Por lo
único que siento
que esto
reviente por dentro,
es que
pierda el testamento
que se esconde entre mis versos.
Por lo
único que siento
que esto
reviente por dentro,
es que
pierda el testamento
que se esconde entre mis versos.
Cuando recuerdo el
campo de la tierra donde nací, añoro el perfume de su reseca brisa, la rotunda
verdad de su sol, con sus colores de siglos, el marrón terroso de sus surcos
que soportan, en perfecta formación, la visita de una lluvia benefactora que les
permita lanzar sus brotes verdes al aire, como en una celebración alegre y
provechosa.
Echo de menos, el
aleteo de la perdiz en los cielos azules, el conejo que hace eses entre
matorrales, a sabiendas de que su vida, (y la de sus crías), penden de su rapidez
y sus impensadas estrategias.
Las torcaces, que
ponen puntos suspensivos entre encinas y robles. Las grullas, viajeras sin
pasaporte que vuelven a la querencia de calor y claridades y que en la tarde
interpretan una sinfonía de graznidos al dirigirse al dormidero.
El gorjeo del pardal
que adormece con su sempiterno y
monocorde canto, y nos y se avisa de peligro, cambiando de partitura, con un
prolongado y temeroso silbido.
La ruda y rauda verdad
de la liebre, que al contrario del conejo, no le permite domesticarse y vive
feliz y salvaje, con la única defensa de su velocidad y su salto.
Ei icónico y solitario
ciervo, al que también le llamamos en mi tierra venado, esos bellos animales, tanto si son varetos u horquillones,
con su ramificada cuerna, cuando son mayores y que suelen mostrar durante la berrea, su necesidad de pareja, avisando a alguna de las hembras que en manada esperan.
El corzo, que en
primavera y verano, “ladra”, para que
las corzas jóvenes acudan a su reclamo y satisfagan sus necesidades lúdicas y
reproductoras.
Belleza,
naturaleza, luz, ansias de subsistencia, la vida en fin, que se trasgreden
vilmente, cuando una escopeta suena en la tarde con sus ecos de muerte.
Cuando
va acabando el tiempo
y
sigues pensando en sembrar,
un
mamporrero sin alma
conjuga
el verbo emporcar.
Te
enredas con la poesía,
poniendo
a la vida ilusión
y
un ente que no conoces
te
niega su bendición.
Me
acuerdo de aquellos tiempos
en
los que escribir solo era
palabras
y sentimientos
que
alumbraban primaveras.
Que
pena me da pensar.
que
un poema con su ritmo,
pueda
caer en las manos
de
alguien llamado algoritmo.
Los he leído y
repasado más de veinte veces y no soy capaz de entenderlo.
Lo malo de ser viejo,
(y que nadie intente que cambie la palabra, que eso es lo que soy y mi trabajo
me ha costado llegar hasta aquí y no admito subterfugios), lo malo de ser viejo, decía, es que uno se extraña de que cosas, que en el paso de los años se creían
superadas, vuelven impolutas, como si el tiempo no hubiese pasado por ellas.
No quiero mantener el
clímax y voy directamente a los hechos: he recibido de Blogger, 7 correos electrónicos
en los que se me dice que el contenido de esas siete entradas, a las que
periódicamente llamé “Casa de citas”, vulnera su política de actividades
ilegales.
Se trataba de versos
de poetas actuales y pasados a los que siempre cité en dichas entradas.
Como no tenéis la
oportunidad de volver a verlas os las cito en su totalidad:
.-Se amaban,
inventaban de nuevo la razón de existir. (Joaquín Marco).
.-Un libro abierto es
un cerebro que habla; cerrado, un amigo que espera, olvidado un alma que
perdonó; destruido, un corazón que llora. (Poeta hindú desconocido).
.-Yo iba perdido,
naufrago por mares de deseos, cegado por la bruma suave de tu pelo. (Pablo
García Baena).
.-Una Octava real de
Carolina Colorado al que solo, y siendo muy retorcido, puedo encontrar: No
estéril ha de ser el dulce riego, que hoy brota en melancólico murmullo; nueva
generación, ora en capullo, crecerá, se alzará, brillará al fuego, del maternal
amor….
.- Soy la palabra por
decir, la rosa que no se atreve a decir su primavera. (Leopoldo de Luis)
.- El otoño se acerca
con muy poco ruido: apagadas cigarras, unos grillos apenas, defienden el
reducto de un verano obstinado en perpetuarse, cuya suntuosa cola aún brilla
hacia el oeste. (Ángel González)
Y
un final que pueda, siquiera remotamente, ser útil para estos
nuevos inquisidores:
.- ¿pero existe el
invierno?, ¿y es tan crudo su rigor? Si es así, ¿qué mejor manta para tu
desnudez, que yo desnudo? (Alfonso Canales)
Ah, se me olvidaba, se
me hace esta advertencia:
“Te recomendamos revisar el contenido
completo de tus entradas para asegurarte de que cumplen nuestros estándares y
no existe ninguna infracción adicional que pueda dar lugar a la eliminación de
tu blog”.
Si no han tenido la
imaginación suficiente, como para entender que en esa “Casa de citas” solo se
demuestra el amor a la poesía y tal parecen que echan de menos aquellas casas
de lenocinio en las que previo pago se amaba, no pienso acceder a este
chantaje.
O vuelven a publicar
lo quitado, o soy otro de los muchos
damnificados de su política de no atender peticiones y les dejo hueco para
otro.
A mí, nadie me manda
revisar lo que escribo y publico. Y menos admito hojas de parra para tapar
obscenidades que solo están en la mente de lectores retorcidos.
¡¡¡Estaría bueno, a estas alturas!!!
P/D.- ¿Alguien sabe de qué manera contactar con algún responsable de Blogger?
Se empieza a enmohecer
la fantasía
que siempre habitaba
por mi mente,
me empieza a resultar
indiferente
este devenir de
realidad sombría.
Si pudiera desandar me
ofrecería,
a pasar de esta vida
decadente,
a vivir de manera
diferente
y darle una ocasión a
la alegría.
Este jardín que muere
en el olvido,
al que le falta un
riego de ternura,
solo queda patente en
la memoria.
Le queda el recuerdo
de haber sido
la busca de un camino
a la aventura,
andando entre la pena
y sin la gloria.
Estos puntos
suspensivos que como laboriosas hormigas no dejan de caminar entre dudosas
interrogaciones sin respuesta, acentuadas palabras de quejidos, raros
paréntesis de claridades y cuantiosos signos de exclamación omitidos, para enmarcar
seguras preguntas sin respuesta, esos puntos suspensivos, digo, se dirigen
imperturbables a un seguro y malhadado punto final.
A no ser que entre corchetes de afectos, perdure entrecomillado en el recuerdo de aquellos que me quieren.
En esta otra noche, en
el que el sueño ha vuelto a ausentarse sin mediar explicaciones, me ha dado en
pensar en los abuelos que no conocí.
¡Otra vez el
pasado y este manifiesto de ausencias que inclemente me acosa!
Antes, cuando casi
todo era el vacío y las estrellas apenas refulgían, mi abuelo paterno amanecía
con el surco, desbrozando hierbas, agavillando sarmientos, destripando terrones
como si fuesen irrealizables sueños.
Solo acompañado
por el silencio, el sudor y la mirada perdida y esa terrible seguridad de
saber, que seguirá con la desagradable humillación de una existencia baldía y
de intuir qué por siempre, tendrá que soportar en sus espaldas, la fatiga y
la vergüenza de no aportar lo necesario, para que al menos los sábados se
llenaran de pan y risas, a la sombra fresca de la parra.
¡Otro mártir,
clavado en el marrón horizonte de la llanura!
Mientras, mi
abuela repartía mendrugos adobados con lágrimas, rezaba interminables rosarios,
se quemaba las manos con el jabón hecho con sosa caustica y ceniza, pero eso
sí, nunca se atrevió a pedir explicaciones a ese dios con el que tanto
platicaba y nunca respondía.
MI abuelo
materno, era carretero. Y mi abuela, al igual que luego mi madre y mis tres
tías se dedicaron a servir en casa ajena. El único hijo, desde que dejo la
niñez, tuvo bastante con ayudar a su padre en las cansadas labores de la carretería.
A una de las
hermanas de mi madre, no llegué a conocerla y siempre me ha extrañado que nadie
me hablara de ella.
Un silencio,
pesado y gris, como entonces era la vida, daba vueltas al extraño universo de
la mesa camilla y apenas susurros eran las conversaciones de las largas tardes
de tedio, en las que a veces las miradas decían más que lo que ocultaban las
palabras.
Después supe
que no pudo resistir que un amor incipiente, que además eligió mal el bando de
las ideas, duró solo lo que tarda un chivatazo, en ser un proyecto cercenado
por el odio y la muerte.
Esa muerte en
la que también ella, encontró la solución.
Un reseco árbol, sin apenas raíces y con ramas retorcidas e implorantes, al que le faltan el verdor esperanzado de las hojas
Como veréis,
pocos himnos, blasones y victorias, pero eso es la vida y así hay que afrontarla, salir de la oscuridad
en busca de la luz y cuando no se encuentra, chocar piedras, encender
hojarasca, buscar reflejos de amaneceres, acunarse en el amor que todo lo
aclara, escuchar las luminosas palabras de los poetas, hacer que la música nos
ilumine y saber que hasta las aves carroñeras tienen alas.
No conocí a mis
abuelos y ni siquiera tengo el recuerdo de alguna rayada y sepia fotografía que
me los enseñe estáticos, sentada ellas con velo en una silla moldeada, y
envarados ellos, de pie mientras se apoyan en el respaldo de la silla.
No puedo presumir de pedigrí, y mi currículo es mas bien escaso, pero no me quejo, que vivir nunca suele ser fácil.
El sueño no
llega.
Salgo a comprobar si siguen dando luces las estrellas.
La oscuridad se ceba con la noche y los
recuerdos, aunque espero una feliz amanecida.
Pasadas unas horas, nos llegan las
sonrisas necesarias para que la claridad se encienda.
Mis nietas, que andan por esos mundos,
felices y ocupadas, nos hacen el esperado y seguro Face Time, de todas las
semanas.