Ayer encontré una pequeña nota en un diario escondida en un rincón, ya que todo lo ocupan otras noticias más acuciantes.
Era una pequeña nota de prensa que explicaba la caída al abismo de un juguete roto del deporte. Qué triste destino el de alguien que, si hubiera tenido cabeza, hubiera conseguido un futuro lleno de tranquilidad, pero cada uno recorre su camino y este hombre, de quien voy a hablaros, eligió mal.
Mediaban los años noventa y mi padre, cada fin de semana ponía la pelota manomanista en la tele. Nada de accesorios como palas de madera, cestas o raqueta, de eso nada, la mano machacada de los pelotaris. Frontón de verdad, juego a mano abierta, rojo o azul, el primero que llega a veintidós tantos gana. Mi padre era un gran aficionado a este deporte que goza de mucha aceptación en el norte. Burgos, Vizcaya, La Rioja, Álava, Guipúzcoa y, sobre todo, la brava Navarra, de donde salía un plantel de jugadores excelente para las empresas que organizaban la pelota profesional. A mediados de los noventa apareció un joven chavalote con cara de pillo pero un cuerpazo robusto. Alto, fuerte y con unas manos de oro, sobre todo, la zurda, que en un frontón, con su habitual pared a la izquierda, vale una fortuna.
El joven debutante en liga profesional ganaba con una facilidad inusitada. Hasta los más avezados pelotaris se veían desbordados por esta furia de la naturaleza. El chaval tenía un futuro dorado en sus manos, de manera literal.
La gloria efímera
Tenía un físico imponente y unas manos privilegiadas...lo que no tenía era cabeza. Llegó a probar las mieles de la gloria temprana, pero su juventud no supo gestionar su éxito. Era un chaval de un pueblo del Baztán navarro al que su juventud le permitía, aún, compaginar su trayectoria profesional con su afición a la juerga. Le gustaba la noche y no se cuidaba nada. Recuerdo habérmelo encontrado de madrugada en una famosa discoteca de la zona, a altas horas de la madrugada, pasado de rosca, levantando en vilo a sus colegas de cubatas.
Era, es, un tiarrón digno de verse. Lo teníamos de espaldas a nosotras, y una amiga mía dijo "ahora verás", y, mientras me guiñaba un ojo, le pellizcaba el culo. Él no se dio la vuelta, debía encantarle que una chica lo sobara, porque él y su culo siguieron ahí, inmóviles, durante el par de tientos que la descarada de mi amiga le echó. Ya eran las tantas de la mañana, amanecía y todos salíamos d
e aquella discoteca que después reventaría ETA de un bombazo, haciendo la pascua a toda la chavalería de los valles del entorno,
como recordaban los Lehendakaris Muertos. Nos acercamos a tomar algo a la camioneta que freía salchichas, hamburguesas y patatas con verdaderas ganas de desayunar. Por allá andaba el pelotari con una lamentable cogorza encima.
Y así pasó lo que pasó, y aunque vivía de rentas y la fortuna y su físico lo sonreían, a pesar de su afición a la fiesta, una mala tarde se presentó a un partido totalmente puesto. El contrincante, esperando y él dentro de la ducha fría para espabilarlo. Un escandalazo. La empresa que lo tenía contratado lo sancionó y el asumió su culpa. Pero no se enmendó.
Cada vez se enfangaba más. Sus dotes de pelotari extraordinario fueron mermando por culpa de los excesos a los que se sumaba el sobrepeso. Pasó por tratamientos desintoxicantes y toda serie de suplicios para reformarse, pero no lo consiguió. Dice la leyenda que entrenando con Errandonea (Otros dicen que era el gran Julián Retegi) el de Bera (Errandonea) le comentó: " Si yo tuviera tu zurda, lo ganaría todo en la pelota" y dicen que nuestro protagonista respondió: "si yo tuviera tu cabeza, también". Lamentablemente, y a pesar de todas las oprtunidades que tuvo, nuestro pelotari acabó hundiéndose en su sima, aunque es recordado por la afición pelotazale como la furia de la naturaleza que no se pudo domar.
Recuerdo haber estado en el imponente frontón Atano III de Donostia el cual debía cerrar después de una final manomanista que consiguió Olaizola II fente a Barriola. nuestro pobre pelotari no jugó la final, sino uno de los partidos previos de relleno del festival. Haimar Olaizola celebró su triunfo absoluto sobre la pelota a mano profesional, la gente lo disfrutó en la cancha y en la calle, los corredores de apuestas contaban billetes a expuertas en su cuarto, y, después, todo el mundo se fue...menos un señor de cierta edad que se paseaba por la entrada a la cancha esperando, un poco cansado ya, que nuestro pelotari saliera del vestuario por fin, y yo, claro, que tenía que activar la alarma y echar la llave. Triste y cabizbajo, el último pelotari en irse con aquel señor, que puede hasta que fuera su padre, no lo sé. Ese fue el momento en que nuestro pobre pelotari del cuerpo de Dios y de la mala cabeza me dio la sensación de que no volvería a salir del pozo.
Ayer, entre tanta noticia de relevancia, una nota refería que era condenado a ocho años de prisión por detención ilegal, lesiones y amenazas, envueltos en un problema de drogas. Una lástima. Pero no es tarde aún. Está en la vejez de la juventud, pero no en la juventud de la vejez. Aún le queda la enésima oportunidad para rescatarse. Esperemos que sea capaz y que no pase como otros juguetes rotos del deporte: Garrincha,
Guillermo Gorostiza, retratado en la interesantísima y homónima "juguetes rotos" de Manuel Summers, o
Urtáin.