Carmen camina nerviosa hacia la parada
de un autobús que prevé perdido.
Un pie sobre el hielo y un cuerpo entero
precipitándose espalda contra adoquines.
La espalda de Carmen sobre el suelo congelado
la columna de Carmen,
llenándose de grietas que se prolongan.
Ejército de termitas
conquistando un árbol viejo.
La cabeza rota, la sangre
(las manos de Isabel el lunar de su frente)
espesándose en el hielo.
Ahora ni aquel libro
ni la boda con Paco
ni Ernesto aprendiendo a decir las cosas,
ni el ascenso, ni las vacaciones
en ese Oviedo que no sabía llover,
ni siquiera
las tartas de manzana.
Solamente Isabel.
Los muslos de Isabel tras la falda
del uniforme a los catorce años.
Todos los besos que nunca le dio
haciéndose beso en la boca entreabierta,
ahora que el tiempo
es solamente una palabra.