Ya sé que escribo con
retraso, pero es lo que tienen las vacaciones, lo que nace como un borbotón,
tiene que esperar por falta de medios para ver la luz.
Lo he pasado al
ordenador tal como lo escribí el pasado julio. No quiero que la sinceridad de
mi pluma, se pierda por afilados recovecos de seguros necesarios retoques.
Hay fechas en las que el escritor
no puede evadirse de sus obligaciones, no tanto para con los demás, como para
sí mismo. Y ese es mi caso en el día de hoy, 12 de julio.
Un día como hoy, hace 65 años,
fallecía en Valdepeñas el hombre que tras de mis padres, fue determinante en lo
que yo soy hoy como persona.
Me refiero a Juan Alcaide Sánchez,
del que poco os he hablado, porque la vida manda y hay veces que hasta lo que
se lleva dentro, lo que te marca termina por difuminarse.
Este poeta que no ha sido
reconocido, debido a su propia modestia, ya que ocasiones tuvo para ese
reconocimiento, debería estar en todas las antologías de la poesía española
contemporánea.
Pues bien, este poeta, este maestro
en todas las acepciones de la palabra, se fijó en mí (con 15 años), otros dos
compañeros de curso y un estudiante de derecho, para crear la tertulia
literaria “San Borce”, que apenas duró un año, al verse truncada por su muerte.
El propio poeta llamó a esta
tertulia “elementalísima clase de
sensibilidad” y que en realidad terminó por ser una clase semanal de vida,
de poesía, de sentimientos.
Aquellos miércoles o jueves (¡ay!
esta memoria), por la tarde que duran desde el final del verano del año 1.950,
hasta su muerte en julio de 1.951, fueron para mí (y para mis compañeros) “una Enseñanza Media de la belleza”, un
respirar aire puro, tras la irritante y oscura tristeza de una educación que
coartaba, que ponía barreras y límites.
En esa tertulia se hablaba de
poesía, de autores, de hechos cotidianos,
se leían nuestros incipientes trabajos, que eran expuestos a la crítica
de los demás, siendo el maestro, quien dirigía, daba alas, cortaba vuelos,
corregía sin ser ofensivo, ponía en el disparadero de la sensibilidad, a
aquellos mozalbetes, que ante su presencia se sentían un poco más cerca de la
belleza.
Desde el comienzo de la tertulia,
cuando recitando a coro el pareado que ideó par nuestra confabulación con la
poesía, la vida y la tierra, que era:
“Por la pluma gota a gota,
Gota a gota por la bota”
hasta el momento más esperado, que
era cuando el poeta nos leía sus últimas producciones, su correspondencia
poética y hasta el final en el que nos prestaba algún libro de su voluminosa
biblioteca, despidiéndonos siempre con una sonrisa, aunque el supiera que la
muerte ya estaba acechándole, haciéndose audible en el ronco y negro rumor de
su pecho.
Un jueves del mes de abril de ese
aciago 1.951, al despedirnos nos dio a cada uno una pequeña cartulina, (que aún
conservo), dentro de un sobre. En esa cartulina escrita en tinta roja, color
sangre, en el anverso estaba escrito lo siguiente:
“Ahora lo que se queda sin decir. La palabra
Octava, que Dios dijo…
y no oyó nadie.
El llanto sin pañuelo.
El latido sin aire.
¡Todo lo que se comerá
después la tierra,
cuando dice a comer
eternidades!
Juan
19.04.1951 y
en el reverso una sola y triste palabra que ya entonces nos pareció como una
despedida definitiva: “Adiós”.
Hubo más tertulias, aunque algún
jueves nos llegaba el recado de que no habría reunión porque Juan estaba
enfermo.
Hasta que un día de julio, mientras
Nete, Mariano y yo jugábamos despreocupados en el patio de la bodega de un
amigo común, Antoñito, el estudiante de derecho, nos vino a avisar: “Juan quiere veros”.
En la penumbra de su alcoba solo se
oía el sordo rumor de la muerte, “minera
de llanto”, que hacía su inexorable trabajo dentro de su pecho.
Nos cogió de la mano y nos beso uno
a uno. Y no hubo más. Solo el sabor amargo de las lágrimas.
En un día como mañana, hace 65 años,
aquellos cuatro amigos volvimos a juntarnos,
para coger con nuestras manos temblorosas, cuatro negras cintas que caían de su
féretro.
Hoy con 80 años, sigo dándote las
gracias Juan, maestro, poeta. Tú marcaste mi rumbo, ordenaste mis coordenadas y
me enseñaste la singladura, rumbo a la bondad y la belleza.
Eso te debo. Me quedé con lo que
soy, que seguro no es lo suficiente para tus expectativas, pero, al menos, he
tratado de seguir tu rumbo.
Por eso hoy, con gratitud te
recuerdo, amigo Juan, maestro Juan, poeta Juan.