Veinte años, también, va a hacer este otoño la triste desaparición de tres adolescentes del pueblo valenciano de Alcàsser. No se lo tomen a mal, pero si tomamos estas historias al igual que hacen los grandes medios de comunicación, es decir, sin importarles un pimiento el transfondo humano y pasional del hecho, estamos viendo la calidad de lo que consume el ciudadano medio. Reportajes periodísticos basados más en los guiones plañideros de las películas de Marisol que en reportajes periodísticos serios, creando juicios paralelos y, sobre todo, desenfocando problemas acuciantes que nos tocan a todos.
Todo lo anterior es para meternos en harina de una historia que pasó hace ya medio siglo y en la que tienen que ver, aparte del crimen, las circunstancias sociales, que marcan mucho. La otra noche, ya muy tarde, acerté a hacer zapping justo cuando en la 2 comenzaba La huella del crimen, esa fantástica y veterana serie producida por Pedro Costa Musté en la que se desgranan los crímenes más famosos sucedidos en España de pasadas épocas. Ya dice sabiamente una voz en off, al tiempo que da vueltas una huella digital, que la historia de un país es también la historia de sus crímenes. Y me encuentro con unas imágenes de la zona vieja de València y a Terele Pávez llevando a rastras una maleta, y me quedo a ver el caso de las envenenadas de València.
La envenenadora de València:
Se llamaba Pilar Prades y era una criada retraída y seca de carácter. Nacida en una familia muy pobre de un pueblo de la provincia de Valencia, la ponen a servir siendo una cría. Mientras pasan los años limpiando cristales, fregando cacharros y sirviendo comidas a los amos, Pilar va haciendo su ajuar, porque lo que ella quiere es casarse y fundar una familia, pero pasan los años y nadie se fija en ella. Se siente fea, sola y desgraciada. Ella nunca es la elegida para bailar. Nadie la mira. Cambia de amos con frecuencia, porque, a pesar de ser eficiente y sumisa, hay algo en su forma de ser que hace a los amos desconfiar.
Publicación de la época, para entretener a la gente en una España de crisis eterna
Se pone a servir en casa de unos charcuteros de la capital del Turia. Todo va bien. Cuando hay trabajo en la charcutería, además de llevar la casa, ayuda en el negocio. Los amos son un matrimonio maduro y sin hijos. Un buen día, la charcutera enferma. Guarda cama con un gran malestar estomacal, vómitos, hinchazón de extremidades. El médico no se explica qué le pasa. A las semanas, muere. El charcutero decide despedir a la criada cuando se la encuentra vestida como su difunta y despachando en la tienda el mismo día del entierro. Pilar busca otra casa donde servir. Una amiga, que es cocinera en una casa de un médico militar da referencias suyas. Las dos trabajan en la misma casa. La cocinera, que ha pillado novio, cosa muy importante en aquella época, enferma. El galeno de los galones la interna en un hospital, pues está alarmado. Al poco, la propia esposa del médico sufre los mismos síntomas. El doctor uniformado hace unas pruebas a su mujer y descubre el envenenamiento por arsénico. Indaga y conoce al charcutero. Denuncia a Pilar. Exhuman el cadáver de la charcutera y hallan arsénico. Como suele ser habitual en la policía de este país, después de interrogatorios donde primero zumban y después preguntan, al cabo de 36 horas sin comer ni dormir Pilar confiesa sólo que agarró un bote con un contenido de sabor dulce, porque no tenía azúcar, ya que ella es analfabeta y no sabe leer. Era un matahormigas. Pero ella, contra el consejo de su abogado, se declara inocente. Fue la última mujer condenada a muerte por garrote vil ejecutada en España en mayo de 1959.
Pilar, aparte de haber crecido en medio de la miseria dentro de una sociedad que la condenaba a ser una criada sin formación, era un símbolo del maltrato institucionalizado a la mujer pobre. Condenada a vivir sirviendo sólo liberada, y en parte, nada más, al casarse para hacerse cargo de su casa sin remuneración. No había otro sentido de la vida, ni la mujer podía aspirar a más. Una sociedad clasista que sumerge en la ignorancia a los más pobres, y la ignorancia, muchas veces se tiñe de maldad y de rencor. Pilar era sumisa y sólo buscaba, de manera fatal, claro, la recompensa de verse ligada en santa unión a un hombre, pero, veinticinco años antes, en 1933, en la ciudad de Le Mans de Francia, las hermanas Papin (Christine y Lea), campesinas en origen y dedicadas al servicio doméstico, con una infancia triste y una madre nada amorosa, por miedo a sufrir una reprimenda de su ama, asesinan brutalmente a esta y a su hermana sacándoles los ojos y lacerándolas prolongando la agonía con un martillo. Al llegar el marido y cuñado de las víctimas se encontró una carnicería, ojos y huesos por el suelo, su esposa muerta y su cuñada agonizante. Las hermanas Papin estaban en su cuarto abrazadas en la cama y completamente desnudas, aunque cubiertas en sangre.
La imagen de las hermanas Papin desnudas y abrazadas se convirtió en uno de los referentes para buscarles tres pies al gato e inventarse descabellados supuestos de lesbianismo incestuoso, lo cual ha valido para escribir obras de teatro o películas (Las criadas, de Jean Genet o, en cine, les blessures assassines,2000 y mi querida hermana,1994), de la misma manera que quedaba esta idea, tan de agrado de algunos hombres, del lesbianismo incestuoso y criminal con la historia del asesinato de Hildegart por parte de su madre. (libros de Carmen Domingo o el relato periodístico de Eduardo de Guzmán, sin olvidarnos de la peli de Fernán Gómez, de 1977)
Volviendo al caso de las doncellas diabólicas, los datos son terribles. La señora Lancellin, la esposa del abogado, pedía a su ejecutora que la matara de una vez mientras Christine reía y la hería en una zona no vital. En este caso, a pesar del ensañamiento y la brutal carnicería, se declararon culpables y la pena capital fue declinada. Christine quedó recluida en un centro psiquiátrico donde se negó a comer y murió poco antes del inicio de la segunda guerra mundial. Lea, tras ocho años de encierro en una prisión, quedó libre, por buena conducta, en plena guerra. Corría el año 41. Lea murió en 2001. Sin embargo a Pilar Prades, en época de Franco, la condenaron a poner el cuello en el garrote vil.
Antonio López Sierra, el verdugo:
El verdugo que tenía que llevar la sentencia a cabo se llamaba Antonio López Sierra. Otro hombre pobre de familia humilde al que le llegó la madurez cuando estalló la guerra y luchó del lado de los nacionales y luego marchó a Rusia con la 250 división panzer de la Wehrmacht, la división azul. Estuvo luego de barrendero por Alemania y malviviendo, ya de vuelta en la península, hasta que le ofrecieron el puesto de verdugo. Ajustició a una veintena de personas, entre ellas, a Pilar Prades. López Sierra no sabía que debía ejecutar a una mujer, y cuando lo supo, se negó. Hubo que darle coñac y casi arrastrarlo al torno del garrote, lo cual sirvió de idea al gran director valenciano Luis García Berlanga para hacer su película El verdugo donde a Nino Manfredi le repugna ser ejecutor como su suegro, el magnífico Pepe Isbert, el cual da una lección impagable sobre los métodos internacionales de ejecución.
A los pocos meses López Sierra tuvo que ejecutar al famoso Jarabo, un bon vivant sin un duro, de familia bien venida a menos, que mató a cuatro personas. Como Jarabo era un tiarrón y no cabía su cuello en el tormento, sufrió más de 20 minutos los estertores de la asfixia. Demoledor. En la misma serie producida por Pedro Costa Musté y dirigido por J.A.Bardem, un gran Sancho Gracia se marca un papelón haciendo del mismo Jarabo.
López Sierra, también fue el ejecutor del último hombre asesinado por procedimiento de garrote vil, que fue Salvador Puig Antich. Así que este verdugo con licencia para matar se llevó por delante tanto a la última mujer, como al último hombre. A pesar de su reticencia por matar a Pilar Prades, López Sierra afirmaba que lo que él quería era ganarse la vida y que lo que hacía era lo que le mandaban. Por si les interesa, como documento, Basilio Martín Patino, filmó un documental llamado Queridísimos verdugos, en el que, entre otros, López Sierra habla de su experiencia laboral.
Afortunadamente, con la venida de la democracia, cosa que yo no estoy segura de que haya llegado, y el tiempo me está dando la razón, la pena de muerte quedó derogada. Y, si hay alguien que apoya su reinstauración, si tanto la pide, que sea elegido verdugo y que sea él quien de las vueltas al torno del garrote, a ver qué le parece y si está tan dispuesto.
Ah, os dejo El verdugo, que, a pesar del tema, es fantástica: