jueves, 28 de junio de 2012

#GraciasSara


Tras el partido de la primera fase de la Eurocopa España- Croacia el hashtag «Gracias Sara» fue “trendent topic” en Twitter haciendo mofa sobre la cobertura en los partidos de la periodista Sara Carbonero, de Tele5, que comenta los partidos a pie de campo. La guapa comentarista está sufriendo en sus carnes los insultos y burlas de muchos internautas.

Todo esto viene a raíz de que cada vez que le daban paso sus compañeros y ella respondía con pocas palabras, estos finalizaban con un “gracias Sara”.

Aunque los comentarios son de todo tipo, en general son graciosos. Por ejemplo: “Sara ,¿Qué piensa Del Bosque? – Yo soy más de playa”, “Sara, ¿cuál es el once de Inglaterra? – Eleven”, “Sara, cuéntanos cómo salen los jugadores de España al terreno de juego. –Caminando”, “Sara, ¿Cuál es el estado de nuestros jugadores? -Hey there! I'm using Whatsapp”. Y todos finalizaban con el hashtag “GraciasSara”.

La periodista aprovechó su columna en el diario Marca para defenderse de los comentarios: "En la Edad Media y principios de la Moderna se torturó y se mató a muchos inocentes. Y no sólo en España, en muchísimos países de Europa y América. Aunque no existía Twitter, la práctica de acusar desde el anonimato e intentar que quemasen a alguien estaba muy extendida. ¡Menos mal que esta época ya ha pasado!"

Lo gracioso es que anoche tras finalizar el partido y mientras entrevistaba a Andrés Iniesta tuvo una “leve” metida de pata. Sara Carbonero le pregunto: "¿Cómo ha sido lo de los penaltis? ¿En ningún momento a ti se te ha pasado por la cabeza lanzarlo? ¿Te apetecería haber tirado un penalti hoy?", cuando Iniesta fue el encargado de lanzar y materializar la segunda de las penas máximas de la tanda de penaltis. La cara del jugador era un poema "Sí, bueno...de hecho, he tirado el segundo penalti...", respondía..

Sara Carbonero ha querido adelantarse a los internautas y al finalizar la entrevista se reía de su despiste. "Compañeros, ya sabéis, mañana en Twitter, ese penalti de Andrés Iniesta que yo estaría tan nerviosa que estaría pensando en otra cosa y no lo vi". Su compañero, Manu Carreño, se despedía de ella con un jocoso "¡Gracias, Sara!".

Tampoco hay que sacar los pies del tiesto como algunos compañeros periodistas que en un afan de desmedido corporativismo ven fantasmas donde no los hay y hablan de machismo, etc. Nada más lejos de la realidad. Solo se trata de el típico humor español, más ahora con la que esta cayendo, que sacamos un chiste de cualquier cosa. Y ni decir que los escuetos comentarios de la periodista seguidos de la respuesta de sus compañeros no dejan de ser graciosos.

Para mi es una extarordinaria periodista, a pesar de sus lapsus, y además con su belleza alegra la vista. Gracias Sara.



martes, 12 de junio de 2012

Se ruega no escupir al médico

Os dejo este excepcional artículo publicado ayer por Arturo Pérez Reverte en XL Semanal. No tiene desperdicio.

"Centro de atención primaria, antes ambulatorio. Entre pacientes esperando turno, acompañando a una persona que necesita atención, aguardas en el vestíbulo, apoyado en la pared con un libro en las manos. Frente a ti, impreso en fotocopia, un rótulo pegado con cinta adhesiva: «El Colegio de Médicos actuará por vía penal contra toda clase de insulto o agresión hacia el personal de este Centro». Al lado, otro de las mismas características referido al Colegio de Enfermeras. Un poco más allá, un tercer cartel: «Se ruega guardar silencio». En la sala de espera hay sólo una veintena de personas, pero el guirigay es espantoso: conversaciones en voz alta, llamadas por el móvil. Parece un mercado. Abundan las protestas a grito pelado, con intención de que las oiga el personal sanitario que anda cerca, en plan estoy citada a las cinco menos cuarto y son menos cinco, qué poca vergüenza, mira qué tranquilas van las enfermeras y nosotros aquí, esperando, menuda pandilla de golfos, etcétera. Todo eso, expuesto con la zafia prosodia que manejamos los españoles en nuestras relaciones con el prójimo. Por supuesto, hay varias señoras de pie y varios fornidos varones sentados, mirando al vacío como si no las vieran.

Con quince minutos de retraso -plazo razonable, dado el trajín y la acumulación de gente-, entras en la consulta acompañando al paciente. Un médico con claros síntomas de agotamiento atiende sin levantar la cabeza mientras rellena los impresos adecuados. Y cuando a una de sus preguntas el paciente responde: «Desde las vacaciones», el doctor levanta por primera vez la cabeza, lo mira sarcástico y comenta: «Yo no tengo vacaciones». Luego procede al reconocimiento, mientras a través de la puerta cerrada llega el espantoso vocerío que continúa afuera, los gritos y las desconsideradas conversaciones en voz alta.Toca ir a urgencias. Como ahí la peña anda más perjudicada, el griterío es menor. Algo. Pero no faltan conversaciones telefónicas, voces en alto y protestas. Por la espera, por la falta de asientos, por no poder fumar, porque no hay máquina de café y refrescos. Todo cristo tiene algún agravio sanitario que exponer, directa o indirectamente, cada vez que asoma alguien del centro. Aguantando estoicas las preguntas, las protestas y los malos modos -con el pretexto de enfermedad propia o cercana, la falta de educación alcanza en lugares como éste extremos inauditos-, dos cansadas enfermeras, con una buena voluntad digna de elogio, se ocupan de todo con mucha mano izquierda, resignación y envidiable sangre fría.Llaman a un paciente. Fulano de tal. No aparece. Alguien comenta que se ha ido, cansado de esperar. No sería tanta urgencia la suya, piensas, aunque procuras no manifestarlo en este ambiente más bien hostil. El próximo paciente es una señora joven, musulmana, con pañuelo en la cabeza, acompañada por su marido, que se levanta para escoltarla. No puede venir usted, dice una enfermera. En urgencias sólo entran los pacientes. Entonces, el marido monta una bronca espantosa. Él no deja sola a su mujer allí dentro, y todos son unos racistas. Él conoce sus derechos. Sale un médico. Intenta convencerlo. El otro levanta más la voz. Racistas, insiste. Al final, claro, entra con la mujer. Entonces todos los pacientes, que habían estado callados mientras las enfermeras y el médico se enfrentaban al marido, estallan en comentarios. Podían irse a que los atendieran en su tierra, y cosas así. Un par de ellos sacan el móvil y se ponen a contar el episodio a su familia, amigos y vecinos. A gritos. Mira tú el moro. Etcétera.Sales al pasillo y vuelves a la sala de espera. Bajo los carteles que piden silencio, el vocerío es insoportable. Zumba la colmena de conversaciones en voz alta, ordinariez, descortesía y comentarios despectivos sobre el funcionamiento de la sanidad pública española. Se cae la cara de vergüenza, dicen. Y todo eso. Por un momento sientes el impulso de levantar la voz, como todos, para decir: «Tenéis una sanidad pública que no os merecéis, tontos del culo. Que no nos merecemos. Una sanidad fantástica. Gracias deberíamos dar por que esto todavía aguante. Que a saber cuánto dura. En vuestra puta vida, en la nuestra, podríamos pagarlo de nuestro bolsillo. ¿Quién os habéis creído que somos?».Es lo que te pide el cuerpo decir. Pero no lo haces, claro. En vez de eso, cierras el pico y te apoyas en la pared bajo los carteles donde se advierte a quienes insulten o golpeen a médicos y enfermeras. Luego abres el libro que traías, haciendo como que lees; mientras, en efecto, se te cae la cara de vergüenza."

Sin comentarios. 
 
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