"Al ver la multitud, Jesús subió al monte y se sentó. Sus discípulos se le acercaron, y él comenzó a enseñarles diciendo:
“Dichosos los que reconocen su pobreza espiritual, porque suyo es el reino de los cielos.
“Dichosos los que sufren, porque serán consolados.
“Dichosos los humildes, porque heredarán la tierra que Dios les ha prometido.
“Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán satisfechos.
“Dichosos los compasivos, porque Dios tendrá compasión de ellos.
“Dichosos los de corazón limpio, porque verán a Dios.
“Dichosos los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará hijos suyos.
“Dichosos los perseguidos por hacer lo que es justo, porque suyo es el reino de los cielos.
“Dichosos vosotros, cuando la gente os insulte y os maltrate, y cuando por causa mía digan contra vosotros toda clase de mentiras. ¡Alegraos, estad contentos, porque en el cielo tenéis preparada una gran recompensa! Así persiguieron también a los profetas que vivieron antes que vosotros."
Los cristianos deberíamos meditar cada día las bienaventuranzas. Nos preciamos de pertenecer a una sociedad cristiana, pero estamos muy lejos del espíritu de las bienaventuranzas. Sin embargo estas palabras son el núcleo de nuestra Fe. Cuando Jesús habla del Reino, se refiera a este mundo sin diferencias, en que los más débiles son realmente los felices. Nosotros, tras 20 siglos de cristianismo, seguimos buscando la felicidad por otros caminos. Los que viven con este espíritu de las bienaventuranzas son los verdaderos santos.