Y es que el punto no tiene que ver con dinero realmente, sino con un sistema organizado, que promueva la participación de los deportistas y que, eventualmente, de ahí salgan los hombres y mujeres que en el futuro nos representarán en las competencias internacionales. Y conste, que ni siquiera hablo de la corrupción impide que lleguen los recursos a los deportistas. Más allá de eso (que sin duda es un serio problema), el tema es que vivimos un sistema deportivo totalmente ineficiente, desastroso, y sin posibilidades de mejorar si se siguen sin tomar acciones.
Pero aquí hablaremos del tema que más conozco, ajedrez, el cual en los últimos veinte años al menos, se ha incrementado notablemente con la participación de niños y jovencitos. Y de pronto esto se convirtió en un buen negocio. Yo sé que los padres de niños ajedrecistas hacen un enorme esfuerzo por llevar a sus hijos a los torneos. Les compran ajedreces, relojes, pagan inscripciones a torneos, tienen que pagar hoteles de 3 a 7 días (junto con los alimentos), y todo eso sin contar los viajes de y hacia sus respectivos lugares donde viven.
En general, y en la mayoría de los casos, todos estos chicos ajedrecistas no reciben apoyo de ningún gobierno estatal. Usan sus propios recursos. Esto ha sido criticado por los padres de familia de niños ajedrecistas, ANPA (Asociación Nacional de Padres de Ajedrecistas), creada por el Dr. Capó hace años, el cual ya parece haberse retirado de todo este asunto. La ANPA consiguió en su momento, 10 avales para que los niños que quedaran entre la primera decena de lugares, pudiese participar en torneos internacionales aunque desde luego, la Federación Nacional de México (FENAMAC), no apoyaría con dinero o viáticos a todos esos niños avalados. Y entonces los padres tenían que poner sus recursos para no frustrar al chico que había quedado entre los 10 primeros lugares de su categoría y llevarlo al país donde se llevaría a cabo alguna competencia internacional.
El problema empieza cuando esos niños avalados no logran un resultado razonablemente bueno, vamos, no digamos ganar la justa sino quedar por encima del 50% de los puntos. Y es que la razón de todo esto es que esos chicos juegan mal, pero no es por su culpa o porque no se apliquen, sino porque de acuerdo a su edad, juegan el nivel de un aficionado normal de dicha edad. Me explico: que un niño de diez años juegue más de 2000 puntos Elo es algo que nos haría al menos levantar las cejas. Pero eso no hay en el ajedrez mexicano. Por eso, Faustino Oro de Argentina, con 10 años, jugando más de 2300 Elo es un fenómeno.
Pero la dificultad se hace peor por la decepción de todos estos niños que se sentían campeones mundiales y que en estas justas internacionales los mandan a los últimos lugares. Y entonces la vanidad y ego de los padres por su campeoncito se vienen abajo y entonces esos chicos abandonan el ajedrez. Y ojo, no es burla, es una realidad que simplemente estoy describiendo.
¿Qué hacer? Primero, creo, hay que organizar el ciclo de torneos, calendarizar. No tenemos ni eso. No hay forma de planear a qué torneos ir porque no hay un calendario claro. Sabemos que existe el Nacional Abierto en semana santa, pero de pronto aparecen torneos como el de Cadereytas, como el de Aguascalientes, la Copa Independencia y la Copa Revolución. Pero todos estos, aunque avalados por la FENAMAC, son competencias patrocinadas por privados que arriesgan su dinero para que existan estos torneos. No sabemos nunca si seguirán el siguiente año. Y esto es tanto para los torneos infantiles y juveniles y para los jugadores de todas las fuerzas.
Y déjenme ponerles un ejemplo: imaginen que quiero tratar de califica a una Olimpiada de Ajedrez, que es una de las fiestas ajedrecísticas más atractivas. ¿Qué torneos debo jugar? ¿Cuál es el mecanismo para clasificarse? No hay nunca un reglamento que describa esto. Y para colmo, dependiendo de los directivos de la FENAMAC, los criterios pueden cambiar cada dos años, dependiendo de las circunstancias, qué sé yo. La cuestión es que así no hay manera de planear entrenamiento, torneos para medir los avances, nada. Todo se improvisa y por eso las cosas no van a ninguna parte.
Otro problema, casi inesperado, ha surgido en los torneos abiertos, en donde muchos jugadores juveniles ambiciosos, no juegan en las categorías superiores porque piensan que no tienen oportunidades. Por ejemplo, ¿Cuál es la idea de jugar en la primera fuerza si ahí van a estar un número importante de jugadores titulados que seguramente me van a ganar? Mejor me meto en fuerzas inferiores porque los premios son muy buenos y se acercan bastante a los que se dan en la primera fuerza –parecen pensar. Y esto ocurre porque los organizadores tienen que buscar recursos para que puedan solventar el torneo y saben que un gran porcentaje de jugadores es de 3ª y 4ª fuerza. Vamos, estos son los que dan soporte económico a los torneos. Y entonces se nos olvida que jugar en 1ª fuerza nos permite enfrentar a los mejores jugadores del torneo eventualmente. Sí, podemos perder pero ganaremos experiencia contra los grandes maestros. Esto, que es para mí el gran beneficio de jugar en la primera fuerza no parecen verlo muchos ajedrecistas jóvenes que prefieren la comodidad de un torneo a modo (o menos difícil) con más posibilidades de llevarse un premio en metálico.
Se me critica porque pongo los puntos en las íes y ante eso esta es mi solución: hay que rehacer el sistema, reorganizarlo, tener ideas para que los chicos puedan entrenar. En la administración pasada de la FENAMAC se contó con un espacio formidable en Los Pinos, en donde se puso un “Centro de Alto Rendimiento”, pero hoy no sé si funciona y cómo funciona. La Federación tuvo dinero de un fideicomiso para el deporte de alto rendimiento pero… ¿Dónde están los beneficiarios de ese programa? Misterio.
Requerimos pues de un plan orquestado. Ver con qué maestros contamos para que den clases en los diversos centros, que exista un esquema didáctico, que se traduzca en chicos que avanzan y que empiezan a jugar mejor. Pero si todo se deja a la suerte pues no esperen resultados.