jueves, 23 de diciembre de 2021

Una educación

 

Mis lecturas no se rigen, precisamente, por la actualidad. El mercado se mete en todos lados y la literatura o, en general, la edición de libros no es ajena a ese afán comercial que parece pringarlo todo. El presentismo que practican muchos es terreno abonado para que algunos se lucren vendiéndonos lo último como si fuera lo mejor. Hay mucha filfa y mucha nadería envuelta en papel couché recién editado. De ahí mi prevención, que no es neofobia sino cautela, fundada en la certeza de que, en literatura, lo que debe interesar es la calidad —obvio—, no la primicia, y que esta casi siempre es sospechosa hasta que logra demostrar lo contrario.

Valga este exordio para justificar la búsqueda de rarezas bibliográficas fuera del mercado de la novedad, aunque como en el caso que me ocupa se trate de un texto recién publicado. Supe de él —como de tanto— por mi amigo Francisco Espinosa. El libro se titula Una educación. La formación vital de un niño en los años de asentamiento de la dictadura nacional-católica y apenas se han editado, en junio de este año 2021, unos cuantos ejemplares distribuidos por el propio autor en la Editorial Onuba, que acoge autoediciones. Y ese autor, de 83 años, es Antonio Santos Barranca, un médico onubense avecindado en Valencia, que —hijo de un ajustador de taller, lector voraz y niño prodigio— fue uno de los escasos alumnos favorecidos con una beca provincial de estudios en los años cincuenta. Ya adulto, Antonio Santos fue uno de los fundadores del Sindicato Universitario de Estudiantes, opuesto al SEU, iniciador de la asociación Médicos sin Fronteras y creador de la revista Turia, en cuyas páginas publicó una crítica de cine que le valió la cárcel por unos días.  

Al hilo de su propia experiencia de niño peculiar, que nace a la vida y al conocimiento, Antonio Santos Barranca nos ofrece en este libro un magnífico testimonio de la educación durante el primer franquismo y, al tiempo, un buen retrato de la Huelva de mediados de siglo. Los escenarios en los que transcurre el relato, tanto el instituto, como la casa familiar, como “El Bravo”, la finca de los abuelos, en Encinasola, son espacios que se reconstruyen con viveza en la imaginación del lector gracias a una narración vibrante y brillante. El autor describe la vida en las aulas de un instituto tan emblemático como el de Huelva y sus inquilinos tienen la certidumbre propia de quienes han existido realmente. Es, en cierto modo, un libro de memorias, pero el niño que fue Antonio se convierte en un personaje del relato, que en ocasiones adquiere tintes novelescos, con figuras que —según confesión del autor— cambian el nombre y con circunstancias vitales que se trastocan.

El libro engancha por lo que cuenta y por la original manera en que lo cuenta. Desde el punto de vista formal, el texto es heterodoxo, muy peculiar a veces en la puntuación y en la expresión (con algunas erratas, que delatan la necesidad de una revisión), pero eso no empece la calidad de la narración, que se lleva con el ritmo de un torrente. El libro es, según capítulos, biografía de vivencias infantiles, retrato de una familia antifranquista sumida en el silencio de posguerra, historia de un centro docente, informe etnográfico sobre los usos y costumbres en una finca del norte de Huelva, diario de lecturas de un adolescente, cartelera cinematográfica de un ciudad de provincias a mediados del siglo pasado... Es introspección y exhibición a un tiempo; una buena obra literaria y un estimable testimonio histórico. 

Valga como muestra de la hondura de Una educación estos párrafos de la conversación entre Antonio y su abuelo, sin duda una de las relaciones que fundamentan la trama narrativa de su vida y de este libro sorprendente: 

...tener un hijo es una normalidad animal que tienen todos, todos, todos los animales del mundo, pero... sentir que se es abuelo solo es propio del hombre, no del gato ni del conejo.

...la evolución desde el hombre primitivo hasta ahora mismo no hay que contarla de hijo a hijo sino de abuelo a nieto. El salto de padre a hijo es minúsculo para la Naturaleza, significa poco, es pura vulgaridad natural, como el que una rama sembrada acabe dando limones. Un abuelo hablando con su nieto es evolución, salto hacia adelante hasta no se sabe dónde. Acuérdate de esto. 

domingo, 5 de diciembre de 2021

David y la toma de Alconera


[Fragmento de mi libro La amargura de la memoria. República y Guerra en Zafra (1931-1936)]

El 12 de septiembre de 1936 falangistas y militares procedentes de Zafra ocupan Alconera y Atalaya. El grueso de las tropas lo formaba una unidad de infantería dirigida por el capitán Carlos Blond. Aunque algunos autores señalan que apenas hubo resistencia al entrar en Alconera, hay que hacer constar los hechos protagonizados por una especie de "empecinado" local, que pagó con la vida su resistencia.

David Parra, de 28 años, era un buen tirador que había hecho la mili con un tal Nieto, falangista de Badajoz que entró en Alconera con las tropas procedentes de Zafra. Al entrar en el pueblo, Nieto fue a buscar a David con la intención de incorporarlo a la causa. David, que era un hombre de izquierdas, se negó a que lo reclutaran. Se refugió en su casa, cruzó un colchón en la subida al desván y esperó a que vinieran a por él. Al primero que lo intentó lo dejó malherido a golpes. A otro —Carlos Blanco, falangista santeño— le arrancó parte de la oreja de un bocado. Se fue haciendo de las armas de los caídos y se parapetó en el "doblao". A partir de ese momento y gracias a su puntería fue abatiendo a cuantos pretendieron subir a por él. Durante varias horas se mantuvo David en su posición inexpugnable. Al final lo convencieron para que se entregara con la promesa de que no le harían nada. Parece ser que para entonces habían cogido a uno de sus familiares y amenazaban con pegarle fuego a la casa. David se entregó y fue fusilado en la misma plaza. Pero, antes de matarlo, lo hicieron sufrir. Lo torturaron y le cortaron las orejas y los testículos, que después exhibieron los falangistas en sus camisas como trofeos de guerra. 

Aunque literaria, es muy significativa la expresión que Antonio Meca, autor de la obra de teatro España en llamas, escrita en Zafra unas semanas después de los hechos de Alconera, pone en boca de uno de sus personajes: "Aquí traigo yo cuatro o cino orejas de zozialistas [sic], que me las ha regalao un moro". 

Francisco Espinosa reproduce el telegrama mediante el que Franco fue informado el 14 de septiembre de estos hechos: "En Alconera al intentar imprudentemente registro de una casa dos falangistas resultaron muertos. Dos de estos por individuo en ella escondido que no se evadió. También en tiroteo afueras de dicho pueblo fue herido leve un cabo Regimiento Castilla. Susto fuerzas. Sin novedad". 

El mismo autor, a partir de informes de la Guardia Civil, da cuenta de otra versión según la cual al jefe de Falange lo atacó un hombre que luego se refugió en una casa desde la cual acabó con la vida de dos de los que intentaron detenerlo. 

En el Registro Civil de Zafra hay dos rastros más de la toma de Alconera. El primero es la muerte, que he comprobado se produjo en la refriega sostenida con David Parra, de un destacado falangista zafrense, Dionisio Vera Blanco. Había sido cabo de la guardia municipal de Zafra durante el gobierno republicano de derechas (1934-1936) y fue uno de los encarcelados por el Frente Popular en la iglesia de Santa Marina. Su tumba se conserva en el cementerio municipal de Zafra con el yugo y las flechas sobre la lápida. 

La otra partida de defunción del Registro Civil de Zafra que puede estar relacionada con la toma de Alconera es la siguiente: "Ciriaco Pérez Tinoco. Bracero. 55 años. Natural de Alconera. Domiciliado en Zafra, calle Severiana Fernández, 3, bajo. Hijo de Modesto y de María. Casado con María Lima Mejías, de 63 años. Con seis hijos: Modesto, Adrián, Marcelina, Galo, Natividad y María. Murió en su domicilio a las 20 horas del 13/9/1936 a consecuencia de "herida en el vientre". 

Ciriaco Pérez Tinoco, muere «en su domicilio» el 13 de septiembre de 1936 a consecuencia de «herida en el vientre». Pérez Tinoco, aunque avecindado en Zafra, era natural de Alconera. La cercanía entre la toma de este pueblo y la fecha de su muerte me inclina a considerarla resultado de este episodio. La partida induce a pensar que fue un combatiente herido en Alconera y trasladado a su domicilio en Zafra, donde acabó muriendo. La noticia de la hora, el diagnóstico de la muerte, el hecho de que se produjera en su propio domicilio y la inmediata inscripción de la defunción avala esta hipótesis, aunque extraña que su nombre no figure en ninguna de las fuentes que dan cuenta de los caídos en la guerra del bando franquista. Su inscripción en el Libro de Cementerio descarta que su caso fuera un fusilamiento ordenado por los sublevados.