Viviendo en Benicassím, todas la mañanas,
atendiendo los buenos consejos que indican lo beneficioso que es para las
personas mayores una “marcha” de al menos media hora, yo me imponía esta ya
imposible obligación y bien temprano me acercaba hasta el mar, para que al
mismo tiempo que mi corazón bombease al ritmo que marcan mis piernas, mis ojos
y mi espíritu se iluminaran con la claridad nutricia del sol que nace.
En mi diario paseo me llegaba hasta una escollera
con camino practicable que al alcanzar su final, me situaba prácticamente en medio del mar.
A esas hora tempranas, la mayoría de los días, ese paseo, al igual
que la playa, suele estar vació de paseantes o pescadores.
Con una excepción : fueron varias las mañanas que,
donde el camino se acaba y solo se adentran el mar las grandes piedras que
hacen posible la construcción de ese paseo, una muchacha sentada al borde mismo
de la escollera , quieta y como una sirena varada, mira ensimismada la salida
del sol.
No logré verle nunca la cara, para hacerlo hubiese
tenido que atreverme a llegar hasta donde ella se situaba y la humedad verdosa
de las piedras, lo escabroso de las mismas y mi inestable seguridad, no me
aconsejaban iniciar esa aventura.
Se que debe ser joven, por el contorno de su
espalda y morena por el color de su pelo rizado, únicos espacios de su cuerpo
que pude divisar desde mi segura y aventajada posición.
Solo un día, en que las nubes ponían una barrera de
grises que impedían la deseada luz solar, la muchacha sentada en la misma piedra,
pero un poco girada sobre su habitual posición, leía un libro.
En las demás ocasiones, como si tuviese un abono de
platea, asiste impertérrita al maravilloso espectáculo de ver nacer el día.
¿Será una mujer agradecida que quiere rendir pleitesía al dios de la vida?
¿Necesitará vivificarse con el calor del sol que
nace, para afrontar con alegría y fuerza el día que comienza?
¿Le pedirá al sol que viene de su este, o se dirige
hacia ese sur que duele, las últimas noticias de la familia, de los amigos, de la tierra que quizás dejó buscando una
vida mejor?
¿Querrá llenarse los ojos de belleza y claridad
para soportar la fealdad y el dolor de los días sin calor o sin trabajo, o sin
esperanza?
¿Qué poema irá germinando en su cabeza, mientras el
sol rompe las telarañas de la noche y el susurro del mar marca la cadencia de
los versos?
¿Aumentará el salobre caudal del mar que rompe a
sus pies, con lágrimas triste de un amor de verano cercenado por el imperativo
de la distancia o de las mentiras?
¿Será tanta su soledad, que quiere perderse entre
la inmensidad caliente y protectora del cielo y el mar?
Hoy he recorrido el camino de aquellas mañanas y he
llegado hasta la escollera. La muchacha-sirenita no estaba en el pedestal que
solía. He mirado por los alrededores y no la he visto.
Al sol, que he hecho su aparición por donde
siempre, rodeado de una cohorte de nubes, le han nacido unas lágrimas de
lluvia.