A nadie le pilla de sorpresa el que el símbolo de la navidad haya traspasado lo símplemente religioso y se haya fundido con les creencias de cada región cultural. ¿A qué se debe esta pedrada filosófica? A que el sábado estuvimos decorando la casa, aunque si por mí fuera, no creo que moviera un dedo para hacer sitio a nacimientos, arbolitos ni bolicas por todas partes.
Un Olentzero y un Cagatió. Recuerdos infantiles.
Afortunadamente aún tenemos una tele de tubo catódico para poder colocar encima los símbolos navideños de nuestras culturas de orígen. Aquí tenemos a la izquierda a mi familiar Olentzero, el carbonero que según la tradición, cuando nació Jesucristo, bajó de la montaña para anunciarlo. A la derecha el Cagatió. El tió de nadal es el tronco que se guarda para que arda la noche de nochebuena en las casas de Catalunya, aunque con el tiempo se convirtió en el tronco que, colocado el día de la inmaculada, cada noche se le ponen dulces hasta que los caga en nochebuena a base de darle palos.
Está claro que en cada zona se crean unas leyendas propias, aunque muchas veces sean compartidas sin darse uno cuenta. El Olentzero vasconavarro es el mismo personaje que, llamado Esteru en Cantabria y Apalpador en Galicia, deja los regalos en esas regiones la noche de nochebuena. A pesar de ser un personaje bondadoso y que pasa fronteras, a algunos, como a los guardia civiles destinados en Leitza, les molesta tanto que cada año secuestraban al que había expuesto en el pueblo de Areso (Navarra) para fusilarlo.
http://www.20minutos.es/noticia/77238/0/guardia/civil/olentzero
Quizá será que estos guardiaciviles creen tan propio de su cultura al que todo el mundo llama por estas tierras con el nombre francés de Papá Navidad (Père ó Papá Noël). Parece mentira que haya calado tan hondo este misterioso viejo que simbolizamos vestido de rojo por culpa de la cocacola de los años 30. Aunque esté ya desprovisto de su original cristianismo, lo cierto es que el tan cacareado Papá Noël deviene de la vieja tradición holandesa de venerar a San Nicolás de Bari. Por eso los holandeses dan los regalos el día de su festividad, el 6 de diciembre. El pobre San Nicolás de Bari no pisó Bari en vida. Era de Turquía, pero ante la llegada de los otomanos, trasladaron sus restos a la ciudad italiana, aunque los holandeses lo toman por español.
Cuando Nueva York eran cuatro casas de comerciantes holandeses, y aún se llamaba Nueva Amsterdam (Lo de que el barrio de Harlem neoyorquino se parezca tanto al Haarlem holandés, no es casualidad), sus moradores se llevaron consigo la tradición del viejo que da regalos. A San Nicolás, ellos lo llamaban Sinterklaas, y cuando el país gringo se fué transmutando en una nación con sentimientos y símbolos propios, el escritor usero Washington Irving (sí, el de los cuentos de la Alhambra) deformó el Sinterklaas en el jodido Santa Claus por todos sufrido. Lo de que su base para hacer el mal a los bolsillos de los adultos se sitúe en el Polo Norte y lo de la existencia de renos con narices brillantes es una deformación de la tradición finesa del Joulupukki, que no deja de tener sus conexiones con la misma historia deformada por los años y las gentes.
Quizá los picolos defensores de la pureza de la españolidad del personaje de rojo de orígen holandes pasado por Norteamérica no se hayan parado a pensar que sus padres veneraban a los famosos tres reyes magos de oriente y no conocían el viejo gordo que se cuela por las chimeneas. El triunvirato monárquico que conforman Melchor, Gaspar y Baltasar, aparecen en la biblia donde son retenidos por el rey Herodes, que está que trina porque ve peligrar su reinado y decide interrogar a los homólogos extranjeros, y a espiarlos. Yo siempre creí a Lewis Wallace (otro yankee, y este de verdad, porque combatió de azul en la guerra intestina usera) cuando nos contaba en Ben Hur los orígenes de cada uno de los miembros de este trío. Así, Melchor era un brahman de la India, Gaspar, un griego ateniense y Baltasar un egipcio alejandrino, y por ello probablemente de orígen helénico, al que tostaron el color para universalizar la religión. Quizá por eso, en nuestro belén, hay tres reyes magos y cada uno de un color.
Un rey mago de la dinastía Ming
Y es que ya se sabe que los chinos, si se ponen a consumir belenes. De momento ya nos los venden, porque mira que tiene gracia que estos budistas-su mayoría- nos vendan imaginería religiosa. Serían un mercado soñado por todos.
Para finalizar, y si agudizan la vista, verán que sólo hay un camello a escala. Luego hay un dromedario plateado sacado de un recuerdo volcánico de Tenerife. El año pasado teníamos un tercer camello, pero este, nuestro vecino moro de abajo, se ha mudado y ya nadie sube a comprarle.