...una princesa, que creyó conocer un príncipe azul, de esos de antes, de los de capa y caballo blanco, de esos que van por el mundo rescatando damiselas en apuros y que claro, terminan casándose con una princesa.
Todo era perfecto, el cuento tenía desde bruja mala, hasta hada madrina, y la princesa, feliz por haber encontrado su destino, se casó con el principe y se dispuso a comer perdices y a vivir felices para siempre.
Pero las cosas se pusieron difíciles, la bruja mala hacía de las suyas, la magia del hada madrina no siempre alcanzaba y el príncipe en cuestión andaba por ahí, metafóricamente hablando, claro, soñando con sus propias fantasías.
La princesa se fue poniendo triste, muy triste, y se dio cuenta que necesitaba muchas cosas que su príncipe, por más caballo blanco que tuviera, no podía conseguirle. Pero ella no había aprendido otra forma de conseguir las cosas, y le pedía y le pedía y el principe la miraba en silencio y la princesa cada día se ponía más y más triste.
Un día empezó a llorar, y con cada lágrima su príncipe se desteñía. Primero fueron los zapatos, y la princesa decidió comprarle zapatillas. Luego los pantalones, y la princesa pensó, que como era verano, bien podían volverse bermudas.
Pero la princesa seguía triste, muy triste y las lágrimas seguían destiñiendo poco a poco a su príncipe, hasta que del azul de los cuentos quedaron solo los recuerdos.
No es que el principe fuera malo, al contrario, sólo que no era azul...
Y entonces la princesa se dio cuenta de que ya no quería vivir ese cuento, y lloró tanto tanto tanto que de su cuento de hadas, no quedó más que el "habia una vez..." escrito en unas páginas mojadas.
Y la princesa empezó a recorrer un nuevo camino, decidió que debía aprender a conseguirse ella misma las cosas que deseaba, pero no sabía como. Nadie le había enseñado que pasaba si no comían esas benditas perdices... y vivían por siempre felices...y ella no sabía como seguir.
No quería buscar otro príncipe azul, porque la experiencia le había dicho que sólo existen en los cuentos de hadas, y que destiñen con agua salada, y ella por desgracia, era muy llorona. No siempre lloraba de tristeza claro, a veces de emoción, o de felicidad, pero no era cuestión de arriesgarse, todavía tenía todo el vestido lleno de manchas azules del príncipe anterior...
Se sentía sola y perdida, aunque no lo estaba. Tenía muchos y muy buenos amigos, tenia tambien a su familia, pero ninguno de ellos podía ayudarla a conseguir eso que tanto quería, un gran amor y su propia familia.
Un día de primavera, lloraba tanto tanto que casí llovía, y de pronto, salió el sol, y ese sol formó con sus lágrimas el más hermoso arcoiris que había visto nunca, tan hermoso era que se olvidó porque lloraba, y milagrosamente, cuando se secaron sus lagrimas, el arcoiris no desapareció.
Cuando dejó de llorar vió que ese sol en realidad no era un sol, era una sonrisa, una sonrisa hermosa de un hombre que la miraba en silencio.
Y la princesa, sin pensarlo siquiera, se enamoró.
No era un principe azul, por suerte, era un hombre nomás, un hombre increíble, de mirada profunda y sonrisa amorosa, de cabeza dura y corazón enorme, dueño de un alma dulce, un hombre real, con todos sus defectos y todas sus virtudes, a quien la princesa poco a poco aprendió a amar.
El también la quería y empezaron a soñar una vida, tomados de la mano, caminando y aprendiendo juntos, conociendose, descubriéndose, adorándose cada día mas.
La princesa seguía llorando, a veces de tristeza, otras de alegría, pero su hombre por suerte, no se desteñía.
Tan concentrada estaba viviendo este sueño increíble que no se daba cuenta de su vestido manchado de azul. Hasta que un día alguien le dijo de su vestido manchado y ella lo vió, y recordó ese príncipe que había amado un día... lloró un poquito, o quizás mucho, porque como ya les conté, se trataba de una princesa muy muy llorona.
Se miró en el espejo, y se sacó el vestido, ya no le servía, ya no era princesa, ahora era Mujer, SU Mujer.
Se secó las lágrimas, y se sonrió a si misma, con la alegría anticipada de lo que iba a vivir... Y tomó otro vestido, uno de todos colores, como el arcoiris, y salió corriendo a encontrarse con él... a vivir ese amor increíble y poder ser felíz esta vez.