propiamente asignable. Sólo disponéis de palabras que os reflejan, que ordenan y compartimentan desde vuestras voces humanas. Y mi ser desborda esa inocente tela de araña.

Con ingenuidad me enmascaráis bajo la figura de vuestros dioses terrenales, vosotros, incansables cazadores de sentido. Es tu mente, criatura, la que no ha aprendido a caminar sin la suela de un porqué que evite a tus pies pisar sobre el vacío. Y allí donde no lo encuentras, siempre el pretexto de tus limitaciones, de tu finitud, que no todo lo alcanza. Pero yo no sé de sentidos, mucho menos de justicias, y en mis dominios no hay lugar para el equilibrio. Sólo el dios único al que adoráis recompensa y castiga, bendice y maldice vuestras decisiones. Sin embargo, mis designios no son signos de tu bondad o maldad, aunque tu cordura -¿quizás tu locura?- se empeñe en creer que sí y se afane en explicaciones, leyes, culpas, y se demore computando probabilidades, proyectando balanzas y compensaciones moldeables a los hechos. Porque en mí no hay regularidad que tú comprendas, ni puedes acotarme ni anticiparme. Yo no calculo, ni mido, ni sopeso. Simplemente actúo. Así que no me pienses. No me observes. Nada ganarás con ello.

Tampoco me veneres ni me adores. Por más que insistas en orar, en cruzar los dedos, en forjar fetiches y amuletos, no escucho ruegos ni plegarias, conjuros o invocaciones. No los entiendo.

Pero sí puedo intuir tu congoja. Porque ante mí siempre estarás a la intemperie. Doy y quito, robo y regalo. Tanto lo más amado como lo más odiado. Lo más necesario y lo más prescindible. Si quiero te elevaré a la cumbre o te destruiré, te cubriré de caricias o de polvo, te concederé la gracia o te arrojaré al suelo con un golpe seco. A unos traeré la felicidad, a otros la desdicha. Sin respetar clases ni diferencias, edades ni condiciones. Mis pequeños títeres, siempre danzando al hilo de mis deseos. ¿Tan difícil es comprender que no obedezco a razones? ¿Que no elijo ni tengo preferencias? ¿Que lo que tú llamas desgracia o ventura son para mí acontecimientos idénticos en su valor, que es ninguno? Ante mí estás libre de culpa. Pero tus ansias de seguridad, tus anhelos y esperanzas me son igualmente indiferentes.

Algunos me llaman azar. Los más crédulos, destino o providencia. También fortuna o infortunio, suerte o fatalidad, según resulte la partida. Pero yo no atiendo a nombre alguno.


¿Por qué no empiezas a explorar los límites de tu poder? Sólo eso te permitirá reconocer el que te corresponde. Sondea tus posibilidades de reacción frente a mí, el arco de tus respuestas. Tales son tus dominios. Atente a ellos. Los míos siempre te estarán vedados. Así que no preguntes más y acéptame.


viernes, 8 de junio de 2007

Memememememememe2

Bueno, queridos y queridas, saldo hoy una deuda que tenía pendiente. Hace bastante días que Déjà vie me pasó el meme de los zapatos, ya famoso por toda la red. Como nunca he sido muy amiga de las modernas tecnologías, no tenía cámara en ese momento. Pero al final he conseguido hacerme con una y os voy a presentar mis zapatos. A ver, como ya comenté una vez, me encuentro temporalmente exiliada en un extraño planeta y es sabido que en los viajes interestelares hay que ir ligero de equipaje. Así que los zapatos que tengo por aquí no son muchos y además les he dado tal trasiego inspeccionando el territorio que están ya bastante deteriorados. El clima es por otra parte muy variable aquí, y aunque ahora ya hace calor y tocaría exhibir unos zapatos veraniegos o unas sandalias, por un lado, ¡me niego a enseñar mis pies!, y por otro, éstos me han servido de comodín para muchas temperaturas diferentes y son tal vez los que más he usado en los últimos tiempos. Así que allá van:


Pues aquí están. Que conste que los he limpiado, ¿eh?, sólo que los signos de deterioro son evidentes. Son también, como los de Duschgel, zapatos de niño que encontré rebajadísimos en unos grandes almacenes porque sólo quedaba este par. Y no era exactamente lo que andaba buscando (si es que yo alguna vez busco algo definido en lo que a vestimenta y calzado se refiere) pero no me disgustaron, y los vi cómodos y resistentes. Eso sí, son un número más del que calzo, de manera que tuve que ponerles una plantilla. Pero en esta foto no se ven mucho, ¿no? Pues aquí va otra donde lucen en todo su esplendor:

Ja, míralos que cómodos están, mirando por la ventana. No son de ninguna marca en concreto, pero los tengo ya más de dos años y estoy contenta con el resultado que me han dado. Va, y ahora otra más para que veáis los tacos tipo futbolista de la suela. Jo, menudo pie que me veo:


¿A que los calcetines son monos? Pues eso sí que no tengo problema en enseñarlo. Querido público, aquí mi calcetín, calcetín, aquí mi querido público. Saluda, hombre, no seas tímido:


Bueno, Déjà, como ves, misión cumplida. ¿Contenta? ;) Y como creo que el meme ya ha circulado bastante y encima yo lo hago con retraso, se lo paso simplemente a todo aquel que lo quiera hacer, para no meter a nadie en un compromiso. Por cierto, se admiten todo tipo de consejos acerca del uso de estos inventos modernos que son las cámaras digitales. ¡Que estoy pez!


martes, 5 de junio de 2007

Escribir(se)


Derramarse en palabras, volcarse en tinta o teclado con la intención de agotarse en el lenguaje, de exponerse, de narrarse y relatarse uno mismo, a sí mismo, para sí mismo, se escriba lo que se escriba, se escriba para quien se escriba.

Entregarse a la linealidad, al trazo y la huella, traducirse en renglones que sólo pueden componer una escritura siempre incompleta si el texto de una vida, aquél que nos recogiera y plasmara centímetro a centímetro, minuto a minuto, además de impensable, plantea el absurdo de requerir al menos el tiempo de una vida entera para ser leído. O tal vez mucho más.


Tras cada gesto de escritura, más allá de la expurgación y el vómito, la quimera de un imposible: retener lo que el tiempo constantemente nos hurta, los hechos, las percepciones, los pensamientos volátiles que, siendo nuestros, sólo nos pertenecen lo que dura una nada. Aprehender, fijar, detener ese presente escurridizo del devenir que nos forja y nos destruye. Ése es el anhelo, el deseo. Porque aceptamos mal habitar un presente inapresable, indefinible, que invariablemente nos empuja hacia adelante y va relegando al pretérito y al rescate de la memoria el sentir de cada ahora. Porque sufrimos el vértigo del movimiento imparable, como hojas al viento, arrastrados segundo a segundo, sometidos al discurrir que hace evaporarse toda presencia.

Pero cómo apresar, en sí mismo, el instante vivido, el pensamiento que nos demora en el paseo, si la escritura es ya repetición, reproducción, alto reflexivo en el camino que pretende aferrar y solidificar el ahora una vez desaparecido, confiando ingenuamente en la exactitud de la evocación consciente o del recuerdo involuntario. Cómo ser fiel a la realidad y dar cuenta de lo experimentado si ni la escritura más osada, la más decididamente honesta, logra ser copia perfecta de lo sucedido, inevitablemente conservado al precio de forzar al orden lo que sólo pudo nacer en el caos, víctima necesaria del enmascaramiento y el disfraz: no hay mostrar que no constituya a su vez un ocultar y un ocultarse, que no entrañe una lectura únicamente contrastable con lo acaecido para una mirada omnisciente que sin duda alguna no es la nuestra.

Algo arrancamos, sin embargo, a tanto imposible: materializarnos en el propio tiempo que dura la escritura, transformar ese tiempo, tan fugaz como cualquier otro, en cosa: libretas que acumulan polvo en una estantería, archivos en una carpeta. Dejamos así testimonio palpable de las horas transcurridas frente al papel-pantalla, salvando aparentemente del olvido un esbozo, un relumbre de lo que fuimos en ese preciso momento, creando una realidad susceptible de revisitarse, de recorrerse y atravesarse una y otra vez, aunque su valor sea siempre el del fragmento que luego habrá que encajar en el puzzle. Al menos ese acto de exteriorización, que nos desdobla y cosifica en texto, en signo y palabra, aparece como huella, resto y memoria del tiempo diluido. Y aquí sí creemos poder exclamar, éste soy yo, aquí me vertí y ésta es la prueba. Acumulable, cuantificable, sujeta a exhibición y a valoración ajena.

Pero la batalla contra el olvido está de antemano perdida, y lo escrito acaba convertido en mera evidencia de un fracaso: lo sabemos al acudir a un texto trazado por nuestra propia mano y vernos enfrentados a la extrañeza, a la desmemoria y la urgencia de un reconocimiento impostado que inventamos ad hoc para superar el desgarro.

Y en ese fracaso, la verdad de una nueva imposibilidad: la de coincidir punto por punto con aquello que fuimos y seremos, la de fijar un "soy" invariable y sin fisuras, la de dibujar una imagen nítida en la que contemplarnos como en un espejo. Tan imposible como decirse a sí mismo hasta el final, es tenerse a sí mismo hasta el final.


(Lo sé, Tako, no hay forma de determinar un inicio, pero cediendo al engaño, diré que el inicio de este post podría localizarse aquí. Gracias, Ana. JJ, intento fallido, qué se le va a hacer...:) )


viernes, 1 de junio de 2007

Eleanor (Rigby)

Hace ya mucho que sus cabellos comenzaron a encanecer. Sus días discurren ahora en una cadencia suave de rutinas gastadas, de trayectos domésticos sabidos milímetro a milímetro, en los que las horas se desgranan lentamente, midiendo el vacío. Y sobre cada gesto cotidiano va apoyándose, sin avanzar, a la espera de que un tiempo que ya sólo muestra un rostro inmóvil de facciones indefinidas acabe por agotarla, por consumirla, por gastarla también a ella.

Por fortuna, tales gestos circulares requieren cada vez más esfuerzo, más tiempo calculable, conforme sus energías mengüan, y así enmascaran mejor ese vacío que ha ido instalándose en cada rincón de su casa y de su pecho, cubriéndolo de preocupaciones nimias y cavilaciones sobre qué será cuándo y cómo haré si, cavilaciones que en el fondo no terminan de ser suyas, surgidas de algún lugar que cada día reconoce menos como propio. Porque ya ni los escasos recuerdos a los que acude en los largos atardeceres, tan largos como ése cuyo inicio prematuro la retrata, consiguen aliviar, tan raídos y agujereados están a fuerza de manosearlos, la tristeza hueca que gota a gota, como un veneno, ha ido emergiendo con los años del fondo de su soledad.

Nunca fue agraciada, ni destacó por su inteligencia o su viveza. No por ello le faltó algún que otro pretendiente, pero ninguno eligió permanecer a su lado. Ni siquiera el único que realmente deseó para sí, aquel que hizo agitarse su respiración y latir la vida en sus sienes, y junto al cual se imaginó vestida de blanco ante un altar. Designios divinos, esos que se dicen inescrutables, alteraron el curso de las cosas y él prefirió vestirse de negro y situarse del otro lado del altar. Al menos no se sintió despreciada por su escasa belleza, teniendo en cuenta que la de dios debe de ser infinita. Pero a veces, por las noches, palpa con cuidado su piel siempre adormecida y se pregunta si ella, y esa piel suya, no habrían sido otras de haber sabido cómo se vibra bajo una caricia, cómo se tiembla al roce de las yemas de otros dedos.

Porque allí se quedó, marchitándose en la floristería, rodeada únicamente del consuelo de los colores y los aromas que tan bien conocía, componiendo con primor -tal vez lo único en lo que siempre presumió de una cierta habilidad- aquellos ramos que invariablemente eran para otras, ramos encargados por la ilusión o la culpa, por la costumbre o el cariño. Pronto aprendió a distinguirlo en los ojos, en los andares y ademanes de aquellos hombres que venían a recogerlos y ante los cuales bajaba la mirada. Hombres casados con sus amigas de juventud, con sus vecinas, a las que vio florecer como los capullos de las rosas tempranas, dar hijos al mundo, y luego ajarse en las alegrías y miserias del amor y el desamor, mientras sus días iban pasando, imperceptiblemente, uno tras otro, sin que ella lograra arrancar más frutos a la vida que el sentimiento de pérdida y la ausencia. Hasta que una mañana se miró en el espejo, contempló sus ojos cada vez más opacos, y tuvo la certeza de que ya nada cambiaría, de que todo en adelante sería una pendiente inclinada sobre la que se iría deslizando suavemente, hasta que ese mismo dios que le reclamó lo que más quería tuviera la decencia de librarla de su soledad.

Muchas tardes aún se atreve a ir a la iglesia, y sentada en el último banco, doliéndole en la garganta la música del órgano, lo mira moverse con dificultad entre los objetos sagrados, entregado con tedio al ritual, tan solo y cansado como ella, mientras en sus oídos esos timbres empastados se transforman en la luminosidad cortante del sonido de instrumentos de cuerda, violines y violoncellos. Los mismos que resuenan en su cabeza cuando algunos domingos de primavera, al entrar, crujen bajo sus viejos zapatos los granos de arroz que nunca cayeron sobre ella, y entonces se agacha a recoger un puñadito que guarda en el bolsillo izquierdo de su abrigo. Siempre prefirió los violines.