Ahora,
que cualquier libro, por desconocido y descatalogado que esté, puede
conseguirse con una simple entrada en la red, recuerdo y no echo de menos, los
sufrimientos, pesares y ahorros que tuve que entregar durante muchos años, para
poder leer aquello que, injustamente, nos era prohibido por los que siempre han
tenido miedo del conocimiento.
En
la calle Ancha de mi pueblo, existía la librería “La Galana”, llamada así como
homenaje a una heroína local que se opuso con denuedo y valentía a las tropas
francesas, que quisieron pasar por dicha
calle camino de Bailen, sin apenas mancharse sus uniformes, pero que no
contaron con la aguerrida defensa que esta mujer, Juana la Galana, organizó con
los paisanos, que no aguantaban tanta chulería y parafernalia.
Volviendo
a la librería, os contaré que el dueño de la misma, era un hombre alto y
bonachón, al que recuerdo con su desabrochada bata azul, atendiendo solícito a
los muchachos que compraban gomas Milán, cuadernos Rubio o lapiceros Alpinos.
Con
una sola mirada, podía intuir a los que teníamos que hacer otra clase de compras en la intimidad de la
trastienda-almacén del local.
Bien
es cierto que los “iniciados” solíamos acceder a la librería, cuando quedaba
poco tiempo para su cierre, con el fin de asegurarnos sosiego y tranquilidad y
nos comportábamos como miembros de una secta secreta o como “yonquis” en busca
de unas “rayas” que pudiesen aplacar nuestro mono de lectura.
Como
todo lo que se consigue estando prohibido, resulta ser caro, yo tenía que
dilatar mis visitas a “La Galana”, pues los tiempos no estaban para dispendios.
Lo
que en aquella trastienda se nos ofrecía a los conocedores, eran libros de la Editorial Losada, venidos directamente
desde Argentina, aunque dicha editora estaba en España.
Muchas
visitas de tapadillo, muchos ahorros y algún que otro disgusto, me costó
conseguir obras de teatro de Anouilh, Moliere,
Alejandro Casona, Ionesco, poesía de Lorca,
Miguel Hernández, León Felipe, Cesar Vallejo, Alberti , Neruda y algunos más que gracias a mí
mala memoria y a un lamentable suceso, he terminado por olvidar.
Recuerdo
que uno de los libros que encargué por aquellos tiempos (1974-75), fue “Operación Ogro” editada por Ruedo
Ibérico, libro firmado por Julen Aguirre,
seudónimo de la escritora, ensayista, activista política anti-franquista y
defensora de los derechos humanos, Eva
Forest.
Poco
faltó, en aquella ocasión, para que el flemático dueño de La Galana, no me echara a la calle y me prohibiese para siempre
entrar en su pequeño almacén.
Poco
más o menos me dio a entender que pretendía acabar con su negocio de librería
papelería, al hacerle dicho encargo. Ni por asomo se atrevería a hacer las
gestiones para conseguir ese libro. Una cosa era ampliar beneficios con autores
“difíciles de encontrar” y otra, muy distinta, jugarse el cierre de la
papelería y poner en peligro su libertad personal.
Le
pedí disculpas por mi atrevimiento y sellamos las paces.
No
era yo muy dado a merodear por la
iglesia y mucho menos a comulgar con las ruedas de molino que en aquellos
entonces, trataban de endilgarnos. A pesar de ello, mantenía una muy buena relación
con un sacerdote de edad y porte juvenil, e ideas que, sin apartarse de su
condición evangelizadora, distaban bastante de los “Curas” al uso.
Un
buen día, después de la negativa sin paliativos del propietario de La Galana, el sacerdote amigo me citó a
tomar café.
Se
presentó al bar, con su ropa talar, (estaba lejano todavía el tiempo del traje
negro y alzacuellos) y un misterioso paquete que dejó encima del velador.
.-
Toma Juan, alguien me ha dicho que tienes interés en leer un determinado libro.
Y la verdad no acabo de comprender, que razón te lleva a desear esa clase de
lectura. Entendía, por lo que te conozco, que tus aficiones se inclinaban por
la buena literatura, el teatro y la poesía, pero nunca por el terror y la
muerte.
.-
Me he permitido ofrecerte este regalo, con el fin de que tu mente se aclare y
la razón prevalezca.
.-
Ábrelo cuando estés en casa y disfruta de su lectura.
Así
lo hice. Abrí el paquete y lo primero que encontré fue una nota, en la cual mi
amigo sacerdote, me rogaba encarecidamente que no se me ocurriera prestar el libro, hacer
fotocopia, o mostrarlo a nadie. También me aclaraba que no era un regalo, era
un prestamo y que debería devolvérselo tan pronto como lo leyera.
Con
un cierto temblor rompí los papeles que envolvían al libro y pude comprobar que se trataba de “Operación Ogro” de Julen Aguirre,
editado por Ruedo Ibérico.
Nunca
supe, ni se me ocurrió preguntar, como pudo saber mi interés por la lectura de
ese libro. A no ser que el dueño de La Galana, pensara en algo más que en las
ganancias, cuando vendía libros en la trastienda.
Esto
que os relato aunque cosido por los recuerdos, se atiene a la más estricta
realidad y tiene un triste colofón. Cuando por cuestiones de trabajo, tuve que
venir a esta Comunidad donde vivo, tuve que dejar algunos de mis libros
empaquetados convenientemente, para su posterior traslado a mi nueva vivienda.
Entre ellos los de la Editorial Losada, todas las revistas publicadas de teatro
de “Primer Acto” y algunos libros más.
La
trágica riada que asoló Valdepeñas en el año 1979, se llevo para siempre,
aquellos libros que tantos sacrificios y desvelos me habían costado.