Título: Aku-Aku. El secreto de la isla de Pascua Autor: Thor Heyerdahl
Páginas: 445 pág.
Editorial: Juventud
Precio: 3,75 euros
Año de edición: 1983
En 1955, el navegante noruego Thor Heyerdahl emprendió un periplo por la Polinesia. Un resultado de ese viaje fue el magnífico libro «Aku-Aku. El misterio de la isla de Pascua», publicado en 1957, y que se convirtió en un gran éxito comercial. Heyerdahl conoció a los indígenas de la isla de Pascua, un lugar remoto en el océano Pacífico, aislado, de origen volcánico, con escasa vegetación, poca población (algo más de 1000 personas en los años 50), profundas cavernas-refugio en las que durante un periodo de decadencia se practicó el canibalismo, escenario de la portentosa civilización que levantó los moái, esos ídolos de piedra, hieráticos e impresionantes, que son los guardianes mudos de los secretos de Rapa Nui, nombre que los pascuenses daban a su islote, considerado el ombligo del mundo.
Cuando el noruego arribó con su expedición, la isla de Pascua era casi desconocida. Chile ostentaba la soberanía desde 1888. Un buque de la armada chilena visitaba sus costas una vez al año. Los primeros europeos en contemplar la isla fueron los holandeses, allá por 1722. Llegaron luego los españoles (la expedición de don Felipe González de Ahedo), el capitán Cook y los franceses. Las enfermedades importadas diezmaron la población isleña. Muchos pascuenses acabaron esclavizados en Perú. En 1877 únicamente sobrevivían 110 personas. La expansión occidental no fue precisamente un lecho de rosas para los pueblos indígenas.
La expedición de Heyerdahl quería descifrar dos enigmas: los moais y los enterramientos subterráneos. Nuestro hombre entró en contacto con las fuerzas vivas de la isla para organizar su campaña arqueológica. Contó con los pascuenses para que le ayudaran en sus afanes. Se acercó sin prejuicios a esa singular microsociedad. La complicada relación entre dos mentalidades opuestas atraviesa el libro. El mundo moderno frente a un universo ancestral y aislado.
Heyerdahl era un tipo práctico que buscaba resultados. Su tiempo era oro. El tiempo no importaba para los isleños. Conservaban aún un pensamiento mágico en donde lo decisivo era la presencia de los Aku-Aku. Son los espíritus familiares que acompañan siempre a los habitantes de la isla de Pascua. Los antepasados. Custodian las tradiciones que no pueden romperse sin riesgo del correspondiente castigo. Su omnipresencia invisible condiciona la vida. En un mundo poblado de espíritus, es necesario el ritual para mantenerlos contentos. Resulta esencial el concepto de mana: la causa sobrenatural y oculta que explica los acontecimientos. Thor Heyerdahl penetra en este mundo prodigioso y mítico. A menudo se sentirá desorientado, a oscuras, pero nunca perderá el ánimo ni el buen humor.
Los moais fueron construidos por los isleños sin instrumentos de metal. Los arrastraron para colocarlos en lugares específicos como santuarios o templos. Eso indica una gran capacidad de organización, además de un espléndido talento artístico. El noruego demostró, con ayuda de los pascuenses, que era posible labrar la dura piedra, empujar los ídolos por una rampa y levantarlos con un complejo sistema de palancas y piedras. Una vez erigidos, los moais se recortan en el horizonte de la isla. Majestuosos e inexpresivos. Enigmáticos. Los pascuenses decían que los moais caminaban tranquilamente de un lado a otro de la isla. Las canteras ahí siguen. Algunas conservan moais que no fueron terminados, como un sueño de piedra súbitamente interrumpido. El suelo está lleno de guijarros que se usaron para pulir a los gigantes. Un esfuerzo hercúleo. Cosa de dioses.
Los isleños enterraban a sus muertos en grutas subterráneas con un rico ajuar de obras de arte (calaveras, aves, barcos, seres mitológicos). Heyerdahl quería encontrar las tumbas. El marino noruego hará extraños rituales (ponerse plumas en la cabeza, danzar mientras canta una letanía para él incomprensible, comerse un pedazo de gallina asada) para acceder a los misterios subterráneos de la isla. Algunos pascuenses, desconfiados con el extranjero, siguen el consejo de sus Aku-Aku y no le dan ninguna información. Intentan engañarlo con objetos funerarios falsos. Afirman que nadie recuerda la ubicación exacta de las grutas. Otros, en cambio, le entregan al arqueólogo los secretos de sus antepasados, sin miedo a la venganza de los Aku-Aku. El desencanto del mundo también acaba por llegar a costas tan remotas. Resulta cuestionable el botín obtenido por Heyerdahl. Se llevó objetos, semillas y cráneos. Acabaron en el museo Kon-Tiki de Oslo. En los últimos años se ha planteado la devolución de algunos restos humanos.
Heyerdahl estudia otras cuestiones interesantes. La capacidad de los polinesios para navegar por el Pacífico en frágiles barcas de juncos. El llamativo parecido entre la escultura pascuense y la boliviana de Tiahuanaco. La posibilidad de que navegantes incas visitaran la isla en tiempos casi legendarios. Él consideraba que las culturas precolombinas influyeron en la Polinesia a través de una difusión marinera. Otro dato curioso: algún pascuense era pelirrojo, lo que resulta desconcertante en medio del Pacífico. Heyerdahl conoció a una niña de once años que parecía danesa. Ya los conquistadores españoles se sorprendieron de que entre la nobleza inca hubiera individuos altos y blancos. Misterios sin resolver. En definitiva: pasen y lean este estupendo libro.
Thor Heyerdahl (1914-2002) fue un aventurero, navegante y etnógrafo noruego nacido en la ciudad de Larvik. Durante la Segunda Guerra Mundial se alistó como paracaidista en el ejército noruego y luchó junto a los aliados. Se hizo célebre en 1947 por la expedición Kon-tiki. En una balsa construida con troncos navegó nada menos que 8000 kilómetros por el Pacífico. Solo se embarcaron seis hombres, Thor incluido. La expedición demostró que técnicamente era posible que la Polinesia hubiera sido colonizada por habitantes de América del Sur, además de asiáticos. Hipótesis ampliamente discutida. La expedición dio lugar a un documental estrenado en 1951 y a la película noruega Kon-Tiki de 2012.
El caso es que Thor le cogió gusto a la aventura y siguió navegando. Visitó la isla de Pascua en 1955. Polinesia no tenía secretos para él (en un atolón remoto vivió una temporada junto a los descendientes de los hombres que protagonizaron el motín de la Bounty). Quiso demostrar que los antiguos egipcios podrían haberse comunicado con América. Así que construyó dos buques con papiro, bautizados como Ra y Ra II. Le faltó tiempo para hacer otro bote, el Tigris, con el que quería llegar del valle del Indo a Mesopotamia. Pero se lo quemaron en Yibuti unos energúmenos. Escribió varios libros, dio conferencias, realizó documentales y falleció tranquilamente en Italia con 87 años.
Dos frases de Heyerdahl: «Si me hubieran preguntado a los diecisiete años de edad si viajaría en el mar en una balsa, habría negado absolutamente esa posibilidad. A esa edad, sufría de fobia al agua». «¿Fronteras? Nunca he visto una. Pero he oído que existen en las mentes de algunas personas».
Publicado por Alberto.