Una educación
Mis lecturas no se rigen, precisamente, por la actualidad. El mercado se mete en todos lados y la literatura o, en general, la edición de libros no es ajena a ese afán comercial que parece pringarlo todo. El presentismo que practican muchos es terreno abonado para que algunos se lucren vendiéndonos lo último como si fuera lo mejor. Hay mucha filfa y mucha nadería envuelta en papel couché recién editado. De ahí mi prevención, que no es neofobia sino cautela, fundada en la certeza de que, en literatura, lo que debe interesar es la calidad —obvio—, no la primicia, y que esta casi siempre es sospechosa hasta que logra demostrar lo contrario.
Valga este exordio para justificar la búsqueda de rarezas bibliográficas fuera del mercado de la novedad, aunque como en el caso que me ocupa se trate de un texto recién publicado. Supe de él —como de tanto— por mi amigo Francisco Espinosa. El libro se titula Una educación. La formación vital de un niño en los años de asentamiento de la dictadura nacional-católica y apenas se han editado, en junio de este año 2021, unos cuantos ejemplares —distribuidos por el propio autor— en la Editorial Onuba, que acoge autoediciones. Y ese autor, de 83 años, es Antonio Santos Barranca, un médico onubense avecindado en Valencia, que —hijo de un ajustador de taller, lector voraz y niño prodigio— fue uno de los escasos alumnos favorecidos con una beca provincial de estudios en los años cincuenta. Ya adulto, Antonio Santos fue uno de los fundadores del Sindicato Universitario de Estudiantes, opuesto al SEU, iniciador de la asociación Médicos sin Fronteras y creador de la revista Turia, en cuyas páginas publicó una crítica de cine que le valió la cárcel por unos días.
Al
hilo de su propia experiencia de niño peculiar, que nace a la vida y al
conocimiento, Antonio Santos Barranca nos ofrece en este libro un magnífico testimonio de la
educación durante el primer franquismo y, al tiempo, un buen retrato de la Huelva
de mediados de siglo. Los escenarios en los que transcurre el relato, tanto el
instituto, como la casa familiar, como “El Bravo”, la finca de los abuelos, en
Encinasola, son espacios que se reconstruyen con viveza en la imaginación del
lector gracias a una narración vibrante y brillante. El autor describe la vida
en las aulas de un instituto tan emblemático como el de Huelva y sus inquilinos tienen la certidumbre propia de quienes han existido realmente. Es, en cierto modo,
un libro de memorias, pero el niño que fue Antonio se convierte en un personaje
del relato, que en ocasiones adquiere tintes novelescos, con figuras que —según
confesión del autor— cambian el nombre y con circunstancias vitales que se
trastocan.
El
libro engancha por lo que cuenta y por la original manera en que lo cuenta. Desde
el punto de vista formal, el texto es heterodoxo, muy peculiar a veces en la
puntuación y en la expresión (con algunas erratas, que delatan la necesidad de
una revisión), pero eso no empece la calidad de la narración, que se lleva con el ritmo de un torrente. El libro es, según capítulos, biografía de vivencias infantiles, retrato de una familia antifranquista sumida en el silencio de posguerra, historia de un centro docente, informe etnográfico sobre los usos y costumbres en una finca del norte de Huelva, diario de lecturas de un adolescente, cartelera cinematográfica de un ciudad de provincias a mediados del siglo pasado... Es introspección y exhibición a un tiempo; una buena obra literaria y un estimable testimonio histórico.
Valga como muestra de la hondura de Una educación estos párrafos de la conversación entre Antonio y su abuelo, sin duda una de las relaciones que fundamentan la trama narrativa de su vida y de este libro sorprendente:
...tener un hijo es una normalidad animal que tienen todos, todos, todos los animales del mundo, pero... sentir que se es abuelo solo es propio del hombre, no del gato ni del conejo.
...la evolución desde el hombre primitivo hasta ahora mismo no hay que contarla de hijo a hijo sino de abuelo a nieto. El salto de padre a hijo es minúsculo para la Naturaleza, significa poco, es pura vulgaridad natural, como el que una rama sembrada acabe dando limones. Un abuelo hablando con su nieto es evolución, salto hacia adelante hasta no se sabe dónde. Acuérdate de esto.