arenisca.
De niña no había cosa que me gustase más que trepar entre las rocas esculpidas caprichosamente por la fuerza del mar. Subir y bajar a la Kutraia (unas ruinas militares, nidos de ametralladora, que se construyeron por si entrábamos en la II guerra mundial, como muchas de la zona fronteriza. No es el único acuartelamiento de este monte, hay otros hacia la bocana del puerto de Pasaia que datan de la época carlista, según dicen. Este parque-monte pertenece a dos municipios (Donostia y Pasaia) y se encuentra delimitado por la playa de la Zurriola, o Gros, y por ese desnortado fiordo que es el puerto de Pasaia.
Quizá otro día hable del faro de la Plata, el lado pasaitarra de Ulía, pero hoy estoy de paseo por la zona donostiarra. Muy cerquita del esqueleto del molino, que nunca molió nada, está la roca del ballenero. Una atalaya natural desde la que se divisaban ballenas, cuando las había, y se salía a cazarlas. Una de las actividades pesqueras mediavales de la zona.
La peña se encuentra la lado de la sociedad de tiro Basollua. Era un bar con un campo de tiro al plato. Desde el campo de tiro se veía el mar abierto. Yo tenía la peligrosa afición de ir por unos senderos que quedaban algo más abajo del campo de tiro para encontrar platos de cerámica enteros. Era toda una experta, y eso que si no se rompían al impacto del disparo, lo hacían al caer al suelo, pero la frondosa vegetación de la zona hacía muchas veces de colchón.
De un lado de Ulía se ve y se huele el mar inmenso, del otro lado, se extiende la ciudad. Una ciudad rodeade de pequeñas montañas, algunas, como esta, que hacen de muro para que el mar no se la coma. Ulía es un monte mágico que hasta tuvo su bruja. La bruja buena de Ulía, Maritxu Guller. Una mujer que tenía un don especial. Un monte mágico con bruja -buena- y todo, como debe de ser.